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Cristo nuestra garantía - Amor escrito con sangre

TEXTO CLAVE: 
Éxodo 25:8 “Me erigirán un santuario, y habitaré en medio de ellos”.

INTRODUCCIÓN 

Desde la caída de nuestros primeros padres, la redención humana dependía de la venida del Mesías libertador. Ya en el Edén, un animal inocente tuvo que dar su sangre y su piel para cubrir la desnudez de la pareja. Así, el ser humano debería siempre recordar que el Hijo de Dios tendría que dar su vida para expiar su transgresión y que únicamente la justicia de Cristo sería suficiente para cubrirlo. Para mantener el plan de salvación vivo en la memoria de los seres humanos, Dios ordenó a Moisés que construyera un santuario en el desierto (Éxodo 25:8). El santuario y sus servicios ilustran tres fases del ministerio de Cristo en favor de la salvación del ser humano: 
(1) Su sacrificio sustitutivo; 
(2) su mediación sacerdotal; y 
(3) el juicio final. 

A partir de hoy, en los siguientes días, vamos a analizar estas tres fases. 
Hoy vamos a aprender sobre la primera, el sacrificio sustitutivo de Cristo, tipificado por todos los animales que morían diariamente en el patio del santuario. 

Pregunta de transición: ¿Cómo era el santuario que Dios mandó a construir? ¿Cuál fue el modelo usado por Moisés?

I. EL SANTUARIO TERRENAL 

Por medio de la construcción de altares y del sacrificio de animales, tanto Adán como los patriarcas posteriores ejercían fe en el Mesías que estaba por venir. Todos esperaban al “Descendiente de la mujer” (Génesis 3:15) que aplastaría la cabeza de la serpiente. Después de liberar a su pueblo de Egipto, Dios dio a Moisés una visión del santuario celestial y le ordenó la construcción de un santuario que fuese una copia del modelo que le fue mostrado en el monte (Éxodo 25:8, 9, 40). 

El tabernáculo fue construido de tal manera que podía ser completamente desmontado y cargado por los israelitas en todos sus viajes por el desierto. La tienda sagrada estaba en un espacio abierto llamado patio, el cual estaba rodeado de cortinas de lino fino, sostenidas por columnas de cobre. 
El edificio estaba dividido en dos compartimentos, llamados santo y santísimo. Separados solo por una linda cortina, o velo, sostenida por columnas revestidas de oro. 

En el primer compartimento, el lugar santo, estaba la mesa de los panes, el candelabro con siete lámparas y el altar del incienso. Más allá del velo interior estaba el lugar santísimo, y en ese compartimento estaba el arca de la alianza. Esta era ser el receptáculo de las tablas de piedra sobre las cuales el propio Dios había escrito los Diez Mandamientos con su dedo. Lo que cubría la caja sagrada se llamaba propiciatorio. Este estaba hecho de una pieza entera de oro, y sobre este había dos querubines, también de oro, uno de cada lado. Encima del propiciatorio aparecía la shekinah, o manifestación de la presencia divina. 

Pregunta de transición: ¿Cómo funcionaba la salvación para aquellos que vivieron antes de la primera venida de Jesús? ¿Cuál era la garantía de que eran perdonados? 

II. LOS SACRIFICIOS EN EL SANTUARIO 

Para que el perdón pudiese ser alcanzado, los israelitas deberían llevar una ofrenda hasta el santuario, donde, en presencia del sacerdote, el animal debía ser sacrificado. Para cada tipo de pecado, había un animal designado por la ley. Además de los animales llevados por los que ofrendaban, el santuario mismo proporcionaba cada día dos corderos para el holocausto (Éxodo 29:38, 39). Estos eran ofrecidos uno por la mañana y otro por la tarde. Este sacrificio continuo, como era llamado, servía para beneficiar a los pobres que no tenían animales para llevar al santuario y ofrendar por sus pecados. También servía para los israelitas que estuvieran lejos o de camino hacia el santuario. El sacrificio continuo era una señal de la continua gracia y del perdón divino en favor de los que creen en él. 
Este sacrificio, así como los demás, en realidad, no realizaba la expiación (sustitución de los pecados). Todos los sacrificios solo tendrían efecto si Jesús diera su vida en la cruz, “porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Hebreos 10:4). Jesús era la garantía de salvación para los antiguos ofertantes de animales, así como él es nuestra garantía hoy.

Al altar del holocausto Todo en el santuario, incluso los muebles, señalaban a Jesús y su ministerio en favor del ser humano. En el patio se encontraba el altar de cobre para las ofrendas quemadas u holocaustos. Sobre ese altar todos los sacrificios eran consumidos, y en sus puntas se asperjaba la sangre de los animales sacrificados. El altar del holocausto era un símbolo del Calvario, donde Jesús daría su vida en favor de la humanidad (Mateo 27:50, 51; Hebreos 10:10-12). Los sacrificios que ocurrían en el patio eran repetitivos; día tras día, mes tras mes, año tras año. 

En contraste, el antitipo, el verdadero sacrificio expiatorio, la muerte de Jesús en el Calvario, ocurrió una vez para siempre (Hebreos 9:26-28; 10:10-14). Por eso, Juan el Bautista declaró, refiriéndose a Jesús: “¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29). 

Él es el verdadero Cordero de Dios, y solamente por medio de su sangre podemos tener la vida eterna. Su sangre fue derramada una vez para siempre (Hebreos 10:10, 12). 

Pregunta de transición: ¿Cuándo cumplió Jesús el papel de ofrenda por nuestros pecados y garantizó nuestra salvación? 

III. EL SACRIFICIO DE JESÚS 

Dios nos asegura en su Palabra que ciertamente no hará cosa alguna sin antes revelar sus secretos a sus siervos, los profetas (Amos 3:7). Al establecer el plan de salvación, un día fue establecido para que Cristo muriera en lugar del pecador. Esta fecha fue revelada por medio de una profecía registrada en el libro de Daniel. La profecía de las 70 semanas (Daniel 9:24-27) 
Esta profecía de tiempo es parte de la explicación de la profecía de las 2.300 tardes y mañanas, o años, dada en el capítulo 8. Esta había quedado sin explicación, y el profeta Daniel se había entristecido y estaba preocupado. Entonces, comenzó a orar y a confesar los pecados de Israel, incluyéndose entre ellos, pues le pareció que Dios los estaba rechazando y que el cautiverio duraría para siempre. Entonces, mientras Daniel oraba, Dios envió un ángel para consolarlo y hacer que entendiera el sentido de la profecía (Daniel 9:20-22). 

Para comenzar, en Daniel 9 se explica que el primer periodo de la profecía del capítulo 8 estaría compuesto por 70 semanas de años, las cuales serían cortadas o extraídas del periodo profético mayor de 2.300 años. 
“Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, poner fin al pecado y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía y ungir al Santo de los santos” (Daniel 9:24). 

Como respuesta a la oración de Daniel por el perdón de los pecados de su pueblo, Dios le mostró que esos pecados serían perdonados mediante la venida y el sacrificio del Ungido, del Mesías, y que eso ocurriría dentro de las “setenta semanas”. Lógicamente, como ya fue mencionado, no se trataba de semanas literales. 
Para entender mejor esta profecía de tiempo, es necesario descubrir por qué se extiende por casi cinco siglos y cuál es su año de inicio. Si aplicamos el principio profético de que un día profético equivale a un año literal (Números 14:34; Ezequiel 4:6, 7), entonces tenemos un periodo de 490 años literales (70 semanas de años x 7 = 490 años). 

Pero, ¿cuándo se iniciaría este periodo? 
En Daniel 9:25 tenemos la respuesta: 
“Sabe, pues, y entiende que, desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas”. 
El punto de partida para el periodo profético de las 70 semanas es la orden para “restaurar y edificar” la ciudad de Jerusalén. 

De acuerdo con el libro de Esdras, hubo tres decretos alusivos a la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén. 
Un decreto de Ciro (Esdras 1), 
Otro, de Darío (Esdras 6), 
Y el último, de Artajerjes (Esdras 7). 

Como esos decretos eran acumulativos (ver Esdras 6:14), se debe tener en cuenta la fecha del tercer decreto, el de Artajerjes, que entró en vigencia (en el año 457 a.C.) cuando de hecho, los muros fueron reconstruidos. O sea, 
Cuando pasaran siete semanas (49 años), 
Más 62 semanas (434 años), o sea, 
69 semanas en total (483 años), el Ungido, el Mesías, se presentaría al mundo. 

La expresión “Ungido”, en la profecía, se refiere al bautismo de Jesús, el momento en el que él fue ungido por el Espíritu Santo (Mateo 3:16) e inició su ministerio público. En ese día, él fue llamado “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), pues él había venido para “poner fin al pecado” como indicaba la profecía de Daniel (Daniel 9:24). 

Así, si abarcamos 483 años a partir del año 457 a.C., llegaremos al año 27 d.C., o sea, al año del bautismo de Jesús. Entonces el ángel informó a Daniel: “Por otra semana más confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda” (Daniel 9:27). Jesús fue bautizado en el año 27 d.C. y “por otra semana confirmó el pacto con muchos”, o sea, otros siete años, lo que nos lleva al año 34 d.C. Ese pacto fue realizado con muchos judíos, pero el Sanedrín, el cuerpo gobernante de la nación judía, rechazó a Jesús, así como muchos del pueblo en Jerusalén y en Judea también. Esta situación demarcó una transición en el avance de la predicación de Cristo y de los apóstoles, hasta ese momento restringido al pueblo judío. De acuerdo con la profecía de las 70 semanas, o 490 años, el fin del estatus de Israel, en un plan nacional como agencia evangelizadora, fue marcado con el apedreamiento de Esteban (Hechos 7:54-58). Eso ocurrió en el año 34 de la era cristiana. 
Debemos recordar, sin embargo, que, según Pablo, Dios no rechazó al pueblo judío (Romanos 11:1); Pablo mismo, siendo un israelita, era uno de los mayores predicadores del evangelio. Todos los otros apóstoles eran judíos. De hecho, había un remanente israelita que había aceptado al Mesías (Romanos 11:3, 4). Muchos sacerdotes “obedecían a la fe” (Hechos 6:7). 

El punto principal en Daniel 9:24-27 es el tiempo en que el Mesías vendría y daría su vida por las transgresiones del pueblo de Israel, así como por las de todo el mundo. Esta fue la respuesta divina a la oración de confesión e intercesión de Daniel. El Mesías haría “cesar el sacrificio y la ofrenda” en la mitad de la última semana (Daniel 9:27). Entonces, se concluye que Jesús habría muerto en el año 31 d.C. 

¿Cómo hizo cesar Cristo los sacrificios del templo? Dando su vida en la cruz. 
Eso ocurre exactamente en el año 31 d.C., tres años y medio después de su bautismo, alrededor de los 33 años de edad. El fin del sistema sacrificial Por medio de la profecía de las 70 semanas, sabemos el año de la muerte de Jesús: 31 d.C. Sabemos el mes: el mes de la Pascua, abib o nisan. Sabemos el día, un viernes, día 15, pues el jueves los discípulos prepararon la Pascua, participando del cordero pascual. Sabemos también la hora, pues Jesús fue crucificado a las 9 horas de la mañana; al medio día hubo tinieblas sobre la tierra, que duraron hasta las 15 horas, hora de su muerte (Marcos 15:25, 33-38). En el exacto momento de la muerte de Jesús, 

“Entonces el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo” (Marcos 15:38). 

Así, todo el ceremonial establecido para representar el carácter mediador de la obra de Cristo y su muerte para redimir al mundo se cumplió. Ya no habría necesidad de sacrificar animales, porque el acontecimiento al cual señalaban ya se había consumado. Cuando Jesús exclamó en la cruz “consumado es” (Juan 19:32), todos los rituales que representaban simbólicamente este sacrificio dejaron de ser necesarios. 

CONCLUSIÓN 

¡Oh, no comprendemos el valor de la expiación! Si la comprendiéramos, hablaríamos más acerca de ella. El don de Dios en su amado Hijo fue la expresión de un amor incomprensible. Fue lo máximo que Dios podía hacer para mantener el honor de su ley y, sin embargo, salvar al transgresor. ¿Por qué no debe el hombre estudiar el tema de la redención? Es el tema supremo en el cual se puede ocupar la mente humana. Si los hombres contemplaran el amor de Cristo desplegado en la cruz, su fe se fortalecería para apropiarse de los méritos de su sangre derramada, y estarían limpios y salvados de pecado (5CBA, 1107).

En la cruz, la penalidad por el pecado humano fue plenamente cumplida. La justicia divina fue satisfecha. Bajo la perspectiva legal, el mundo fue restaurado al favor divino. La expiación o reconciliación fue completada en la cruz, conforme al tiempo previsto por la profecía. Cristo se sacrificó una vez para siempre, y el pecador que se arrepiente puede confiar plenamente en el amoroso Salvador. 

LLAMADO

Los planes de Dios siempre se cumplen, pero, para que estos se realicen en su vida, usted debe permitirlo. Él puede salvar a todos a su alrededor, pero, si usted no quiere, no será salvo. Seguirá perdido, aunque haya oportunidad de salvación. ¿Cuál es su decisión hoy? 
Entregue su vida al Señor mientras hay tiempo, confiese sus pecados y él le dará salvación y vida eterna.

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