Ser espiritualmente auténticos significa someternos a la orientación del Espíritu Santo y tener el deseo de ser utilizados por Dios en un servicio fiel a él, teniendo la Palabra de Dios como fundamento seguro para todo lo que hacemos.
Desde muy temprana edad Martín quería ser explorador. Mientras permanecía con un familiar en Londres, el joven pasó mucho de su tiempo conversando con marineros que llegaban a la ciudad. De ellos aprendió de navegación y exploración. A los dieciocho años ya se encontraba sobre un barco explorando la costa noroeste de África –cerca de Guinea– que es conocida por sus ricos depósitos de mineral de hierro, diamantes y oro.
Dos años después el joven estaba de regreso en Londres, siendo comisionado por la reina Elizabeth I como “corsario”, lo que en otras palabras es un pirata legal; esto le concedía la autorización de la corona inglesa para saquear barcos de naciones enemigas. Así el joven pirata se hizo conocido por apoderarse de navíos mercantes franceses en la proximidad de Guinea.
Luego de algunos años, cansado de la vida de pirata, Martín cambió el saqueo por la exploración. Su objetivo principal era descubrir un paso entre el Atlántico y el Pacífico, navegando junto a la costa norte de Canadá.
Luego de reunir suficientes fondos como para comprar tres naves, Martín Frobisher zarpó el 7 de junio de 1576. Tras un viaje de algo más de siete semanas a través del Atlántico, avistó la costa de Canadá, y navegó a través de la bahía que ahora lleva su nombre. Debido a las condiciones climáticas no pudo continuar navegando hacia el norte, por lo que se dirigió hacia el oeste. Este desvío le hizo pensar que había descubierto un tesoro. ¡Daba la impresión que la isla Baffin estaba llena de oro! Volvió a navegar hacia Inglaterra llevando consigo un trozo de piedra negra que parecía contener oro. Los informes de Frobisher de posibles minas de oro convencieron a la reina y a otros inversores a financiar dos viajes más.
Al salir al mar nuevamente, no le importaba más encontrar el paso tan anhelado, sino que tenía ahora la meta de llegar a eso brillante que aparentaba ser oro.
Fue así com el antiguo pirata se transformó en excavador y su tripulación pasó varias semanas reuniendo doscientas toneladas de material que parecía contener oro. Con esa carga en las naves Frobisher puso proa hacia Inglaterra, en donde para su gran chasco, descubrieron que el mineral no era oro en absoluto. Era pirita, también conocida como el “oro de los tontos”.
La Encyclopedia Britannica hace esta certera observación acerca de Frobisher: “Su búsqueda exclusiva de un tesoro mineral limitó el valor exploratorio de sus viajes, y cuando los minerales que llevó […] probaron no contener ni plata ni oro, su financiamiento colapsó […] Frobisher sin duda fue uno de los hombres de mar más hábiles de su tiempo, pero como explorador carecía de la capacidad para una paciente investigación de los hechos”.1
Frobisher fue desviado de su misión original. Lo que él había pensado que era un tesoro real, resultó ser falso. Pensó que había encontrado oro, pero por no ser suficientemente paciente para investigar los hechos, cayó en la trampa del engaño.
No existe duda de que el área más importante para una genuina autenticidad es la del ámbito espiritual; aquellas cosas que tienen que ver con nuestra relación con Dios y su Palabra y cómo eso repercute en quiénes somos… nuestro carácter.
Cuando el incrédulo Tomás estaba buscando orientación, Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida” (Juan 14:6). Más tarde esa noche, en su oración al Padre, Jesús rogó no solamente por sus discípulos, sino también por nosotros, quienes creeríamos en él a través de su testimonio: “Yo les he dado tu palabra; […] Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad […] Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos; para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti” (Juan 17:14, 17, 20-21).
Luego de sanar al hombre en el estanque de Betesda, en un día sábado, Jesús fue confrontado por los enojados líderes religiosos. Estaban molestos porque había sanado en sábado y porque proclamaba ser el Hijo de Dios. Al contestarles, Jesús citó la Palabra de Dios como recurso de autoridad: “También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí […] Ni tenéis su palabra morando en vosotros, porque a quien él envió, vosotros no creéis. Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida […] No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Porque si creyeseis a Moisés me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?” (Juan 5:37-40, 45-47).
Aquí Jesús está autentificando el Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Tal como lo dijo, estos escritos de Moisés testifican acerca de él. Revelan los planes y propósitos divinos de Dios, y explican cómo el pecado entró en el mundo. También revelan la respuesta de Dios al pecado y su relación con los seres humanos, y proveen una revelación del carácter y la naturaleza de Dios. Más aún, si una persona no cree estos escritos, no creerá tampoco en Cristo. Jesús está mostrando que en realidad las Escrituras se autentican entre ellas, y que si no creemos en una tampoco vamos a hacerlo en otra. De esta manera, si no creemos en el Antiguo Testamento, no creeremos en el Nuevo.
Puedes tener certeza que la Biblia es la Palabra de Dios, auténtica, veraz, y digna de confianza.
“La Biblia es la historia más antigua y más abarcante que los hombres poseen. Vino directamente de la Fuente de la verdad eterna; y una mano divina ha conservado su pureza a través de los siglos. Ilumina el lejano pasado, donde en vano procura penetrar la investigación humana. Únicamente en la Palabra de Dios contemplamos el poder que echó los fundamentos de la Tierra, y extendió los cielos. Sólo en ella hallamos un relato auténtico del origen de las naciones. Únicamente en ella se nos da una historia de la familia humana, no mancillada por el orgullo o el prejuicio del hombre”.3
La Biblia, como Jesús, se eleva por sobre la cultura, el prejuicio, y el orgullo. Nos revela la verdad acerca de nosotros mismos y nuestro mundo. Es el recurso literario auténtico guiándonos hacia una espiritualidad auténtica; enseñándonos cómo tener una genuina relación con Dios y unos con otros, dándonos promesas poderosas de manera que podamos vivir una vida espiritual consistente. La Biblia nos dice de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Ofrece consejos confiables y enseñanzas que trascienden el tiempo.
“Tenemos también la palabra profética más segura”, escribe el apóstol Pedro, “a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:19-21).
Este texto no sugiere que Dios dictó cada palabra a estos hombres, sino que trabajó a través del Espíritu Santo para guiarlos.
Predicar el evangelio eterno y la justicia de Cristo.
Proclamar audazmente la caída de la religión apóstata de Babilonia.
Advertir al mundo para que no reciban la marca de la bestia sino que sean sellados con el sello de Dios –con la eterna marca de autoridad del sello de Dios– el séptimo día sábado.
Este es el mensaje bíblico de Apocalipsis 14. La proclamación de los mensajes de los tres ángeles es la razón por la cual Dios levantó a la Iglesia Adventista. Todo se centra en Cristo y su justicia.
¿Es esto auténtico? ¿Es esto real? Es tan auténtico y real como la Biblia misma. Viene de la propia “Revelación de Jesucristo”, quien “no miente” (Tito 1:2).
Tenemos el enorme privilegio de pertenecer a algo mucho mayor que simplemente otra denominación o comunidad de fe; pertenecemos al movimiento adventista nacido en el cielo; pertenecemos a la Iglesia Adventista del Séptimo día, la iglesia remanente. Una iglesia que Dios ha levantado en el tiempo del fin con un propósito. Una iglesia que ha pasado y pasará por tiempos difíciles, de acuerdo a la profecía bíblica y a los escritos del Espíritu de Profecía. Una iglesia que no confía en tradiciones o razonamientos humanos sino en el Palabra escrita como su único fundamento, y en la Palabra Viviente: Jesucristo. Una iglesia que no obtiene su poder de sí misma sino que acepta totalmente la amonestación del Señor: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6).
Hagámonos la pregunta, ¿somos realmente la iglesia remanente? ¿Será que Dios tiene una iglesia remanente? Apocalipsis 12:17 nos dice de Satanás que “el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”. Y el “testimonio de Jesucristo” se nos dice en Apocalipsis 19:10, “es el espíritu de la profecía”.
¿Qué es realmente un remanente? ¿Acaso no ama Dios a todos? Por supuesto que sí, y anhela que nosotros también amemos a todos, incluyendo a personas de otras confesiones o incluso aquellos que carecen de fe.
¿Significa esto que somos mejores que cualquiera? ¡No! “El remanente” no es algo como un club exclusivo para unos pocos seleccionados. Está abierto para todos los que aman a Jesús, lo aceptan como Señor de su vida, y toman la Biblia, incluyendo los Diez Mandamientos completos, como su guía en la vida. Si amamos a las personas como Jesús las ama, anhelaremos ministrar sus necesidades físicas, mentales, sociales y espirituales. Vamos a desear invitarlos a unirse a nosotros y llegar a ser parte de la iglesia remanente de Dios.
Es importante recordar que por cada don que Dios da, Satanás tiene una falsificación para ofrecer. Frecuentemente lo falso aparenta brillar como el oro. Satanás puede intentar apartarnos de la verdad, prometiéndonos un camino más fácil y cómodo para obtener el premio.
Debemos ser cuidadosos, porque no importa cuán atrayente y hermosa sea la oferta, al final, la auténtica falsificación –como si fuese una falsificación con garantía– “como serpiente morderá, y como áspid dará dolor” (Proverbios 23:32).
Debemos tomar el tiempo necesario para desarrollar la paciencia necesaria para la investigación de los hechos. La Palabra de Dios nos provee el criterio para determinar si algo o alguien, es o no, espiritualmente auténtico. “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20).
"Muchos se engañan a sí mismos con la idea de que están a bien con Dios, y no ven que los principios de la verdad no habitan en sus corazones" 4TI, 225.
Nuevamente, “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad". (Filipenses 4:8)
Ser espiritualmente auténticos significa someternos a la orientación del Espíritu Santo y desear ser utilizados por Dios en un servicio fiel a él, teniendo la Palabra de Dios como fundamento seguro para todo lo que hacemos.
Elena White nos aconseja: “El tema de la enseñanza y la predicación de Cristo era la Palabra de Dios. Él hacía frente a los inquisidores con un sencillo ‘Escrito está’; ‘¿Qué dice la Escritura?’; ‘¿Cómo lees?’ En toda oportunidad, cuando se despertaba algún interés, ya fuera por obra de un amigo o un enemigo, él sembraba la simiente de la Palabra. Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida, siendo él mismo la Palabra viviente, señalaba a las Escrituras y decía: ‘Ellas son las que dan testimonio de mí’ (Juan 5:39). ‘Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían’ Lucas 24:27. […] Los siervos de Cristo han de hacer la misma obra. En nuestros tiempos, así como antaño, las verdades vitales de la Palabra de Dios son puestas a un lado para dar lugar a las teorías y especulaciones humanas. Muchos profesos ministros del evangelio no aceptan toda la Biblia como palabra inspirada. Una persona sabia rechaza una porción; otra objeta otra parte. Valoran su juicio como superior a la Palabra, y los pasajes de la Escritura que enseñan, se basan en su propia autoridad. La divina autenticidad de la Biblia es destruida. Así se difunden semillas de incredulidad, pues la gente se confunde y no sabe qué creer. Hay muchas creencias que la mente no tiene derecho a albergar. En los días de Cristo los rabinos interpretaban en forma forzada y mística muchas porciones de la Escritura. Dado que la sencilla enseñanza de la Palabra de Dios condenaba sus prácticas, trataban de destruir su fuerza. Lo mismo sucede hoy. Se hace aparecer a la Palabra de Dios como misteriosa y oscura para excusar la violación de la ley divina. Cristo reprendió esas prácticas. Enseñó que la Palabra de Dios había de ser entendida por todos. Señaló las Escrituras como algo de incuestionable autoridad, y nosotros debemos hacer lo mismo. La Biblia ha de ser presentada como la Palabra del Dios infinito, como el fin de toda controversia y el fundamento de toda fe”.5
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