EL PAGO DE LA BONDAD
Lectura bíblica: Proverbios 11:27
“El que madruga para el bien, halla buena voluntad” (Proverbios 11:27).
Introducción
En Gálatas 6:7 Dios nos enseña que todo lo que hacemos tiene sus consecuencias: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.
De acuerdo con esta ley, si hacemos el mal, las consecuencias serán malas, una maldición; en cambio si hacemos el bien, las consecuencias serán buenas; es decir, una bendición.
Así pues, maldición o bendición, será determinado por lo que sembramos.
Proverbios 11:27 se entiende mejor en el contexto de esta ley de la siembra y la cosecha: “El que madruga para el bien, halla buena voluntad”; en donde madrugar para el bien equivale a la siembra y la buena voluntad hallada es la consecuencia o cosecha.
Ahora, ¿qué significa madrugar para el bien?
Y si el hombre madruga para el bien, ¿en qué consiste la cosecha descrita como la buena voluntad hallada? Y aparte de esta buena voluntad, ¿habrá algo más en la cosecha que obtiene la persona que madruga para el bien? Y si lo hay, ¿qué es, en qué consiste ese plus, ese valor agregado?
Madrugar para el bien
Hay un refrán acuñado por la sabiduría popular que dice: “Al que madruga Dios le ayuda”.
El dicho se usa para ilustrar la importancia de ser esforzado en el trabajo, de aprovechar el tiempo al máximo, de sacarle ventaja a la jornada desde las primeras horas del nuevo día, cuando aún es oscuro.
En general el principio se aplica a toda actitud proactiva en las personas, a toda disposición solícita para hacer algo. Según el refrán, la consecuencia o cosecha que una persona con estas características recoge es resultado de la ayuda de Dios, lo consigue con la ayuda de Dios: “Al que madruga Dios le ayuda”. Por lo tanto, no se trata de cualquier ayuda.
Estamos hablando de una ayuda que proviene de un Dios todopoderoso, lo cual nos da una mejor idea de lo extraordinaria que es esta cosecha. Pero para conseguirla hay que madrugar.
El madrugar va contra la pereza y a favor de la diligencia, y así como la pereza tiene su nefasta cosecha, la diligencia también tiene la suya, solo que en lugar de nefasta es un deleite para quien la recoge.
Además, las personas con esta actitud gozan de gran prestigio frente a los demás, quienes de buena gana les reconocen su espíritu esforzado. En otras palabras, se ganan su “buena voluntad”.
No perdamos de vista nuestro texto bíblico: “El que madruga para el bien, halla buena voluntad”. El mismo principio que hallamos en el refrán comentado se aplica con aquel que es presto para hacer el bien. La actitud proactiva hacia el bien, la disposición solícita para hacerlo, describe a una persona “que madruga para el bien”. Antes que los demás se levanten, ya está en proceso su bien hacer. Es de madrugada, y en la penumbra se dibuja la silueta de alguien arrodillado junto a su cama. Está orando, haciendo lo único que puede potenciarlo para echar mano de las oportunidades de hacer bien que tendrá durante el día. Cuando el día va evolucionando y las oportunidades se van presentando, actúa proactivamente, no lo piensa dos veces, acciona de inmediato, solícito, presto, dispuesto.
En otras palabras, “madruga para el bien”, es pronto para hacerlo.
Job ilustra con su ejemplo lo que significa madrugar para el bien. Lo hace con una práctica tan extraordinaria, que no nos deja lugar a la duda para afirmar que se trata del ejemplo por excelencia de lo que es madrugar para el bien:
“Muy de mañana ofrecía un holocausto”, leemos en Job 1:5.
Es decir, madrugaba para entrar en comunión con Dios mediante el ofrecimiento de su holocausto; se levantaba “muy de mañana” a buscar la presencia del Señor para estrechar su relación con él.
Al final del mismo versículo se nos hace saber que la disposición de Job hacia este bien hacer no era ocasional, sino que esta acción de madrugar a ofrecer un holocausto al Señor, “para Job ésta era una costumbre cotidiana”, es decir, algo de todos los días, un hábito.
Insistimos, este es el mejor ejemplo de lo que significa “madrugar para el bien”.
Como arriba señalamos, desarrollar el hábito de levantarnos muy de mañana a orar y luego escudriñar las Escrituras es la fuente de poder que nos habilitará para inclinarnos hacia el bien hacer a lo largo del día.
A quien madruga con este propósito, sin duda tiene asegurada la ayuda del Dios Todopoderoso para mantenerse del lado del bien y la justicia. Pero volviendo a nuestro refrán popular, “al que madruga Dios lo ayuda”, debemos aclarar que no todos madrugan con la intención de hacer el bien. Por lo tanto, no todo al que madruga Dios lo ayuda. Nuestro texto bíblico especifica que aquel “que madruga para el bien”, ese es el que “halla buena voluntad”.
Un caso ocurrido en las calles de San José, Costa Rica, y narrado por un periodista, nos ayudará a entenderlo de mejor manera. Ese día unos ladrones habían madrugado, no para hacer el bien, sino para robarle las herramientas a un constructor, pero para su desgracia fueron capturados. Demás está decir que no hallaron ninguna “buena voluntad” en sus captores; todo lo contrario, hallaron toda la mala voluntad posible.
El periodista, al hacer la redacción de la noticia, muy reflexivo acuñó una variable del refrán que venimos comentando. Escribió: “Si no es para hacer el bien, al que madruga Dios no lo ayuda”.
Hablando sobre el bien de madrugar, Benjamín Franklin dijo, que “irse a la cama temprano y levantarse temprano, hace al hombre sano, rico y sabio”.
Unos 80 años después, el escritor Mark Twain desafió lo escrito por Franklin afirmando que no era cierto, que irse a la cama temprano y levantarse temprano no hacía al hombre sano, rico ni sabio.
¿Quién de los dos tenía la razón?
Curiosamente, del estilo de vida que ambos vivieron extraemos la respuesta.
En el caso de Benjamín Franklin vivió una vida ordenada, guiada por buenos hábitos, disciplinada, y como resultado inevitablemente exitosa.
Por el otro lado, la vida de Mark Twain fue convulsa, desordenada, en constante bancarrota a pesar de las ganancias producidas por sus muchos libros, y en ciertos momentos hasta al borde del suicidio.
Entonces, ¿quién fue más sabio?
Es que cultivar buenos hábitos hace al hombre sabio, y entre otros Benjamín Franklin tenía el hábito de madrugar. Así le sacaba el máximo de provecho a su tiempo; mucho más cuando se madruga para hacer el bien de buscar el reino de Dios y su justicia como la primera ocupación del día.
Sí, “el que madruga para el bien, halla buena voluntad”. Es una ley, un principio: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Si sembramos buenos hábitos, la cosecha será buena, y no hay nada mejor que sembrar el buen hábito de levantarse muy de mañana a ofrecernos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.
La cosecha que se obtiene de esta siembra sobrepasa cualquier cálculo. “El que madruga para el bien” de buscar el reino de Dios y su justicia, “halla buena voluntad” en el Dios a quien busca. Dios se agrada de tales adoradores en espíritu y en verdad, y les concede toda su “buena voluntad”.
¿Puede haber mejor cosecha para una siembra como esta? El bien paga bien.
En Marcos 10:18 el Señor Jesús afirmó que “ninguno hay bueno, sino solo uno, Dios”, pero en Proverbios 12:2 leemos que “el hombre bueno recibe el favor del Señor”. ¿Se trata de una contradicción?
No, si aclaramos que solo Dios es esencialmente bueno, y que en el caso del hombre, aunque posee una naturaleza inclinada hacia el mal, al permitir que la gracia de Dios obre en su corazón, va siendo transformando, haciendo que de su interior surjan buenos motivos que luego se convierten en buenas acciones. Es en este contexto que debemos entender el “hombre bueno” al cual se refiere Proverbios 12:2.
Por ejemplo, ¿Diría usted que Martín Lutero fue un hombre bueno? ¿Y qué de Elena White? ¿Fue una buena mujer? ¿John Wesley fue un buen hombre? ¿Y qué de Tabita, la Dorcas mencionada en las Escrituras; fue una buena mujer? ¿Podríamos llamar “hombre bueno” a Jaime White, a John N. Andrews, a José Bates?
A estas personas las llamamos buenas por sus buenas obras, fruto de la obra que le permitieron hacer al Espíritu Santo a lo largo de su vida cristiana.
Contrario a los hombres buenos, de la historia también podemos extraer casos de hombres malos. Por ejemplo, Adolfo Hitler, el dictador alemán que exterminó a 6 millones de judíos en las cámaras de gas durante la Segunda Guerra Mundial, más los 55 millones de muertos causados por esta guerra iniciada por él, ¿fue un hombre bueno? Nadie se atrevería a afirmarlo. Fue un hombre muy malo, y la humanidad entera no le concede su favor ni halla buena voluntad de su parte. ¿Y qué diríamos de José Stalin? Bajo su dictadura dio muerte a unos 20 millones de sus propios conciudadanos. ¿Nos atreveríamos a decir que fue un hombre bueno? En absoluto. Todo lo contrario, fue un hombre malo, en extremo.
Lo extraordinario que le ocurre al “hombre bueno” de Proverbios 12 es la fuente de quien recibe el favor en pago por hacer el bien.
Leámoslo una vez más hasta que lo grabemos en el alma:
“El hombre bueno recibe el favor del Señor”.
No lo recibe de ningún ser creado; lo recibe del Señor, el Dios Todopoderoso. Sin duda que la gente buena se gana nuestro favor, nuestro reconocimiento, pero ganarnos el favor del Señor es otra dimensión; sin comparación posible.
Proverbios 12 hace un contraste entre el hombre bueno y el hombre malo. Por ejemplo, en el versículo 3 se nos dice que “nadie puede afirmarse por medio de la maldad”, y que “sólo queda firme la raíz de los justos”. Tal es el favor que el “hombre bueno” recibe del Señor como recompensa por su bien hacer: su raíz es afirmada, no muere, permanece.
Luego en el versículo 7 leemos que si “los malvados se derrumban y dejan de existir, los hijos de los justos permanecen”. ¡Que maravilloso favor recibe el “hombre bueno” de parte del Señor! ¡Qué sus hijos permanezcan! ¡Que no se pierdan sino que tengan vida eterna!
Según el versículo 8, al hombre bueno “se le alaba según su sabiduría, pero al de mal corazón se le desprecia”. El versículo 10 dice que este hombre hasta “atiende a las necesidades de su bestia”; en contraste, “el malvado es de mala entraña”.
Como recompensa por ser un hombre bueno, ¡nada se compara al favor recibido del Señor!
Por ejemplo, pensemos en el caso de un hijo cuyo comportamiento es bueno; ¿recibe el favor de sus padres? ¡Por supuesto! ¿Y qué diremos del trabajador cuya conducta laboral es buena? ¿Recibe el favor de su empleador? Naturalmente. ¿Y qué del estudiante cuyo rendimiento académico es bueno? ¿Se gana el favor de su maestro, de sus padres? ¡Claro! Se trata de una ley general: Cuando hacemos el bien nos ganamos el favor de los demás.
¿Y esperaríamos que Dios hiciera caso omiso de esta ley con sus hijos que se esfuerzan en ser buenos?
¡De ninguna manera! Más bien, por ser Dios mismo el autor de esta ley, se regocija en cumplirla con aquellos que luchan por imitarlo haciendo lo bueno: ¡Les concede todo su favor!
“El hombre bueno recibe el favor del Señor”. Este es el plus, el valor agregado, ese algo más que se proyecta hacia el infinito: “El favor del Señor”. ¡Qué recompensa! ¡Qué cosecha!
Conclusión
Está demostrado, hacer el bien, cualquier tipo de bien, asegura muchos beneficios.
Proverbios 11:17 dice que “el que es bondadoso se beneficia a sí mismo”. Son los beneficios que se cosechan después de haber sembrado la semilla del bien. Tales sembradores se ganan la buena voluntad de los demás al ser reconocidos como personas de bien, pues “el que madruga para el bien, halla buena voluntad”, confirma el versículo 27.
Esta estima de parte de los demás, este reconocimiento, también es parte de la cosecha.
Pero nada se compara a la buena voluntad que hallamos en el Señor al aprobar nuestra vida dedicada al bien.
Cuando en Proverbios 12:2 nos deja saber que “el hombre bueno recibe el favor del Señor”, tal favor, sabiendo que viene de un Dios Todopoderoso, es lo mejor que puede ocurrirnos como cristianos.
Va más allá de toda estimación. Es un plus que no tiene fin. Un valor agregado sin límites.
Si notamos en los pasajes recién citados, en los tres se cumple la ley de la siembra y la cosecha:
- En el primero, “el que es bondadoso (la siembra), se beneficia a sí mismo (la cosecha)”.
- En el segundo, “el que madruga para el bien (la siembra), halla buena voluntad (la cosecha)”.
- Y por último, “el hombre bueno (que lo es por sembrar el bien), recibe el favor del Señor (la cosecha)”.
Ante tanta evidencia relacionada con los beneficios que se obtienen al sembrar el bien, solo es posible una decisión: confirmar nuestra voluntad de vivir en este mundo como gente de bien, personas hacedoras del bien, hijos e hijas de Dios cuya conducta es buena, aprobada por los hombres, más el plus: aprobada por Dios.
Lectura bíblica: Proverbios 11:27
“El que madruga para el bien, halla buena voluntad” (Proverbios 11:27).
Introducción
En Gálatas 6:7 Dios nos enseña que todo lo que hacemos tiene sus consecuencias: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.
De acuerdo con esta ley, si hacemos el mal, las consecuencias serán malas, una maldición; en cambio si hacemos el bien, las consecuencias serán buenas; es decir, una bendición.
Así pues, maldición o bendición, será determinado por lo que sembramos.
Proverbios 11:27 se entiende mejor en el contexto de esta ley de la siembra y la cosecha: “El que madruga para el bien, halla buena voluntad”; en donde madrugar para el bien equivale a la siembra y la buena voluntad hallada es la consecuencia o cosecha.
Ahora, ¿qué significa madrugar para el bien?
Y si el hombre madruga para el bien, ¿en qué consiste la cosecha descrita como la buena voluntad hallada? Y aparte de esta buena voluntad, ¿habrá algo más en la cosecha que obtiene la persona que madruga para el bien? Y si lo hay, ¿qué es, en qué consiste ese plus, ese valor agregado?
Madrugar para el bien
Hay un refrán acuñado por la sabiduría popular que dice: “Al que madruga Dios le ayuda”.
El dicho se usa para ilustrar la importancia de ser esforzado en el trabajo, de aprovechar el tiempo al máximo, de sacarle ventaja a la jornada desde las primeras horas del nuevo día, cuando aún es oscuro.
En general el principio se aplica a toda actitud proactiva en las personas, a toda disposición solícita para hacer algo. Según el refrán, la consecuencia o cosecha que una persona con estas características recoge es resultado de la ayuda de Dios, lo consigue con la ayuda de Dios: “Al que madruga Dios le ayuda”. Por lo tanto, no se trata de cualquier ayuda.
Estamos hablando de una ayuda que proviene de un Dios todopoderoso, lo cual nos da una mejor idea de lo extraordinaria que es esta cosecha. Pero para conseguirla hay que madrugar.
El madrugar va contra la pereza y a favor de la diligencia, y así como la pereza tiene su nefasta cosecha, la diligencia también tiene la suya, solo que en lugar de nefasta es un deleite para quien la recoge.
Además, las personas con esta actitud gozan de gran prestigio frente a los demás, quienes de buena gana les reconocen su espíritu esforzado. En otras palabras, se ganan su “buena voluntad”.
No perdamos de vista nuestro texto bíblico: “El que madruga para el bien, halla buena voluntad”. El mismo principio que hallamos en el refrán comentado se aplica con aquel que es presto para hacer el bien. La actitud proactiva hacia el bien, la disposición solícita para hacerlo, describe a una persona “que madruga para el bien”. Antes que los demás se levanten, ya está en proceso su bien hacer. Es de madrugada, y en la penumbra se dibuja la silueta de alguien arrodillado junto a su cama. Está orando, haciendo lo único que puede potenciarlo para echar mano de las oportunidades de hacer bien que tendrá durante el día. Cuando el día va evolucionando y las oportunidades se van presentando, actúa proactivamente, no lo piensa dos veces, acciona de inmediato, solícito, presto, dispuesto.
En otras palabras, “madruga para el bien”, es pronto para hacerlo.
Job ilustra con su ejemplo lo que significa madrugar para el bien. Lo hace con una práctica tan extraordinaria, que no nos deja lugar a la duda para afirmar que se trata del ejemplo por excelencia de lo que es madrugar para el bien:
“Muy de mañana ofrecía un holocausto”, leemos en Job 1:5.
Es decir, madrugaba para entrar en comunión con Dios mediante el ofrecimiento de su holocausto; se levantaba “muy de mañana” a buscar la presencia del Señor para estrechar su relación con él.
Al final del mismo versículo se nos hace saber que la disposición de Job hacia este bien hacer no era ocasional, sino que esta acción de madrugar a ofrecer un holocausto al Señor, “para Job ésta era una costumbre cotidiana”, es decir, algo de todos los días, un hábito.
Insistimos, este es el mejor ejemplo de lo que significa “madrugar para el bien”.
Como arriba señalamos, desarrollar el hábito de levantarnos muy de mañana a orar y luego escudriñar las Escrituras es la fuente de poder que nos habilitará para inclinarnos hacia el bien hacer a lo largo del día.
A quien madruga con este propósito, sin duda tiene asegurada la ayuda del Dios Todopoderoso para mantenerse del lado del bien y la justicia. Pero volviendo a nuestro refrán popular, “al que madruga Dios lo ayuda”, debemos aclarar que no todos madrugan con la intención de hacer el bien. Por lo tanto, no todo al que madruga Dios lo ayuda. Nuestro texto bíblico especifica que aquel “que madruga para el bien”, ese es el que “halla buena voluntad”.
Un caso ocurrido en las calles de San José, Costa Rica, y narrado por un periodista, nos ayudará a entenderlo de mejor manera. Ese día unos ladrones habían madrugado, no para hacer el bien, sino para robarle las herramientas a un constructor, pero para su desgracia fueron capturados. Demás está decir que no hallaron ninguna “buena voluntad” en sus captores; todo lo contrario, hallaron toda la mala voluntad posible.
El periodista, al hacer la redacción de la noticia, muy reflexivo acuñó una variable del refrán que venimos comentando. Escribió: “Si no es para hacer el bien, al que madruga Dios no lo ayuda”.
Hablando sobre el bien de madrugar, Benjamín Franklin dijo, que “irse a la cama temprano y levantarse temprano, hace al hombre sano, rico y sabio”.
Unos 80 años después, el escritor Mark Twain desafió lo escrito por Franklin afirmando que no era cierto, que irse a la cama temprano y levantarse temprano no hacía al hombre sano, rico ni sabio.
¿Quién de los dos tenía la razón?
Curiosamente, del estilo de vida que ambos vivieron extraemos la respuesta.
En el caso de Benjamín Franklin vivió una vida ordenada, guiada por buenos hábitos, disciplinada, y como resultado inevitablemente exitosa.
Por el otro lado, la vida de Mark Twain fue convulsa, desordenada, en constante bancarrota a pesar de las ganancias producidas por sus muchos libros, y en ciertos momentos hasta al borde del suicidio.
Entonces, ¿quién fue más sabio?
Es que cultivar buenos hábitos hace al hombre sabio, y entre otros Benjamín Franklin tenía el hábito de madrugar. Así le sacaba el máximo de provecho a su tiempo; mucho más cuando se madruga para hacer el bien de buscar el reino de Dios y su justicia como la primera ocupación del día.
Sí, “el que madruga para el bien, halla buena voluntad”. Es una ley, un principio: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Si sembramos buenos hábitos, la cosecha será buena, y no hay nada mejor que sembrar el buen hábito de levantarse muy de mañana a ofrecernos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.
La cosecha que se obtiene de esta siembra sobrepasa cualquier cálculo. “El que madruga para el bien” de buscar el reino de Dios y su justicia, “halla buena voluntad” en el Dios a quien busca. Dios se agrada de tales adoradores en espíritu y en verdad, y les concede toda su “buena voluntad”.
¿Puede haber mejor cosecha para una siembra como esta? El bien paga bien.
En Marcos 10:18 el Señor Jesús afirmó que “ninguno hay bueno, sino solo uno, Dios”, pero en Proverbios 12:2 leemos que “el hombre bueno recibe el favor del Señor”. ¿Se trata de una contradicción?
No, si aclaramos que solo Dios es esencialmente bueno, y que en el caso del hombre, aunque posee una naturaleza inclinada hacia el mal, al permitir que la gracia de Dios obre en su corazón, va siendo transformando, haciendo que de su interior surjan buenos motivos que luego se convierten en buenas acciones. Es en este contexto que debemos entender el “hombre bueno” al cual se refiere Proverbios 12:2.
Por ejemplo, ¿Diría usted que Martín Lutero fue un hombre bueno? ¿Y qué de Elena White? ¿Fue una buena mujer? ¿John Wesley fue un buen hombre? ¿Y qué de Tabita, la Dorcas mencionada en las Escrituras; fue una buena mujer? ¿Podríamos llamar “hombre bueno” a Jaime White, a John N. Andrews, a José Bates?
A estas personas las llamamos buenas por sus buenas obras, fruto de la obra que le permitieron hacer al Espíritu Santo a lo largo de su vida cristiana.
Contrario a los hombres buenos, de la historia también podemos extraer casos de hombres malos. Por ejemplo, Adolfo Hitler, el dictador alemán que exterminó a 6 millones de judíos en las cámaras de gas durante la Segunda Guerra Mundial, más los 55 millones de muertos causados por esta guerra iniciada por él, ¿fue un hombre bueno? Nadie se atrevería a afirmarlo. Fue un hombre muy malo, y la humanidad entera no le concede su favor ni halla buena voluntad de su parte. ¿Y qué diríamos de José Stalin? Bajo su dictadura dio muerte a unos 20 millones de sus propios conciudadanos. ¿Nos atreveríamos a decir que fue un hombre bueno? En absoluto. Todo lo contrario, fue un hombre malo, en extremo.
Lo extraordinario que le ocurre al “hombre bueno” de Proverbios 12 es la fuente de quien recibe el favor en pago por hacer el bien.
Leámoslo una vez más hasta que lo grabemos en el alma:
“El hombre bueno recibe el favor del Señor”.
No lo recibe de ningún ser creado; lo recibe del Señor, el Dios Todopoderoso. Sin duda que la gente buena se gana nuestro favor, nuestro reconocimiento, pero ganarnos el favor del Señor es otra dimensión; sin comparación posible.
Proverbios 12 hace un contraste entre el hombre bueno y el hombre malo. Por ejemplo, en el versículo 3 se nos dice que “nadie puede afirmarse por medio de la maldad”, y que “sólo queda firme la raíz de los justos”. Tal es el favor que el “hombre bueno” recibe del Señor como recompensa por su bien hacer: su raíz es afirmada, no muere, permanece.
Luego en el versículo 7 leemos que si “los malvados se derrumban y dejan de existir, los hijos de los justos permanecen”. ¡Que maravilloso favor recibe el “hombre bueno” de parte del Señor! ¡Qué sus hijos permanezcan! ¡Que no se pierdan sino que tengan vida eterna!
Según el versículo 8, al hombre bueno “se le alaba según su sabiduría, pero al de mal corazón se le desprecia”. El versículo 10 dice que este hombre hasta “atiende a las necesidades de su bestia”; en contraste, “el malvado es de mala entraña”.
Como recompensa por ser un hombre bueno, ¡nada se compara al favor recibido del Señor!
Por ejemplo, pensemos en el caso de un hijo cuyo comportamiento es bueno; ¿recibe el favor de sus padres? ¡Por supuesto! ¿Y qué diremos del trabajador cuya conducta laboral es buena? ¿Recibe el favor de su empleador? Naturalmente. ¿Y qué del estudiante cuyo rendimiento académico es bueno? ¿Se gana el favor de su maestro, de sus padres? ¡Claro! Se trata de una ley general: Cuando hacemos el bien nos ganamos el favor de los demás.
¿Y esperaríamos que Dios hiciera caso omiso de esta ley con sus hijos que se esfuerzan en ser buenos?
¡De ninguna manera! Más bien, por ser Dios mismo el autor de esta ley, se regocija en cumplirla con aquellos que luchan por imitarlo haciendo lo bueno: ¡Les concede todo su favor!
“El hombre bueno recibe el favor del Señor”. Este es el plus, el valor agregado, ese algo más que se proyecta hacia el infinito: “El favor del Señor”. ¡Qué recompensa! ¡Qué cosecha!
Conclusión
Está demostrado, hacer el bien, cualquier tipo de bien, asegura muchos beneficios.
Proverbios 11:17 dice que “el que es bondadoso se beneficia a sí mismo”. Son los beneficios que se cosechan después de haber sembrado la semilla del bien. Tales sembradores se ganan la buena voluntad de los demás al ser reconocidos como personas de bien, pues “el que madruga para el bien, halla buena voluntad”, confirma el versículo 27.
Esta estima de parte de los demás, este reconocimiento, también es parte de la cosecha.
Pero nada se compara a la buena voluntad que hallamos en el Señor al aprobar nuestra vida dedicada al bien.
Cuando en Proverbios 12:2 nos deja saber que “el hombre bueno recibe el favor del Señor”, tal favor, sabiendo que viene de un Dios Todopoderoso, es lo mejor que puede ocurrirnos como cristianos.
Va más allá de toda estimación. Es un plus que no tiene fin. Un valor agregado sin límites.
Si notamos en los pasajes recién citados, en los tres se cumple la ley de la siembra y la cosecha:
- En el primero, “el que es bondadoso (la siembra), se beneficia a sí mismo (la cosecha)”.
- En el segundo, “el que madruga para el bien (la siembra), halla buena voluntad (la cosecha)”.
- Y por último, “el hombre bueno (que lo es por sembrar el bien), recibe el favor del Señor (la cosecha)”.
Ante tanta evidencia relacionada con los beneficios que se obtienen al sembrar el bien, solo es posible una decisión: confirmar nuestra voluntad de vivir en este mundo como gente de bien, personas hacedoras del bien, hijos e hijas de Dios cuya conducta es buena, aprobada por los hombres, más el plus: aprobada por Dios.
Comentarios
Publicar un comentario