ÉL SE ENTREGÓ POR TI
INTRODUCCIÓN
Hasta ahora vimos que “¡Él nació por ti!”, “¡Él vivió por ti!” , “¡Él lloró por ti!”, y “Él sufrió por ti!”.
Él hizo todo eso por una única razón: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16, 17).
El tema de hoy es: ¡Él se entregó por ti!
¡Él prefirió entregarse por ti a vivir sin ti!
Vamos a hacer un paralelo del tema de hoy con la vida de Pedro.
I. POR AMOR, ÉL SE ENTREGÓ
“El amor que existe entre el Padre y el Hijo no puede ser descrito. Es inconmensurable. En Cristo, Dios vio la belleza y perfección de excelencia que mora en sí mismo. Maravíllense los cielos y asómbrese la tierra, porque Dios no escatimó a su propio Hijo sino que lo dio para que fuera hecho pecado por nosotros, para que los que creen puedan ser justicia de Dios en Él. El idioma es demasiado débil para que podamos intentar describir el amor de Dios. Creemos en él, nos regocijamos en él, pero no podemos abarcarlo” (Elena de White, En los lugares celestiales, p. 17).
Intentaremos imaginar este amor indescriptible en la vida de Pedro, quien salió de la arena de una vida inconsistente hacia la Roca de la vida firme. Conozcámoslo a él y a su historia increíble.
Los apóstoles eran personas comunes, poco talentosas. Probablemente, habían sido reprobados en la Escuela de los Profetas, por eso eran pescadores. Fue Andrés quien llevó a Simón a Jesús. Pedro tenía tres nombres: Simón, en hebreo; Cefas, en arameo. Y Pedro. Él nació en Galilea, al norte de Betsaida, que significa “ciudad de piedra”. Era casado, lo sabemos porque Jesús curó a su suegra (Luc. 4:38) (debe haber sido una suegra buenita). Pedro era habilidoso y muy fuerte, porque era pescador, y con solo quitar la “s” también era pecador. Pero él necesitaba saberlo y reconocerlo. Aún estaba dividido entre seguir a Jesús o la pesca. Y fue en su penúltima pesca que reconoció: “soy hombre pecador” (Luc. 5:8). Es solamente en personas así que Jesús puede actuar. Reconocer eso una vez no es suficiente. Debe ser una necesidad diaria.
Pedro se equivocó muchas veces, Judas también. Pedro hizo el peor papel, negó a Jesús abiertamente. Judas lo hizo a escondidas.
En otra ocasión, los discípulos estaban al oeste de Galilea, en su barca, y se “aterraron” al ver un fantasma, influencia grecorromana, pero Jesús dijo: “¡Cálmense! Soy yo. No tengan miedo” (Mat. 14:26, NVI). Algunas personas reaccionan así ante sus miedos por influencia de su imaginación ansiosa. Pero las tres frases cortas de Jesús son determinantes hasta el día de hoy.
Pedro, en un momento de autosuficiencia, logró dar algunos pasos sobre el agua, pero al quitar los ojos de Jesús se hundió.
Y en el mismo instante estaba en los brazos de Jesús.
En otra ocasión, ante la pregunta de Jesús “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” [...] “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mat. 16:13, 15). La respuesta ya estaba en la pregunta. Pero fue Pedro el que acertó de lleno: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16) y después fue elogiado por Jesús. Así era Pedro: un día se hundía y el otro acertaba.
El mismo Pedro fue usado por el diablo al pedirle a Jesús que no muriera en la cruz. Su ignorancia en esta declaración puso en juego su propia salvación y la nuestra también.
La Biblia no omitió sus fracasos para que su historia fuera un ejemplo para todos los que aciertan y erran, erran y aciertan en la vida.
II. POR ERRORES FATALES ÉL SE ENTREGÓ
Cuando “yo” intento vencer con mis propias fuerzas, “yo” fracaso. Cuando confío, él obtiene la victoria. Esa es una teología profunda. La mala noticia es que la “carne” conoce el pecado y el fracaso. Podemos conocer a Jesús por 50 años y podemos cometer los mismos pecados. No hay seguridad en pensar que podemos resolver el pecado, ese es un error fatal. Pero el Espíritu de Dios conoce una sola cosa, la victoria espiritual; y a medida que permitimos que el Espíritu obre en nuestra vida, comprobamos eso. Recuerda lo que dice Jesús: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).
Cuando Jesús se entregó para ser condenado, se demostraron cuatro errores fatales en la vida de Pedro:
Autosuficiencia: Pedro dijo que estaba listo tanto para ir a la cárcel como para morir (Luc. 22:33). Fue sincero cuando dijo eso. Debemos confiar más en Jesús de lo que confiamos en nuestra sinceridad. Jesús le avisó que lo negaría tres veces antes de que el gallo cantase dos veces.
Indolencia: Dormía cuando debía orar. Los que confían solamente en sí mismos no necesitan la oración (Luc. 22:45).
Precipitación: Sacó la espada cuando no debía (Luc. 22:50).
“Pedro le seguía de lejos” (Luc. 22:54).
Pedro estaba cansado, exhausto, asustado, frustrado, inseguro... póngase en su lugar. Mientras Jesús era condenado, Pedro volvió al patio, se calentaba las manos en el fuego del enemigo. A la miseria le gusta la compañía.
Y Pedro se juntó con los que condenaban a Jesús, con las personas que el segundo día de la semana de Pascua gritaban: “Hosana al Hijo de David”, y que el sexto día de la misma semana gritaban: “Crucifícalo”. Observa que al ser humano se lo influye fácilmente para el mal. Las decisiones pueden ser fatales. En el fuego del enemigo, Pedro negó a Jesús:
1. Primero dijo que nunca había visto a ese hombre. Mintió.
2. Negó ser un discípulo. Omitió.
3. “No sé de qué estás hablando”. Negó.
Entonces cantó el gallo. Es muy probable que cada mañana después de eso, cuando el gallo cantaba Pedro se despertaba para un nuevo día con Jesús porque el gallo le recordaba su pecado. Augusto Cury llamó a eso “gallofobia”.
Al salir del juicio Jesús “miró directamente a Pedro” (Luc. 22:61), mirada de amor, compasión y misericordia, como muchas veces miró a Pedro. La mirada de Jesús le recordó más de una vez que era pecador. La Biblia dice que Pedro “saliendo fuera, lloró amargamente” (Luc. 22:62). Aquella noche algo murió dentro de Pedro. “¿Será que Jesús me va a perdonar una vez más?”, debe haber pensado. Es verdad que dijo hasta 70 veces 7, lo que equivale a recibir el perdón 490 veces; sin embargo, su autosuficiencia debía morir de una vez por todas.
Eso ocurrió la noche del jueves, Jesús muere el viernes, Judas está muerto, pasa el sábado y el domingo. Para Pedro todo está terminado. Él se fue a pescar; siete discípulos más fueron con él. Observa su liderazgo: exactamente como tres años y medio antes.
“El mismo hecho de que tengamos que soportar pruebas muestra que el Señor Jesús ve en nosotros algo muy precioso que desea desarrollar. Si no viera en nosotros nada con lo cual glorificar su nombre, no gastaría tiempo refinándonos” (EGW, A fin de conocerle, p. 276).
III. MÁS QUE SATISFECHO POR LA ENTREGA
“De los que andaban con Jesús, ninguno se equivocó tanto como Pedro. Pero había una cualidad en él que siempre estuvo en los grandes hombres. No tenía miedo de equivocarse, de llorar, de entregarse por aquello en lo que creía, de correr riesgos para conquistar sus sueños. Era rápido para equivocarse y era rápido para arrepentirse y regresar al camino” (Augusto Cury, O Mestre Inesquecível [El Maestro inolvidable], p. 173).
Mientras trataban de pescar, después de una noche frustrante, sin pesca, la “persona” aparece otra vez y ellos no lo reconocieron. Pero él estuvo allí toda la noche. Así que, cuando amaneció ellos percibieron a un extraño en la orilla de la playa. Jesús pregunta: “Hijitos, ¿tenéis algo de comer?” (Juan 21:5). Ellos no habían pescado ningún pez. “Echad la red a la derecha de la barca” (Juan 21:6). “Y Jesús tenía un propósito al invitarlos a echar la red hacia la derecha del barco. De ese lado estaba él, en la orilla. Era el lado de la fe. Si ellos trabajaban en relación con él y se combinaba su poder divino con el esfuerzo humano, no podrían fracasar” (EGW, El Deseado de todas las gentes, p. 750).
Ese momento en la playa era el momento del nuevo comienzo. Jesús estaba rehaciendo el llamado como tres años y medio atrás. Pedro es el primero en llegar a la playa para aprovechar esta oportunidad. Jesús ya había preparado pescado asado a las brasas con pan (v. 9). Ahora el Maestro les enseña una lección, se aparta con Pedro y conversa en privado.
“Los pecados secretos han de ser confesados en secreto a Dios. Pero el pecado abierto requiere una confesión abierta. El oprobio que ocasiona el pecado del discípulo recae sobre Cristo” (EGW, El Deseado de todas las gentes, p. 750).
Después de comer, de saciar esta necesidad básica, después de recordar los milagros vividos con Jesús, el Maestro conversa en privado con Pedro y le pregunta tres veces: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?”.
Las dos primeras veces la pregunta fue con la palabra agapao, que representa el amor de Dios; Jesús quería ver si el amor de Pedro era incondicional ahora. Así y todo Pedro responde con el amor phileo, amor humano, un amor que cambia, un amor incompleto. Entonces, en la tercera vez, Jesús cambia y pregunta usando el amor phileo. Lo maravilloso es que Jesús acepta este amor imperfecto de Pedro y que todos nosotros tenemos para con él.
Cuando volvieron al grupo, Pedro comete otro desliz: “Señor, ¿y qué de éste?” (v. 21) refiriéndose a Juan. “Pedro, deja que yo me encargo de él... ¡Tú ocúpate de ti mismo!” es la respuesta de Jesús.
Pedro, transformado y usado por Dios, cumple lo que Jesús pidió cuando le dijo: “Apacienta mis corderos”. En un solo sermón llevó a casi 3.000 personas a aquel a quién había aprendido a amar con todo su corazón. Jesús queda más que satisfecho por la entrega y Pedro también.
“Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isa. 53:11). En la vida de Pedro eso se cumplió.
Él se entregó por ti por ese motivo también.
“El Señor Dios del cielo reunió todas las riquezas del universo y las abandonó con el fin de comprar la perla de la humanidad perdida. El Padre colocó todos sus recursos divinos en las manos de Cristo para que la bendiciones más ricas del cielo pudieran ser derramadas sobre una raza caída” (EGW, Exaltad a Jesús, p. 226).
CONCLUSIÓN
En la Biblia hay otro Juan 3:16, solo que en la primera epístola de Juan. En Juan 3:16 vemos el amor de Dios por nosotros (agapao). En este otro vemos el pedido de Dios para compartir este mismo amor, “cuidar de sus corderitos”.
"En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Juan 3:16, 17).
Algunas lecciones que aprendimos con esa historia increíble y atrapante:
No debemos desanimarnos por nuestras debilidades.
Jesús no nos ama menos cuando nos equivocamos.
Nuestra primera preocupación debe ser nosotros mismos.
Jesús acepta nuestro amor por él, pequeño y débil, como sea.
Él nos llama a cuidar de sus “corderitos”.
Cuando Jesús se entregó, se estaba entregando por Pedro y por toda la humanidad.
¿Te pareces a Pedro? ¡Jesús se entregó por ti!
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