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De la Esterilidad a la Maternidad - Bendiciones sin límites


Introducción

Suném, era una aldea situada en el valle de Jezreel, a unos 8 kilómetros al norte del monte de Gilboa y a 25 kilómetros del monte Carmelo. 

Allí vivía una mujer extraordinaria de la cual no se menciona su nombre. 

Se le conoce por su gentilicio, “la sunamita”. Ella era una mujer estéril. Lo tenía todo, pero le faltaba el privilegio de ser madre. Milagrosamente experimentó la maternidad. Eso le hizo pasar por el valle de la muerte y del dolor, al ver a su hijo muerto por unas horas. Dios en su amor y misericordia, actuó milagrosamente para devolverle a su hijo. Este relato bíblico conmovedor, enseña una gran lección espiritual, para el pueblo de Dios actual, y debe despertar dentro de nosotros, un espíritu de gratitud y agradecimiento a Dios.

I. ¿QUIÉN ERA LA SUNAMITA? 

2 Reyes 4:8 dice:

- Una mujer distinguida (Nueva Reina Valera 1990)

- Una mujer principal (La Biblia de Jerusalén)

- Una mujer prominente (Nuevo Mundo)

- Una mujer de buena posición (Nueva Versión Internacional)

- Una Dama (Nueva Biblia Internacional) 

a. Era una mujer bondadosa

Era una dama con muchas cualidades sobresalientes, entre ellas, la bondad.

¿Qué es la bondad? Calidad de bueno. Natural inclinación a hacer el bien. Amabilidad de carácter.

“Un día, cuando Eliseo pasaba por Sunén, cierta mujer de buena posición le insistió que comiera en su casa. Desde entonces, siempre que pasaba por ese pueblo, comía allí” 2 Reyes 4:8 (NVI).

“Mientras viajaba de un lado a otro del reino, aconteció también que un día pasaba Eliseo por Sunén; y había allí una mujer principal, la cual lo constriñó a que comiese del pan; y cuando por allí pasaba, veníase a su casa a comer del pan”. PR, 179.

“Ella era importante; pero no perdió la bondad humana. No vivía sólo para sí, sino que se esforzaba por hacer felices a otros. Tenía muchos bienes, y los compartía con sus prójimos. No permitía que sus tareas y responsabilidades domésticas le hicieran olvidar las necesidades y deseos de Eliseo, y quizá de muchas otras personas”. 2CBA, 865.

La bondad de la sunamita se manifestó en proporcionarle alimento al profeta Eliseo y a su asistente, cada vez que pasaba por ese lugar. Eso permitió que ella observara quién era Eliseo. La sunamita era una dama muy observadora. Examinó con mucha atención el comportamiento y la conducta del profeta y obtuvo una conclusión: Eliseo era un representante de Dios.

“La dueña de la casa percibió que Eliseo era “varón de Dios santo.” PR, 179.

Ella percibió (recibió por medio de uno de los sentidos) quién era Eliseo.

Pensemos en el sentido de la vista. Con ese sentido percibimos cómo es el comportamiento de las personas. 

Bien dijo San Pablo, “vosotros sois cartas conocidas y leídas de todos los hombres” (2a. Corintios 3:2). 

Cada uno de nosotros es observado por los demás. Representemos dignamente a Dios y a su iglesia en donde quiera que estemos. Que se pueda decir de nosotros “Este es un varón santo de Dios” “Ella es una santa mujer de Dios”. 

La bondad de la sunamita se manifestó en algo más costoso, construir una recámara acondicionada para el profeta Eliseo.

“Yo te ruego que hagas una pequeña cámara de paredes, y pongas en ella cama, y mesa, y silla, y candelero, para que cuando viniere a nosotros, se recoja en ella”. PR, 179.

La bondad de la sunamita buscó la comodidad del profeta Eliseo.

“Eliseo acudía a menudo a este retiro, agradecido por la tranquila paz que le ofrecía”. PR, 179.

La bondad de la sunamita fue grandemente recompensada.

“Y Dios no pasó por alto la bondad de la mujer. No había niños en su hogar; y el Señor recompensó su hospitalidad con el don de hijo” PR, 179.

b. Era una mujer de paz

El profeta en agradecimiento por los favores recibidos de la sunamita, le ofreció ayuda, incluyendo ayuda legal relacionada con las autoridades.

"¡Te has tomado muchas molestias con nosotros! ¿Qué puedo hacer por ti? 

¿Quieres que hable al rey o al jefe del ejército en tu favor? 

Pero ella respondió:” Yo vivo segura en medio de mi pueblo”. 2Reyes 4:13.

Esto nos habla de otra cualidad de esta dama, era una mujer de paz. Vivía en paz con las autoridades y con sus vecinos.

Esta cualidad debe experimentar cada adventista, viviendo en paz y armonía, con la familia (esposa y los hijos), con la hermandad (iglesia) y con la sociedad (vecinos).

II. EL PRIMER MILAGRO

Eliseo, satisfecho por tanta amabilidad y comodidad recibida de la sunamita, conversa con su asistente Giezi. ¿Qué haremos por ella? 

Giezi respondió: “Ella no tiene hijo, y su esposo es anciano” (2 Reyes 4; 14-17). Según Giezi, ella tenía dos problemas, era estéril y su esposo era anciano. Eliseo la llama por conducto de su asistente y le hace una promesa: “El año que viene, por este tiempo abrazarás un hijo”.

¡Qué extraordinaria promesa! Abrazar a un hijo. 

Hay que recordar que entre los israelitas se creía que la esterilidad era una maldición de Dios. Ella, lo tenía todo, pero le faltaba la alegría de abrazar un hijo. Era tanta su emoción que hasta pensó que era una broma o burla del profeta. “Ella dijo: “No, Señor mío, no te burles de tu sierva”. “Pero la mujer concibió y dio a luz un hijo en el tiempo que Eliseo le había anunciado”. 

La promesa se hizo realidad. Dejó la esterilidad para disfrutar de la maternidad. Recibió lo que la Biblia llama “Herencia de Dios”.

“Herencia de Jehová son los hijos” Salmos 127:3.

Si en nuestros hogares hay niños o hijos, agradezcamos a Dios por ellos, porque un hogar con hijos, es como un hermoso jardín, lleno de lindas flores. Y en muchísimos hogares adventistas, disfrutamos de esa bendición. Mostremos gratitud a Dios, porque nos ha dado hijos e hijas dentro de nuestro matrimonio.

El niño creció y le gustó las labores del campo. Acompañaba a su padre y le ayudaba a dirigir a los segadores. Un día el muchacho mientras estaba trabajando, de pronto empezó a gritar: ¡Ay, mi cabeza, mi cabeza! 2 Reyes 4:18-20. 

Llévalo a su madre, ordenó el padre a un criado. El criado lo llevó a su madre, donde estuvo sobre sus rodillas hasta el mediodía, y murió.

La tragedia llegó al hogar de la sunamita y, sin embargo, la fe de esta mujer, aunque fue duramente probada, su confianza en Dios se mantuvo inquebrantable. 

Ella recordaba que había recibido ese hijo mediante un milagro, y que Dios podía hacer otro milagro para darle vida otra vez, y el representante de Dios más cercano para ayudarle, era el profeta Eliseo. Su confianza en Dios se asemejaba a la confianza de Abrahán, según Hebreos 11:19.

III. SEGUNDO MILAGRO

Es interesante notar que la sunamita, a pesar de la tragedia familiar, conserva la calma y actúa con sabiduría. Se mencionan dos cosas sobresalientes:

- Primero, llevó a su hijo muerto a la habitación donde dormía el profeta. Cerró la puerta y salió.

- Segundo, llamó a su esposo, y le dijo:

"Te ruego: que envíes conmigo a uno de los criados y una de las asnas, para que yo vaya corriendo al varón de Dios, y vuelva” 2 Reyes 4: 21-22. 

Debía viajar 25 kilómetros montada en una asna hasta el monte Carmelo donde se encontraba el profeta Eliseo. ¡Qué viaje! 

Por lo menos unas cinco horas para llegar al lugar donde se encontraba Eliseo. Al llegar y frente al profeta, ella le hace dos preguntas: ¿Pedí yo hijo a mi señor? ¿No dije yo, que no te burlaras de mí? 

El profeta comprende lo sucedido y envía a su asistente Giezi con su bastón para resucitar al hijo de la sunamita y éste, no lo logra.

Eliseo, va a Sunén y en la cama donde dormía algunas veces, encuentra tendido al muchacho. Eliseo cerró la puerta y oró a Jehová. Después subió y se tendió sobre el niño, poniendo su boca sobre la boca de él, sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre las manos suyas. Así, el cuerpo niño entró en calor. Después se levantó, se paseó a uno y a otro lado de la casa. De nuevo se tendió sobre él. Y el joven estornudó siete veces, y abrió los ojos. Entonces Eliseo llamó a Giezi, y le dijo: “Llama a la sunamita”. Él la llamó, y al entrar ella, él le dijo: “Toma a tu hijo”. Al entrar, ella se echó a sus pies y se inclinó a tierra. Después tomó a su hijo, y se fue. (2 Reyes 4: 21- 37).

Hasta donde recordamos, sólo hay tres casos en la Biblia de padres y madres que tuvieron la triste experiencia de ver a sus hijos muertos y resucitados milagrosamente:

- La hija de Jairo, (Lucas 8: 49-56)

- El hijo de la viuda de Naín (Lucas 7:11-17)

- El hijo de la sunamita.

Sin embargo, hay muchísimos que hemos perdido a un hijo y que está sepultado en el cementerio. Confiamos que resucitará en la mañana gloriosa cuando Jesús venga por segunda vez.

Así fue recompensada la fe de esta mujer. Cristo, el gran Dador de la vida le devolvió a su hijo. Así también serán recompensados sus fieles cuando, en ocasión de su venida, la muerte pierda su aguijón, y el sepulcro sea despojado de su victoria. Entonces devolverá el Señor a sus siervos los hijos que les fueron arrebatados por la muerte”. PR, 180.

Tengamos confianza en las promesas y en el poder de Dios. (Apocalipsis 1:18), (Oseas 13: 14), (1Tesalonicenses 4: 16-17).

Que estas lindas promesas bíblicas, despierten en nosotros la seguridad del poder y la misericordia de Dios y que nos conviertan en personas muy agradecidas (Colosense 3:15). ¡Seamos agradecidos con Dios por la vida y por los hijos que Él nos ha dado y que aún están vivos!

CONCLUSIÓN

Los dos milagros realizados por Dios, en la vida de la sunamita, nos recuerdan que los hijos son un regalo de Dios, la “Herencia de Jehová”. También nos desafían a seguir confiando en la dirección divina y en el poder de Dios que hace milagros. 

Nos alientan para ser fieles y reencontrarnos con nuestros seremos amados quienes serán despertados del polvo de la tierra, por el poder de Jesucristo, en su segunda venida. ¡Será una reunión inolvidable! ¡La familia reunida por la eternidad! 

Deseo estar presente en esa reunión, ¿y usted?.

Por todos estos favores y bendiciones, sólo nos resta alabar a Dios de rodillas, como lo hizo la sunamita cuando volvió a recibir a su hijo vivo. 

Alabemos a Dios con una generosa ofrenda de gratitud por nosotros y por los favores y milagros que Dios ha hecho y hace por nuestros hijos.


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