Andrés llamó a sus amigos para drogarse en su casa. Sin embargo, a la hora de preparar los cigarrillos, se dieron cuenta de que no tenían el papel adecuado. Se desesperaron por un momento, hasta que Andrés recordó que tenía una Biblia y fue a buscarla (no para leerla, por supuesto). Años antes, la vida de Andrés había sido diferente. Tenía la compañía de su esposa, Vanesa, en Curitiba, y formaban un bello hogar con sus dos hijos gemelos. Un domingo de mañana, el sol brillaba con fuerza e invitaba a la playa. Con alegría, los abuelos maternos buscaron a los hijos de la pareja para ir en dirección a las arenas blancas de las playas de Florianópolis. Mientras el abuelo conducía, la abuela estaba al lado de los nietos en el asiento trasero, hasta que se encontraron con una enorme fila de coches. Como conductor experimentado, el abuelo calculó y decidió pasar los demás coches. Sin embargo, había una curva y por ella venía un camión a alta velocidad. No pudo esquivarlo. El choque fue fatal para todos los que estaban dentro del automóvil aquel fatídico 30 de octubre de 2011. La vida y los sueños de la joven pareja se desvanecieron ante la irreparable pérdida. Cuando Vanesa tomó conciencia de lo ocurrido, quedó tan golpeada y desesperada que decidió dejar de vivir. Le dijo a su esposo que sin sus hijos prefería morir y que, si no moría de forma natural, se quitaría la vida. Con profunda depresión y desesperación, ella desistió de vivir y falleció por muerte natural en febrero de 2012, apenas tres meses después del accidente. Andrés se quedó solo, con depresión, con luchas terribles y una profunda furia. Decidió dar rienda suelta a sus deseos y también se metió en la droga. Era de noche cuando Andrés buscó aquella Biblia. Finalmente la encontró en el fondo de una maleta, y decidió arrancar una de sus páginas para enrollar la droga y preparar un cigarrillo delante de sus amigos, que hicieron lo mismo. Desde ese momento, cada vez que fumaban, usaban las hojas de la Biblia. Se fumaron casi toda la Biblia. Un sábado al mediodía, Andrés estaba en su casa sentado en el sofá, drogándose nuevamente. Encendió la televisión para ver algo, y luego empezó a pasar por los canales, hasta que encontró el canal Nuevo Tiempo. Comenzaba el programa Arena del futuro. Decidió mirar ese programa justo cuando yo (Luís) iniciaba un momento en el que exhortaba a los telespectadores a tomar una decisión para cambiar de vida. En aquel día, sin conocer la historia de Andrés, dije más o menos así: “Tú que acabas de encender el televisor, que estás pasando por muchas luchas, que estás abusando de las drogas... Te estás drogando, ¿no es así, amigo?”
Prisión y libertad
Millones de personas sufren inmensas pérdidas y no logran levantarse solas. Buscan alivio para el dolor de sus quebrantos emocionales, generalmente recurriendo a algo anestésico que disminuya el sufrimiento y las haga olvidar el pasado. Bebidas, drogas, Internet, comida en exceso y todo tipo de compulsión que pueda estar en la lista. No tienen fuerzas para encarar la realidad y reescribir su historia, aunque las líneas no estén derechas. Dudas, miedos, ira, resentimiento y prejuicios se combinan y se transforman en una verdadera prisión de la que no logran escapar. Al abusar de la libertad de hacer lo que quieren con su cuerpo, terminan limitando sus días a acciones destructivas, y dibujan un futuro cada vez más predecible y trágico: la cama de un hospital, la celda de una prisión, el fondo de una sepultura, un fin solitario.
Ante la proximidad de su segunda venida, Jesús nos invita a despertar: “Tengan cuidado, no sea que se les endurezca el corazón por el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida. De otra manera, aquel día caerá de improviso sobre ustedes” (Lucas 21:34). Tan importante como saber sobre la venida de Cristo es estar preparados para ella. Cuando la mente está confundida, nuestra capacidad de juicio se ve seriamente afectada. No podemos distinguir las cosas ni separar lo correcto de lo incorrecto. Perdemos la noción del tiempo. No obstante, por más difíciles que sean las luchas, por mayores que sean las pérdidas sufridas, no es necesario que perdamos el deseo de vivir. Hay una esperanza que transforma la vida en el presente y rediseña el futuro. Sin embargo, para que eso suceda, necesitamos tener fe. En la era de la ciencia y la tecnología, la fe puede parecer algo superado. Pero, sin fe no podemos reconectarnos a la Fuente de la vida, que es Dios. Pero ¿qué es la fe? “Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). No hay que ser religioso para tener fe. Muchas veces pensamos y actuamos movidos por algún tipo de fe, incluso sin darnos cuenta. Creemos en cosas que no hemos visto o no hemos podido comprobar. Cuando te subes a un avión, no sabes cuántas horas de vuelo tiene el piloto, si durmió la noche anterior, o si es su primer aterrizaje como comandante. También creemos que las alas de la aeronave están en perfectas condiciones, ¡a pesar de que se balancean un poco! Al conducir en una carretera de doble mano, creemos que aquella línea amarilla pintada en el centro de la pista es suficiente para separarnos del coche que viene en sentido contrario. Generalmente pensamos que las etiquetas son fieles al contenido y que las industrias jamás venderían algo que nos haga mal. Dando un salto al campo de las ciencias, muchos creen que la expansión del Universo se debe a una explosión inicial; también creen en la abiogénesis (la vida que surge de la no vida). Todos estos ejemplos dan evidencia de algún tipo de fe: fe en el hombre, en la ciencia, en las tecnologías. Así, es posible tener una fe sin Dios o sin religión. Ya se habla de una fe secular: fe en la vida, en el trabajo, en el amor y en la bondad. También podemos notar que la fe comienza donde termina nuestra visión; está en el límite de nuestras capacidades y conocimientos. Usamos la fe como un puente para no pisar en falso y llegar al otro lado. La cuestión no es solo tener fe, sino dónde depositamos nuestra fe. De allí surgen preguntas inevitables: ¿A dónde conducen estos tipos alternativos de fe? ¿Qué futuro pueden ofrecer? En su libro The God-Shaped Brain [El cerebro con molde divino], el psiquiatra cristiano Timothy Jennings afirma: “La decisión es tuya. Al mismo tiempo que tenemos poder sobre lo que creemos, lo que creemos tiene poder sobre nosotros; poder para sanar y poder para destruir. El quid de la cuestión es: ¿Qué crees tú acerca de Dios?”1 Hasta el día de hoy, la fe en Dios es algo que los filósofos y la gente con la más elevada formación académica no puede ignorar. Todos los argumentos y los libros que se han escrito en contra de la existencia de Dios no fueron suficientes para refutarla. Toda discusión que involucra el origen, la existencia humana y el futuro, pasa por la sombra de Dios. La Biblia nos invita a tener fe en el Creador y, mediante la fe en él, recibir la salvación. Sin embargo, ¿cómo creer en alguien a quien no podemos ver? “Así que la fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios” (Romanos 10:17, RVC). La Palabra divina actúa para dar nacimiento a la fe, así como actuó en la creación de este mundo. Cuando llegamos al límite, encontramos en la Palabra de Dios, la Biblia, los motivos para tener fe, las respuestas a nuestras preguntas, nuestro origen, la razón de la existencia y los contornos del futuro. No se trata de un fideísmo, de una fe dogmática, irracional, caprichosa e independiente, sino de una fe consciente, curiosa e integradora, siempre dispuesta a dialogar, que busca aprender y crecer. “Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos”, le dijo a Jesús un padre desesperado. El hijo de aquel hombre sufría desde pequeño de una grave enfermedad. “¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible”, respondió Jesús. Fue allí que el padre abrió su corazón: “¡Sí creo! ¡Ayúdame en mi poca fe!” (Marcos 9:22, 23). Tal vez él creía, tenía un poco de fe, pero no era suficiente. Estaba tendido, exhausto al intentar sin éxito ayudar a su hijo. Sin opciones, el padre lo llevó a Jesús, pero aún dudaba del poder del Maestro. Sin embargo, el hombre dio un paso fundamental: pidió ser atendido a pesar de su falta de fe. Pidió que, si el milagro podía ocurrir, no fuera impedido por su incredulidad. Es necesario pedir, y Jesús nos asegura que Dios siempre atiende pedidos como este: “Así que yo les digo: Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá la puerta. Porque todo el que pide recibe; el que busca encuentra; y al que llama, se le abre” (Lucas 11:9, 10). Dios nunca ignora una oración. Él oye toda oración, por más humilde y tímida que sea. Tenemos la siguiente promesa: “Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (Joel 2:32, Romanos 10:13, NTV). Un carcelero alguna vez preguntó: “Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo?” San Pablo y Silas, los encarcelados, respondieron con una promesa de libertad: “Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos” (Hechos 16:31). En otras palabras: “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9). Creer es el primer paso para liberarse de la condenación y de la muerte. “El que crea y sea bautizado será salvo, pero el que no crea será condenado” (Marcos 16:16). Al igual que la gente de la época de Jesús, algunos creen solamente cuando ven que ocurren cosas maravillosas ante sus ojos, como los milagros. Sin embargo, esto puede ser una señal de incredulidad e inmadurez espiritual (Juan 4:48). Muchos pueden incluso ser testigos de milagros auténticos y aun así no creer (Juan 12:37). Sin embargo, la fe más madura es aquella que no procede de lo que los ojos pueden ver, sino que busca ver por la fe. “Dichosos los que no han visto y sin embargo creen” (Juan 20:29).
En busca de la libertad
El Creador ofrece todas las condiciones para tener fe en él. Esta fe no es ciega, arbitraria, sino que se basa en evidencias sólidas. Tenemos la complejidad de la naturaleza, cuyo origen es inexplicable incluso para las teorías más sofisticadas. Si tienes tiempo, investiga un poco sobre el ojo humano, el sistema de coagulación sanguínea, las piezas del “rotor” de la cola de algunas bacterias, el ADN, o incluso la orientación magnética de las aves migratorias. La existencia de estas tecnologías orgánicas increíbles son referencias innegables de intencionalidad y planificación. Son como huellas en la arena. Sabemos que Alguien pasó por aquí. Además del increíble libro de la naturaleza, tenemos la revelación bíblica, que explica algunas dificultades que encontramos en la realidad natural. La naturaleza es bella, pero funciona en torno a una dinámica de vida y muerte, luchas y sufrimiento. Las imperfecciones de ese gran cuadro no reflejan el carácter amoroso de Dios. Él no es el creador de este sistema de muerte. La violencia y la muerte son una disfunción. La realidad del mal se explica en las Sagradas Escrituras, que presentan la verdad sobre nuestros orígenes, por qué el mundo está así y lo que sucederá en el futuro. El libro de Dios también revela lo que él ha hecho a lo largo de la historia para salvar este planeta y a cada uno de nosotros. La Biblia es la Palabra de Dios, el Libro Sagrado, que contiene muchas profecías cumplidas, que nos dan la seguridad de que la mayor de todas ellas (la del regreso de Jesús) también se cumplirá. En el centro de la Biblia encontramos desde el principio el mensaje de la venida de un Salvador, el Ungido, que en hebreo significa Mesías; y en griego, Cristo. Él fue prometido desde el principio para liberarnos del pecado, de los vicios y de la muerte. Jesús vino en el pasado y viene a nuestro corazón hoy para consolarnos de nuestras tristezas, calmar nuestro dolor, encender el corazón frío y solitario, y reencender la llama de la esperanza. No hay que creer que él existió, pues sabemos que ya ha venido; cualquier libro de historia lo dice. La gran cuestión tampoco es creer que Jesús existe, sino tener fe en quién es él (nuestro Salvador y Señor), por qué vino (para rescatarnos), qué está haciendo hoy (es nuestro Abogado e Intercesor) y para qué vendrá (a buscarnos). Y esa fe en Cristo surge para transformar nuestra vida. Él viene hoy al corazón, y la evidencia de esa visita celestial es la transformación que ocurre en la vida de las personas que lo conocen y depositan su fe en él. Más que creer en Dios, necesitamos descubrir quién es, conocerlo. El mismo Jesús, la vida eterna, se resume en esto: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Juan 17: 3).
Dios no es una religión, una iglesia o una doctrina, una afirmación cognitiva ni una energía. Él es una persona. En su libro ampliamente difundido Conocer a Jesús es todo, el conferenciante internacional Alejandro Bullón cuenta su experiencia de descubrimiento de ese Dios personal. Como joven pastor, él llevaba una vida cristiana legalista y frustrante. Entendía su fe solo como la obediencia a leyes, mandamientos y reglas. A pesar de esforzarse por cumplir todo esto, no tenía paz. No tenía una relación viva con Dios. Su espiritualidad era reseca y sin brillo. Llegó a desistir de su vocación, pero recibió el consejo de partir hacia la Amazonia para poder “encontrarse a sí mismo”. Según Bullón, él ya se conocía a sí mismo. En verdad, necesitaba conocer al Cristo de quien hablaba a la gente, pero que le parecía tan lejano. Un viernes de mañana partió solo de su casa en camino por la selva amazónica peruana, a las márgenes del río Perené, en las tierras de los indios campa. En cierto momento, se dio cuenta de que estaba perdido. Intentó retomar el camino, pero fue en vano. A pesar de mucho esfuerzo, quedó aún más desorientado. Las horas pasaron, las nubes oscuras cubrieron el cielo trayendo una lluvia pesada y, para su desesperación, llegó la noche. Al principio, se sentó junto a un árbol y oró para que Dios lo ayudara a salir de aquella situación. Cuando la lluvia amainó un poco, sintió que no debía quedarse allí, sino que debía caminar en busca de la salida. Llegado de la capital pocos meses antes, no tenía experiencia. Por miedo a los animales salvajes, decidió correr con todas sus fuerzas. Pero, tropezó y cayó en un barranco de cinco o seis metros. Al resbalarse, buscó agarrarse de una planta, pero esta se desprendió, y él siguió en caída libre. Entonces, extendió la mano nuevamente para agarrar una rama, pero el dolor lo obligó a soltarla, pues estaba llena de espinas. Llegó al final del barranco. Intentaba salir, pero resbalaba, y caía una y otra vez. Se detuvo un poco a meditar en silencio. Tenía ganas de llorar. El miedo a los animales feroces había pasado, y empezó a mirar hacia adentro. Encaró aquella situación como una trágica parábola de su vida. Aunque desde pequeño se le había enseñado a cumplir todo lo que la Biblia dice, se sentía terriblemente desorientado, incluso dentro de la iglesia. Todavía esa realidad describía su vida, aun cuando era pastor desde hacía dos años. Todo lo que había aprendido y enseñado hasta entonces no disminuía su angustia. En medio del barro, entendió que estaba espiritualmente perdido. Entonces, lloró como un niño. Momentos después, tuvo una idea para salir de aquel lugar. Sabía que solo un milagro podría sacarlo de allí. Así, decidió gritar. Gritó algunas veces con todas sus fuerzas en la oscuridad amazónica. Después de unos momentos, comenzó a oír una voz. Al principio, parecía distante. Gritó un poco más, y la voz se acercaba. Comenzó a escuchar pasos que arrastraban hojas y rompían ramas. La lluvia había disminuido. Una silueta se formó delante de él, hasta que pudo ver un rostro. Era un indio. El extraño extendió la mano y, sacándolo del barro, lo levantó con fuerza. Nuevamente en el sendero, en silencio, Bullón lo seguía. A veces rompía el silencio y le hacía preguntas. Quería saber su nombre, pero el indio no respondía. Poco después, ambos avistaron una luz más abajo. ¡Era la aldea que estaba buscando! Entusiasmado, corrió, pero tropezó. El indio extendió la mano y lo levantó una vez más. Caminó con él y lo ayudó hasta llegar a la aldea. Juan, un conocido, venía corriendo preocupado, con una antorcha en la mano, y acudió en su ayuda. Después de cambiarse la ropa mojada, Bullón se durmió junto a una fogata. Al amanecer, vio que le habían servido comida. Poco después, Juan le preguntó cómo había encontrado el camino hacia la aldea. –Fue el indio –respondió Bullón. –¿Cuál indio? –preguntó Juan. –Aquel que estaba conmigo ayer cuando llegué. –No había ningún indio. Sin contar lo que había ocurrido, reflexivo, Bullón salió de allí y descendió hasta una pequeña cascada, donde hizo una oración que se convirtió en un hito en su vida. Su manera de ver las cosas había cambiado para siempre. “Señor Jesús, ahora sé que no eres una doctrina; eres una persona maravillosa. ¿Cómo fui capaz de andar solo toda la vida? Oh, Señor, ahora entiendo por qué no era feliz. Me faltaba tu persona. Quiero amarte, Señor. Quiero sostener siempre tu brazo poderoso. Sé que sin ti estoy perdido. Quiero de aquí en adelante estar preocupado solo por tu mano de amigo, quiero sentirte a mi lado. Saber que no estás allí en los cielos, sino aquí, conmigo. Hoy entiendo lo que me falta. Me estabas faltando tú, Jesús querido”.
Esta experiencia, ocurrida en 1972 y contada en su best-seller Conocer a Jesús es todo, fue revolucionaria. Desde entonces, a los 21 años, Alejandro Bullón comenzó a encarar la vida cristiana como una caminata con Jesús. Las doctrinas y las enseñanzas bíblicas ganaron vida y color para él. El sol finalmente comenzó a brillar como la sonrisa de Dios. La esperanza comenzó a latir en su corazón. No quería saber si había sido salvo por un indio verdadero o por un ángel, pero aprendió de una vez por todas que, solo, estaría perdido. Necesitaba a Dios, y encontró a un amigo en Jesús. Él contó su historia en su país, por toda América, Europa, África, Asia y Oceanía, personalmente, por la televisión y en sus libros. El surgimiento de una experiencia viva con Dios fue el punto de inflexión, la revolución que lo hizo llevar el amor de Dios y su mensaje de salvación a millones de personas alrededor del mundo. Jesús nos promete libertad. Él no entra en la vida de una persona para traer más ataduras y cargas, sino para extender la mano y sacarla del barro, como este salmo describe poéticamente: Puse en el Señor toda mi esperanza; él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Me sacó de la fosa de la muerte, del lodo y del pantano; puso mis pies sobre una roca, y me plantó en terreno firme. Puso en mis labios un cántico nuevo, un himno de alabanza a nuestro Dios (Salmos 40:1-3). Como seres humanos en este mundo caído, primeramente estamos atrapados en una red de mentiras sobre Dios, el mundo y nosotros mismos. Son ideas antiguas; tradiciones; la atracción moderna del dinero, de los bienes y de los placeres, de las drogas y las bebidas, con sus sensaciones alucinantes. Es necesario cortar de una vez por todas con esas mentiras y encontrar paz en la verdad. “Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:32). Jesús es la verdad (Juan 14:6). Al conocer la verdad, entendemos quiénes somos realmente. Mirémonos al espejo y veamos qué hay que hacer: aceptar por fe la libertad que solo Jesucristo puede ofrecernos. “Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres” (Juan 8:36). Cristo llega a nuestra vida para aliviar las cargas, no para aumentarlas. Él nos invita: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (Mateo 11:28). Él viene para darle verdadero sentido a la religión, palabra que viene del latín religare y expresa en su esencia la idea de conectar nuevamente con Dios. Somos como smartphones: por más libres que parezcamos ser en algún momento vamos a necesitar conectarnos con la Fuente de energía para seguir viviendo. Para estos aparatos, la rebelión contra la fuente de energía significa apagarse y “morir”. De la misma forma, necesitamos conectarnos a la Fuente de vida, Cristo, para tener vida. “He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Él también afirmó: “¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva” (Juan 7:37, 38). La alegría y la paz son tan grandes que no caben en el corazón. Rebalsan como el agua de un río que desborda y riega los corazones sedientos alrededor, bendiciendo también a los demás.
Frente al televisor
Andrés miraba atónito la televisión. El cigarrillo con droga fabricado con el papel de la Biblia humeaba inmóvil entre sus dedos. –¿Estás hablando conmigo, pastor? Yo (Luís), en la televisión, dije: –¡Es contigo mismo que estoy hablando! Andrés quedó impactado y prestó más atención al mensaje. A continuación, dije: –Hoy Dios te va a liberar del vicio, hoy Dios te dará un nuevo corazón, ¡hoy Dios va a hacer una hermosa obra en tu vida! ¡Entonces, levántate de ese sofá; levántate, amigo! Ven aquí, acércate más, acércate al televisor; ¡voy a orar por ti ahora mismo! Solo, Andrés se acercó, se puso de rodillas y oró conmigo. Cuando terminé, él estaba llorando, todavía con el cigarrillo fabricado con droga y páginas de la Biblia en la mano. Algunos días después, él buscó ayuda en la Iglesia Adventista del Séptimo Día, fue muy bien recibido, estudió la Biblia, y su vida cambió. En 2014, yo estaba predicando en la ciudad de Curitiba, cuando conocí a Andrés, quien me contó esta historia, y me impresionó. Le pregunté: –¿Dónde está la Biblia que ibas fumando poco a poco? –Quedó totalmente destruida –respondió. –¿No queda nada? ¿Ni la tapa?
–Debe haber quedado algo. Le pedí que me trajera lo que había quedado de la Biblia. Una vez más la buscó, hasta que finalmente la encontró. Solo encontró la tapa, varias páginas cortadas y pocas páginas enteras. Al ver eso, quedé tan impresionado que decidí darle una Biblia nueva a cambio de lo que quedaba de la Biblia usada. Luego, contamos su historia a las personas que estaban reunidas allí. El mensaje de que Jesús volverá, resucitará a los muertos y nos llevará al cielo afectó profundamente a Andrés, pues su sueño es ver a Jesús, y reencontrarse con su esposa y sus hijos. La esperanza del pronto regreso de Jesús transformó su vida. Dios lo liberó de las drogas, de las enfermedades, de la ira, del miedo y de todo lo que la tragedia había arrojado sobre él. Hoy Andrés es un hombre feliz, un siervo de Dios que ayuda a llevar el mensaje de esperanza a los demás. El mismo Dios que hizo ese milagro en la vida de Andrés podrá hacerlo también en tu vida y en tu familia. Él puede librarte de las drogas o de cualquier otra prisión. Más que eso, él puede librarte de las ataduras del pecado, de lo que te distancia de él, de la angustia y de la falta de sentido en la vida. Él puede perdonar todo lo que has hecho mal en tu vida. Puede eliminar todos tus pecados. Solo tienes que arrepentirte con sinceridad. Cree, haz una oración ahora, confía en él, entrega todo en sus manos, y él hará por ti lo que nadie más puede hacer. Cuando Jesús venga, todos aquellos que creen en él lo recibirán con alegría (2 Tesalonicenses 1:10). Será un día de alegría indescriptible, de profunda gratitud de aquellos que fueron liberados. Sin embargo, para participar de esa alegría, necesitamos creer, confiar en Jesús y estar preparados para ese gran día. La fe es el cable de energía que nos conecta a la Fuente, que es Dios. ¿En qué has puesto tu fe? ¿En filosofías humanas? ¿En los medicamentos y las drogas? ¿En el dinero, que no libra de la muerte? Dios tiene algo que ninguna muleta humana puede ofrecer: la verdadera y mayor esperanza. “Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13) Por lo tanto, abre tu corazón y permite que él dé un nuevo sentido a tu vida, contemplando por la fe al Salvador que pronto vendrá.
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Ahora, hay que detenerse a pensar un poco en cada detalle de este mensaje. Dios está a tu lado, ¿sabías? Él te está llamando ahora. Hoy es el día de tomar la decisión más importante de tu vida. No termines de leer esta obra sin entregarte totalmente a Dios. A veces, incluso sin querer, vas dejando pasar el tiempo, y eso es espiritualmente peligroso. Estoy seguro de que hoy puedes iniciar una caminata, una nueva fase. Ahora ha llegado el momento de tener una hermosa experiencia con Cristo. Entonces, cierra los ojos, piensa en Dios y habla con él. Hazlo a tu manera. Él va a escuchar tu oración y va a responderla. Teniendo en cuenta lo que estudiamos elijo:
• Necesito conocer más a Jesús.
• Quiero caminar con Cristo y ser su amigo.
• Deseo estudiar más la Biblia para tener una fe más sólida.
• Pido la ayuda divina para abandonar las adicciones.
• Pido que Dios transforme mi corazón.
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