San Juan 3:16
De lo realmente valioso de la vida lo cierto es que todos disponemos en abundancia y además gratuitamente.
Así que podemos decir con toda propiedad que todos somos ricos, aunque andemos escasos de dinero.
Por ejemplo, el sol, el aire y el agua... tan abundantes como gratuitos, tienen más valor real que cualquier dinero del mundo.
Desde la majestuosa luz solar que alumbra y hace fructificar el suelo, hasta la chispa matinal que nos despierta por la mañana; desde la atmósfera que rodea la tierra, hasta la porción de aire que llena nuestros pulmones; desde los inmensos mares que contiene el planeta, hasta el pequeño sorbo de agua que apaga nuestra sed, todo, absolutamente todo lo que mantiene nuestra vida es un regalo de Dios, por lo cual no tenemos que efectuar pago alguno.
Sin embargo, ¡Cuántos se empobrecen por no saber aprovechar estos regalos del Creador!
Hay gente que vive tan concentrada en su mundo laboral o encerrada en su pequeño espacio vital, que no tiene tiempo ni ganas de tomar un poco de sol en el fondo de su casa o en la plaza cercana.
Otros, arruinan su salud con el aire contaminado que respiran, porque siempre afanosos en el taller o en la oficina - no aprecian el aire puro que la naturaleza les ofrece con tanta generosidad. Y ¿Qué decir de aquellos otros que todo lo que beben contiene alcohol o alguna forma de estimulante artificial, en lugar del agua pura y refrescante que tonifica el organismo?
¡Cuán poco solemos valorar el sol, el aire y el agua! Al extremo de que a menudo nos afligimos por lo que nos falta, cuando con tales bienes naturales podemos sentir que hay razón para disfrutar de la vida.
¿O es que nos parece que el mayor mérito de una persona se mide por lo que compra, acumula y exhibe?
¿Se acuerda de Diógenes, quien tiró la única taza que tenía porque se dio cuenta que podía tomar el agua con la palma de la mano? ¡Un caso extremo!
Pero un modo gráfico de poner en evidencia los excesivos artificios de la vida moderna, que, lejos de hacernos realmente ricos y felices, ¡cuántas veces empobrecen el alma!
Pero no solo podemos sentirnos ricos por tener sol, aire y agua en abundancia, sino porque además podemos:
- Sonreírle al hermano,
- Ayudar al necesitado,
- Consolar al doliente y
- Amar al ser querido.
Todo esto, cuando brota de un corazón noble, beneficia a otros y nos enriquece a nosotros mismos. Mientras tengamos esto para compartir, seremos ricos. Si renunciamos a este privilegio, seremos pobres. Y mientras nos mantengamos junto a Dios él aumentará todavía más esta riqueza del corazón.
Maravillosa maquinaria
¿Sabía usted que la vasta red de venas y arterias de nuestro organismo tiene una longitud tal que con ella podríamos dar más de dos veces la vuelta al mundo?
Nuestro complejo aparato circulatorio cuenta con más de 90,000 kilómetros de «tuberías» para distribuir el alimento y el oxígeno por todo el cuerpo, y para expulsar las sustancias nocivas.
Pensemos ahora por un instante en los glóbulos rojos, diminutos componentes de nuestra sangre, que avanzan por esas tuberías, y sin los cuales no podríamos vivir. Un glóbulo rojo mide menos de 8 milésimas de milímetro y entre una y dos milésimas de grosor.
Por nuestra sangre corren nada menos que 25,000 millones de estos glóbulos; y para reemplazar a los que se gastan, continuamente estamos produciendo nuevos glóbulos, a razón de ¡dos millones y medio por segundo!
¿No es todo esto una maravilla?
En menos de dos minutos todos los glóbulos rojos alcanzan a viajar desde nuestro corazón hacia todas las arterias y capilares, y regresar por las venas.
Los glóbulos rojos se forman en la médula de los huesos.
¿Y para qué sirven los glóbulos rojos?
Su propósito principal es transportar oxígeno de los pulmones al resto del cuerpo. Y luego se encargan de llevar de vuelta a los pulmones el dióxido de carbono (CO2) que se produce en el organismo, y vuelven a tomar otra carga de oxígeno.
¿Cuánto alcanza a vivir un glóbulo rojo?
Apenas 120 días.
Y pensar que sin estos corpúsculos tan diminutos se acabaría la vida.
Con solo comprender la importante función que cumplen, llegamos a la conclusión de que por nuestras venas y arterias corren ríos de vida, que hacen rica y asombrosa nuestra existencia.
Y ya que hablamos de la sangre, digamos que nuestro corazón bombea siete toneladas de sangre por día, y late 45 millones de veces por año. Ni la bomba más perfecta de fabricación humana podría compararse en rendimiento y resistencia con nuestro corazón.
¿Y nuestros pulmones?
¿Sabía usted que contienen unos 300 millones de pequeñas bolsas de aire?
Si la delicada membrana que los recubre fuese desplegada, cubriría cerca de 200 metros cuadrados.
Gracias a los pulmones absorbemos el aire puro indispensable para la vida.
El humo y el aire contaminado son grandes enemigos de nuestra salud.
Y en el estómago, el hígado, los riñones y el páncreas, ¿no encontraríamos también una fabulosa riqueza de vida?
El páncreas cumple un papel de capital importancia en la digestión y en la elaboración de hormonas y enzimas indispensables. Gracias a este órgano se mantiene el equilibrio del azúcar, fundamental para la vida.
No olvidemos los ojos. Con sus millones de conexiones eléctricas, pueden manejar más de un millón de mensajes simultáneamente.
Sus pequeños músculos, para enfocar con precisión los objetos, se mueven unas cien mil veces por día.
La retina contiene 137 millones de células sensitivas a la luz: 130 millones en forma de bastoncitos, para la visión en blanco y negro; y el resto, en forma de conos, para la visión del color.
Y lo que capta el ojo lo transmite al cerebro a una velocidad de 500 kilómetros por hora.
El oído es otro prodigio de la naturaleza.
Tiene suficientes circuitos eléctricos como para dar servicio telefónico a una ciudad de buen tamaño.
La membrana del tímpano es tan sensible que puede captar el más tenue murmullo, vibrando apenas una cienmillonésima de milímetro.
Los tres huesecillos del oído medio y el líquido del oído interno se encargarán del resto: transmitirán el sonido al cerebro y oiremos, interpretaremos y actuaremos.
¿No le hace sentirse rico o rica su maquinaria humana?
Tal es el imponderable y magnífico don de la vida, en el cual se atesora nuestra mayor riqueza. Y cuando este don se corta, nos convertimos en un cuerpo inerte y frío que acaba descomponiéndose.
Apenas un trocito
Observemos una pequeñísima superficie de tan solo un centímetro cuadrado de la piel del dorso de nuestra propia mano.
De los tres kilogramos de piel que cubren todo nuestro cuerpo, ¿qué hay de llamativo en ese cuadrito para que nos detengamos en él?
Esa pequeñísima superficie, que no llega a pesar un gramo, contiene lo siguiente:
- Un metro de vasos sanguíneos para proveer alimento,
- 4 metros de nervios para llevar los mensajes,
- 10 pelos,
- 2 corpúsculos sensoriales para detectar el frío, 12 para detectar el calor, y
- 25 para detectar el tacto.
Además, ese mismo trocito de piel tiene:
- 15 glándulas sebáceas para mantener la elasticidad,
- 100 glándulas sudoríparas para expulsar las impurezas y
- 200 terminaciones nerviosas para captar el dolor.
Y todo esto sin contar los otros miles de células con su compleja estructura, presentes en ese mismo cuadrito de piel.
Y si esto se puede señalar en una porción tan simple de nuestro organismo, ¡cuánto más podría detallarse sobre los órganos más complejos!
Aun un pelo, una célula, una sola uña, un poro respiratorio o un ínfimo vaso capilar contiene admirables características biológicas.
Bien decía el salmista, dirigiéndose al Creador: «Te alabaré, porque formidables y maravillosas son tus obras» (Salmos 139:14).
Realmente, cuando observamos la armonía y la perfección de nuestro organismo, con sus complicadas funciones, no podemos menos que elevar nuestro pensamiento al Creador de tanta maravilla.
El ateo enmudece y el evolucionista queda sin argumento al estudiar el asombroso funcionamiento de una sola neurona. Y pensar que nuestro cerebro tiene ¡16 mil millones!
Un buen mantenimiento de la maquinaria
¡Cuánto podría decirse acerca de cada uno de nuestros órganos y de sus respectivas funciones!
¡Qué mundo de asombro y ministerio se encierra en las glándulas, los sentidos, los músculos, los músculos, los nervios, los huesos y en la capacidad de reproducción!
Y de las singulares funciones del cerebro, todavía no se conoce toda la verdad.
¿Cómo una masa carnosa envuelta en un cofre de hueso puede pensar, memorizar, imaginar, crear, relacionar y a la vez, contener nuestra conciencia moral?
No existe computadora que pueda competir con nuestro cerebro.
¡Qué riqueza de vida!
Teniendo una maquinaria tan perfecta y maravillosa, ¿podría alguien sensato dañarla deliberadamente?
Sin embargo, ¡con cuánta frecuencia se atenta contra la propia salud!
Cada vez que el fumador consume un cigarrillo, cada vez que el bebedor toma su copa favorita, cada vez que el adicto acude a la droga maldita, se produce un triste atentado contra la vida física, mental, social y moral.
¿Es que los tales no valoran su salud y la maravilla de su organismo?
¿O no recuerdan que así están dilapidando su mejor capital, que es la vida misma?
Si usted fuma....
- Está acortando su vida un promedio de quince minutos por cada cigarrillo que consume.
Y además tiene una probabilidad cincuenta veces mayor de contraer cáncer de pulmón que si se abstuviera del tabaco.
Muchas de las enfermedades que sufrimos podrían evitarse si tan solo fuéramos más cuidadosos con nuestro propio cuerpo.
Cuántas muertes prematuras, cuántas lágrimas y dolores desgarradores podríamos evitarnos si cultiváramos buenos hábitos de vida.
Pero el cuerpo no solo se resiente con tabaco, alcohol y drogas.
Quien come lo que sabe que le daña, o deja de comer lo que le hace bien también deteriora su cuerpo.
Aun la manera de pensar y de sentir afecta directamente, para bien o para mal, la marcha de esta prodigiosa maquinaria de carne y hueso.
Quien vive presa de la ansiedad, la preocupación, el temor o la angustia, tarde o temprano dañara su cuerpo, por haber dañado previamente sus emociones.
A veces apenas una amarga discusión familiar, o con el vecino, puede envenenar nuestra felicidad, al punto de sentirnos luego mal del estómago, sin apetito, con dolor de cabeza y con otros malestares.
¡Cuán importante es entonces adoptar una actitud mental constructiva y positiva!
Esto significará esforzarse por cultivar el optimismo, la comprensión, el buen humor y el contentamiento. Este esfuerzo siempre dará los mejores dividendos.
Siendo que la felicidad en la vida guarda una estrecha relación con nuestra salud física, y viceversa, ¿cómo podríamos se desconsiderados en el trato que le demos a nuestro propio organismo? Además, es un buen estímulo tener presente que nuestro «cuerpo es templo del Espíritu Santo» (1 Corintios 6:19), y que para mantener una óptima relación con Dios corresponde mantenernos físicamente en buenas condiciones.
¡Cuánto tenemos!
El predicador inglés Richard Stevens cierto día le dijo a su audiencia:
"Nuestros antepasados carecieron de sal hasta el siglo XIII; se pasaron sin carbón hasta el siglo XIX; no conocieron el pan con mantequilla hasta el siglo XVI; el té y el jabón hasta el siglo XVII; la nafta, los fósforos y la electricidad hasta el siglo XIX; y estuvieron su automóviles, televisores, radios, teléfonos móviles y computadoras, e incluso alimentos envasados casi hasta nuestros días".
Entonces, ¿de qué nos quejamos nosotros?
Si nosotros, teniendo muchas más comodidades y ventajas materiales que nuestros antepasados, nos afligimos por lo que nos falta...
Entonces, ¿qué quedaba para ellos?
No vivimos acaso en una era privilegiada, cuando contamos con comodidades y privilegios que no tuvieron las generaciones pasadas.
Y, sin embargo no somos tan felices como podríamos serlo.
¿Por qué será?
Quizás hemos permitido que la vida se nos complicara demasiado. Tal vez, nos hemos llenado de muchas ambiciones vanas, y hemos perdido la simple alegría de vivir.
¿No será que cierta forma de codicia nos ha vuelto materialistas y nos ha dejado vacíos interiormente?
Y absorbidos en nuestros intereses egoístas, solemos pasar por alto las pequeñas delicias de la vida.
El cielo cuajado de estrellas, la humilde flor silvestre, el alegre trino de las aves, la sonrisa del niño, el beso de la madre, los arreboles del sol poniente, en fin, la suma de todos estos destellos de vida, ¿acaso ya no suscitan gratas emociones en nuestro corazón?
No se trata de vivir de estas cosas, sino más bien que ellas vivan y canten para nosotros. Y cuando esto ocurre, nuestro espíritu se enriquece de veras.
Además, si confiamos en Dios y lo amamos de todo corazón las bendiciones divinas serán tan abundantes en nosotros que nuestra lengua se negará a proferir quejas contra la vida o contra los demás.
El que convive con Dios llena su mente de alegría y de gratitud, y reconoce que nada le falta.
¿Cuál es el tenor de sus pensamientos y de sus conversaciones?
¿Se detiene usted en los hechos positivos que le rodean, y sabe enriquecer su vida con ellos?
¿Hace algo cada día para compartir su riqueza espiritual con otros?
Cuando valoramos la vida....
1. Cuidamos nuestra salud, cultivando buenos hábitos. Dejamos de lado el consumo de toda sustancia nociva, y adoptamos actitudes mentales correctas.
2. Crece nuestra estima propia y convivimos mejor. Nos aceptamos a nosotros mismos tal como somos. Tenemos satisfacción interior, y procuramos superarnos cada día. Estamos mejor preparados para la convivencia constructiva. Como respetamos nuestra vida propia, también respetamos la ajena.
3. Aprovechamos mejor el tiempo. Y quien utilice bien su tiempo, al fin de su carrera podrá decir: «Si tuviera que volver a vivir, haría exactamente lo que hice durante toda mi vida».
Es asombroso lo que puede lograrse cuando se aprovechan los minutos libres del día. Hay quienes, por haber empleado los fragmentos sueltos de su tiempo, han creado una segunda persona en si mismos, que de otra manera jamás habría existido.
4. Nos acercamos al creador. Y de él recibimos fuerza y sabiduría para disfrutar de la vida. «En él vivimos, y nos movemos, y somos» (Hechos 17:28).
Con el estilo de vida expuesto en estos cuatro puntos, llegamos a enriquecernos aun en el aspecto material: administramos mejor el dinero, y se nos abren nuevas oportunidades para trabajar y ganar. Así es como se cultiva y aumenta la riqueza de la vida.
«Señor; gracias por el milagro de la vida que renuevas cada día en mí. Ayúdame a cuidar este tesoro como el más valioso de tus dones. Mora en él, y acrecienta mi salud física y espiritual.»
La riqueza del amor
¿Qué valor le asigna usted al amor? ¿Considera que es la fuerza más poderosa que existe entre los seres humanos?
¡Pobres los ricos sin amor! ¡Ricos los pobres con amor!
¿De cuánto le servirían a una persona sus conocimientos, sus posesiones y sus acciones, si no tuviese la motivación del amor?
El amor es una riqueza que nunca se pierde. «Si no es correspondido, fluirá de vuelta y purificará el corazón» (W: Irving).
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