ÉL LLORÓ POR TI
La primera cosa que un ser humano hace al nacer es llorar, y la primera cosa que hacemos cuando sabemos que alguien querido murió, también es llorar.
Pero a lo largo de la vida también lloramos. La mayoría de las veces de tristeza. Algunas veces de emoción y de alegría. Lloramos por decepciones o lloramos por decepcionar. Por perdonar o por recibir perdón. Por herir o por ser heridos. Por olvidar o por ser olvidados. Por la culpa o por la gracia. Por pecar o por arrepentimiento. En el bautismo también lloramos porque es la muerte del “yo” y de la vida equivocada, y es un nuevo nacimiento espiritual a una vida nueva.
“Jesús lloró” (Juan 11:35). Este es uno de los dos versículos más cortos de la Biblia, pero él lloró por una razón profundamente conmovedora.
Él lloró por los líderes religiosos que hacían sufrir al pueblo con una religión pesada, de apariencias, insoportable e imposible de vivir. Para esos sufrientes él es la solución: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mat. 11:28-30).
I. CONSUELO DEL PASADO
Poco después de la primera declaración de Jesús “Bienaventurados los pobres”, él trae consuelo a los que sufren: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mat. 5:4). Para cada lágrima que cae existe un consuelo. “No se derraman lágrimas sin que él lo note. No hay sonrisa que para él pase inadvertida” (EGW, El camino a Cristo, p. 86). ¡Qué promesa! Pero hay más: “Por la noche durará el lloro, Y a la mañana vendrá la alegría.” (Sal. 30:5).
Jesús “llora con los que lloran y se regocija con los que se regocijan” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 490).
Jesús no lloró por la muerte de Lázaro, porque él fue a resucitarlo. Su llanto y dolor iban mucho más allá.
1. Llanto y consuelo hasta para los traidores. “No era sólo por su simpatía humana hacia María y Marta por lo que Jesús lloró. En sus lágrimas había un pesar que superaba tanto al pesar humano como los cielos superan a la tierra. Cristo no lloraba por Lázaro, pues iba a sacarle de la tumba. Lloró porque muchos de los que estaban ahora llorando por Lázaro maquinarían pronto la muerte del que era la resurrección y la vida” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 490)
2. Llanto y consuelo para una ciudad entera. “Jesús lloró sobre Jerusalén por la culpabilidad y obstinación de su pueblo escogido” (Elena de White, Joyas de los testimonios 3, p. 218). “Lloró por Jerusalén porque sus habitantes no quisieron ser salvos aceptando la redención que él les ofreció. No quisieron ir a él para tener vida” (Elena de White, Testimonios para la iglesia 1, p. 442).
3. La tristeza en el corazón de Dios por las personas que son prisioneras de la culpa y esclavas de la obstinación. Los que lloraban en el sepulcro de Lázaro existen hasta hoy, amantes de sí mismos, ciegos por sus caprichos, muertos espiritualmente, carentes de una resurrección espiritual verdadera. Para eso él también tiene consuelo, el Poder del Espíritu Santo, que es el único capaz de convencer ( Juan 16:8) al corazón más duro. Nuestro “Consolador” enviado por Jesús de parte del Padre (Juan 15:26).
4. Llanto y consuelo para el mundo. Cada cristiano y la iglesia lloran por los pecados del mundo perdido que no sabe encontrar el camino. Así fue con Jesús: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isa. 53:3).
Así fue con los profetas bíblicos: “Ríos de agua descendieron de mis ojos”, declaró con tristeza el salmista, “porque no guardaban tu ley” (Sal. 119:136). Ezequiel vio la tristeza del pueblo fiel a Dios “que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones” cometidas en Jerusalén (Eze. 9:4). Y el apóstol Pablo tenía tristeza por los falsos profetas que confundían a la iglesia de Dios en sus días. “Porque por ahí andan muchos, de los cuales [...] lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo” (Fil. 3:18).
Existe el llanto falso, el llanto equivocado, el llanto egoísta y el llanto por lo que debemos llorar. Para todos los tipos de llantos existe alguien que te consuela: Jesús, pues él lloró por ti.
III. CONSUELO EN EL PRESENTE
Es mucho más fácil confortar a un niño que sufre por sus pequeños dramas existenciales. El consuelo humano también es necesario. El apóstol Pablo escribió un versículo que todos saben de memoria: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). ¿Cuántos podrían decir lo que dice el versículo 14? Casi nadie lo sabe. Vean lo que dice: “Sin embargo, bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación”.
Pero nada se compara al “Consolador” divino. Es importante comprender dos cosas:
1. Perdón disponible. Adán y Eva intentaron resolver con sus propias manos el problema del pecado. Solo el “cordero de Dios” puede hacer eso. Judas también intentó resolver el problema del pecado con sus propias manos. Y su solución fue la peor posible: “fue y se ahorcó”.
Jesús, a quien él traicionó, era su única solución. Y él está to- davía de brazos abiertos, de la forma que murió en la cruz, para perdonarte y abrazarte. Como un padre amoroso y lleno de gracia, así como vemos en la parábola del hijo pródigo. Un perdón disponible para los hijos que están perdidos dentro y fuera de la casa del padre.
2. Sea el consuelo. No sea una persona que está buscando motivos en su vida para que le consuelen. Eso puede ser una artimaña del “yo” para las personas que necesitan de atención enfermiza. Pero en vez de eso sea el consuelo de las personas. Ese será su mejor consuelo.
Andressa Barragana es una niña que evangelizaba mucho, todos los días de la semana. Llevó a sus padres y a otras 34 personas más al bautismo cuanto tenía de 10 a 14 años. Ella falleció en un trágico accidente un sábado de mañana yendo a predicar. Semanas después su madre dijo que ella calmaba la nostalgia de su hija saliendo de la casa junto con su marido, llevando esperanza y consuelo a las personas. Ella recibía consuelo consolando.
“Si las madres fueran a Cristo con más frecuencia y confiaran más plenamente en él, sus cargas serían más ligeras, y hallarían descanso para sus almas” (Elena de White, El hogar adventista, p. 183).
La vida de Jesús y su ministerio pueden ser bien comprendidos en las palabras de Elena de White: “Se dice a menudo que Jesús lloró, pero que nunca se supo que haya sonreído. Nuestro Salvador fue a la verdad varón de dolores y experimentado en quebranto, porque abrió su corazón a todas las miserias de los hombres. Pero aunque fue la suya una vida de abnegación, dolores y cuidados, su espíritu no quedó abrumado por ellos. En su rostro no se veía una expresión de amargura o queja, sino siempre de paz y serenidad. Su corazón era un manantial de vida. Y doquiera que iba, llevaba descanso y paz, gozo y alegría” (El camino a Cristo, p. 120).
III. CONSUELO ETERNO
La Biblia presenta que “la paga del pecado es muerte” pero la buena noticia es que Jesús no pecó y no recibió esa “paga”, por eso el sepulcro no podía detenerlo. El versículo continúa: “más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:23). Ese es su mayor regalo.
“La entrada triunfal de Cristo en Jerusalén era una débil representación de su venida en las nubes del cielo con poder y gloria, entre el triunfo de los ángeles y el regocijo de los santos. Entonces se cumplirán las palabras de Cristo a los sacerdotes y fariseos: ‘Desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor’. Mateo 23:39.
En visión profética se le mostró a Zacarías ese día de triunfo final; y él contempló también la condenación de aquellos que rechazaron a Cristo en su primer advenimiento: ‘Mirarán a mí, a quien traspasaron, y harán llanto sobre él, como llanto sobre unigénito, afligiéndose sobre él como quien se aflige sobre primogénito’. Zacarías 12:10.
Cristo previó esta escena cuando contempló la ciudad y lloró sobre ella. En la ruina temporal de Jerusalén, vio la destrucción final de aquel pueblo culpable de derramar la sangre del Hijo de Dios” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 533).
Lo increíble es que Jesús sabía cómo sería cada paso de su vida y de su ministerio, y así mismo vivió intensamente cada día, mirando a cada persona con su amor eterno. Hizo de todo por cada ser humano. Lloró cuando se hacían elecciones y se rechazaba el amor de Dios.
Dwight L. Moody acostumbraba decir que Jesús tuvo cuidado de mencionar el nombre de Lázaro antes de las palabras “sal fuera”, porque si no las hubiera dicho todas las tumbas habrían sido abiertas por su orden. Pero un día ocurrirá justamente eso para todos los que aceptaron el sacrificio de Jesús a su favor (George R. Knight, [En el monte de las bienaventuranzas], p. 20).
Y la promesa final: “porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Apoc. 7:17).
CONCLUSIÓN
“Cada vez que rehusáis escuchar el mensaje de misericordia, os fortalecéis en la incredulidad. Cada vez que dejáis de abrir la puerta de vuestro corazón a Cristo, llegáis a estar menos y menos dispuestos a escuchar su voz que os habla. Disminuís vuestra oportunidad de responder al último llamamiento de la misericordia. No se escriba de vosotros como del antiguo Israel: ‘Efraín es dado a los ídolos; déjalo’. Oseas 4:17. No llore Cristo por vosotros como lloró por Jerusalén, diciendo: ‘¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina sus pollos debajo de sus alas, y no quisiste! He aquí, os es dejada vuestra casa desierta’ (Luc. 13:34, 35)” (Elena de White, Palabras de vida del gran Maestro, p. 188).
Hoy es el día de entregarle todo a Jesús. No es una Semana más. Es un día de cambio para algo mucho mejor: Jesús puede cuidar de un corazón quebrantado, pero él necesita tomar posesión de cada fragmento. Él lloró por ti para que un día todas tus lágrimas sean enjugadas para siempre.
¿Deseas entregar cada fragmento de tu vida a Jesús? ¿Quieres hacerlo ahora?
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