Objetivo: Que los oyentes sean inspirados a amar la Palabra, pues ella nos reveló nuestra desesperada situación, y nos mostró a Cristo nuestro Salvador.
Texto: “Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo”. (Romanos 10:17 NVl).
I. INTRODUCCIÓN.
Muchos hemos escuchado o entonado el canto “¡Qué sería de mí, si no me hubieras alcanzado! Sería como pájaro herido que se muere en el suelo…Sino fuera por tu gracia y por tu amor...”
La realidad es que, si no fuera por la luz de la Palabra, nuestra vida fuera otra. Jamás hubiéramos aceptado a Cristo y ni siquiera nos daríamos
cuenta de nuestra profunda, triste y desesperada situación.
Fue la Palabra de Dios la que cambió nuestras vidas, y hoy repasaremos
cómo esa luz nos ha mostrado el camino de la esperanza.
II. CÓMO LA PALABRA ALUMBRÓ NUESTRAS VIDAS.
La Palabra nos reveló nuestra condición.
Mientras vivimos en el pecado estábamos separados de Dios. La palabra divina expresa que nuestras iniquidades han hecho separación entre nosotros y nuestro Dios, y nuestros pecados le han hecho esconder su rostro de vosotros para no escucharnos (Isaías 59:2). Y, sin embargo, sin la luz de la Palabra ni siquiera éramos consientes de semejante situación.
El apóstol Pablo escribió: “Yo no conocí el pecado sino por la ley”, y
también “la paga del pecado es la muerte”, y que “no hay justo ni aun
uno, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 7:7; 6:23; 3:10, 23).
Fue la Palabra divina la que nos reveló nuestra condición estando perdidos, sin Dios y sin esperanza. Y un día Dios alumbró nuestras vidas
y nos mostró nuestra condición. Nos llevó a reconocer nuestro destino
sin Dios. La ley divina evidenció nuestro pecado y los resultados eternos de nuestro extravío.
El escritor bíblico inspirado escribió en Hebreos 4:12
“La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos, y alcanza a partir el alma y el espíritu, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”.
El Espíritu Santo alumbró nuestro corazón y nos llevó a la contrición mediante la Palabra, porque es su herramienta para partir el alma.
La Palabra nos reveló a Cristo crucificado.
El Espíritu Santo nos mostró nuestra condición real, e hizo brillar la luz de la palabra que nos trajo esperanza en Cristo.
Un solo texto encierra el mensaje principal del evangelio: “Por que de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
La Santa Biblia, a lo largo de sus páginas presenta a Cristo como el
cordero de Dios, “quitando el pecado del mundo”. Lo presenta como el único camino al decir: “Y en ningún otro hay salvación, por que no hay otro nombre bajo del cielo, dado a los hombres, en quien podamos
ser salvos” (Hechos 4:12) y Jesús dijo: “Yo soy el camino, la Verdad
y la Vida, nadie viene al Padre sino por mí (Juan 14:6).
Cuánta razón tiene el apóstol Pablo al animarnos a presentarlo al mundo como la esperanza de los perdidos, asegurando que no oirán si no hay quien les predique (Romanos 10:14).
La Palabra nos presentó nuestro nuevo estatus en Cristo
Al aceptar a Cristo, La Palabra que transforma, nos lleva a vivir una
nueva experiencia. Ahora nos hace nacer como una nueva criatura (2 Corintios 5:17), nos ha reconciliado con Dios, “aún siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, y mucho más, habiendo sido reconciliados, no hace salvos por su vida” (Romanos 5:10), nos hizo “Hijos y coherederos” con Cristo (Romanos 8:17), y “libres de la condenación” (Romanos 8:1).
Creo que la noticia más hermosa que la Biblia nos presenta, es que, al estar en Cristo, ninguna condenación hay para nosotros. Ya no más
separados, no más enemigos, ya no más condenados; ahora alcanzamos
un nuevo estatus.
Gracias a la Palabra que transforma, que nos alumna de esta manera.
III. CONCLUSIÓN.
Al encontrar la esperanza en la Palabra, ¿No deberían arder nuestros corazones como el de los caminantes de Emaús?
Fue por la palabra bendita que nuestras vidas han cambiado y somos ahora hijos con esperanza, y nos regocijamos por esta salvación tan grande, que un día llegó a ser parte de nuestra vida.
Alabemos al Señor por su palabra y digamos con gozo en nuestro corazón, ¡Gracias, Señor! “Por la luz que nos transforma”.
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