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Fortaleza Espiritual para momentos como estos

Introducción 

¿Por qué estás dónde estás?
¿Por qué trabajas dónde trabajas?
¿Por qué vives dónde vives?
¿Por qué vas a la escuela a la que asistes?
¿Por qué vas a la iglesia a la que vas?
¿Haces lo que haces porque Dios te ha asignado a ese lugar para momentos como estos?

En ocasiones nos encontramos en momentos que llamamos el “eje central” de la historia.
Cuando pienso en lo que está ocurriendo ahora mismo en nuestra cultura y considero que estamos viviendo en los últimos días, creo que estamos en una hora estratégica en este momento. Tú y yo estamos aquí con la oportunidad de toda una vida: vivir una vida que dé honor a Dios en una hora como esta.

El propósito de Dios para nuestras vidas 
Nuestra lectura bíblica está en el capítulo 12 de Romanos.
Leamos juntos los versículos 1 al 8. Para hacer el pasaje más personal, usaremos las palabras femeninas donde se usan las masculinas en el texto original. Leeré de la versión Reina Valera Contemporánea:
“Así que, hermanas, os ruego, que por la misericordia de Dios, que se presenten ustedes mismas como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios. ¡Así es como se debe adorar a Dios! Y no adapten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es buena, agradable y perfecta. Por la gracia que me es dada, digo a cada una de ustedes que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con sensatez, según la medida de fe que Dios repartió a cada una. Porque así como en un cuerpo hay muchos miembros, y no todos los miembros tienen la misma función, así también nosotras, aunque somos muchas, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a los demás. Ya que tenemos diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, si tenemos el don de profecía, usémoslo conforme a la medida de la fe. Si tenemos el don de servicio, sirvamos; si tenemos el don de enseñanza, enseñemos; si tenemos el don de exhortación, exhortemos; si debemos repartir, hagámoslo con generosidad; si nos toca presidir, hagámoslo con solicitud; si debemos brindar ayuda, hagámoslo con alegría”. Romanos 12:1-8

Muchas de ustedes han escuchado hablar acerca del Derbi de Kentucky en Louisville, Kentucky, en el primer fin de semana de mayo cada año. Es una carrera de caballos famosa y muy concurrida. Une a personas de todo nivel social, incluyendo estrellas de cine, líderes políticos, realeza, agricultores, y trabajadores de fábrica. Jóvenes y adultos asisten al Derbi, algunos esperando seleccionar al ganador y otros solo para disfrutar de las festividades. Se conoce el Derbi por sus desfiles de sombreros adornados. Las mujeres en particular se envuelven en la obsesión por los sombreros, aunque muchos hombres también guarnecen sus estrambóticos sombreros. Si visita Louisville en las dos semanas del festival Derbi, especialmente el fin de semana de su culminación, disfrutará una demostración espectacular de sombreros y guarneces para la cabeza.
Durante una semana Derbi reciente, muchos sombreros elegantes y elaborados adornaban a las damas que asistían a esta carrera. Una demostración como esta nos lleva a una consideración más seria. Les explico: Adornadas con los sombreros encantadores, aquellas cabezas eran hermosas en el exterior, Pero ¿Qué de su interior? ¿Con qué habían llenado sus cabezas aquellas mujeres? ¿Qué pensamientos consideraban? ¿Qué propósitos las motivaban? ¿Hacían una diferencia en el mundo más que lo que hacían con esta presentación grandiosa? ¿Eran más que golosinas para la vista, o daban valor a sus familias, vecindarios, pueblos, y naciones?

La higuera 
Una historia del Nuevo Testamento nos cuenta que un día Jesús se encontró con una hermosa higuera, en este caso era un árbol adornado con follaje brillante, promesa de fruta deliciosa. Los evangelios nos dicen que Jesús tenía hambre, y buscaba qué comer, algo para sobrevivir y sostenerlo. Y llegó a una higuera frondosa que se presentaba de manera espléndida. Estaba cubiertas de hermosas hojas verde oscuro. Si yo hubiese estado allí, probablemente me hubiera detenido para admirar ese árbol hermoso—por lo menos por un instante, para satisfacerme en una festín visual. Indudablemente, los sombreros de las damas de Louisville no podrían haberse comparado con el esplendor de esa higuera. No obstante, así como en el festival Derbi el Señor llevó mis pensamientos a temas de más importancia, a asuntos que son más importantes que la apariencia, nuestro Salvador miró más de cerca esa higuera. Vio más allá del adorno exterior, su interior, y quedó decepcionado con lo que vio. ¿Somos a veces como ese árbol?
Aunque no hay nada malo en tener una apariencia limpia y atractiva, nada de malo en usar sombreros atractivos, es mucho más importante tener algo digno dentro de nuestras cabezas. Debemos llenar nuestras mentes con la belleza y riqueza de su palabra, los principios de su reino. Debemos ocuparnos en la obra que cumple con el propósito diseñado por Dios para nuestras vidas. Elena White nos dice que el encuentro de Jesús con la higuera bien adornada, pero estéril, nos enseña una segunda lección, y es aún más importante en este relato bíblico donde Jesús tenía hambre. Ella dice que Jesús “Representaba a un pueblo hambriento de fruto que debían haber tenido, pero no lo recibieron de la higuera, aparentemente, floreciente”, lo que representa al pueblo de Dios—nosotros.
“Las necesidades espirituales no se suplieron para satisfacer al pueblo por el cual Cristo entregaría su vida para salvar por su gracia y justicia” [traducido del inglés].

Llevar fruto 
La señora White sigue diciendo que “Cuando el Señor está con el pueblo que tiene conocimiento y ventajas de esclarecimiento espiritual, y cuando éste imparte lo que ha recibido de Dios, viene a ser como ramas cargadas de fruto. Reciben las ricas bendiciones de Dios, y producen fruto”. “El resultado seguro”, añade ella, “en las manos de Dios y bajo la influencia del Espíritu Santo, son hombres [y mujeres] de poder. Constantemente representan ante el mundo las grandes bondades de Dios, no solo en lo espiritual, sino también en lo temporal”. (Manuscrito 65, 1912, traducido del inglés).
Para ampliar, en estos pensamientos encontramos que el corazón del mensaje del Evangelio está en aliviar el dolor y el sufrimiento, y mejorar las condiciones de vida de los necesitados en el mundo. Al escuchar las noticias, nos danos cuenta de las vidas destrozadas por la enfermedad, la pobreza, la inanición y el crimen. Las investigaciones nos dicen que las condiciones empeorarán en las próximas décadas. Las proyecciones ya están probando ser veraces.
Por ejemplo, el National Intelligence Council [Concilio nacional de inteligencia] predice que:
1. Aunque las fuentes de alimento deben ser adecuadas para alimentar al mundo, el número de personas malnutridas aumentará, y muchas áreas experimentarán hambrunas devastadoras por los conflictos y desastres naturales. ¿Producirá cosecha tu relación con Jesús? ¿Dará fruto tu fe? ¿Ayudarás a alimentar a este pueblo hambriento?
2. Se pronostica que casi la mitad de la población mundial vivirá con escases de agua o sequía. ¿Dará fruto tu fe? ¿Actuarás para proveerles agua limpia?
3. Se predice que el SIDA y otras enfermedades destruirán las poblaciones de adultos trabajadores, dejando a innumerables niños huérfanos. ¿Llevarás fruto que aliviará su angustia?
4. Se predice que personas enfermas y hambrientas huirán a las ciudades, a veces duplicando la población de las grandes ciudades del mundo porque buscan cuidado para la salud, alimento, y abrigo. ¿Dará fruto tu fe para proveer a sus necesidades?
5. Se espera que los grupos criminales aumenten en sus actividades: narcotráfico, tráfico de extranjeros, trata de mujeres y niños, contrabando de armas, y creación de emergencias humanitarias. ¿Dará tu fe fruto? ¿Serás lo suficientemente valiente para enfrentar estos males?
6. Las estadísticas indican que los conflictos internos serán violentos y de larga duración. ¿Darás fruto? ¿Tendrás el coraje para trabajar en pro de la paz y la sanación?
7. Se predice que el terrorismo también aumentará en el mundo, y resultarán en pérdidas masivas. ¿Llevarás fruto que alivie los temores y traiga ayuda a estas personas?

Al ver cómo ocurren estas predicciones, el quebrantamiento de las unidades de familia y el aumento en la intolerancia y el odio, debemos darnos cuenta que Dios necesita que llevemos fruto en estos tiempos. Nuestra fe y nuestra relación con él deben manifestarse en servicio. Mujeres del reino de Dios, vemos evidencia de que vivimos en los últimos días y que Dios está buscando en todas épocas de la historia, a hombres y mujeres preparados para el servicio a un mundo condenado. Dios busca preparar un grupo de siervos líderes dedicados a su causa, líderes que no se limitan por la raza, etnia, nivel social, estatus económico, edad, o sexo. Él llama a siervos líderes, que ven al servicio como la suprema vocación. Escudriña tu corazón. ¿Sientes que las mujeres—nosotras y nuestras hermanas—somos idóneas para el servicio?

El ejemplo de Ester 
Al pensar en ejemplos de siervos líderes, de aquellos cuya fe llevó fruto en el servicio, aprendamos del ejemplo de la reina Ester. La Biblia nos dice que Ester había pasado de una vida tranquila, tal vez recóndita, a un lugar destacado. Un comentarista la describe como una mujer hermosa de buen juicio, extraordinario dominio propio, y noble abnegación. Sin duda Ester fue una mujer hermosa y ricamente adornada, pero como muestra su historia, había mucho más para Ester que solo una apariencia atractiva. Poseía en su corazón y mente los atributos ejemplares de un siervo líder abnegado. Era inteligente, buen oyente, buena comunicadora, con una personalidad y carisma agradables, sociable, sana psicológicamente, poseía una creencia sólida en Dios, tenía fuerza moral y valentía general, era segura de sí misma, y de sensibilidad poco común a las necesidades de los demás. Todos estos atributos eran dones de Ester. Los talentos, características y rasgos personales todos provenían de Dios para que los usara en su causa. Ester probablemente no tenía idea del gran propósito para su vida. No se dio cuenta—como tampoco se dieron cuenta Samuel, Jeremías, o David— que escuchó desde pequeña el llamamiento de Dios. Aún sus compañeros y pueblo no esperaban que fuera líder por ser solo una mujer. Se esperaba que no hablase sin antes dirigírsele la palabra—pues era solo una mujer; no podía tomar una postura firme porque no tenía autoridad política dado a que era solo una mujer. Era privilegiada, y no se esperaba que ella se preocupara por situaciones difíciles del pueblo ya que era una mujer supuestamente para deleitar la vista de las personas y ser un ornamento en los brazos del rey. Para los que estaban a su alrededor, su único valor era su gran belleza y adorno espléndido—porque era solo una mujer. Sin duda esta mujer era hermosa y de vestido impecable, pero el gran valor de Ester era más de lo que se podía ver a simple vista, y cuando llegó el momento, cuando las condiciones en su mundo llegaron a crisis, Dios envió su palabra, su llamado divino, a la reina Ester. Cuando ella comprendió la situación apremiante de su pueblo, Ester reconoció el llamamiento de Dios y comprendió su propósito en la vida por medio de la oración y el ayuno La Biblia nos dice que Ester audazmente declaró que ella retomaría la causa, iniciaría una intervención. Sabemos que lo hizo sin preocuparse por su seguridad personal. Estaba dispuesta a entregarse por otros, aún arriesgando su vida.
Algunos han definido el “llamado” como una comparecencia divina. Cuando recibimos una orden de comparecencia ante la corte, no declinamos la invitación. Ester respondió al llamamiento de Dios, la comparecencia divina, con un determinado y resuelto “Sí, Señor”.
Sus acciones mostraron que aunque sabía que Dios podría salvar a su pueblo por otros medios, él la había elegido como su instrumento. Solo ella había sido llamada para cumplir el plan de Dios para su pueblo. Ester sabía que si Dios la había llamado, también la sustentaría en vida o muerte. Pero debía ejercitar gran fe porque, como a la mayoría de nosotras, Dios no le había revelado el resultado de sus acciones. No sabía si perecería o sería victoriosa en su confrontación con el mal. Sencillamente sabía lo que Dios quería que ella hiciera, y eso era suficiente.

Como Gedeón, Ester había comenzado su vida como la más pequeña de los pequeños, pero permitió que Dios la transformara por su gracia y la usara en servicio extraordinario para el pueblo de Dios. Nuestro pueblo—nuestras familias, vecinos, feligreses, conciudadanos, hermanos y hermanas—ha sido el blanco de Satanás para su aniquilación.

Dios llama nuevamente a las mujeres que se han preparado, mujeres que tienen algo debajo de esos sombreros hermosos y peinados a la moda, mujeres que oirán su llamamiento y comprenderán que fueron puestas en el reino de Dios para un tiempo como este. Ahora que hemos sido transformadas día a día por la gracia de Dios, él desea cumplir otra transformación en nosotras—una que resulte en el servicio a los demás. Él desea una fe que dé fruto.
Dios llama a mujeres que lo entreguen todo, que respondan a su llamamiento de ser siervas líder. Por medio del don de su gracia,
Dios nos llama hoy a ser parte de su causa, nuestra iglesia nos llama al gran servicio a la humanidad, y el mundo nos llama a atenderlo. Además, esta iglesia no será la más eficaz y efectiva en alcanzar su propósito hasta que use los talentos y dones que Dios ha puesto en ella. Hombres y mujeres, jóvenes y adulos, son llamados por Dios para cumplir el propósito para el cual nacieron.

La iglesia no triunfará hasta que las mujeres en todos los lugares sean libres y cumplan los propósitos para los cuales nacieron. Cada una tiene una responsabilidad.
Debemos levantarnos y salir, no para disgustar a la iglesia o el mundo ni para derrocar las estructuras ya establecidas, sino levantarnos de nuestros lugares de privilegio, surgir de nuestras zonas cómodas de trabajo y tomar nuestra cruz y ser siervas-líder, dispuestas a sufrir el dolor, la frustración, el cansancio, y en algunas instancias, la muerte por la causa de Dios en servicio a una iglesia en desdén y a un mundo condenado.

Hoy y en los años por venir, el mundo necesita siervas que vayan más allá de lo que ha conocido en el pasado. Como indican las predicciones, las acciones pasadas no serán suficientes para los tiempos que vendrán. Nosotras las que estamos aquí, en estos tiempos de la historia, hemos sido elegidos para tomar el manto del siervo líder, el manto de servicio.
Sin importar lo que hicimos en el pasado, tenemos una tarea aún más grande para hacer—hoy y en el futuro.

Escuchemos lo que dice Elena de White:
“[…] Podéis hacer una obra noble para Dios si queréis. La mujer no conoce su poder […] Hay un propósito más elevado para la mujer, un destino más grandioso. Debe desarrollar y cultivar sus facultades, porque Dios puede emplearlas en su gran obra de salvar las almas de la ruina eterna”. (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 635).

Estamos reunidas aquí en esta convocatoria especial para recibir dirección de nuestro Líder celestial. Estamos vestidas, haciendo nuestra parte, ¿pero estamos en verdad preparadas para una hora como esta en el mundo?

La vestimenta adecuada 
En Louisville y la mayoría del sur de Estados Unidos, las personas se preocupan mucho por vestirse adecuadamente para la ocasión. Nosotras las mujeres cristianas también debemos preocuparnos, pero no en maneras como en el pasado—midiendo el largo de las faldas y la intensidad del color.
Alguien ha dicho que debemos llevar puesta nuestra ropa de guerra, pues al ofrecer nuestro servicio a un mundo de maldad, lucharemos, no con carne y sangre, sino contra poderes sobrenaturales de tinieblas espirituales.
Al proseguir, debemos revestirnos con toda la armadura de Dios. De esa manera deseo vestirme hoy. Quiero que mi vestimenta sea hecha a la medida por encargo del Espíritu Santo, y deseo que Efesios 6 sea mi marca. Cuando tengamos esto, estaremos adornadas como la reina Ester.
Ester vistió telas muy finas en sus faldas largas ondulantes, pero también estaba envuelta con la verdad. Sus faldas complementaban las blusas más delicadas y elaboradas, pero también estaba entallada con la coraza de justicia.
Ester vistió los zapatos más finos y a la moda de su día y probablemente tenía un clóset lleno de zapatillas hechas a manos, pero más importante, calzaba sus pies con la preparación del Evangelio de paz, y aunque llevaba un delicado abanico en su mano, con certeza llevaba el escudo de la fe.
Luego, para completar su vestimenta, los adornos de su cabeza siempre eran elegantes. Y aún sobre ellos vestía el yelmo de la esperanza de salvación. Aunque Ester debe haber llevado bolsos exquisitos adornados de las mejores piedras y metales preciosos, sabemos que empuñaba la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Sí, es importante vestirse adecuadamente según la ocasión. ¿Estás vestida para la ocasión? ¿Vistes la vestimenta de marca de Efesios 6 al marchar hacia delante en un servicio tan importante?
Sabes, tal vestimenta requiere atención diaria, y es algo costosa. ¿Cómo podemos entonces, mujeres ordinarias de medios e influencia limitados alcanzar y mantener esa norma de vestimenta?

Conclusión 
Elena de White dice del mensaje de Pablo en Romanos 12 (y de nuevo sustituiré el lenguaje masculino por el femenino):
“La mujer, ser caído, puede ser transformada por la renovación de la mente, y, de este modo probar ‘cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta’. ¿Es esto posible? Sí, cuando el Espíritu Santo toma posesión de la mente, del espíritu, y del carácter”.
Sigue diciendo Elena de White:
“¿Cómo y dónde se lo prueba? ‘Pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres”. (En los lugares celestiales, pág. 323).
Seguramente lo escribió para la mujer. “Los frutos de la verdadera obra”, dice ella, “por el Espíritu Santo son evidentes en el carácter. Así como un buen árbol da buenos frutos, también el árbol que sea plantado en el huerto del Señor producirá frutos para vida eterna”. Nos asegura ella que una completa transformación parecerá costosa, ¡pero en realidad es gratuita! Es un don de Dios para nosotros. Por lo tanto, apresurémonos a decir con Isaías,
“Oí la voz del Señor que decía: ¿a quién enviaré y quién irá [a servir] por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame [a servir] a mí”. (Isaías 6:8).

Dios te creó para una tarea divina—una función única que cumplir en tu vida—¡Así como Ester!
Hay algo que puedes hacer por Dios que nadie más puede hacer—un lugar específico que solo tú puedes llenar.
Que Dios bendiga a cada una de nosotras para cumplir, en momentos como estos, el propósito de nuestra vida por medio del servicio

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