Objetivo: Agradecer a Dios porque su palabra nos ha regalado la esperanza de un mundo mejor, el sueño de vivir en la tierra renovada, lejos del dolor, en un mundo de eterna paz.
Texto: “Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal (Apocalipsis 21:10-11).
I. INTRODUCCIÓN.
La Santa Biblia inicia relatándonos como inició nuestro mundo y termina hablándonos de algo que aconteció antes de nuestro mundo, la caída de Lucifer, (Apocalipsis 12: 7-12), y como terminará.
Gracias a sus revelaciones podemos tener acceso a una esperanza viva que nos alienta para saber que hay un mundo mejor. Y hoy vamos a analizar algunas descripciones que la Palabra divina hace del mundo venidero y que llenan nuestro corazón de un verdadero deseo de decir como el profeta, “Amén. Sí, Ven Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).
Que, al repasarlas, nuestros corazones puedan desbordar en gratitud al Señor y podamos alabar su nombre por esta hermosa Palabra.
II. PRESENTACIONES BÍBLICAS DE UN MUNDO MEJOR.
a. Un mundo sin dolor Apocalipsis 21:4.
La tragedia humana más amarga es la que vivimos cerca del dolor. Las lagrimas son la experiencia cotidiana de muchas familias que sufren por la enfermedad, la soledad, la pobreza, el hambre o la
muerte. ¡Oh! si no fuera por la Palabra divina, no tendríamos ninguna esperanza. Solo viviríamos para morir eternamente. Pero la Palabra Santa nos habla de un mundo mejor. Nos describe un mundo
sin dolor, donde no lloraremos más (Apocalipsis 21:4). Y nos asegura que “El Cordero en medio del trono nos pastoreará y nos guiará a manantiales de aguas de vida, y que Dios enjugará toda lágrima de nuestros ojos” (Apocalipsis 7:17).
Pues él sabe lo que las lágrimas significan en la vida sus hijos. Él mismo lloró ante su ciudad amada, así lo registra el santo evangelio:
“Cuando se acercó, al ver la ciudad, lloró sobre ella” (Lucas 19:45).
En este mundo, el pecado nos ha llevado a un sin fin de sufrimientos. Desde la soledad, considerada como un padecimiento social, que ha llegado convertirse como “un caso epidemiológico”, y que
toma en sus garras a más del 50% de la población mundial, hasta la muerte con su antesala de sufrimiento, tanto para el moribundo como a la familia; la pobreza, el hambre, los desastres naturales o provocados, la inseguridad o la delincuencia, Etc. La lista podría ser interminable. Pero esto es lo que nos ha heredado el pecado.
Por eso Biblia, nos alienta mostrándonos un mejor lugar, donde no existirá más el pecado, y sin él, ninguna de sus consecuencias.
b. Un mundo sin pecado.
No más recuerdos del pecado y sus consecuencias… “Pues he aquí, yo creo cielos nuevos y una tierra nueva, y no serán recordadas las cosas primeras ni vendrán a la memoria” (Isaías 65:17). El apóstol
Pedro escribió: “los cielos serán destruidos por fuego y los elementos se fundirán con intenso calor!, y agregó: “Pero, según su promesa, nosotros esperamos nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales
mora la justicia” (2 Pedro 3:12-13).
Algunos se entristecen al leer en Isaías el siguiente pasaje: “No habrá más allí niño que viva pocos días, ni anciano que no complete sus días; porque el joven morirá a los cien años, y el que no alcance
los cien años será considerado maldito” (Isaías 65:20). Sin embargo, en este versículo se anuncia que, incluso ahora, en la existencia presente del Israel espiritual, Dios ya ha derrotado a la muerte. Esta
idea es expresada a través de la promesa de longevidad y la eliminación de la mortalidad infantil. Esta promesa señala los límites impuestos al poder de la muerte y predice el fin futuro de la muerte.
Por medio de ese lenguaje, según lo explica el Dr. Ángel Manuel Rodríguez, Dios les informa que la nueva creación ya está aquí, que la muerte está siendo derrotada y que se dirige hacia su extinción en
la consumación de la nueva creación.
Ya está aquí como una promesa, como un regalo, como un proceso mediante el cual los pecadores son transformados a la semejanza de Cristo (2 Corintios 4:16). (Copyright © Biblical Research Institute
General Conference of Seventh-day Adventists®).
c. Cerca de Jesús el Redentor. Apocalipsis 21:3.
El gozo más grande será poder ver a Jesús. Estar con él, sentir su abrazo, mirar sus ojos y sentir su mirada. Entonces podremos oír la gran voz que dice desde el trono: “He aquí, el tabernáculo de Dios
está entre los hombres, y él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos” (Apocalipsis 21:3).
Podremos entrar a las moradas que Jesús mismo fue a preparar como lo prometió: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para
vosotros, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2-3). Ese lugar hace mucho está listo, esperando nuestra llegada, pues el profeta nos lo presenta así: “Vi un cielo nuevo y una tierra
nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada
para su marido.” (Apocalipsis 21:1-2). La ciudad está dispuesta, está lista, somos nosotros los que aún no estamos listos.
Dios siempre ha querido morar con su pueblo. Desde el Edén lo vemos andando en medio del huerto para estar con sus criaturas. En el desierto, rumbo a la tierra prometida, ordenó que le construyeran
un santuario porque desea estar en medio de ellos” (Éxodo 25:8).
Caminó con su pueblo mediante una columna de fuego que les alumbraba en la noche y una nube que les protegía del candente sol del desierto. Más tarde, se anunció como el bendito Emmanuel;
“Dios con nosotros”, deseando habitar en medio de su pueblo. Pero, aún más, Dios se hizo carne y vino a morar, caminar y habitar en medio de nosotros, y vimos su gloria” … (Juan 1:14).
Por eso al final de la escritura el profeta enfatiza en arrobada exclamación, “el tabernáculo de Dios está ahora con los hombres. Él morará con ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con
ellos como su Dios”, y agrega, “Y Yo seré su Dios y él será mi hijo”, y “verán su rostro y su nombre estará en sus frentes”, “Porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos”
(Apocalipsis 21:3, 7; 22:4,5).
III. CONCLUSIÓN.
Las antiguas confusiones, los pecados y las miserias de la raza humana, nunca más será recordado o renovada... Al mirar este hermoso panorama que nos presenta la Santa Palabra, no podemos quedarnos indiferentes, sino expresar hermosas alabanzas llenas de gratitud por esta hermosa luz. Hemos de elevar nuestro corazón y soñar con estar allí, y no solo nosotros, nuestros seres amados y nuestros amigos.
Atendamos el llamado que Dios nos hace en el libro de hebreos: “Por lo cual, puesto que recibimos un reino que es inconmovible, demostremos gratitud, mediante la cual ofrezcamos a Dios un servicio aceptable con temor y reverencia” (hebreos 12:28). Levántense esta mañana y vengan al altar, conságrense a Dios, consagran a sus familias, aférrense a ese sueño y que nada de lo temporal de este mundo lleno de miseria, les robe el gozo de estar allá. La Palabra divina, la hermosa luz que trans-
forma el corazón, hoy les habla una vez más y los anima a mirar más allá de este oscuro mundo.
Vengan entonces trayendo sus ofrendas que han preparado para agradecer a Dios por esta hermosa luz y vivan siempre… AGRADECIDOS POR LA LUZ QUE TRANSFORMA.
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