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Fallar no significa fracasar - Restaurados

¿Cómo debe reaccionar un cristiano ante las fallas y errores? ¿Cuántos de ustedes recuerdan la primera vez que intentaron andar en bicicleta? ¿Quiénes de ustedes saltaron de la bicicleta y aterrizaron sin caerse o sin rasparse las rodillas? Probablemente nadie. Probablemente, se hayan caído de la bicicleta muchas y muchas veces antes de lograr hacerlo bien. E imagino que sus padres los ayudaron, corriendo a su lado, sosteniendo el asiento y apoyándolos. O tal vez sus madres, o un abuelo, hermano, tío o tía… Alguien los estaba apoyando. ¿Han pensado que, aunque haya ganadores en los juegos olímpicos cada cuatro años, el 90% de los mejores atletas del mundo no ganaron una medalla? Como ellos, nosotros intentamos, pero no siempre ganamos. 

Muchas veces, nuestro empleo no es lo que esperábamos. Nuestra vida termina siendo algo completamente diferente a lo que imaginábamos. Matrimonios iniciados con esperanza terminan en lágrimas. Nuestros hijos se vuelven una preocupación constante, tenemos dificultades en educarlos. La situación de nuestro país y los políticos nos decepcionan. Las amistades son traicionadas. Las oraciones parecen no recibir respuesta. Incluso las cosas que logramos alcanzar muchas veces nos decepcionan. La sensación de haber fallado nunca está lejos de la superficie. La Biblia registra muchas fallas de sus personajes, mostrando la vida como es. La Biblia habla sobre personas reales. 

Hoy, algunos de los personajes bíblicos son recordados solo por sus éxitos, pero antes del éxito, también hubo fracasos. Uno de estos personajes es Pedro. Jesús fue traicionado por Judas y fue arrestado cuando estaban en el jardín del Getsemaní. 

En Lucas 22:54 leemos: “Y prendiéndole, le llevaron, y le condujeron a casa del sumo sacerdote. Y Pedro le seguía de lejos”. Para ser justo con Pedro, él no era el único discípulo que estaba manteniendo la distancia. El otro discípulo era Juan. 

“Los sacerdotes reconocieron a Juan como discípulo bien conocido de Jesús y lo dejaron entrar en la sala esperando que, al presenciar la humillación de su Maestro, repudiaría la idea de que un ser tal fuese Hijo de Dios. Juan habló en favor de Pedro y obtuvo permiso para que entrase también”. 

Él también logra abrirse camino hasta el área del patio donde Jesús está siendo retenido (el patio del sumo sacerdote). El versículo 55 dice: “Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos”. 

“En el atrio, se había encendido un fuego; porque era la hora más fría de la noche, precisamente antes del alba. Un grupo se reunió en derredor del fuego, y Pedro se situó presuntuosamente entre los que lo formaban. No quería ser reconocido como discípulo de Jesús. Y mezclándose negligentemente con la muchedumbre, esperaba pasar por alguno de aquellos que habían traído a Jesús a la sala...”

“Pero al resplandecer la luz sobre el rostro de Pedro, la mujer que cuidaba la puerta le echó una mirada escrutadora. […] Era una de las criadas de la casa de Caifás, y tenía curiosidad por saber si estaba en lo cierto. Dijo a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?”. Pedro se sorprendió y confundió; al instante todos los ojos del grupo se fijaron en él. El hizo como que no la comprendía, pero ella insistió y dijo a los que la rodeaban que ese hombre estaba con Jesús. Pedro se vio obligado a contestar, y dijo airadamente: ‘Mujer, no le conozco’. Esta era la primera negación, e inmediatamente el gallo cantó”.

Algún tiempo después, alguien (esta vez un hombre) repite la acusación en el versículo 58: “Tú también eres de ellos”. Por segunda vez fue notado y acusado de ser seguidor de Jesús. Pedro responde instantáneamente: “Hombre, no lo soy”. Pedro no solo niega ser uno de sus discípulos, sino también niega conocer a Jesús. La negación final viene una hora después, y podemos verlo en el versículo 59, “Verdaderamente tú eres de ellos; porque eres Galileo, y tu habla es semejante”. Al oír esto, Pedro se enfureció. Los discípulos de Jesús eran conocidos por la pureza de su lenguaje, y a fin de engañar plenamente a los que le interrogaban y justificar la actitud que había asumido, Pedro negó ahora a su Maestro con maldiciones y juramentos”. 

Así como ustedes no necesitan pasar mucho tiempo con nosotros para decir que no somos del nordeste de Brasil o de Rio Grande do Sul, pero sí de Sao Paulo, el acento de Pedro también lo puso en evidencia. Acurrucado al lado de la hoguera en el patio del sumo sacerdote, su acento se había vuelto un riesgo, porque lo había asociado a Jesús de Nazaret. En el versículo 60, Pedro niega nuevamente su participación cuando dice: “Hombre, no sé lo que dices”. Nuevamente el gallo cantó. Pedro lo oyó entonces y recordó las palabras de Jesús: “De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces”. Lo que es alentador en la historia de Pedro es que él aprende de su fracaso, y este es el tema que quiero que examinemos en los próximos momentos.

I. El fracaso no es fatal si reconocemos que todos fallan (v. 60) 

Stephen Pile relató algunos de los mayores fracasos de la historia moderna en su libro The Incomplete Book of Failure. 

Albert Einstein fue declarado un fracaso en matemática. Winston Churchill fue declarado un fracaso en la escuela. A Walt Disney le dijeron que nunca llegaría a mucho en la vida. Varios atletas en los Juegos Olímpicos pasaron por fracasos antes de lograr la victoria. El fracaso puede ser la puerta de atrás para el éxito, siempre que usted aprenda de él. 

Thomas Edison inventó la lámpara eléctrica y la batería de almacenamiento. Él intentó más de 10.000 experimentos para producir la lámpara y la batería. Al final, él dijo: “No fallé. Conozco 10.000 maneras que no funcionan. Los fracasos son solo flechas que señalan la dirección correcta para aquellos que están dispuestos a aprender”. 

Ustedes no pueden permanecer en el fracaso. Deben salir de él y comenzar de nuevo. Si falló, debe levantarse y comenzar de nuevo. El fracaso no es el punto final, sino un punto de partida. Nadie es perfecto y todo el mundo falla. Enfrenten la derrota y sepan que solo porque han fallado en algo no quiere decir que son un fracaso. Pedro negó a su Maestro tres veces. ¿Por qué y cómo ocurrió eso? 

1. Para comenzar, Pedro no tomó en serio las advertencias del Señor (Mateo 26:33-35; Lucas 22:31-34), ni “veló y oró” como Jesús había instruido en el Jardín (Marcos 14:37, 38). 

2. Entonces, “le seguía de lejos” (Lucas 22:54). Este fue el siguiente paso en dirección a su derrota. 

3. Pedro se quedó junto al fuego (Juan 18:18) y después se sentó con los siervos y oficiales (Lucas 22:55). Sentado allí en territorio enemigo (Salmos 1:1), Pedro era un blanco fácil. 

Pedro estaba absolutamente confiado en su lealtad y fuerza. Estaba absolutamente seguro de que nunca fallaría con Jesús en un punto de lealtad y valentía. Pero, como Pedro se estaba acercando a la línea de llegada, duda. Tres veces niega a Jesús ante personas que no conocía. En el momento que menos lo sospechamos, Pedro tropieza y falla. Pedro falló en decir la verdad. Falló en cumplir su promesa. Falló en su lealtad a Jesús.

Cada uno de nosotros, en algún momento, le fallará al Señor y oirá (de una forma u otra) “el cantar de un gallo”. 

Muchas veces comenzamos bien. Tenemos el deseo de ser discípulos fieles del Señor. Sin embargo, a lo largo del camino nos distraemos y permitimos influencias incorrectas en nuestras vidas. Y entonces, tomamos una mala decisión y fallamos. El discípulo de Cristo que, en nuestros días, disfraza su fe por temor a la persecución o crítica, está negando a Jesús, así como lo hizo Pedro. 

II. El fracaso no es fatal si recordamos que el amor y el perdón de Dios no dependen del fracaso o del éxito (v. 61) 

No importa cuánto usted haya fallado, no importa qué pecado haya cometido en su vida, el Salvador que murió por usted aún lo ama. La historia del cristianismo es la historia de hombres y mujeres fracasados que encontraron nuevos futuros. En el versículo 61, tenemos solo una oración: “[…] vuelto el Señor, miró a Pedro”. 

Jesús se dio vuelta y miró a Pedro. “Mientras los juramentos envilecedores estaban todavía en los labios de Pedro y el agudo canto del gallo repercutía en sus oídos, el Salvador se desvió de sus ceñudos jueces y miró de lleno a su pobre discípulo. Al mismo tiempo, los ojos de Pedro fueron atraídos hacia su Maestro”.

La palabra griega usada aquí es una palabra que denota “mirada intensa”. Es usada en un lugar de las Escrituras para describir la primera mirada de un ciego que acabó de ser curado ya abre los ojos por primera vez. Como muchos de nosotros sabemos, una única mirada puede expresar toda una gama de emociones. 

¿Será que la mirada de Jesús era de tristeza y decepción o de compasión y comprensión? ¿Qué tipo de mirada le dio Jesús a Pedro? 

La Biblia no lo dice, pero sea lo que fuere, hizo que Pedro se desmoronara después. Él salió y lloró amargamente. Como señala Elena White:

“En aquel amable semblante, leyó profunda compasión y pesar, pero no había ira. Al ver ese rostro pálido y doliente, esos labios temblorosos, esa mirada de compasión y perdón, su corazón fue atravesado como por una flecha. Su conciencia se despertó. Los recuerdos acudieron a su memoria y Pedro […] recordó la advertencia: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; mas yo he rogado por ti que tu fe no falte” (Lucas 23:31, 32).

Ese fue el punto de inflexión en la vida de Pedro. Él recordó las palabras del Señor, como le había dicho: “Antes que el gallo cante, me negarás tres veces”. 

Existen muchas ocasiones hoy en que Cristo podría volverse hacia nosotros con aquella mirada de reprobación. Cuando dejamos de cumplir las promesas o los votos que hicimos, o cuando nos falta la lealtad que todos sus discípulos le deben, en reverencia, obediencia y sumisión.

III. El fracaso no es fatal si aprendemos y crecemos con nuestros fracasos (v. 62) 

Aproveche su fracaso; no lo desperdicie. Aprenda todo lo que pueda con eso; toda experiencia amarga puede enseñarnos algo. 

El versículo 62 nos dice que “Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente”. Incapaz de soportar por más tiempo la escena, se precipitó, con corazón quebrantado, fuera de la sala. “Siguió corriendo en la soledad y las tinieblas, sin saber ni querer saber adónde. Por fin se encontró en Getsemaní. Su espíritu evocó vívidamente la escena ocurrida algunas horas antes. […] Recordó con amargo remordimiento que Jesús había llorado y agonizado en oración solo, mientras que aquellos que debieran haber estado unidos con él en esa hora penosa estaban durmiendo. Recordó su solemne encargo: ‘Velad y orad, para que no entréis en tentación’. […] En el mismo lugar donde Jesús había derramado su alma agonizante ante su Padre, cayó Pedro sobre su rostro y deseó morir”. 

Cuando dice que él “lloró amargamente” significa que lloró con “gran remordimiento”. 

Como vimos anteriormente con Judas (Mateo 27:2), solamente el remordimiento no es suficiente, pero el apóstol Pablo nos dice en 2 Corintios 7:10, “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación”. 

IV. El fracaso no es fatal si dejamos atrás nuestras fallas (Juan 21:15-18) 

Cada uno de nosotros fallará una u otra vez, a veces fallaremos incluso con el Señor y, cuando lo hagamos, Satanás nos dirá que no existe solución, que nuestro futuro está destruido, pero ese no es el mensaje de Dios para nosotros. Nunca debemos usar el fracaso como excusa para no intentar nuevamente. 

Proverbios 24:16 nos recuerda: “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse […]”. Todos caen en algún momento, pero lo que debemos recordar es que no necesitamos permanecer en el suelo. “Nuestra mayor gloria no es nunca caer, sino levantarnos cada vez que caemos” – Oliver Goldsmith. 

Tal vez, usted no logre recuperar la pérdida, deshacer el daño o revertir las consecuencias, pero puede comenzar de nuevo; más sabio, más sensible, renovado por el Espíritu Santo y más determinado a hacer lo correcto. Pedro arruinó todo y lo sabía. Pero ¿acaso pasó el resto de su vida como ermita, recluido? ¡NO! Solo dos meses después, él predicó uno de los mayores sermones del cristianismo y 3.000 personas se convirtieron. 

La mejor parte de esta triste historia es que la historia de Pedro no termina en el versículo 62. Pedro no tuvo que vivir el resto de su vida con una pesada carga de tristeza y arrepentimiento. En lugar de eso, Jesús restableció a Pedro y le pidió que se convirtiera en un líder de la iglesia (Juan 21:15-18). 

Nunca permita que nadie le diga que es un fracasado o un perdedor. El fracaso es un evento, no una persona. Es algo que usted hace, no algo que es. ¡SUS ERRORES NO PRECISAN SER FATALES! Su actitud durante una falla determina su altitud después de la falla. 

Recordemos que: 

■ El fracaso no es fatal si reconocemos que todos fallan;
■ El amor y el perdón de Dios no dependen de nuestro éxito;
■ Debemos aprender a crecer con nuestros fracasos;
■ Debemos dejar atrás nuestras fallas y seguir adelante. 

“Los que trabajan para Cristo nunca han de pensar, y mucho menos hablar, acerca de fracasos en su obra. El Señor Jesús es nuestra eficiencia en todas las cosas; su Espíritu ha de ser nuestra inspiración; y al colocarnos en sus manos, para ser conductos de luz, nunca se agotarán nuestros medios de hacer bien. Podemos allegarnos a su plenitud, y recibir de la gracia que no tiene límites”. OE, 19

Usted puede estar enfrentando algún tipo de fracaso en su vida, en sus finanzas, en la escuela, en la relación con su familia, en la educación de sus hijos o en el intento de superar viejos hábitos. Cualquiera sea su tipo de fracaso, no importa cuán crítica sea su situación, Cristo es capaz de transformar estas derrotas en victoria. Como Pedro, la victoria hoy puede ser nuestra. 

¿Puede imaginar a un padre amoroso que, al presentar a sus hijos, dice: “Esta es Ana, ella derramó jugo de uva en la alfombra a los dos años de edad, rayó el auto con la bicicleta a los nueve, nunca sacaba buenas notas en la secundaria, se casó dos veces y tuvo cuatro multas por exceso de velocidad”? 

Los padres amorosos no memorizan los errores de sus hijos, mucho menos nuestro Padre celestial. Deje sus culpas y cargas en las manos de Cristo. Él no recuerda las fallas perdonadas.

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