"Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo.
Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo:
- De cierto te digo hoy, que estarás conmigo en el paraíso."Lucas 23:39-43
INTRODUCCIÓN
El significado de un evento generalmente puede ser notado por la
frase: “Recuerdo exactamente dónde estaba aquel día…”
Basta decir
“11 de septiembre de 2001” que ya es suficiente para trasportarnos al
trágico evento que está grabado en nuestra memoria.
Pero nada se compara al día más trágico de la historia del universo.
Aquel día fue diferente de todos los otros días del pasado y del futuro.
Fue un día de traición y decepción. Día en que el Sol se oscureció en la
hora de su mayor fuerza y la tierra fue sacudida, como si temblara ante
la terrible escena del Calvario.
Fue un día en el que Cristo clamó en agonía:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat 27:46);
día en el que sus propios discípulos lo abandonaron y huyeron. Fue el
día en el que hombres y mujeres parecían haber vuelto la cara de odio
hacia el cielo y Dios, vuelto hacia la tierra la cara del amor.
Este fue el
día en que Cristo moría para librarnos de la condenación eterna.
Miremos en este momento hacia el monte del sacrificio donde están
clavadas tres cruces, la cruz de la rebelión, la cruz del arrepentimiento
y la cruz de la redención.
El Maestro está predicando su último sermón.
Su púlpito es una cruz. Su auditorio, básicamente dos personas:
dos hombres que vivían en la criminalidad; dos ladrones que rechazaron
muchas veces el llamado divino y que, como consecuencia de
sus errores, penden ahora de una cruz esperando la muerte. Jesús está
en el medio de ellos.
El Maestro está muriendo por los pecados. El
ladrón rebelde está muriendo en el pecado. El ladrón arrepentido está
muriendo al pecado.
Es nuestro objetivo, a través de este mensaje, mostrar que la historia
de la raza humana está representada en las tres cruces y que somos liberados de la condenación eterna por el soberano poder de Cristo
crucificado y resucitado.
I. LA CRUZ DE REBELIÓN: MURIENDO EN PECADO
1. La condenación eterna es el destino inevitable de todo aquel que
piensa que libertad es hacer lo que se quiere.
a. ¿Cuándo un hombre es verdaderamente libre? Esta es, sin
duda alguna, una de las preguntas más difíciles de responder.
Tal vez alguien diga que el hombre es libre cuando puede tomar
su propia decisión.
b. Romanos 5:12 dice: “Por tanto, como el pecado entró en el
mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte
pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. Eso
significa que la caída del primer hombre, Adán, condenó a la
raza humana al pecado y a la muerte eterna. Por lo tanto, no
hay cómo hablar de libertad sin hablar del pecado y su consecuencia.
2. El entendimiento equivocado de la libertad nos aprisiona en un
cautiverio invisible.
a. La característica principal del hombre esclavizado por el pecado
es su entendimiento equivocado de que ser libre es poseer
sabiduría para decidir el propio destino.
b. La cuestión es que este hombre no logra librarse de sus propios
males y vive aprisionado por un cautiverio invisible (Romanos
1:28-31). Va inevitablemente hacia una condenación final.
c. No es fácil identificar el cautiverio en el que vivimos, simplemente
porque el pecado ciega nuestro entendimiento.
3. El ladrón no arrepentido está ciego a la realidad de una condenación
eterna.
a. El ladrón en la cruz de la rebelión se une a la burla y exclama:
“Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros” (Luc. 23:39).
Él siente que necesita de Jesús. Sospecha que Jesús puede hacer
algo por él. El problema de ese hombre es que no siente necesidad
espiritual; él es consiente solo de su necesidad física: “Estar
colgado aquí es horrible”, piensa. Y luego suplica a Jesús:
“Si eres el que dicen que eres, líbranos de esta cruz”.
b. Él no está preocupado por la salvación. Él no quiere saber
nada de la vida eterna. No está consciente de su condenación,
no está arrepentido, no confiesa.
Solamente quiere alivio de la
difícil situación en la que se encuentra.
c. Ese primer ladrón muestra la realidad de nuestros días. Muchos
están ciegos y siguen a Jesús simplemente por intereses
terrenales y no perciben las verdaderas motivaciones que tienen
para seguir a Jesús.
II. LA CRUZ DE ARREPENTIMIENTO: MURIENDO AL PECADO
1. Este ladrón está plenamente convencido de que su problema es
más profundo.
a. Esa es la cruz del arrepentimiento. El ladrón sobre esta cruz no
era un criminal endurecido. Le gustaría verse libre de aquella
situación, pero su oración no es para salir de la cruz. Él entiende
que, aunque su problema inmediato es estar clavado en la cruz,
hay un problema más profundo: él es un miserable pecador.
b. Él percibe que en su corazón está la naturaleza pecaminosa
que empujó su vida hacia el pecado. Él no quiere solamente
ser librado de la situación angustiante de la cruz; quiere verse
libre de la consecuencia final del pecado: de la condenación
eterna. Por eso, reprende a su colega y dice:
“Nosotros, a la verdad,
justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron
nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo” (Luc. 23:41).
c. Aquí está el primer paso que necesitamos dar. Reconocer que
nuestro verdadero problema es no haber dado a Jesús el primer
lugar en nuestras vidas.
2. Él no perdió tiempo intentando explicar sus pecados.
a. El segundo ladón percibe su situación, reconoce que merece
la condenación, no se esconde, no se justifica, no explica, no
argumenta, no echa la culpa a otros. Simplemente reconoce
que su vida pasada estuvo llena de errores porque nació y
vivió en pecado.
b. Necesitamos entender definitivamente, que el pecado no necesita
explicación. Solo necesita ser reconocido. No debemos
echar la culpa a las circunstancias o a otras personas.
c. Si usted toma conciencia de su situación, si la reconoce y acepta,
ya dio el primer gran paso para librarse de la condenación.
3. Él clamó delante del único ser del universo capaz de librarlo de la
condenación eterna.
a. Se necesita dar un segundo paso: clamar por ayuda. Aquel
hombre clamó: “Acuérdate de mí […]” (Luc. 23:42).
b. El verdadero arrepentimiento nos lleva a la confesión de
nuestros pecados. Y cuando confesamos, reconocemos nuestra
insuficiencia y suplicamos al único suficientemente digno
para librarnos de la culpa y de la muerte eterna.
4. Aquel segundo ladrón entronizó a Cristo como rey de su vida.
a. Reconoció a Jesús como rey. Él dijo: “Acuérdate de mí cuando
vengas en tu reino” (Luc. 23:42).
b. No basta aceptar a Jesús como Salvador. Es necesario también
aceptarlo como rey, porque si solo lo aceptamos como salvador,
solo estamos aceptando el perdón. Y solo recibiendo el
perdón, continuaremos siendo esclavos del pecado.
c. Cuando Jesús nos perdona, no perdona para que sigamos derrotados.
Cuando él nos perdona, también nos transforma para
que vivamos una vida victoriosa. Él quiere ser el soberano de
nuestra vida, victorioso en nuestra experiencia.
d. Una persona es verdaderamente libre cuando el pecado no
tiene más dominio sobre ella y cuando la Palabra de Cristo
domina su corazón y su vida.
III. LA CRUZ DE REDENCIÓN: MURIENDO POR EL PECADO
1. El ladrón arrepentido fue capaz de discernir que el hombre de la
cruz del centro no estaba muriendo una muerte común.
a. Cuando Jesús estuvo en esta tierra, mucha gente lo seguía
porque él curaba y hacía milagros. Mucha gente seguía a Jesús
porque era capaz de multiplicar panes y peces: “¿Se imagina que tuviésemos un rey capaz de multiplicar panes y peces?
Nunca pasaríamos hambre”. Mucha gente seguía a Jesús por
motivos materiales.
b. Pero, ¿en quién creyó el ladrón arrepentido? En un Jesús crucificado,
en un Jesús que no estaba allí para hacer milagro alguno.
Sus manos estaban clavadas, ya no podían curar a nadie.
Sus pies también estaban clavados, ya no podía caminar hacia
aquellos que necesitaban un milagro. Ya no podía enseñar
porque sus discípulos lo habían abandonado.
c. Aquel ladrón fue capaz de creer en un Jesús así, en un Jesús
que no le promete pan ni peces, que no le promete curarlo y
que no tendrá tiempo de enseñarle mucho, porque sus horas
de vida están contadas. Y el ladrón no pide nada de eso, aunque
necesitara de todo aquello. Simplemente le dice: “Acuérdate
de mí cuando vengas en tu reino” (Luc. 23:42).
d. Cristo está volviendo y cuando él vuelva establecerá su reino.
¿Estamos listos para encontrarnos con el rey del universo? ¿Lo
aceptamos como Salvador y también como Rey? ¿Qué es lo
que nos motiva a seguir a Jesús?
2. El hombre que moría por el pecado tenía una promesa que era
mayor que todo lo que aquel ladrón podría tener.
a. La respuesta de Jesús a ese ladrón: “De cierto te digo que hoy
estarás conmigo en el paraíso” (Luc. 23:43). La promesa de Jesús
es mayor que todo aquello que podíamos tener aquí en
este mundo. Él nos promete librarnos de toda condenación.
b. Jesús está volviendo y en aquel día nunca más estaremos solos.
Habitaremos con él en su reino celestial. No habrá más dolor,
ni tristeza, ni sufrimiento, ni más angustia, ni más lágrimas.
Estaremos para siempre en el reino de Dios.
c. Es cierto que cuando vamos a Jesús, él puede devolvernos la
salud; él puede darnos un buen empleo; ¡él tiene poder para
eso! Sin embargo, ¿qué es lo que usted quiere cuando sigue a
Jesús? ¿Son sus pedidos de oración solamente para que Dios
resuelva sus problemas inmediatos?
¿O está dispuesto a decir,
como el ladrón, “Señor, no te pido que me bajes de la cruz, solo
te pido que te acuerdes de mí?”.
CONCLUSIÓN
1. Jesús predicó su último sermón en la cruz y tuvo dos oyentes en
especial. Uno de ellos buscó a Jesús solo por motivos egoístas y no
logró ver la dimensión de la bendición espiritual. Cerró su corazón
y murió sin esperanza. El otro vio su miserable situación de pecador.
Él clamó por perdón y pidió salvación. Jesús no lo bajó de la
cruz, no lo liberó de la muerte. El ladrón murió, pero murió libre
de la condenación eterna.
2. Aquellas tres cruces simbolizan rebelión, arrepentimiento y redención.
¡Mire hacia lo que ocurrió en el Calvario y tome la decisión
correcta!
Abandone la rebelión contra Dios y acepte su invitación
amorosa, arrepiéntase, reconociendo a Jesús como su Señor y reciba
la redención y la vida eterna que solo Cristo puede dar. Mire
hacia el monte Calvario y reconozca que solo en Cristo somos libres
de la condenación, pues “Ahora, pues, ninguna condenación
hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1).
¿Le gustaría aceptar la liberad de la condenación obtenida por el sacrificio
de Cristo en su favor?
Que bendición poder leer este mensaje gracias a Dios por sus siervos Dios siga usando
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