TEXTO CHAVE:
Hebreos 4:15
“No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza,
pero sin pecado”.
INTRODUCCIÓN
¿Alguna vez pasó por alguna evaluación o fue obligado a esperar por algún resultado?
¿Una prueba de la escuela o de la facultad? ¿Una entrevista de trabajo? ¿O el resultado de un examen médico o biopsia?
Naturalmente, la espera genera ansiedad y pensamientos de autoevaluación. Tal vez,
haya pensado en lo que podría haber hecho mejor o en lo que debería hacer
ante los posibles resultados. En los tiempos bíblicos, cada vez que comenzaba
el año, el pueblo de Israel hacía un ejercicio de autoanálisis y de reflexión.
Esto sucedía en la época del Día de la Expiación, cuando el santuario era purificado. En este periodo, un tipo de juicio tenía lugar, cuando el pueblo era
llamado a “afligir el alma” y hacer un profundo autoexamen (Levítico 16:29-31).
De hecho, el santuario y sus servicios ilustran tres fases del ministerio de
Cristo en favor de la salvación del ser humano:
(1) Su sacrificio sustitutivo;
(2) Su mediación sacerdotal; y
(3) el juicio final.
Hoy vamos a aprender sobre la
tercera fase, el juicio final, realizado por Jesús y tipificado por el Día de la Expiación, el ministerio anual del sumo sacerdote en el segundo compartimento
del santuario terrenal, el lugar santísimo.
Durante el año, el santuario era contaminado por los pecados del pueblo
que, simbólicamente, eran transferidos al interior del santuario por la sangre
de los sacrificios o de la carne de la ofrenda consumida por el sacerdote. Así,
el pecado era perdonado; el pecador, considerado limpio, pero la impureza
relacionada al servicio del santuario con la manipulación de la sangre quedaba en el santuario. Por eso era necesaria una purificación, a fin de, simbólicamente, limpiarlo de los pecados acumulados durante el año.
Pregunta de transición: ¿Cómo se realizaba la purificación del
santuario terrenal? ¿Cuándo ocurría?
1. EL JUICIO EN EL SANTUARIO TERRENAL
Como ya vimos en esta semana, el pueblo de Israel celebraba siete fiestas
a lo largo del año.
La más importante era el Día de la Expiación. Esta fiesta
tenía lugar el décimo día del séptimo mes (tisri), que era el primer mes. Esta
fecha era la columna principal del sistema sacrificial. La ceremonia del Día
de la Expiación tenía el propósito de hacer una triple limpieza:
Del sumo sacerdote y su familia (Levítico 16:6, 17),
Del pueblo de Israel (v.17), y
Del santuario
(v. 16, 20, 33).
La preparación para la expiación comenzaba diez días antes, con la Fiesta de las Trompetas, que daba inicio al año. Eran días de arrepentimiento,
destinados a obrar un cambio en el corazón que terminaba en el Día de la
Expiación. El sumo sacerdote que hacía la expiación tenía una preparación
cuidadosa para este evento:
(a) el 3° día del 7° mes, se mudaba a los recintos
del templo para pasar una semana en oración y meditación, a fin de apartarse de sus errores significativos, si lo tenía;
(b) no dormía el día anterior para
evitar que le sobreviniera cualquier tipo de contaminación;
(c) se bañaba y
se vestía con vestiduras santas; y
(d) usaba vestiduras blancas y simples y, sin
ostentación, se presentaba ante Dios.
Todo el ritual del Día de la Expiación se realizaba de adentro hacia afuera,
comenzando en el lugar santísimo, pasando por el lugar santo y terminando
en el patio. Al comenzar el servicio, el sumo sacerdote recibía dos machos cabríos y un carnero, los cuales, junto con su ofrenda personal, un novillo, eran
presentados delante del Señor. Antes de matar al novillo, él lanzaba suertes
sobre los dos machos cabríos, una suerte para el Señor y otra para Azazel.
Entonces, mataba al novillo, y un sacerdote ponía parte de la sangre en un tazón.
Mientras tanto, el sumo sacerdote tomaba las brasas del altar donde se
quemaban las ofrendas y las ponía en un incensario. Llenaba sus manos con
un incienso suave, y, llevando ambos, entraba en el tabernáculo y pasaba al
lugar santísimo. Ponía el incensario en el propiciatorio, el cual era cubierto
por una nube para que él no muriera (Levítico 16:13).
Concluida esa parte, el
sumo sacerdote salía para recibir del sacerdote la sangre del novillo. Esa
sangre era llevada al lugar santísimo, para asperjarla con el dedo sobre la
tapa del arca del pacto (el propiciatorio), siete veces. Al volver del lugar santísimo, el sumo sacerdote mataba al macho cabrío de la expiación por el
pecado. Volvía a entrar en el lugar santísimo, donde asperjaba la sangre del
macho cabrío como había hecho con la del novillo, sobre el propiciatorio y
delante del mismo.
Una vez hecho aquello, volvía al patio, donde bendecía al
pueblo y tomaba al macho cabrío para Azazel y lo enviaba al desierto con un
hombre. Este hombre abandonaba al macho cabrío en un lugar bien distante, donde el animal moriría.
Pregunta de transición: ¿Cuál es el cumplimiento del Día de la
Expiación? ¿También hay un día del juicio para los seguidores actuales de Jesús?
2. EL JUICIO EN EL SANTUARIO CELESTIAL
De acuerdo con el libro de Hebreos, los servicios y las ceremonias del santuario terrenal eran una representación o sombra de las cosas celestiales
(Hebreos 8:5). Entonces, la purificación del santuario terrenal ilustraba la obra
de Cristo en favor del pecador y el juicio que sería realizado en el cielo. Desde el punto de vista del pecador, el sacrificio de Cristo en la cruz fue completo, pero los registros de los pecados permanecen. Por esa razón, el santuario
celestial debe pasar por una purificación.
Apocalipsis enseña que, en ocasión del regreso de Jesús, se dará la recompensa a cada ser humano de acuerdo con sus obras (Apocalipsis 22:12).
Entonces,
es necesario que una obra de investigación o juicio preceda el regreso de
Jesús. Esta obra era prefigurada por el gran Día de la Expiación en Israel.
Llegará el momento en el que Dios comenzará a juzgar a los habitantes de la
Tierra, definiendo quien será salvo y habitará en la ciudad santa.
La profecía de la fecha del juicio
La purificación anual del santuario terrenal señalaba a la purificación del
santuario celestial. Es evidente que no existe pecado en el cielo, pero sí el registro de los pecados (Apocalipsis 20:12; Isaías 65:6, 7), y estos deben ser eliminados
de los registros de los justos por un proceso judicial.
En Daniel 8:14 leemos:
“Y él dijo: ‘Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario
será purificado’”. Es decir, cuando pasaran 2.300 días proféticos, el santuario
sería purificado. Aplicando el principio día/año de interpretación profética
(es decir, cada día en profecía equivale a un año literal, según Números 14:34 y
Ezequiel 4:6, 7), cuando pasaran 2.300 años, el santuario sería purificado; y llegaría el día del juicio.
El próximo paso es descubrir cuándo comienza este periodo profético.
El ángel Gabriel vuelve para explicar la profecía a Daniel y le muestra el
evento:
“Sabe, pues, y entiende que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas y
sesenta y dos semanas; se volverán a edificar la plaza y el muro en tiempos
angustiosos” (Daniel 9:25).
La orden para “restaurar y edificar Jerusalén” fue promulgada en el año
457 a.C. (ver Esdras 6:14; y el capítulo 7). Pasando los 490 años dados a los judíos
(ver Daniel 9:24), llegamos al año 34 d.C., cuando Esteban fue apedreado. Restan entonces 1.810 años del periodo mayor de 2.300 años. Solo queda sumar
esos 1.810 años y la profecía llega al tiempo exacto en el que se iniciaría la purificación del santuario, es decir, 1844. Entonces, el Día de la Expiación en el año 1844, que sucedió el día 22 de octubre, marcó el inicio del juicio, y entonces Cristo dejó el lugar santo del santuario para iniciar, en el lugar santísimo,
una obra de purificación.
Así, de la misma forma que el sumo sacerdote volvía al patio para bendecir al pueblo, cuando Jesús termine su obra de juicio,
volverá a la Tierra para bendecir a su pueblo y llevarlo al cielo (Mateo 25:34).
Las fases del juicio
Este juicio en el cielo está dividido en tres fases:
(a) juicio pre advenimiento;
(b) juicio confirmativo; y
(c) juicio ejecutivo.
En la
primera fase solo se analizan los casos de aquellos que un día aceptaron a
Jesús como Salvador. Esta fase comenzó el día 22 de octubre de 1844 y terminará cuando Jesús termine su obra en el lugar santísimo del santuario
(ver Apocalipsis 15:8; 22:11).
La segunda fase del juicio (de confirmación) tendrá lugar durante el milenio (Apocalipsis 20:4). Ese será el día del juicio para los impíos, o sea, para aquellos
que no aceptaron a Jesús como Salvador. Eso no significa que habrá esperanza para ellos; el juicio solo se realiza para dejar en claro, delante de todo
el universo, el motivo de su perdición. No quedará ninguna duda sobre el
carácter y la justicia de Dios en salvar a unos y en condenar a otros.
La tercera fase del juicio (ejecutivo), será la aplicación de la sentencia sobre los impíos y ocurrirá después del milenio. Juan vio la Santa Ciudad, la
Nueva Jerusalén, descender del cielo (Apocalipsis 21:2); vio la segunda resurrección, cuando todos los impíos salieron de los sepulcros (Apocalipsis 20:5); vio a
Satanás suelto y engañando a los impíos para que atacaran la ciudad. Sin
embargo, cuando sitiaron la Ciudad Santa, descendió fuego del cielo y consumió a todos (Apocalipsis 20:7-9). Ese será el fin de los impíos, así como de Satanás
y sus ángeles malos.
Pregunta de transición: ¿Cómo escapar de este juicio? ¿Cómo podemos ser salvos en este momento en que los nombres están siendo
analizados en el santuario celestial?
3. CRISTO, NUESTRO JUEZ
Solo existe una esperanza de escapar de la condenación en el juicio y obtener la vida eterna: entregar nuestro caso en las manos de Jesús, el Juez
justo (Hechos 17:31). Juan enseñó que “el Padre a nadie juzga, sino que todo
el juicio dio al Hijo” (Juan 5:22). Pablo enseña que Jesús es juez de los vivos
y de los muertos (Hechos 10:42). El libro de Apocalipsis, hablando sobre los
salvos, declara: “han lavado sus ropas y las han blanqueado en la sangre del
Cordero” (Apocalipsis 7:14).
Los salvos alcanzarán una rica experiencia con Jesús. Creerán en su sacrificio expiatorio y se aferrarán a sus méritos. Por eso la Biblia declara: “Y en
ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a
los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
CONCLUSIÓN
El autor del libro de Hebreos nos hace una invitación: “Por tanto, teniendo
un gran Sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según
nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al
trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:14-16).
Sí, el templo celestial se convirtió en un lugar de expiación y juicio, pero el
Juez nos ama y desea conceder a todos los méritos de una vida sin pecado,
que es la única forma de escapar de la condenación eterna. Por eso, vamos a
acercarnos a Jesús con confianza.
LLAMADO
Amigos, hoy descubrimos que en el cielo se está llevando a cabo un juicio y
que debemos evaluar profundamente nuestro corazón. ¿Qué falta entregar
a Dios? Hoy Cristo está realizando un gran juicio, y necesitamos rápidamente deshacernos de todo lo que nos aparta de Dios. Tome hoy su decisión. El
tiempo es ahora.
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