COMPASIÓN SIN LÍMITES
Romanos 6:23
INTRODUCCIÓN
Miguel era un muchacho inquieto como casi todos. La vida en casa había sido armoniosa y cálida hasta el día que conoció a los malos amigos que lo fueron introduciendo en algunas actividades ilícitas.
Como era de contextura delgada, un día entró por entre las rejas de la sala del director de la escuela y tomó algunas monedas, pero nadie se enteró de lo sucedido.
Así, poco a poco, sus hurtos se fueron haciendo más grandes hasta que un día, a los 12 años sucedió lo peor.
Esa noche su papá reunió a la familia y les compartió su alegría de haber recibido el salario de su nuevo empleo. “Juntos —les dijo —haremos un presupuesto y cada uno recibirá una parte para gastos personales”. Terminada la reunión, colocó con confianza el dinero entre los libros de la biblioteca. Luego de la oración, cada uno se dispuso a dormir. Miguel no lo lograba. Una extraña fuerza lo tenía despierto, concentrado en el dinero que su padre había dejado entre los libros. Lamentablemente esa fuerza lo venció, y a hurtadillas tomó el dinero lo escondió bajo una piedra en el jardín.
Al día siguiente, todos fueron despertados por el grito de padre cuando éste se dio cuenta de que el salario había desaparecido. Habló con cada uno y nadie sabía nada. Luego de algunos días, los profesores notaron algunos artículos extravagantes en manos de Miguel.
Avisaron al padre, y allí comenzó otra historia. No pasó mucho tiempo hasta que se supo la verdad. Toda la familia estaba espantada. Sabían que Miguel tendría que recibir un castigo ejemplar.
El padre consternado lo llevó a la cocina y encendió una de las hornillas. La madre quiso impedir el hecho. El hijo clamó desesperado: —¡Padre, perdóname! —No hijo, no te puedo perdonar. Has cometido un gran pecado —pronunció el padre.
Pronto un olor de carne quemada se sintió en la habitación. Un silencio sobrecogedor envolvió a la familia y pronto percibieron cómo la mano se iba hinchado terriblemente. Sin embargo, era la mano del padre y no la del culpable. Tuvo que ser atendido en un hospital. Cuando el médico le preguntó cómo había sucedido, no entendió la explicación.
¿Quién comprendería que lo había hecho para recibir el castigo que le correspondía a su propio hijo? Transcurridos 20 años, cada vez que Miguel mira o toca la mano de su padre, su alma se estremece y le dice: “esas cicatrices las debería tener yo”.
Siempre deberíamos tener esa frase en mente: “Esas cicatrices las debería tener yo”.
El día que realmente comprendamos lo que sucedió aquella tarde en la cruz del Calvario, entenderemos lo que significan amor y compasión. Para comprender esto, repasemos juntos lo que sucedió en dos jardines: El jardín del Edén y el Jardín del Getsemaní.
I. LO QUE SUCEDIÓ EN EL JARDÍN DEL EDÉN.
a. Al crear Dios al hombre le dio una orden: “De todo árbol del huerto comeréis libremente, más del árbol del conocimiento del bien y del mal no comeréis, porque el día en que de él comiereis, ciertamente morirás” (Gén. 2:16, 17).
En esa orden estaba comprendido el principio de retribución.
Eso significa que, la obediencia merece la vida y la desobediencia merece la muerte. El hombre pecó. Todos nosotros pecamos y la desobediencia produce muerte. Teníamos que morir. “La paga del pecado es la muerte” (Rom. 6:23).
b.El hombre no quiere morir, pero alguien tiene que morir. Alguien tiene que pagar el precio del pecado en lugar del ser humano.
Ahí es cuando aparece la figura compasiva del Hijo. Él dice: “Padre, el hombre merece morir porque pecó, pero antes de cumplir la sentencia, quiero ir a la tierra como hombre y vivir como él; quiero asumir su naturaleza, experimentar sus problemas, sufrir sus tristezas, sus alegrías y tentaciones”.
Fue por eso que Cristo vino a este mundo como un niño.
c. Él no solo parecía hombre, era un hombre de verdad, como tú y como yo. Tuvo las mismas luchas que tú tienes, a veces se sintió solo e incomprendido. Experimentó tus tentaciones, y es por eso, y no simplemente porque es Dios, que él está más cerca de amarte y comprenderte que de juzgarte y condenarte.
d. Cristo,después de haber vivido en este mundo, podría decir: Padre, yo viví en la tierra como un ser humano, y fui tentado en todo, pero no pequé. Como ser humano, gané el derecho a la vida. El hombre, por el contrario, pecó y merece la muerte. Ahora, Padre, el principio de retribución no impide que haga un cambio. Siendo así, la muerte que el hombre merece, quiero morirla yo. Y la vida que yo merezco, porque no pequé, quiero ofrecérsela al hombre.
e. Fue eso lo que sucedió en la cruz del calvario. Un cambio por amor. Alguien murió en nuestro lugar.
II. LO QUE SUCEDIÓ EN EL JARDÍN DEL GETSEMANÍ
a. Unos días antes de la muerte de Cristo, la policía capturó a un criminal llamado Barrabás. El delincuente fue juzgado y condenado a muerte. Debía ser clavado en una cruz.
Esa era una muerte cruel. Nadie muere por las heridas causadas en las manos o en los pies. En la cruz, la sangre se va acabando gota a gota. A veces el condenado quedaba clavado varios días. El sol abrazador y el frío de la noche, el hambre, la sed, iban acabando poco a poco con su vida.
b. Después del juicio, las autoridades contrataron un carpintero para preparar la cruz de Barrabas. Allí estaba el delincuente y allí estaba su cruz. Con las medidas y con su nombre. Pero aquel día los judíos prendieron a Jesús. Él también fue juzgado y condenado.
La historia cuenta que un hombre llamado Pilato, intentando defenderlo los presentó delante del pueblo: Cristo y Barrabás, y dice: En estas fechas tenemos por costumbre soltar un prisionero. ¿A quién quieren que suelte esta vez: a Cristo o a Barrabás?(Mat.27:17)
c. El pueblo enloquecido gritó: -¡Suelta a Barrabas! ¡Crucifica a Cristo! (Mat. 27:22,23)
d. El Pastor A. Bullón, comentando este hecho en su libro Conocer a Jesús es Todo, dice que si hay alguien haya entendido alguna vez la plenitud del sentido de la expresión “Cristo murió en mi lugar” fue Barrabás. No lo podía creer. Él, un marginal, el hombre malo, estaba libre. Y aquel Jesús, manso e simple, que sólo vivió sembrando amor, sanando, resucitando, estaba allí para morir en su lugar.
e. Bullón continúa imaginando: Ya no había más tiempo para llamar al carpintero y preparar una cruz para Cristo. Allí estaba una cruz disponible, con las medidas de otro, con el nombre de otro, preparada para otro; y aquella tarde, Cristo ascendió al monte calvario cargando una pesada cruz, una cruz “ajena”, porque nadie preparó una cruz para él. ¿Por qué?
Simplemente porque él no merecía una cruz. Aquella tarde Cristo estaba cargando mi cruz. Era yo quien merecía morir, mas él me amó tanto que decidió morir en mi lugar, y me ofreció el derecho a la vida que como hombre, él había conquistado.
f. Allí en el Calvario, Cristo es crucificado. La cruz es levantada y con el peso del cuerpo la carne se rasga. La corona de espinas que le había sido colocada, le es más incómoda que nunca. La sangre le recorre el rostro. Otro soldado le hiere el costado con una lanza. Si tuviéramos una vista desde el aire, veríamos la más desconcertante escena: allí estaba el Dios-hombre muriendo por amor.
g. Elena de White describe: El sol se oscureció por completo, el terror se apoderó de todos los que allí estaban. Los relámpagos parecían lanzados contra él... Al entregar su vida preciosa, Cristo no se sintió animado de un gozo triunfante. Su corazón estaba desgarrado por el dolor. Pero no fueron el temor a la muerte ni el suplicio de la cruz los que causaron a Cristo tan terribles padecimientos. Fue el gravísimo peso de los pecados del mundo y el sentimiento de hallarse separado del amor de su Padre lo que quebrantó su corazón y causó tan rápida muerte al hijo de Dios (Cristo nuestro Salvador, p. 131.1).
h. Hasta las aves del cielo y las bestias del campo se sentían desesperados, presintiendo en su irracionalidad que alguna cosa extraña estaba aconteciendo. Solo el hombre, la más bella e inteligente de las criaturas parecía ignorar que en aquel instante su destino eterno estaba en juego.
i. Luego todo quedó en paz. La gente comenzó a volver a sus casas dejando la montaña solitaria. Allí colgaba, en medio de dos ladrones, Jesús, entregando su vida por la humanidad.
CONCLUSIÓN
No fue un héroe, ni un loco suicida quien murió en la cruz, no fue un revolucionario social. Era Dios hecho hombre, y como hombre tenía miedo de morir. Las palabras en el Getsemaní reflejaban este momento. “Padre, si tuvieses otra manera de salvar al hombre, si me quitaras esta prueba, yo te estaría agradecido” (VL).
La vida de toda la humanidad estaba en sus manos. Él tenía miedo, mas su amor fue mayor que el miedo. Cómo abandonar al hombre en el mundo de muerte. Eso es lo que tal vez nunca podamos comprender. ¿Por qué me amó tanto? ¿Por qué tanta compasión?
Él te ama tanto que a pesar del miedo, aceptó la muerte para verte feliz.
Miguel, el niño de la historia inicial, ahora un hombre, sentía estremecimiento cada vez que miraba las cicatrices en la mano de su padre. Esas cicatrices hablaban tan fuerte a su corazón que su vida cambió. Siempre se preguntaba ¿cómo sería tan ingrato de no amar a alguien que hizo eso por mí? Esas cicatrices tan horribles las debería tener yo.
La compasión de Cristo nos transforma y nos impulsa a tener la misma compasión por los que todavía no han contemplado el amor de Cristo, manifestado en el calvario.
Nunca tendré palabras para agradecer lo que él hizo por mí. Nunca podré entender la plenitud de su amor por mí. Pero al levantar los ojos para la montaña, y ver colgado en la cruz a un Dios de amor, mi corazón se enternece y exclamo: ¡Esa cruz era para mí! ¿Cómo sería tan ingrato para no amar a alguien que hizo tanto por mí? ¿Qué dices tú?
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