8:59 am - El vuelo 139 de Air France parte de Tel Aviv con destino a París el 27 de junio de 1976. En un domingo de cielo despejado y soleado, 228 pasajeros vuelan a bordo de un Airbus A300. Son, en su mayoría, israelíes y franceses, y otras personas de veinte nacionalidades distintas; entre ellas, dos adolescentes brasileños. Al hacer una escala en Atenas, 38 pasajeros desembarcan, y otros 56 embarcan en la aeronave. Debido a las fallas de seguridad del aeropuerto, cuatro terroristas logran pasar por los detectores de metal, dotados de armas, explosivos y granadas. Dos son palestinos; y los otros dos, Wilfried Böse y Brigitte Kuhlmann, alemanes. Ocho minutos después del despegue, los alemanes, sentados adelante, en primera clase, anuncian el secuestro y dominan la cabina. Nadie se imagina lo que va a suceder.
Tensión y peligro
Bajo la supervisión de Böse, el comandante Michel Bacos, de 51 años, expiloto naval francés, veterano de la Segunda Guerra Mundial, se vio obligado a corregir la ruta y seguir hacia África. Tuvo que aterrizar en Bengazi, Libia, donde los secuestradores buscaron una autorización del dictador Muammar Gadafi para reabastecer el avión y confirmar el destino final. Allí, una pasajera británica fue liberada, cuando se dieron cuenta de que estaba embarazada y pasándola mal. Después de ocho horas agonizantes para los rehenes, bajo un calor insoportable, sin aire acondicionado, comida ni agua, el avión finalmente despegó. Continuaron por 3.800 kilómetros hacia Entebbe, el principal aeropuerto de Uganda, a orillas del inmenso Lago Victoria. En el desembarque, los terroristas saludaron efusivamente a otros camaradas del grupo que ya los esperaban en el aeropuerto. Tras el largo viaje, los rehenes recibieron la visita de Idi Amin Dadda, presidente del país africano, rodeado de soldados y periodistas. Se presentaba como un negociador y salvador de los rehenes. Conocido por derramar la sangre de más de 300 mil ugandeses, su perfil imprevisible y brutal se hizo famoso mundialmente por el drama El último rey de Escocia (2006). El 28 de junio, los terroristas emitieron un comunicado en el que, para liberar a los rehenes, demandaban la liberación de 53 presos palestinos, 40 de ellos confinados en prisiones israelíes. En caso de no tener respuesta en tres días, destruirían el avión con los pasajeros adentro. La solicitud era logísticamente imposible de atender en el plazo dado. Los líderes políticos de los países involucrados tampoco veían una solución segura al caso.
El Gobierno israelí intentaba incesantemente negociar por medio de conversaciones directas con Amin, pero sin éxito. La tensión entre los rehenes, especialmente los israelíes, aumentó al día siguiente, el 29 de junio. Los soldados ugandeses abrieron un agujero en una pared interna, y los terroristas separaron a los israelíes de las personas de otras nacionalidades. Uno de los rehenes, sobreviviente del Holocausto, revivió sus traumas al ser llamado para recoger sus pertenencias e ir hacia el “otro lado”. En su antebrazo se veían los números verdosos grabados por los nazis. El 30 de junio, un miércoles, los 48 pasajeros identificados como no israelíes, incluidos los dos brasileños, fueron liberados y continuaron su vuelo hacia París. La noticia de esa selección de los rehenes impactó a la comunidad israelí y a la opinión pública en varias partes del mundo.
El riesgo de que ocurriera una nueva matanza de judíos era inminente. La colaboración de Amin con los terroristas quedó expuesta. Los otros países ya habían recibido a sus rehenes. Un día antes de que se agotara el plazo, las autoridades israelíes se esforzaron por conseguir más tiempo antes de la decisión, hasta que finalmente ganaron otros tres días. Sin embargo, no habría más posibilidad de negociación, y los terroristas agregaron una nueva demanda: el pago de 5 millones de dólares por la liberación del avión. Las multitudes enfurecidas protestaban en Israel y pedían el cambio por los rehenes. Llegaron a invadir la casa del primer ministro, Yitzhak Rabin. Sin tener plena certeza de qué hacer, aplazaron la decisión. Pero tenían que definirse pronto. De lo contrario, según el último mensaje de Entebbe, cada hora morirían dos rehenes, incluidos los niños.
Una operación audaz
Todas las opciones estaban sobre la mesa y se analizaban a puertas cerradas. Las negociaciones proseguían, con la intermediación de otros países, pero no avanzaban. Paralelamente, desde el primer día del secuestro, los militares se preparaban para ofrecer una alternativa. Sayeret Matkal, la principal unidad de élite israelí, fue seleccionada para preparar una osada acción de rescate, denominada inicialmente como Operación Thunderbolt. En ese escenario improbable, los comandos israelíes debían volar miles de kilómetros y pasar por diversos territorios enemigos sin ser localizados por radar. También debían realizar lo más difícil: aterrizar en Entebbe y al mismo tiempo mantener el elemento sorpresa, para evitar la ejecución de los rehenes. Si los terroristas llegaban a sospechar del arribo de los comandos israelíes, matarían a los rehenes, como había ocurrido en un atentado reciente. El ataque debía ser nocturno, pero aún no se sabía ni siquiera si las luces de la pista de aterrizaje estarían encendidas, detalle fundamental para el éxito de la operación. Los paracaidistas no podían saltar sobre el Lago Victoria, infestado de cocodrilos. La única opción que quedaba era el aterrizaje directo en Entebbe.
Poco más de un día antes del plazo final, los políticos aún no habían tomado la decisión. Se habían realizado entrenamientos intensivos a lo largo de la semana, incluso sin que los militares supiesen si el plan sería aprobado. Para llegar a tiempo, los comandos necesitaban partir como máximo a las tres de la tarde. Finalmente, obtuvieron el permiso del primer ministro para volar, pero la confirmación de la operación llegaría vía radio durante el vuelo. Cuatro aviones de transporte militar Hércules C-130 –uno de ellos un avión sanitario– despegaron con dificultad, sobrecargados y manteniendo una bajísima altitud de unos quince metros en el tramo sobre el Mar Rojo, para evitar los radares. Si los pilotos llegaban a hacer un movimiento en falso de apenas dos milímetros en el control del avión, este se destruiría en el mar. La turbulencia era intensa, y los soldados la pasaron mal. Los cuatro aviones militares eran seguidos por un Boeing 707, que debía sobrevolar el aeropuerto de Entebbe, proveer comunicación en tiempo real con Israel y ofrecer más servicios médicos, en caso de ser necesario. Después de varias horas de viaje, avistaron el aeropuerto ugandés. La pista aún estaba encendida luego del aterrizaje de un avión de British Airways; el último del día, según el servicio de inteligencia israelí. El primer C-130 aterrizó y se detuvo en la mitad de la pista. Rápidamente, los soldados descendieron para colocar lámparas portátiles junto a las luces laterales de la pista, a fin de garantizar que los otros tres aviones militares pudiesen aterrizar. La rampa del primer C-130 se abrió, e inusitadamente un vehículo Mercedes negro descendió por ella. Era idéntico al que utilizaba Idi Amin y hasta tenía banderas ugandesas. Dentro del Mercedes estaba Yonathan Netanyahu, conocido como Yoni, jefe de la unidad de élite y otros comandos, seguidos por Land Rovers militares, similares a los que escoltaban a Amin. Después de un recorrido de más de un kilómetro, se inició la confrontación y los rehenes despertaron asustados. Con cientos de balas que silbaban en la oscuridad, los soldados israelíes lograron llegar al edificio y encontraron a los rehenes tendidos sobre el piso.
La sala de comando en Israel escuchaba con aprensión los gritos y toda la comunicación. Durante la intensa lucha y bajo el fuego de los terroristas y de los soldados ugandeses, cuatro soldados resultaron heridos. Cuando estaban a punto de retirar a los rehenes, un francotirador posicionado en la torre hirió a Yoni. La operación duró 59 minutos. De los 106 rehenes, 102 fueron rescatados con vida, incluido el comandante y la tripulación, que había elegido quedarse al lado de los rehenes israelíes desde la separación, cuatro días antes. Tres murieron y Deborah Bloch, que el día anterior había sido llevada a un hospital cercano debido a una emergencia, no pudo ser rescatada y fue condenada por Iddi Amin a la muerte poco después. Los C-130 partieron, acompañados por el Boeing. Los aviones siguieron hasta Nairobi, Kenia, donde fueron reabastecidos y de allí prosiguieron hasta Israel. Para tristeza de su unidad, Yoni no se repuso de las heridas y falleció a los 26 años, con un largo registro histórico de sacrificios personales en busca de un ideal. Su liderazgo y su compromiso habían sido un elemento fundamental para la aprobación y el éxito espectacular de la operación. Se convirtió en un héroe nacional. En su homenaje, la acción pasó a ser llamada Operación Yonathan. Se hicieron varios libros y documentales sobre él. 7:40, 4 de julio, Rehovot, Israel.
Una semana después del secuestro, en otro domingo soleado, el primer ministro y todos los líderes se esfuerzan por divisar en el cielo una señal de la llegada de los aviones con los héroes y los rescatados. Muchos se llevan la mano a la frente para hacerse sombra, en el intento de avistar algo en el azul infinito, hasta que un punto oscuro surge a la distancia. Es el primer C-130. Al acercarse, lo reciben con aplausos y mucha emoción. Los rehenes encuentran una gran mesa repleta de alimentos, agua y jugos. Aquella era una primera parada antes de la llegada al aeropuerto de Lod (actual Ben Gurion), donde los parientes y la prensa los esperaban. El avión despegó de nuevo y, después de otros quince minutos de vuelo, el primer C-130 con los rehenes rescatados llegó al aeropuerto de Lod ante una multitud festiva. Todo el país celebró, y el mundo contempló esa escena con admiración y asombro. Aún hoy se considera a la operación realizada en Entebbe como el mayor y más exitoso rescate de rehenes de la historia. Diversas películas, libros y documentales se inspiraron en esa operación. Cuarenta años después, en 2016, Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí y hermano de Yoni, fue recibido en una visita oficial a Uganda y habló frente a la terminal de Entebbe. Se izaron las banderas de los dos países, y se colocó una placa en memoria del increíble rescate ocurrido allí.
Rescatista y rescate
Podemos hacernos una idea de la aprensión y el sufrimiento de los rehenes en Entebbe. Comenzaron un viaje pacífico, pero acabaron donde nunca habían imaginado ir. Sufrieron hambre, sed y amenazas. Estuvieron en manos de gente dispuesta a destruirlos y no tenían la más mínima posibilidad de liberarse por su cuenta, bajo la mirada atenta de terroristas y rodeados de un ejército enemigo. Oyeron falsas promesas. Necesitaban desesperadamente una ayuda que no llegaba. Algunos de ellos fueron marcados y separados para una muerte segura, pero casi todos se salvaron a último momento gracias al empeño de personas valientes que arriesgaron la vida para sacarlos de allí. La Biblia anuncia un gran rescate final. Aunque todavía hay muchas cosas bellas en el mundo, vivimos rodeados de sufrimiento y enfermedades. Querámoslo o no, envejecemos, sufrimos pérdidas y vivimos a la sombra de la muerte. Simplemente, no tenemos cómo librarnos solos. Desde el punto de vista espiritual, también hay un gran conflicto en marcha, y una increíble disputa por la mente y el corazón de las personas. La Tierra es el campo de batalla; un ángel caído la reclama como suya y busca hacer de los seres humanos sus rehenes. Esto se pudo notar en la primera venida de Jesús, cuando sufrió un osado “secuestro exprés” por parte del enemigo de Dios, a fin de recibir una propuesta tentadora: “Entonces el diablo lo llevó a un lugar alto y le mostró en un instante todos los reinos del mundo. ‘Sobre estos reinos y todo su esplendor –le dijo–, te daré la autoridad, porque a mí me ha sido entregada, y puedo dársela a quien yo quiera. Así que, si me adoras, todo será tuyo’ ” (Lucas 4:5-7). Afortunadamente, Jesús no cayó en esa trampa. La Tierra y los seres humanos nunca pertenecieron al enemigo de Dios, que es un usurpador. Si alguien tiene derecho sobre este mundo, es solo su Creador. Somos hijos de Dios porque él nos creó. Y le pertenecemos doblemente a él, pues también es nuestro Redentor; es decir, es quien nos compró en la Cruz (Hechos 20:28; Apocalipsis 5:9). Con la entrada del pecado a este mundo, la humanidad se contaminó mortalmente. “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron” (Romanos 5:12). Y la degeneración moral y espiritual del pecado trajo la muerte, “porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Nuestro mayor problema entonces no es el enemigo externo, el que usurpa el mundo y trata a la humanidad como rehén. Dios sabe cómo enfrentarlo y tiene un poder infinito para neutralizarlo. El gran problema es el pecado; no solo las malas acciones, sino el estado de alienación espiritual, el distanciamiento de Dios o incluso la enfermedad de la que brotan nuestras tendencias negativas y las miserias del mundo. El enemigo de Dios y sus ángeles caídos, que también son pecadores, a veces manipulan nuestras tendencias para aprisionarnos detrás de las barras del egoísmo, de la mentira y de los vicios. Por ende, el problema no se resuelve solamente al pagar Dios el precio por nuestra libertad –aunque bien podría hacer eso–, porque nosotros no queremos salir del cautiverio. Para los israelitas del tiempo de Moisés, no bastaba con que Dios sacara al pueblo de Egipto. Era necesario sacar a Egipto del pueblo. Dios los había sacado de la esclavitud y quería llevarlos a una vida de libertad, pero el pueblo varias veces quiso volver a la tierra de la esclavitud. Fue por eso que Jesús vino la primera vez. Mediante su vida, su muerte y su resurrección, Cristo se hizo cargo del terrible problema del pecado, que es la raíz de las dificultades que enfrentamos hoy en el mundo. Y el apóstol Juan presenta una de las mayores definiciones de pecado: “El pecado es transgresión de la ley” (1 Juan 3:4).
Jesús vino por primera vez no solo como rescatista, sino como el rescate mismo, como el pago por nuestra redención, por haber nosotros infringido la Ley divina. El rescate no se le paga a Satanás, pues Dios no le debe nada. El rescate se le paga a Dios mismo, por causa de la transgresión de su Ley santa y eterna. Jesús asumió esa misión y tomó sobre sí la penalidad que estaba reservada para nosotros. Por medio de su sangre, de su vida, él pagó el precio de nuestra redención. “Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Él “dio su vida como rescate por todos” (1 Timoteo 2:6). Fuimos rescatados “con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto. Cristo, a quien Dios escogió antes de la creación del mundo, se ha manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes” (1 Pedro 1:19, 20). Es decir, Dios no fue tomado por sorpresa. Antes de que necesitáramos su salvación, él ya había trazado un plan, una operación espectacular e inesperada. La Cruz está en el centro del rescate. Fue la condición esencial antes del rescate definitivo. En ella encontramos el rescate y al rescatista: Jesús crucificado, que no es solo una deslucida imagen artística en los museos de historia. No es un cuerpo flaco y pálido que sucumbe ante los fuertes. ¡No! El que tomó la Cruz fue el héroe definitivo de la humanidad. Él tenía todo el poder a su disposición, pero eligió voluntariamente cargar sobre sí el peso y las consecuencias de nuestros pecados. Vino de muy lejos para realizar una operación de rescate aquí en la Tierra y murió en combate. Sufrió la muerte que era nuestra. Fue el Cordero, el sacrificio, el precio eterno de nuestra liberación. Isaías escribió sobre Jesús, en poesía: Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros. […] Fue arrancado de la tierra de los vivientes, y golpeado por la transgresión de mi pueblo (Isaías 53:4-6, 8)
Este pasaje fue escrito setecientos años antes de Cristo. Presenta la naturaleza sustitutiva de la muerte del Mesías. El capítulo entero afirma nueve veces que su sufrimiento y su muerte fueron por los pecadores. Los hijos de Dios que estaban dispersos encontraron en él una nueva esperanza. Los condenados a muerte vieron los rayos del Sol una vez más. Los tristes volvieron a sonreír, porque podían tener un nuevo mañana. En Dios encontramos nuestro valor. Somos valiosos para él, por ser hijos del Rey. Él nos creó. Fuimos hechos a su imagen y semejanza. Aunque nuestros padres y madres humanos a veces nos entristezcan y decepcionen, el Padre celestial tiene mayor amor que el de una madre, y jamás nos abandona. Aunque una madre rechace a su bebé, Dios nunca rechaza ni olvida a sus hijos (Isaías 49:15). Dios nos ama por nuestro valor individual y no por las cosas que tenemos. El amor divino es incondicional y anterior a la venida de Cristo. Dios no nos ama porque Jesús murió por la humanidad; al contrario: porque nos ama, hizo todo para salvarnos. La búsqueda de Dios para salvar al ser humano se resume en estas hermosas palabras:
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3: 16).
El amor divino es anterior, es la mano salvadora extendida que se arriesga a ser rechazada. Y ese amor incondicional no se vuelve fútil o barato, sino que es aún más bello y sublime, por su valor infinito. La gracia es el favor inmerecido del Padre. Él nos ofrece gratuitamente algo que le costó muy caro. Es un Padre pródigo que derrocha su amor oceánico. Para algunos, llega a ser ultrajante que Dios perdone al peor de los peores solo porque este se arrepiente. Pero, necesitamos entender que su perdón y su gracia son mayores que cualquier pecado; son poderosos para limpiar cualquier mancha, eliminar toda culpa y pagar la mayor deuda. Para saciar nuestra sed espiritual, la muerte de Cristo en la Cruz proporcionó inmensas cascadas de gracia, pues “allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20). ¿Puedes apreciar cuán maravilloso es?
El rescate final Todo esto es muy bueno, pero todavía estamos aquí. En las grandes ciudades, millones esperan autobuses y metros llenos antes del amanecer. Sudan a las dos de la tarde y sufren el viento frío en la cara por la noche. Enfrentan filas en los hospitales, pagan impuestos y se las arreglan para sobrevivir cada día. Muchos están desempleados, y hacen lo posible y lo imposible para sostenerse. Pero, independientemente de la realidad de cada uno, todos enfrentamos enfermedades, sufrimos pérdidas, y todas esas bellas promesas no cambian la realidad. La violencia y las amenazas a nuestro bienestar están por todas partes. ¿Cuándo tendrá un fin todo esto? Pues bien, las promesas de Dios hablan de la transformación en nuestra vida hoy. Él no cambia el mundo, pero actúa en ti, te da un corazón nuevo y un amor sobrenatural. Sin embargo, todavía estamos sujetos al pecado y a sus consecuencias; entre ellas, la muerte. Todavía necesitamos desesperadamente un rescate. Lo bueno es que ni siquiera la muerte será capaz de impedir que Dios reúna a sus hijos. Al consolar a los cristianos y ayudarlos a afrontar mejor la pérdida de sus seres queridos, San Pablo detalla el momento del gran rescate final del pueblo de Dios. Sucederá en la venida de Jesús. El apóstol declara: “Conforme a lo dicho por el Señor, afirmamos que nosotros, los que estemos vivos y hayamos quedado hasta la venida del Señor, de ninguna manera nos adelantaremos a los que hayan muerto. El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Y así estaremos con el Señor para siempre” (1 Tesalonicenses 4:15-17). Jesús vendrá en las nubes de los cielos para rescatarnos. La victoria sobre la muerte se producirá solamente cuando él regrese. En los evangelios de San Mateo y San Marcos leímos que Cristo vendrá con miles de millones de ángeles, que tocarán trompetas para reunir a los hijos de Dios de todo el mundo. San Pablo presenta más detalles de cómo ocurrirá esta reunión. Los muertos en Cristo, es decir, quienes creyeron en él, serán resucitados en esa ocasión. Para Dios, la muerte es solo un sueño, y su poderoso llamado hará que los muertos revivan. Ellos despertarán a una vida plena e inmortal. Los muertos resucitarán transformados, con un cuerpo perfecto, sin enfermedades ni señales de debilidad o muerte. Los que estén vivos también serán transformados, y juntos serán arrebatados; es decir, trasladados para encontrarse con Cristo en el aire. Será una escena de alegría indescriptible. “Fíjense bien en el misterio que les voy a revelar: No todos moriremos, pero todos seremos transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque final de la trompeta. Pues sonará la trompeta y los muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15:51, 52).
En Apocalipsis, la venida de Cristo se presenta simbólicamente como la llegada de un rey guerrero, montado en un caballo blanco, acompañado por otros caballeros que simbolizan a los ángeles: “Luego vi el cielo abierto, y apareció un caballo blanco. Su jinete se llama Fiel y Verdadero. Con justicia dicta sentencia y hace la guerra. [...] Lo siguen los ejércitos del cielo, montados en caballos blancos y vestidos de lino fino, blanco y limpio. [...] En su manto y sobre el muslo lleva escrito este nombre: ‘Rey de reyes y Señor de señores’ ” (Apocalipsis 19:11, 14, 16). Él es el Rey, el Salvador, el vencedor sobre el pecado y la muerte. Él es “el Primero y el Último, y el que vive. Estuve muerto”, dice él, “pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno” (Apocalipsis 1:17, 18). Él arrebatará a los prisioneros de las garras del sepulcro, porque ya salió de allí. Todos resucitarán un día, pero con destinos diferentes. “No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán de allí. Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, pero los que han practicado el mal resucitarán para ser juzgados” (Juan 5:28, 29). Cuando se levante “el gran príncipe protector de tu pueblo […] del polvo de la tierra se levantarán las multitudes de los que duermen, algunos de ellos para vivir por siempre, pero otros para quedar en la vergüenza y en la confusión perpetuas” (Daniel 12:1, 2). Cristo vendrá para devolverles la vida a quienes aceptaron su amor y su sacrificio en la Cruz. Vendrá a rescatar a sus hijos marcados para morir (Apocalipsis 13:15). En la hora de mayor peligro, “las nubes comienzan a plegarse como un rollo, y allí está la señal brillante y clara del Hijo del Hombre. Los hijos de Dios saben lo que esa nube significa. Se oye el sonido de música y, cuando se acerca, se abren las tumbas y los muertos resucitan”.3 Entonces, “pronto aparece en el este una pequeña nube negra, de un tamaño como la mitad de la palma de la mano. Es la nube que envuelve al Salvador y que a la distancia parece rodeada de oscuridad. El pueblo de Dios sabe que es la señal del Hijo del Hombre. En silencio solemne la contemplan mientras va acercándose a la Tierra, volviéndose más luminosa y más gloriosa hasta convertirse en una gran nube blanca, cuya base es como fuego consumidor, y sobre ella el arco iris del Pacto. Jesús marcha al frente como un gran conquistador”
La Tierra y los cielos se sacuden con la llegada del Rey de los reyes. “El firmamento desapareció como cuando se enrolla un pergamino, y todas las montañas y las islas fueron removidas de su lugar” (Apocalipsis 6:14). Ante este escenario de conmoción de toda la naturaleza, aquellos que rechazaron a Cristo, personas de todas las clases, perciben que él está viniendo. “Los reyes de la tierra, los magnates, los jefes militares, los ricos, los poderosos, y todos los demás, esclavos y libres, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de las montañas. Todos gritaban a las montañas y a las peñas: ‘¡Caigan sobre nosotros y escóndannos de la mirada del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero, porque ha llegado el gran día del castigo! ¿Quién podrá mantenerse en pie?’ ” (Apocalipsis 6:15-17). Imagínate estas escenas: “Entre las oscilaciones de la Tierra, los destellos de los relámpagos y el fragor de los truenos, la voz del Hijo de Dios llama a los santos dormidos. [...] A todo lo largo y lo ancho de la Tierra los muertos oirán esa voz; y los que la oigan vivirán. Y toda la Tierra retumbará bajo las pisadas de la extraordinaria multitud de todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos. De la prisión de la muerte salen revestidos de gloria inmortal y gritan: ‘¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?’ (1 Corintios 15:55)”. Amigo, amiga, no puedes quedarte afuera de este gran momento. El Cielo hizo todo el sacrificio necesario para rescatarte. Jesús vino de muy lejos, se llenó de polvo aquí y caminó hasta la Cruz mientras derramaba gotas de sangre por ti. Antes de que el mundo existiera, él creó esta gran operación de rescate (el plan de la salvación) para redimirte. Su mayor plan es regresar para buscar a todos sus hijos e hijas. ¿Cuál es tu decisión? ¿La vas a ignorar? ¿Vas a ser un mero espectador? Abre tu corazón ahora al llamado de Dios. No lo dejes para mañana. Nota el estado de nuestro mundo y hacia dónde se dirige. “Oímos los pasos de un Dios que se aproxima”. Toma la decisión. Cree en Jesús, aunque no tengas fe. Todo puede ser nuevo, diferente. La oscuridad tendrá fin. Raya un nuevo amanecer. Que puedas decir con todos los que se salvarán en aquel gran día: “¡Sí, este es nuestro Dios; en él confiamos, y él nos salvó! ¡Este es el Señor, en él hemos confiado; regocijémonos y alegrémonos en su salvación!” (Isaías 25:9).
ACÉRCATE MÁS
Cuando el ser humano nace, no tiene ningún bien material. No sabe caminar, hablar ni cuidar de sí mismo. No sabe absolutamente nada y depende de sus padres o de los responsables de su cuidado para todo, ¿no es así? Cuando la muerte llega, tampoco nos llevamos nada. Todo lo que adquirimos en la vida termina en manos de otras personas, y un día todo será destruido. Entonces, te pregunto: ¿Vale la pena pasar la vida corriendo como un loco sin tener tiempo para lo que realmente importa? ¿Vamos a cambiar esta situación? Sigue lo que dice la Biblia. Busca a Dios y su Reino en primer lugar (Mateo 6:33). Si lo haces, notarás cuántas cosas maravillosas vendrán a tu vida. Teniendo en cuenta lo que hemos visto en este capítulo, mi decisión es:
• Creo que Jesús pagó en la Cruz el precio de mi rescate.
• Acepto a Jesús como mi Salvador.
• Creo que pronto volverá para llevarme al cielo.
• Quiero estar preparado para el pronto regreso de Jesús.
• Quiero entregar mi corazón a Cristo hoy
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