Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:5).
Al igual que el Israel de la antigüedad, debemos amar a Dios y temer a Dios al mismo tiempo (Mateo 22:37; Apocalipsis 14:7).
¿Cómo podemos hacer ambas cosas?
¿Por qué estos dos mandamientos no son incompatibles entre sí?
¿Cuál es la diferencia entre establecer una norma y formular una regla?
Estamos más preocupados por establecer normas elevadas dentro de su comunidad de creyentes o por instalar reglas que unan a su comunidad?
¿Qué dice la Escritura acerca de establecer normas elevadas personales? ¿Y para nuestra familia? ¿Y nuestra iglesia?
¿Cómo encontramos el equilibrio adecuado al mostrar la importancia de la obediencia a la Ley de Dios y, al mismo tiempo, mostrar por qué esta obediencia no es el motivo de nuestra salvación?
Lee el Salmo 119 y observa cuántas veces se expresan las nociones de obediencia, libertad, leyes, reglas y mandamientos. ¿Qué quiere transmitir el autor del Salmo 119 sobre estos temas?
Al advertir a los gálatas contra el legalismo, Pablo escribió: “Si esto es así, ¿estará la ley en contra de las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Si se hubiera promulgado una ley capaz de dar vida, entonces sí que la justicia se basaría en la Ley” (Gálatas 3:21, NVI).
Por supuesto, si alguna ley hubiera podido dar vida, esa habría sido la Ley de Dios. Y, sin embargo, el argumento de Pablo es que para nosotros, como pecadores, incluso la Ley de Dios no nos puede vivificar. ¿Por qué?
“Pero la Escritura declara que todo el mundo es prisionero del pecado, para que mediante la fe en Jesucristo lo prometido se les conceda a los que creen” (3:22, NVI).
Si la Ley no puede dar vida a los pecadores, ¿Cuál es su propósito, aparte de mostrarnos nuestra necesidad de la gracia?
La Ley, entonces, ¿solo cumple una función negativa, solo está allí para mostrarnos nuestros pecados?
No, la Ley también existe para señalarnos el camino de la vida, que solo se encuentra en Jesús.
De esto debería tratarse también la verdadera educación, que nos indica una vida de gracia, de fe y de obediencia a Cristo.
Entonces ¿Qué hay que aprender de este ciclo de ley, pecado y condena bastante fatalista; un ciclo que tantos cristianos zanjan simplemente ignorando el tema de la ley Bíblica o saltando prematuramente a los temas del perdón, la gracia y la salvación?
Hoy estudiaremos el papel de la Ley de Dios en todo el planteamiento de la educación cristiana. Aunque esta Ley no pueda salvarnos, veamos lo que sí puede enseñarnos sobre la fe, la gracia y el amor de Dios.
I. AMAR Y TEMER A DIOS
El libro de Deuteronomio contiene las últimas palabras de Moisés a Israel antes de una nueva generación, la que finalmente entrará en la Tierra Prometida. Pero, antes de entrar, él les habla muy claro y les da instrucciones precisas.
Leamos Deuteronomio 31:9 al 13 y descubramos ¿Qué significa temer a Jehová?
"Y escribió Moisés esta ley, y la dio a los sacerdotes hijos de Leví, que llevaban el arca del pacto de Jehová, y a todos los ancianos de Israel.
10 Y les mandó Moisés, diciendo: Al fin de cada siete años, en el año de la remisión, en la fiesta de los tabernáculos, cuando viniere todo Israel a presentarse delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere, leerás esta ley delante de todo Israel a oídos de ellos.
12 Harás congregar al pueblo, varones y mujeres y niños, y tus extranjeros que estuvieren en tus ciudades, para que oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios, y cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley; y los hijos de ellos que no supieron, oigan, y aprendan a temer a Jehová vuestro Dios todos los días que viviereis sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para tomar posesión de ella." Deuteronomio 31:9-13
Dios fue deliberado en las formas de impartir su Ley a Israel. Hizo todas las provisiones para que sus leyes no quedaran en el olvido. De modo que Dios es un educador paciente. Enseña, repite, envía a profetas y utiliza a sus siervos para impartir su mensaje. Y lo hizo vez tras vez. De hecho, gran parte de los escritos del Antiguo Testamento ¿no son, acaso, intentos de Dios de enseñar a su pueblo a seguir el camino de la vida?
Observa en estos versículos que Moisés enfatiza la importancia de que las generaciones futuras aprendan la Ley. Moisés lo describe como un proceso de dos pasos. En primer lugar, los niños oyen la Ley, y luego “aprenden a temer a Jehová vuestro Dios” (Deuteronomio 31:13).
En primer lugar oyen, y luego aprenden a temer a Dios. Es decir, aprender la Ley presupone que el temor no será un resultado natural de conocerla.
El proceso de temer a Dios debe aprenderse. Moisés da a entender que el conocimiento y el temor son un proceso, no una relación inmediata de causa y efecto.
Además, ¿qué significa “temer a Jehová” cuando se dice al pueblo:
“Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (6:5)?
Quizá podamos compararlo con la forma en que un niño ama y teme a un buen padre, un padre que revela su amor y su cuidado al demostrar que habla en serio.
Con un padre así, si haces algo malo, de hecho sufrirás las consecuencias de esa mala acción. Sí, nosotros podemos y debemos amar y temer a Dios al mismo tiempo. No son ideas contradictorias. Cuanto más aprendemos acerca de Dios, más lo amamos a causa de su bondad; y, sin embargo, al mismo tiempo, cuanto más conocemos a Dios, más podemos temerlo también, porque podemos ver cuán santo y justo es él y cuán pecaminosos e injustos somos nosotros, en contraste, y que solo por gracia (mérito inmerecido) no somos destruidos.
¿Cómo entiendes lo que significa amar y temer a Dios al mismo tiempo?
II. UN TESTIGO CONTRA NOSOTROS
La ley tiene un problema de relaciones Públicas. Esto lamentablemente por que la ley y el Dios que la dio tienen mucho que enseñarnos.
Cuando Moisés se entera de que pronto morirá, es totalmente consciente de la situación que dejará atrás. Él sabe que, después de su muerte, los israelitas entrarán en la Tierra Prometida de Canaán. También sabe que se volverán rebeldes al llegar a su destino, tan anhelado.
En Deuteronomio 31:14 al 27. Moisés hace los preparativos antes de su muerte y recibe la instrucción de escribir un cántico (Deuteronomio 32) que recordar al pueblo la fidelidad de Dios cómo su pueblo lo abandonaría.
El tono de Moisés quizá parezca el de un maestro que se prepara para un suplente. Él sabe que sus alumnos se han portado mal en su presencia en el aula; no es tan ingenuo como para pensar que no se rebelarán en su ausencia. Instruye a los levitas que llevaron el Arca del Pacto para que coloquen el Libro de la Ley junto al Arca para que sirva de “testigo”.
Moisés no está simplemente comunicando un plan de clase para su suplente, está dejando un testigo. Moisés habla del Libro de la Ley como si fuera un ser vivo con poder para reprender el corazón de los hombres.
Piensa en la Ley como un “testigo contra” ellos. ¿Cómo entendemos esta idea también en el Nuevo Testamento? Ver Romanos 3:19 al 23.
Es decir, ¿Cómo nos señala la Ley nuestra necesidad de la gracia?
En Deuteronomio 31, Dios ordena a Moisés que escriba un cántico que el Señor enseñó a Moisés. Luego Moisés deberá enseñarles el cántico a los israelitas para que, como indica el versículo 19, “me sea por testigo contra los hijos de Israel”. Nuevamente vemos las directivas de Dios personificadas. Un canto, al entonarlo, se comparte y se difunde con más facilidad. Este cántico es trágico, pero des una perspectiva pedagógica también es brillante. Dios le enseños a su pueblo un canto que, aunque con honestidad brutal, responderá todas sus preguntas, les contará sus orígenes como pueblo, del Dios que rechazaron, de los dioses impotentes que los reemplazaron, de la razón por la que están en ese caos y de la esperanza para el futuro. Dios ha colocado dentro de la psiquis colectiva de su pueblo que, a la larga, en medio de su superabundancia, el apogeo de su prosperidad y la seguridad presuntuosa, se olvidan de Dios y lo abandonan y, a su vez, sacrifican a los demonios, se metieron directamente en la peor situación posible; y el Señor les muestra cuál será su destino a menos que resista la idolatría de las naciones que lo rodean.
Y, cuando un canto es testigo, tiene la capacidad de hacer que la gente haga un autoexamen y vea lo que este dice de ella.
Aun cuando tratamos de obedecer la Ley divina con toda la fuerza que Dios nos da, ¿de qué manera su Ley funciona como un “testigo contra” nosotros?
¿Qué nos enseña este testigo sobre la necesidad del evangelio en nuestra vida?
Sin duda, la ley nos enseña que necesitamos buscar a Dios con todas nuestras fuerzas y apegarnos a su Palabra sin demora. La ley de Dios no es un decreto abstracto de una deidad distante o una lista de prohibiciones talladas en piedra. Es una expresión de quién es Dios, es una expresión de su carácter y de su sublime gracia. Nos enseña a ser dependientes para llegar a ser victoriosos sobre el mal y el pecado por la gracia de Jesús. Conocer a Dios es conocer la ley y conocer la ley es conocer a Dios.
III. PARA QUE SEAS PROSPERADO
En la Biblia, de principio a fin escuchamos hablar de otros resultados de conocer y obedecer la Ley de Dios.
Leamos Josué 1:7 y 8. ¿Qué le estaba diciendo el Señor a Josué, y cómo se aplican hoy a nosotros los principios que allí se encuentran?
El Señor dice a Josué, cuando entra en Canaán:
“Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la Ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas” (Josué 1:7).
Los principios de la ley de Dios se deben presentar ante la gente tan eternos e inexorables como el carácter de Dios mismo.
Esta noción de éxito como un subproducto de la obediencia puede parecer contraria a la forma en que se mide el éxito en nuestro mundo actual.
La educación entonces, consiste en enseñar a los estudiantes sobre la ley, que es automáticamente enseñarles sobre Dios.
Muchos creen hoy que las marcas del éxito son la innovación, la creatividad y la autosuficiencia.
Para tener éxito en una industria en particular, a menudo se requiere asumir riesgos y tener un talento extraordinario.
Sin embargo, a los ojos de Dios, el éxito requiere un conjunto diferente de recursos.
En Apocalipsis 12:17; 14:12; Romanos 1:5; 16:26; y Santiago 2:10 al 12 aprendemos acerca de la obediencia a la Ley de Dios.
El espejo es la ley. Ella puede revelarnos cuáles son los problemas, pero no los elimina.
Entonces, aunque no somos salvos por obedecer la Ley de Dios, ¿por qué es tan importante que aun así la obedezcamos?
Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, Antiguo Pacto, Nuevo Pacto, no importa: como cristianos que creemos en la Biblia, somos llamados a obedecer la Ley de Dios.
La transgresión de la Ley, también llamada pecado, solo puede acarrear dolor, sufrimiento y la muerte eterna. ¿Quién no ha aprendido o visto de primera mano los resultados del pecado, los resultados de la transgresión de la Ley de Dios?
La única forma de quitar la mancha del pecado es ir a Jesús.
Así como el antiguo Israel prosperaría al obedecer la Ley (a pesar de que también necesitaba la gracia), así también nosotros hoy.
Enseñar la ley sin conocer al Legislador (quien no es un megalómano) es peligroso. El peligro más significativo del legalismo es que nadie se ve a sí mismo como legalista: creen que son cristianos celosos. El legalismo es una trampa diseñada por Satanás para hacer que las personas piensen que están honrando la ley cuando la están destruyendo. El pasaje del Shema (Deuteronomio 6:5, 6) asocia el amor con los mandamientos, son inseparables. Dejar fuera el amor solo produce un legalismo que fomenta la rebelión.
Por lo tanto, como parte de la educación cristiana, debemos guardar la Ley de Dios como un componente central de lo que significa vivir por fe y confiar en la gracia de Dios.
¿Cuál ha sido tu experiencia con las consecuencias del pecado? ¿Qué has aprendido que podrías compartir con los demás para que, quizá, no cometan los mismos errores?
IV. EL AFÁN Y LAS LUCHAS DE LOS QUE GUARDAN LA LEY
Hay grandes beneficios al cumplir la Ley de Dios, como se evidencia con las personas a quienes Dios prosperó. Josué se atuvo a los preceptos de Dios y dirigió bien al pueblo de Israel. Vez tras vez, el Señor le dijo a Israel que si obedecían la Ley prosperarían.
La ley es nuestra cerca. Ella nos protege y nos enseña acerca de Dios.
En 2 Crónicas 31:20 y 21. ¿Cuáles fueron las razones clave en este pasaje para la prosperidad de Ezequías?
Cualquiera que sea el lugar que ocupemos cómo educadores o instructores en la vida, debemos enfatizar la importancia de la obediencia. Pues es mejor dirigir bien al joven que rescatarlo. Rescatar al caído es bueno, más aún es mejor evitar que otros lleguen a caer. Sin embargo, nuestros alumnos no son tontos. Tarde o temprano constatarán que algunos son fieles, amantes y obedientes, y aun así, ¿qué? ¡También les ocurren desastres! ¿Cómo explicamos esto?
Lo cierto es que no podemos. Vivimos en un mundo de pecado, de maldad, un mundo en el que el Gran Conflicto hace estragos, y ninguno de nosotros es inmune a él.
¿Qué nos enseñan los siguientes pasajes sobre esta difícil pregunta?
Marcos 6:25-27; Job 1; 2; 2 Corintios 11:23-29.
Sin lugar a dudas, las personas buenas y fieles, las personas respetuosas de la Ley, no siempre han prosperado, al menos según el mundo entiende la prosperidad. Y esta también podría ser una respuesta parcial a esta pregunta difícil, una pregunta que sin duda surgirá al intentar enseñar la importancia de la Ley.
¿Qué queremos decir exactamente con “prosperidad”? ¿Qué dijo el salmista? “Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos” (Salmos 84:10).
Indudablemente, según los estándares del mundo, incluso quienes son fieles a Dios y obedientes a su Ley no siempre “prosperan”; al menos, por ahora.
Perjudicamos a nuestros alumnos si les decimos lo contrario.
¿Por qué los que son fieles, aun así, sufren en esta vida? Hebreos 11:13 al 16.
V. JESÚS, NUESTRO EJEMPLO
Jesucristo, el Hijo de Dios, fue el único que vivió en perfecta obediencia al Padre, en perfecta obediencia a la Ley de Dios. Hizo esto para poder ser no solo nuestro Sustituto, sino también nuestro Ejemplo.
Leamos los siguientes pasajes: Lucas 2:51, 52; Filipenses 2:8; Hebreos 5:8; Juan 8:28, 29. ¿Cómo nos recuerdan la obediencia de Cristo a lo largo de su vida?
Quizá Juan lo haya expresado mejor al escribir esto: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:6).
Cuando fijamos nuestros vista en la vida de Cristo y su ministerio en la Tierra, es fácil ver cómo complació al Padre con su obediencia. Cristo cumplió la profecía y obedeció las leyes de Dios durante toda su vida.
Así como Dios dijo a Moisés que escribiera su Ley para que fuera un testimonio para Israel, Cristo fue la encarnación viva del testimonio para sus apóstoles, sus discípulos, los pecadores y los santos. Ahora, en lugar de tener solo un conjunto de reglas para seguir, también tenemos que seguir el ejemplo de Jesús, un ser humano de carne y hueso, aunque divino.
Como maestros, ¿Qué mejor modelo para seguir podemos presentar a los alumnos que el modelo de Jesús en su obediencia al Padre?
“Esa así llamada fe en Cristo que profesa eximir a los hombres de la obligación de obedecer a Dios no es fe sino presunción. ‘Por gracia sois salvos por medio de la fe’. Pero ‘la fe, si no tiene obras, está completamente muerta’ (Efesios 2:8; Santiago 2:17). Antes de venir a la Tierra, Jesús dijo de sí mismo:
‘Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu Ley está en medio de mi corazón’ (Salmos 40:8). Y, poco antes de ascender al cielo, dijo otra vez: ‘Yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor’ (Juan 15:10). La Escritura dice: ‘En esto sabemos que nosotros lo conocemos, si guardamos sus mandamientos [...]. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:3-6).
¿Qué puedes hacer para seguir mejor el ejemplo de Cristo en todas las esferas de tu vida, y así ser un mejor maestro para los demás?
Aunque es una idea vieja y trillada, ¿por qué lo que hacemos, nuestras acciones, hablan mucho más fuerte que lo que decimos?
CONCLUSIÓN
Leer la Biblia debería darnos estabilidad en la experiencia de aprender, vivir y amar la ley de Dios. Qué lamentable es que a veces la ley sea el último lugar donde los cristianos busquen instrucción. Sería cómico, si no fuera tan trágico. Prescindir de la ley solo porque no funciona en un ámbito sería como deshacerse de la tostadora porque no aspira bien el piso. Parece que la gente se ha contentado simplemente con saber lo que la ley no hace en lugar de lo que sí hace David decía "Oh cuanto amo yo tu ley" Salmos 119:97. Es la lay que nos anuncia: "Tú eres ese hombre" (2 Samuel 2:17). esta ley de amor merece la oportunidad como instructora de la vida y como una revelación del Dios amoroso que la dio.
“El amor, base de la Creación y de la Redención, es el fundamento de la verdadera educación. Esto se ve claramente en la Ley que Dios ha dado como guía de la vida. El primero y grande mandamiento es: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente’ (Lucas 10:27).
Amar al Ser infinito, omnisciente, con todas las fuerzas, la mente y el corazón, significa el desarrollo más elevado de todas las facultades. Significa que en todo el ser –el cuerpo, la mente y el alma– debe restaurarse la imagen de Dios.
“Semejante al primer mandamiento es el segundo: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Mateo 22:39).
La Ley de amor requiere la dedicación del cuerpo, la mente y el alma al servicio de Dios y de nuestros semejantes. Y este servicio, al par que nos constituye en bendición para los demás, nos proporciona a nosotros la más grande bendición. La abnegación es la base de todo verdadero desarrollo. Por medio del servicio abnegado, toda facultad nuestra adquiere su desarrollo máximo. Llegamos a participar cada vez más plenamente de la naturaleza divina. Somos preparados para el cielo, porque lo recibimos en nuestro corazón” (Ed, 16).
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