INTRODUCCIÓN
El tema de hoy será el perdón. Tal vez te preguntes: ¿Qué tiene que ver el perdón con la familia? Es increíble cómo, a veces, nuestra incapacidad de perdonar o de ser perdonado nos impide ser felices en el matrimonio. Vamos al texto bíblico: Mateo 18:21, 22, dice así: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí?
¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”.
Vamos a analizar un poco la declaración de Pedro. Ustedes saben que Pedro era tempestuoso. Era el típico ser humano que habla antes de pensar. La lengua es más rápida que el pensamiento. Habla bastante, a veces sin pensar. Solo que aquí él habló pensando. Pedro tenía otro problema. Le gustaba sobresalir. Cada uno tiene su personalidad. Vuelvo a repetir: Todos cargamos con traumas, complejos de cuando éramos niños, adolescentes. A veces, a lo largo de la vida, no conseguimos apartarnos de esos traumas, de esos complejos.
Por alguna cosa de la vida, Pedro quería ser el primero en todo, sobresalir en todo. Jesús estaba en peligro y él era el primero en sacar la espada. Jesús preguntaba algo y él era el primero en hablar. Y él siempre quería aprobación. Hay personas que solo trabajan en base a la motivación. Todos nosotros necesitamos motivación.
Hay algunos que trabajan mucho más en base a la motivación —si no se le agradece, esa persona queda triste, si no se la reconoce, queda triste. Por otro lado, hay personas que trabajan sin necesidad de mucha motivación.
Vamos a pensar un poco sobre el caso de Pedro. Él mismo hizo la pregunta. No dejó que Jesús preguntara: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí?” Él ya lo tenía pensado porque la tradición decía que un judío tenía que perdonar a su hermano tres veces. Entonces él aumentó: “Si un buen judío perdona tres veces, voy a aumentar tres más: seis. Y para no tener la posibilidad de errar, voy a aumentar una: siete”.
Vea a Pedro: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?” Seguramente él pensó: “Ahora me va a felicitar porque aquí acerté”. Pero quedó sorprendido por la respuesta de Cristo, porque Jesús dijo: “No, Pedro. No son siete, sino hasta setenta veces siete”.
¡Pobre Pedro! En aquel momento se marchitó. ¿Qué quería decir Jesús? Que todos nosotros debemos andar con una tabla en la mano, anotando: “Tú me ofendiste una vez: 1. Me ofendiste otra vez: 2. Hasta setenta veces siete: 490 veces. Si va por 491, no lo voy a perdonar”. ¡Pero no es así!
Recuerda que el número siete simboliza la perfección, la plenitud y el alcance. Y setenta veces siete es una multiplicación del número siete. Lo que Jesús quiso decir fue: “Pedro, tú tendrás que perdonar a tu hermano cuantas veces sea necesario. Siempre, toda la vida”. Y eso es lo que Jesús estaba diciendo. Pero para que tú perdones a alguien, primero debes haber experimentado el perdón. Debes ser perdonado y el perdón es muy necesario en el matrimonio, porque todos los días hacemos tonterías. A veces decimos cosas sin pensar y herimos a alguien. A veces hacemos eso. Tenemos que pedir perdón. Una vez una señora le dijo a su marido: “No es lo que tú haces”, porque el marido preguntó: “¿Hice alguna cosa?” “No, no hiciste nada. No es lo que tú haces. Es justamente lo que tú no haces”.
¿Y qué es lo que él no había hecho? Se había olvidado del cumpleaños de ella. ¡Pobre! Él llegó tarde, la esposa estaba enojada y él pensó: “¿Qué le hice?” Y ella: “No hiciste nada. Estoy enojada justamente porque no hiciste nada. Hoy es mi cumpleaños y tú no te acordaste”. El matrimonio es eso, es pedir perdón, es ser perdonado, ¿cuántas veces? Hasta setenta veces siete. O sea, siempre.
Mientras estén vivos, hijos, tendrán que pedir perdón a sus padres; padres, tendrán que pedir perdón a sus hijos; maridos a sus mujeres y mujeres a sus maridos.
TODO ES TODO
La vida es perdonar, solo que nadie está en condición de perdonar a otra persona si primero no fue perdonado. La gran dificultad para perdonar es cuando la persona no experimentó el perdón para sí misma. Por eso quiero hablarte del maravilloso perdón de Jesucristo.
Querido amigo: Dios te ama. No hay nada que tú puedas hacer para que Dios te ame, porque Dios ya te ama por el solo hecho de existir. Por otro lado, no hay nada que tú puedas hacer para que Dios deje de amarte, porque sea como sea, Dios siempre te amará. Y su amor involucra perdón. Por eso en el capítulo 12 de Mateo el propio Señor Jesucristo dice que todo pecado será perdonado al ser humano, y después, la segunda parte del versículo dice que menos el pecado contra el Espíritu Santo.
Yo ya vi tantos sermones sobre la segunda parte, “menos el pecado contra el Espíritu Santo”. Yo no voy a hablar de la segunda parte. Voy a hablar de la primera parte. Todo pecado será perdonado al ser humano. Todo es todo. La palabra todo es la palabra más amplia que existe. ¿Ya oíste la expresión “pero qué es todo”? ¿Cómo que “pero qué es todo”? No hay forma de ser más que todo. Todo es todo. Quiere decir fornicación, asesinato, asalto a mano armada, tráfico de drogas, homosexualidad, prostitución, orgullo, envidia, mentira... todo. Todo es todo. No hay más que todo. Y Jesús dijo: “Todo pecado será perdonado al ser humano”. No hay lugar donde tú puedas haber ido de donde Dios no pueda traerte de vuelta.
VIVIR EL PERDÓN
El otro día una señora me dijo: “Pastor, yo entiendo. Dios me perdona, pero yo no me perdono”. ¿Tú no te perdonas? Ahora te pregunto con todo respeto: ¿Y quién eres tú para no perdonarte? ¿Tú moriste en la cruz del Calvario por ti? ¿Fue a ti que escupieron en el rostro? ¿Fue a ti que apedrearon? ¿Fue tu cuerpo el que laceraron con latigazos? ¿Fue en tu frente que colocaron una corona de espinas? ¿Fuiste tú quien sangró? ¿No? Entonces, ¡qué derecho tienes de decir “No me perdono”! La única persona que podría decir eso es Jesús, porque él sí sufrió para perdonarte.
Pero él dijo: Todo pecado le será perdonado al ser humano. Por eso yo digo: Tú no tienes derecho de terminar este programa sintiendo que para ti no hay perdón —“Yo llegué al punto donde Dios no me puede buscar”. No importa lo que tú hiciste, ciertamente hay perdón para ti. Conocí a una señora. Yo estaba saliendo del culto y ella me alcanzó y dijo: “Pastor, yo jamás podría pagarle por el sermón de anteanoche. El sermón fue para mí, era lo que necesitaba oír”. Y me dio una carta y se fue. Cuando llegué al hotel, abrí la carta para leerla y contaba la siguiente historia: Cuando tenía 16 años, quedó embarazada de su novio. Ni sus padres ni la iglesia lo sabían, tampoco su novio. Y ella pensó: “¿Cómo resolver esta situación?” Ella sola llegó a una conclusión. Viajó y dijo a sus padres que iba a la casa de la tía fulana de tal. Pero no fue a la casa de ninguna tía. Fue a hacer un aborto y volvió. En su carta también decía: “Mis padres no lo supieron, la iglesia no lo supo, ni mi novio lo supo. Nadie lo sabe”. Pero ella lo sabía. Y jamás pudo quitar eso de su corazón. Cinco o seis años después se casó con un buen cristiano. Nunca le dijo nada a él, pero no era feliz en su matrimonio. “Muchas noches he tenido pesadillas. Entraba a mi cuarto y veía escrito en el espejo: ¡Asesina! Ahí me despertaba... había sido una pesadilla. Otras veces soñaba con una niñita sin rostro que me llamaba: ‘Mamá, mamá, por favor, no me mates’. Yo veía mis manos manchadas de sangre. Y recordaba nuevamente que era una pesadilla”. Y mi marido se despertaba y me preguntaba: “¿Qué te sucede?” Pero yo no quería hablar. Escondía mi pecado y él no lo sabía. Eso comenzó a despertar sospechas en mi marido y comenzó a pensar que yo tenía alguna otra cosa escondida. Y el matrimonio comenzó a deteriorarse, hasta la noche pasada”, y concluyó: “Anteanoche usted destacó la Biblia”.
Me gusta hacer eso, destacar la Biblia, pues no quiero que crean en mi propia palabra sino en la Palabra de Dios. No soy yo quien te está diciendo esto. Jesús lo dice: “Todo pecado le será perdonado al ser humano”. ¿Lo entiendes?
Todo, todo pecado será perdonado. Tú no tienes derecho a decirme que no hay perdón.
Aquella mujer, aquella noche, salió, volvió a su casa y dijo: “Por primera vez dormí tranquila. Después de 30 años de casada, dormí tranquila”. Tenía dos hijos y no era feliz. ¿Y por qué? Porque cargaba el peso de la culpa. La culpa es como un martillo que te clava en el madero de tu pasado. Te clava sin piedad, y tú sufres. No tienes paz en el corazón. No te sientes digna de ser feliz. No sientes que mereces nada. Crees que solo tienes que sufrir, que tienes que morir.
Conocí a una señora. El poder de la mente es tan grande que ese poder la había paralizado completamente. Solo no tenía desconectado el hilo de la vida. Estaba viva, pero paralizada. Los médicos hacían exámenes, ninguno descubría qué tenía, porque era el peso de la culpa y de la conciencia que la estaba paralizando. Si tú no puedes aceptar el perdón de Cristo en tu vida, no estás en condiciones de pedir perdón ni de perdonar. ¿Cómo vas a perdonar si no sabes si fuiste perdonado? En la cruz del Calvario, Jesús predicó el mayor sermón que alguien podría haber predicado. En el sermón de la montaña, dijo: “Amad a vuestros enemigos, perdonad a vuestros enemigos”. Él predicó con su boca, pero en la cruz del Calvario, predicó con su muerte. Antes de morir, clavado en la cruz, dijo: “Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen”. ¿Pero por qué el Señor perdonó a sus enemigos clavado en la cruz? Porque tenía que vivir lo que había predicado. Él debía perdonar.
¿Sabes por qué? En la cruz estaba cargando el pecado de la humanidad de todos los tiempos. Su corazón estaba lleno de tristeza, se sentía solo, abandonado. Veía a su madre abandonada, y estaba triste. ¿Para qué aumentar más el sufrimiento? Porque esa era la verdad: cuando tú no perdonas a alguien, ese “no perdón” te hace mal porque no quieres perdonar. Y Jesús en la cruz estaba sufriendo tanto... ¿Para qué guardar la tristeza, el resentimiento? Al perdonar, estaba cumpliendo lo que predicó. Al perdonar también estaba librándose del dolor, estaba quitando la tristeza. ¿Sabes por qué tú no puedes ser feliz ni contigo mismo? Porque no aprendiste a perdonar.
EL EJERCICIO DEL PERDÓN
Tiempo atrás una señora me dijo: “Para usted es fácil hablar de perdón, porque nadie le hace nada. A todo el mundo le gusta cómo habla. Pero si usted estuviera en mi lugar, no hablaría de perdón, porque lo que me hicieron a mí, eso sí que no tiene perdón”. Entonces le pregunté: “¿Y qué le hicieron?” Ella dijo: “Pastor, tenía una amiga del noreste. Ella llegó a Río y la hospedé en mi casa, le di comida y hospedaje sin cobrarle nada. Le ayudé a encontrar empleo. Encontró empleo y quiso irse, pero le dije: ‘No, la casa es grande, quédate conmigo’. Somos amigas y ella se quedó. Dos años después descubrí que mi mejor amiga tenía un amorío con mi marido. En aquel momento los expulsé a los dos de casa. Y no quería verlos ni en figuritas. No quiero ver a esos dos traidores: Mi marido y mi mejor amiga. Cuando conocí a mi marido, él no era nada. Yo lo ayudé a terminar un curso profesional, y hoy tiene una buena profesión. No quiero verlos más. No quiero perdonarlos, no puedo perdonarlos. Ellos no merecen perdón”. Entonces, por teléfono le dije: “Hija, esas dos personas que te hirieron están viviendo juntas, felices, disfrutando de su amor. Y tú estás aquí sola, triste y desesperada. Mira la hora a la que me estás llamando. No puedes dormir, estás desesperada. Si tu: ‘no perdono’, tu rencor, tu amargura, tu resentimiento les hiciese sufrir un poquito, yo te diría: Sigue guardando rencor, porque ellos están sufriendo. Pero lo peor es que tu rencor, tu pena y tu resentimiento no les hacen nada a ellos, porque ellos siguen felices. La única persona que está sufriendo y muriendo eres tú. Y esa es la verdad. Tú sabes que el odio, la tristeza, el resentimiento, el dolor son como el ácido. Destruyen el recipiente, la vasija donde están guardados. Y tu corazón es esa vasija. Esa pena, ese rencor están destruyendo tu corazón. Destruyen tu vida. No están haciendo nada a los otros. Entonces, por el amor de Dios, y por amor a ti misma, perdona”. Ella colgó el teléfono. No quiso escuchar más.
Pero años después, tal vez unos cinco años después, yo estaba predicando en la iglesia central de Río de Janeiro, y en la puerta ella me dijo: “Pastor, usted no se acuerda de mí, porque ya conversamos pero no en persona. Hablamos por teléfono y fui maleducada y corté el teléfono”. “No recuerdo”. Y ella dijo: “Usted lo va a recordar. Mi marido había huido con mi mejor amiga. Y yo no podía perdonar. Entonces lo llamé y usted me dijo que debía perdonar. Ahí corté el teléfono”. Ella estaba acompañada por un niño. Y dijo: “Ese de ahí es mi esposo. Ahora estamos casados, es un nuevo esposo, porque mi primer esposo está casado con otra mujer. Pero todo comenzó cuando usted habló conmigo.
Después que pasaron algunos días decidí visitar a mi exmarido y a mi ex amiga. Cuando ellos me vieron, quedaron aterrados. Pensaron que les iba a hacer alguna cosa. Pero les dije: ‘¡Tranquilos! Vine a decirles que los perdono’. ‘¿Qué?’ ‘Que los perdono’. Los dos comenzaron a llorar, y dijeron: ‘No merecemos tu perdón. Te perjudicamos mucho’. ‘Pero yo los perdono’. Nos abrazamos y lloramos los tres. En aquel momento parece que salió de mi corazón todo aquel veneno. Comencé a vivir mejor y a sentirme más bonita, comencé a hacer dieta y adelgacé. Comencé a arreglarme bien para salir. Y en poco tiempo conocí a este hombre. Y ahora estamos casados y somos felices”. ¿Sabes por qué?
Porque un corazón que experimentó el perdón, un corazón que perdonó lógicamente va a poder hacer feliz a otra persona. Pero un corazón que guarda rencor (¡y en el matrimonio cuántas veces la gente ve algo equivocado y no habla!) queda callado, obsesionado con la pena, el dolor.
Un día estaba hablando con una pareja que estaba a punto de separarse. Y comenzaron a discutir entre sí. Se peleaban y olvidaron que yo estaba ahí. Vinieron a conversar conmigo, y de repente, comenzaron a pelar entre ellos. Y ella le dijo a él: “No me gusta nada la forma en que comes la zanahoria”. Y me quedé pensando: “¿Qué tiene que ver la zanahoria con su matrimonio?” Ahí les pregunté: “¿De qué manera él come la zanahoria?” “Él llega a casa, y como le gusta mucho la zanahoria, toma la zanahoria y la comienza a comer así, como si estuviera metiéndola en una trituradora, como come un conejo. Roe la zanahoria y hace un ruido desagradable. ¡Y es feo!” Y él la miró y dijo: “¡Pero yo hacía eso cuando éramos novios y tú reías!” Y ella dijo: “No me gustaba. Yo reía porque tenía miedo de herirte. Tenía miedo de decirte la verdad, pero nunca me gustó”.
¿Ven? Una cosa que desde que estaban de novios no le gustaba y no habló. Y ahora cuando habla, habla para agredir. De esa manera no se construye un matrimonio feliz.
Por eso, en vez de guardar rencor, guardar pena, o resentimiento, habla: “Hija, no me gusta la forma en que hablaste”. O: “Hijo, no me gusta la manera como haces eso. No me gustó tu actitud. No me gustó esa broma”. ¿Por qué no te gustó? Por esto y aquello. ¡Conversen! Pero prefieren no conversar, van guardando, y cuando no aguantan más, sueltan la bomba para matar. ¿Y todavía quieren tener un hogar feliz?
Por eso es que para tener una vida tranquila, feliz, en paz, tienen que haber experimentado el perdón divino.
Mucha gente dice: “Llega la noche, no puedo dormir. Doy vueltas en la cama, no sé qué hacer. Por favor, ayúdeme”. En ese momento tomas una píldora para dormir, cuentas ovejitas, sales a caminar hasta cansarte, y no puedes dormir. ¿Quieres dormir en paz?
Haz como David dijo: “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado”. En paz dormiré. ¿Cómo puede un corazón tener paz si está cargado de culpa?
Para dormir en paz, cuando llego a casa de noche, converso con Dios. Me acuesto, respiro hondo tres veces y duermo —¡Buenas noches y hasta mañana! “Pero, pastor, ¿cómo es posible eso?” “No sé, mi corazón está en paz. Estoy en paz con Dios”. ¿No tengo pecado? Soy un ser humano como cualquier otro. ¡Cuántas veces entristecí el corazón de mi Dios! ¡Cuántas veces herí el corazón de Dios! Cuántas veces me siento indigno, sin perdón, pero creo en la promesa divina.
Me levanto, clamo a Dios, digo: “Señor, ayúdame, perdóname”. Y él me levanta de la mano, y dice: “Ahora que estás perdonado, cumple con tu misión”.
Entonces soy feliz como padre, me relaciono bien con mis hijos, con mis amigos, con mi esposa, no estoy guardando rencor. No estoy amargado con nadie ni tengo resentimiento. Y por eso te lo digo a ti: lo que digo no es un sermón que aprendí en la facultad de teología. En la vida yo sé lo que es ser perdonado. Lo que es vivir con perdón. No te desesperes. Ve a Jesús, así como estás. Ve a Jesús.
EL PERDÓN QUE TRANSFORMA
Yo siempre cuento historias de que el perdón restaura. En Santa Cruz de la Sierra estaba predicando en un estadio cerrado y prediqué sobre el perdón. Al momento del llamado, un borracho fue al frente. Él estaba tambaleando y pensé en mi corazón: “Pobre, no sabe que lo que está haciendo”. La segunda noche dije: “Los que vinieron anoche ya no necesitan venir. ¿Cuántos quieren aceptar a Jesús?” Y la primera persona que vino fue el borracho nuevamente. Y todo el mundo dio una carcajada pensando: “Ese infeliz no sabe lo que hace”. Cuando terminó la semana, hice un llamado para el bautismo. Dije: “¿Cuántos quieren ser bautizados? ¡Vengan al frente!” Ahí veo a un hombre, bien peinado, con gel en el cabello, con ropas nuevas, emocionado y llorando. Y yo lo miré y dije: “Yo lo conozco”. Y él me miró y dijo: “Yo soy el borracho”. Todo el mundo pensó: “¿Cómo va a bautizar a ese hombre en una semana? Está sin preparación pero lo bautizaron”. Un año antes de jubilarme, volví a Santa Cruz de la Sierra. El pastor me llevó al mismo estadio y cuando llegué vi a un hombre vestido con chaleco naranja, con una radio en la mano, una linterna, y coordinando al equipo de seguridad. Y el pastor me dijo: “¿Recuerda a ese de ahí?” “No lo recuerdo”. “Es el borracho que se convirtió en la misma campaña que usted hizo aquí. Ahora es el jefe del equipo de seguridad y diácono”. Convertido y transformado por el poder de Dios.
CONCLUSIÓN
Cuando una persona es perdonada, cuando es tocada por el Espíritu de Dios, quiere hacer lo mejor para Él, y lógicamente, para los seres humanos también. Pero para eso tú debes entregar tu corazón a Jesús. Debes rendirte al Señor Jesús, debes decir: “Señor, viví mal, mi pasado es una historia triste. ¡Perdóname!” Y al momento de aceptar el perdón divino, tú estarás en condiciones de perdonar a otras personas, de hacer felices a las personas que viven cerca de ti. Que Dios te bendiga. Hoy es el día de la buena noticia. Hoy es el día de la salvación. La Biblia dice: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:7, 8). Y tú estás escuchando la voz de Dios en este momento, por lo tanto, abre tu corazón a Jesús.
¿He ejercido el perdón con mi prójimo como lo hizo Jesús y nos dio su ejemplo, que perdona a los que, como yo, hacen todo mal, pero que se arrepienten y deciden cambiar de vida?
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