El príncipe era el soltero más codiciado del reino. Heredero de grandes fortunas, educado en las mejores escuelas, brillante, bonito, fuerte y lleno de carisma, era la persona más popular en el palacio. Claro, algunos sabían que solo era el hijo adoptivo de la princesa.
Habían oído la historia de cómo ella lo había salvado de una muerte segura, y lo llamó Moisés porque fue “sacado” del río, lo había tomado como suyo y había contratado a una mujer hebrea para cuidar de él hasta que tuviese edad suficiente para vivir en el palacio.
Pero cuando llegó al palacio, Moisés se volvió el orgullo del reino, destinado a ser Faraón, la persona más poderosa de la Tierra. Llegar a ser Faraón no era fácil. Involucraba intenso entrenamiento militar, social y diplomático y educación religiosa. Se exigía que todos los faraones fuesen miembros de la casta sacerdotal egipcia. Pero Moisés era un “celoso e incansable estudiante, no pudieron inducirle a la adoración de los dioses. Fue amenazado con la pérdida de la corona, y se le advirtió que sería desheredado por la princesa si insistía en su apego a la fe hebrea”. PP, 251
1 LECCIONES DE FE
Durante sus primeros años con su madre biológica, Jocabed, Moisés aprendió sobre el único Dios verdadero, el Dios de sus antepasados. Oyó a su madre contar las historias de fe acerca Abrahám bajo las estrellas, la disposición de Isaac de obedecer sin importar el costo y el sueño de Jacob de la escalera que llegaba hasta el cielo.
Aprendió acerca de cómo José fue traicionado y vendido por sus hermanos a mercaderes de esclavos, su ascenso a la prominencia en la casa de Potifar, capitán de la guardia de Egipto y su injusto encarcelamiento por haber elegido mantenerse fiel a Dios cuando fue tentado por la mujer de Potifar. Moisés también sabía que José había caminado en las mismas cortes reales antes que él y cómo, a través de su fidelidad, Dios usó a su antecesor real no solo para salvar a la nación, sino al mundo durante el tiempo del hambre. Las lecciones de fe que Moisés aprendió cuando niño quedaron con él y determinaron que, por la gracia de Dios, él también sería fiel. Ninguna amenaza y ninguna recompensa lo llevarían a renunciar a su fe en Dios.
En el libro Patriarcas y Profetas, tenemos una vislumbre de cómo ese joven podría dar la espalda a algo que parecía ser un futuro increíble.
“Moisés estaba capacitado para destacarse entre los grandes de la tierra, para brillar en las cortes del reino más glorioso, y para empuñar el cetro de su poder. Su grandeza intelectual lo distingue entre los grandes de todas las edades, y no tiene par como historiador, poeta, filósofo, general y legislador. Con el mundo a su alcance, tuvo fuerza moral para rehusar las halagüeñas perspectivas de riqueza, grandeza y fama, “escogiendo antes ser afligido con el pueblo de Dios, que gozar de comodidades temporales de pecado”. PP, 251.
Por la gracia de Dios, Moisés miró más allá del magnífico palacio del Faraón hacia algo mucho mejor. Entendió la verdad eterna, articulada por el apóstol Pablo un milenio y medio después cuando escribió:
“Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno” (2 Corintios 4:18).3
Y porque, a través de los ojos de la fe, Moisés vio la realidad invisible de Dios, confió en sus promesas y siguió su guía, Moises está vivo en el cielo hoy (ver Mateo 17:3).
CARA A CARA CON EL FARAÓN
Si fuéramos a Egipto hoy, podríamos estar cara a cara con los faraones. En el Royal Mummies Hall del Museo Egipcio en El Cairo, los famosos faraones yacen momificados en perfecto estado de conservación.
Allí podemos encontrar, entre otros, a Amenhotep II, Tutmosis IV, Hatshepsut (quien se cree que es la princesa que adoptó a Moisés), y al poderoso Ramsés II, conocido como Ramsés el Grande. ¿Has pensado dónde estaría Moises hoy si hubiera rechazado el llamado de Dios y, hubiese preferido ser Faraón? Es muy probable que su cuerpo, perfectamente preservado, estaría al lado de muchos otros faraones en el Royal Mummies Hall. Claro, al mirar hacia atrás es fácil ver que Moisés eligió bien. Pero en ese momento, no estaba tan claro. Si hubiese decidido con base en lo que se veía, el esplendor a su alrededor, la riqueza que poseía, el poder que le fue prometido, él hubiera sido la persona más rica y más poderosa de la Tierra, por un tiempo. En aquella época, puede haber parecido muy tonto rechazar todo aquello por algo que no podía ver, excepto a través de los ojos de la fe. Pero la Biblia nos dice:
“Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible” (Hebreos 11:24-27).
LECCIONES PARA APRENDER
Incluso después de haber tomado esta decisión extremadamente importante,
Moisés todavía tenía varias lecciones que aprender, y desaprender. Convencido de que Dios lo había llamado para libertar a su pueblo, Moises intentó hacerlo con sus propias fuerzas.
“En aquellos días sucedió que, crecido ya Moisés, salió a visitar a sus hermanos. Los vio en sus duras tareas, y observó a un egipcio que golpeaba a uno de sus hermanos hebreos. Entonces miró a todas partes, y viendo que no había nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena” (Éxo. 2:11-12 R95).
No debemos ser tan rápidos en juzgar a Moisés. Después de todo, él había recibido entrenamiento militar especializado y puede haber creído que esa era la manera de ganar la libertad de su pueblo. Sin embargo, sabemos lo que ocurrió después de eso: Moisés no recibió apoyo de su pueblo, el faraón se enteró del asesinato, y ahora el expríncipe de Egipto tuvo que huír por su vida.
Entonces vinieron 40 largos años en el desierto… ¡cuidando ovejas!
Moisés debe haber creído que había arruinado todo. Fue del palacio a las pasturas, de defensor y libertador a un fugitivo humilde. Sin duda, debe haberse preguntado qué salió mal. Sin embargo, no todo estaba perdido. Dios tenía un plan para Moisés; así como tiene un plan para cada uno de nosotros.
“Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el SEÑOR—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza” (Jer. 29:11).
Al salir de la escuela de Faraón, Moisés todavía no estaba listo para liderar al pueblo de Dios fuera de Egipto y hacia la Tierra Prometida. Primero tuvo que aprender a no depender de su propia sabiduría y fuerza, sino a confiar en el poder de Dios para el cumplimiento de sus promesas. También tenía que aprender paciencia y abnegación; lecciones que solo podría aprender lejos de las provisiones del palacio.
Leemos que: “Las influencias que le habían rodeado en Egipto, el amor a su madre adoptiva, su propia elevada posición como nieto del rey, el libertinaje que reinaba por doquiera, el refinamiento, la sutileza y el misticismo de una falsa religión, el esplendor del culto idólatra, la solemne grandeza de la arquitectura y de la escultura; todo esto había dejado una profunda impresión en su mente entonces en desarrollo, y hasta cierto punto había amoldado sus hábitos y su carácter. El tiempo, el cambio de ambiente y la comunión con Dios podían hacer desaparecer estas impresiones. Exigiría de parte de Moisés mismo casi una lucha a muerte renunciar al error y aceptar la verdad; pero Dios sería su ayudador cuando el conflicto fuese demasiado severo para sus fuerzas humanas” (PP, 254).
En lugar de ser desperdiciados, esos 40 años en el desierto fueron usados por Dios para preparar a Moisés para el gran trabajo de liderar al pueblo para salir de la esclavitud y más allá. También fue durante esos tranquilos años que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, Moisés escribió el libro de Génesis.
UN LLAMADO REPENTINO
Entonces, de pronto, ¡su vida vida como pastor de ovejas terminó!
Los llamados de Dios muchas veces son así: ¡repentinos!
Una llamada telefónica.
Un mensaje de texto.
Un correo electrónico.
Una invitación personal.
En el caso de Moisés, el llamado de Dios vino por medio de una zarza ardiente. Y Moisés no estaba listo, o por lo menos él creía que no estaba listo.
“Así que dispónte a partir. Voy a enviarte al faraón para que saques de Egipto a los israelitas, que son mi pueblo” (Éxo. 3:10). Pero Moisés respondió: “¿Y quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?” (v. 11).
El que había sido un príncipe autosuficiente reconocía su debilidad y no se sentía preparado para la tarea que Dios ahora le daba; pero Dios le aseguró: “Yo estaré contigo […]” (v. 12). Moisés estaba a punto de aprender que
“Cualquier cosa que debe hacerse por orden suya [de Dios], puede llevarse a cabo con su fuerza. Todos sus mandatos son habilitaciones”.PVGM, 256.
Cuando Moisés continuó expresando su renuencia, Dios le dijo que su hermano, Aarón, iría con él y que “yo los ayudaré a hablar, a ti y a él, y les enseñaré lo que tienen que hacer” (Éxo. 4:15). Entonces, juntos, los dos hermanos fuerona a enfrentar al poderoso faraón, y liberar al pueblo de Dios. A lo largo de su vida, Moisés tuvo la habilidad de, a través de la fe, tomar decisiones basadas en realidades eternas, en lugar de basadas en cosas visibles y temporales. Incluso al final de su vida en la Tierra, Moisés incentivó a los hijos de Israel a ser fieles a Dios, diciendo: “¡Si tan sólo fueran sabios y entendieran esto, y comprendieran cuál será su fin!” (Deuteronomio 32:29).
MUCHOS EJEMPLOS
Es claro que Moisés no es la única persona en la Biblia que, por la fe vio más allá del presente, hacia lo eterno. En el libro de Hebreos, capítulo 11, versículo 1, se nos da la siguiente definición de fe: “La fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve” (cursiva agregada).
El capítulo continúa con una larga lista de hombres y mujeres fieles que eligieron obedecer a Dios en lugar de seguir al mundo a su alrededor. Abel, Enoc y Noé están en la lista. Abrahám y Sara, Isaac, Jacob, José, Moisés, Rahab y otros. Y la Biblia dice:
“Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra” (v.13).
De todos los ejemplos de aquellos que vieron más allá de lo que se ve, a la promesa del invisible, el de Jesús es el más poderoso. Miró con amor a todos los seres humanos, no solo viendo lo que aparentaban ser, sino viendo su potencial de en lo que, con su poder, podrían convertirse. Cuando estuvo en el pozo de Jacob (ver Juan 4:5-42), él no vio solo a una mujer samaritana.
Vio una persona que necesitaba esperanza y perdón, y vio una evangelista.
Cuando su discípulo Andrés le trajo el almuerzo de un niño junto al mar de Galilea, en lugar de ver solo cinco panes de cebada y dos peces pequeños, él vio la posibilidad de alimentar a millares, no solo física, sino espiritualmente también (ver Juan 6:8-13).
Cuando estaba en un barco pesquero en un mar tormentoso, él no se quedó mirando el viento y las olas, sino que en lugar de eso, descansó seguro en los brazos de su Padre (ver Marcos 4:37-40).
Y cuando colgaba en la cruz, desnudo y lastimado, cuando todo parecía sin esperanza alguna, le prometió al ladrón arrepentido y moribundo “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Luc. 23:43). Miró más allá del ahora temporal hacia lo eterno sin final.
MIRAR MÁS ALLÁ
¿Y tú? ¿A dónde estás mirando?
¿Será que tus ojos están tan llenos de cosas visibles, cosas a su alrededor, circunstancias que te envuelven, personas que te persuaden, que no puedes ver lo invisible?
Es muy fácil enfocarse y estar motivado solo por el aquí y ahora. Pero, ¿será que las cosas que ahora parecen tan importantes como la popularidad, el dinero, los deportes, el entretenimiento, la moda, el éxito en el mundo, etc. pueden significar nada en la eternidad?
El apóstol Juan, nos insta:
“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:15-17).
No todos recibimos la preparación real de un futuro faraón, como fue el caso de Moisés, pero todos tenemos que lidiar con la elección de aprovechar “los efímeros placeres del pecado” (Hebreos 11:25), o fijar nuestros ojos en la recompensa eterna y vivir nuestra vida de acuerdo con la promesa.
Te invito a mirar hacia Jesús, el autor y consumador de nuestra fe (Hebreos 12:2).
Desarrolla una relación cercana con él. Pasa tiempo con él. Comunícate con él con frecuencia por medio de la oración. Óyelo hablar a través de su Palabra: la Biblia. Lee sus consejos especiales para ti en el Espíritu de Profecía.
Oye su voz guiándote en actividades de evangelismo y misión y servicio humilde hacia otros al participar en Todo Miembro involucrado – con la Participación Total de Jóvenes.
Él promete estar contigo, guiarte y fortalecerte. Y, un día, creo que muy pronto, él volverá para llevarnos a vivir con él para siempre, en un lugar más increíble de lo que podemos imaginar.
“Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman”. (1 Corintios 2:9).
Como Moisés, elige hoy ver lo invisible!
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