"Y este mismo Dios quien me cuida suplirá todo lo que necesiten, de las gloriosas riquezas que nos ha dado por medio de Cristo Jesús" (Filipenses 4:19, NVI).
El recordatorio de Pablo a la iglesia filipense sigue siendo uno de mis versículos favoritos de la Biblia, aunque la razón por la cual es mi preferido ha cambiado con el tiempo. Al haber crecido con el deseo de tener más de lo que mis padres me podían proveer, me sentía reconfortado cuando leía este versículo. Anhelaba y esperaba más de lo que tenía, y este versículo me dio esa esperanza, pero mi atención se centró en las cosas materiales que deseaba. Esos anhelos pasaban por mi mente de vez en cuando y me daban una sensación de emoción. Pronto me di cuenta de que no estaba solo en mis anhelos, ya que la naturaleza humana siempre desea lo material y más de ello.
Tal deseo estaba presente incluso entre los discípulos. En un momento, Pedro preguntó a Jesús, “¡Mira, nosotros lo hemos dejado todo por seguirte! [...] ¿Y qué ganamos con eso?” (Mateo 19:27, NVI ).
La respuesta de Jesús retrata la naturaleza holística de lo que cabe esperar de Dios:
“Y todo el que por mi causa haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o terrenos recibirá cien veces más y heredará la vida eterna” (Mateo 19:29).
En última instancia, lo que podemos esperar de Dios no es solamente la felicidad en esta vida, sino también un regalo de mayor valor, incluso, la vida eterna. Pero al ofrecer esta vida eterna, Jesús estableció una condición: “Por mi causa”.
La respuesta de Jesús retrata la naturaleza holística de lo que cabe esperar de Dios:
“Y todo el que por mi causa haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o terrenos recibirá cien veces más y heredará la vida eterna” (Mateo 19:29).
En última instancia, lo que podemos esperar de Dios no es solamente la felicidad en esta vida, sino también un regalo de mayor valor, incluso, la vida eterna. Pero al ofrecer esta vida eterna, Jesús estableció una condición: “Por mi causa”.
Jesús dejó en claro que la vida eterna solamente es nuestra si el abandono de uno mismo y todas nuestras posesiones se lleva a cabo por su causa.
Mientras el cielo es nuestro objetivo final, el experimentar la vida eterna comienza aquí en esta vida, y ese también es un regalo de Dios. El regalo comienza con el perdón del pecado, la experiencia de la justificación, y una “seguridad de la vida eterna en el reino de Dios”. PVGM, 140.
"Tal experiencia es seguida por un proceso de santificación de toda la vida, una comunión habitual con Dios." PVGM, 7
Ambos regalos son recibidos por fe y elección consciente.
Todo el proceso de redención –recibir el perdón del pecado, ser justificado por Dios y transitar el camino de la santificación– involucra la guía de Dios en cada paso del camino.
Como pecadores, cuando venimos a él, él nos acepta tal como somos. Por su gracia perdona nuestro pecado. Somos justificados a través de la fe. A medida que continuamos entregando nuestras vidas a él, su gracia nos lleva por el camino de la santificación. Somos fortalecidos para vivir nuestras vidas físicas, sociales, emocionales y espirituales.
Todos estos pasos de la vida cristiana son las gloriosas riquezas de Dios.
Todos estos pasos de la vida cristiana son las gloriosas riquezas de Dios.
Por lo tanto, el limitar la promesa de las riquezas de Dios a lo material y lo financiero, al aquí y ahora, es tener una mente demasiado estrecha, y revela una comprensión insuficiente de la redención. Dios, que “le suple semilla al que siembra también le suplirá pan para que coma” (2 Corintios 9:10), ha prometido suplir todas nuestras necesidades y mucho más.
Pero cuando la Biblia se refiere al dar de acuerdo con las gloriosas riquezas, está hablando de lo que es mejor para nosotros, el mejor momento para que las recibamos, y otros atributos que son más fundamentales.
Dios es rico en conocimiento de que algunas cosas nos pueden hacer daño, como así también que los demás pueden obstaculizar nuestro deseo de hacer su voluntad o impedirnos de obtener la vida eterna. También nos ha dado la capacidad de tomar decisiones correctas para nuestra salud, futuro, familias, educación, empleo, y todos los demás aspectos de la vida. Él quiere que confiemos en él y vayamos a él con fe, creyendo que proveerá lo mejor según sus gloriosas riquezas.
La historia de Rut me hizo entender mejor que cuando Dios provee de acuerdo con sus riquezas, esto significa más que cosas materiales
¿Recuerdas a Rut? Ella y su familia habían experimentado más dolor y tragedia de lo que se puede comprender. Elimelec y Noemí se mudaron con sus dos hijos a Moab para escapar del hambre en su tierra natal, Belén, en Judá. En la tierra de Moab, los hijos se casaron con muchachas del lugar, Orfa y Rut. Sucedió que Elimelec murió, y después de un tiempo sus hijos también murieron en Moab, y de repente, las tres viudas enfrentaron la difícil situación de tener que llevar adelante sus vidas sin raíces ni sustento.
Las tres mujeres afrontaron la nueva y aterradora realidad. Noemí eligió regresar a Belén y sugirió que sus nueras se quedaran en su patria. Orfa tomó la decisión de volver a la casa de su padre en Moab, pero Rut se quedó con Noemí, mediante el profundo anuncio
“‘Porque iré adonde tú vayas, y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios’” (Rut 1:16).
En consecuencia, las viudas Noemí y Rut se dirigieron a Belén.
En Belén, se enfrentaron a la vida solas, sin embargo, no estaban solas. Noemí instruyó a Rut a confiar en Dios, y la dirigió a buscar trabajo en los campos de Booz, un pariente del marido de Noemí. Rut siguió el consejo de su suegra y confió en que el Dios que había elegido seguir resolvería las cosas.
Todos sabemos el resto de la historia, y cómo la vida de Rut –y a través de ella, la esperanza de Noemí– se realizó. Observa cómo las gloriosas riquezas de Dios fueron otorgadas a Ruth, al descubrir paso a paso una nueva vida (Rut 2:8-18):
Rut recibió orientación:
“Escucha, hija mía. No vayas a recoger espigas a otro campo, ni te alejes de aquí”.
Recibió protección:
“Ya les ordené a los criados que no te molesten”.
Recibió una provisión:
“Y, cuando tengas sed, ve adonde están las vasijas y bebe del agua que los criados hayan sacado”.
Recibió aliento:
“¡Que el Señor te recompense por lo que has hecho! Que el Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte, te lo pague con creces”.
Recibió compañerismo:
“A la hora de comer [...] ‘Ven acá. Sírvete pan y moja tu bocado en el vinagre’”.
Recibió aceptación:
“Booz dio estas órdenes a sus criados: ‘Aun cuando saque espigas de las gavillas mismas, no la hagan pasar vergüenza’”.
Recibió satisfacción:
“Rut le entregó a su suegra lo que le había quedado después de haber comido hasta quedar satisfecha”.
Tales son las bendiciones que satisfacen las necesidades genuinas de la humanidad.
Dios, de acuerdo con sus gloriosas riquezas, sabe que las necesitamos, y cuando venimos a él como nuestro Redentor y Salvador, nos provee dirección, protección, provisión, estímulo, comunión, aceptación, satisfacción total –en realidad, nos da el cielo.
La humanidad está, de distintas maneras, siempre buscando estas cosas, pero se necesita la fe y perseverancia de Rut para descubrir que todas estas bendiciones Dios las pone a nuestra disposición como regalos gratuitos si elegimos ir hacia él.
Como signo de total aceptación y compañerismo, Booz extendió a Rut, la moabita extranjera, el compañerismo y aceptación que condujo a una de las mayores bendiciones que uno pueda imaginar: Rut se convirtió en antepasada de Jesús en el largo linaje por el cual el Hijo de Dios se convirtió en el Hijo del Hombre para hacer disponibles las preciosísimas promesas de la redención y las bendiciones de sus gloriosas riquezas para todos los que lo aceptan por fe.
Una vida centrada en Jesús, una vida que sigue su guía y dirección, descubrirá que en él y por él, toda desilusión se convierte en una cita con Dios, toda amenaza de fracaso o desaliento se convierte en una oportunidad a través de la cual se manifiesten las gloriosas riquezas de Dios.
Cristo "Abre ante nosotros las riquezas del universo y nos imparte poder para discernir estos tesoros y apropiarnos de ellos" Ed, 28.
“Prueben y vean que el Señor es bueno; dichosos los que en él se refugian” (Salmo 34:8).
Hudson E. Kibuuka (DEd, Universidad de Sudáfrica) es director asociado de Educación en la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, en Silver Spring, Maryland, EE. UU., y editor asociado de Diálogo.
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