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Famílias Restauradas - La certeza de la Restauración

LA CERTEZA DE LA RESTAURACIÓN

INTRODUCCIÓN

El texto para el mensaje de hoy está en Juan 4. Voy a leer los primeros versículos: “Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. Y le era necesario pasar por Samaria”.

Vamos a tratar de entender este asunto. Llegaron chismes, cosas que la gente decía. Llegaron a Jesús diciendo: “Señor Jesús, las personas están diciendo esto, están diciendo aquello. Están diciendo que tú bautizas más que Juan; que Juan bautiza más que tú; que eso y aquello”—especulaciones. Jesús podría haberse levantado, explicado, justifi cado sus actitudes, podría haber dicho “No es así; eso es otra cosa”. Podría haber hecho todo eso, pero no lo hizo. ¿Qué hizo Jesús?

Se quedó en silencio y fue a otra ciudad.

TIEMPO DE HABLAR Y TIEMPO DE CALLAR

Aquí está la primera lección que las familias deben aprender: en Brasil tenemos un dicho que dice: “Cuando uno no quiere, dos no pelean”. Para que haya pelea, discusión, los dos tienen que querer, porque si uno habla sin parar, argumenta todo a la vez y el otro queda callado, el primero se cansa de hablar y se va. Problema resuelto. ¿Y eso qué tiene que ver con el matrimonio y la familia? ¡Cuánto problemas se evitarían si aprendiésemos a quedarnos callados!

En el matrimonio y en la vida familiar hay hora de hablar y hora de callar. Yo no creo que un miembro de la familia, sea hijo o padre, esposo o esposa, quiera hablar y no lo haga, permaneciendo callado, con pena y resentimiento. O sea, ¿veo las cosas mal y me quedo en silencio? ¡Eso no! No estamos hablando de eso. Por el contrario, en otro mensaje dijimos que el secreto de la felicidad familiar es hablar cuando alguna cosa no está bien. El problema es cuándo hablar. Cuando todo está bien, calmo, tranquilo, nadie habla, pero cuando los ánimos se caldean, cuando ya no aguantamos más, ahí comenzamos a hablar. Ese no es el momento de hablar.

Esa es una lección que debemos aprender. Hay tiempo para hablar y tiempo para guardar silencio. Creo que en el matrimonio, en la vida familiar, muchas veces cuando la situación está difícil, lo mejor es guardar silencio y retirarse. Después, cuando las cosas se calman, conversamos y decimos: “Eso que tú hiciste, lo que tú dijiste, no está bien. Y estoy tratando de ayudarte. No te estoy agrediendo. Quiero que me entiendas”. Si la otra persona comienza a alterarse, quédate callado. No es momento de hablar. Posteriormente la otra persona estará bien y entonces tú hablarás. Pero cuando los ánimos están alterados, ¿para qué vas a hablar? Solo vas a pelear.
Entonces, la primera lección que Jesús nos enseña de esa historia es que llegaron algunas especulaciones, motivos para discusiones. Jesús no argumentó ni discutió. Él se levantó y se fue.

DESVÍO EN EL CAMINO

Vea qué interesante. El texto bíblico dice así: “Salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea”.
Judea quedaba abajo, en la parte sur y Galilea quedaba arriba, en la parte norte. Para ir de Judea a Galilea se puede ir en línea recta, pero los judíos hacían algo extraño, que poca gente entendía. Cada vez que salían de Judea para ir a Galilea, en vez de ir en línea recta, ellos entraban al desierto de Perea. Subían por ese desierto y cuando ya calculaban que habían pasado Samaria, salían del desierto y llegaban a Galilea. Y con esa vuelta caminaban 40 km de más. La pregunta es: ¿Por qué los judíos, en vez de ir en línea recta, daban toda esa vuelta de 40 km de más? En aquel tiempo no había autos, todo era a pie, por el desierto. Al final, ¿por qué?

Por un simple motivo: porque entre Judea y Galilea estaba la tierra de Samaria.

Los judíos no querían pasar por allá porque despreciaban a los samaritanos. Y tenían razón para despreciarlos. Eran orgullosos y obstinados, no escuchaban, no prestaban atención en nada. Tenían mezcladas las enseñanzas de Dios con enseñanzas paganas. Habían fabricado una tercera religión pagana. ¿Y qué sucedió? Los judíos no querían saber nada de nada.

En el concepto de los judíos, hablar del evangelio a un samaritano era perder el tiempo. Decían: “¿Para qué? Esos obstinados y orgullosos no van a escuchar. Ya están perdidos”.

Recuerda que una vez un discípulo le dijo a Jesús: “Señor, ¿quieres que mandemos fuego del cielo para que los consuma?” ¿Para qué? Para consumir a los samaritanos. La cuestión es que ellos no querían involucrarse en nada con los samaritanos. Absolutamente nada.

Pero ahora el texto bíblico dice que Jesús salió de Judea, fue a Galilea, pero le era necesario pasar por Samaria. La palabra griega “necesario”, dice que era obligatorio, o sea, tenía que ser así. No podía ser de otra manera. Ahora la pregunta: ¿No podía ser de otra manera? ¿No podía ir como los judíos por el desierto de Perea?

Entonces, ¿por qué era obligatorio, necesario? Porque en Samaria había una mujer que necesitaba la salvación. Y ahí viene la segunda lección de este mensaje, que sirve para las familias: Cuántas veces encuentro a padres que vienen y dicen así: “Pastor, estoy desesperado. Mi hijo está en las drogas hace diez años. Para mi hijo no hay más esperanza, no hay salida”. Cuántas veces escucho a señoras que dicen: “Mi marido ya es un caso perdido. Yo ya no le hablo del evangelio porque él es un hombre duro, nunca se va a entregar”.

UNA VIDA EFÍMERA

No obstante, Jesús fue a Samaria pues, aunque en el concepto de los judíos no había esperanza para los samaritanos, para Jesús nadie jamás llega al punto de decir: “Ya no tiene esperanza. Para él no hay salida”.

Nosotros, los seres humanos, condenamos a las personas, pero Jesús ve a la persona no como ella es sino como ella podría ser un día, cuando sea transformada por su amor. Por eso Jesús fue a Samaria, ¿y qué encontró allá? Una mujer triste, vacía.

Aquí vamos a aprender una tercera lección: Nosotros juzgamos con facilidad. Cualquiera que lee la historia dirá: “La samaritana, una prostituta. Una mujer que andaba con el marido de una y con el marido de otra. Una destructora de hogares. Esa mujer liviana”. ¡Qué fácil es juzgar!

Yo les digo una cosa: Nadie nace prostituta. Nadie nace deshonesto. Nadie nace drogadicto. Nadie nace alcohólico. En la vida hay cosas que tú no entiendes. A veces la vida te empuja a lugares donde tú nunca imaginaste llegar. La vida es cruel. Las circunstancias son crueles.
Esa mujer, la mujer samaritana, no nació robando el marido de todo el mundo. Nació como un bebé inocente. La vida la llevó a eso. ¿Pero cómo? Recuerda: Ella se casó una vez, llena de sueños, queriendo ser feliz. Nadie se casa para ser infeliz. Pero ese matrimonio, por algún motivo no salió bien. Se casó por segunda vez y tampoco salió bien. Intentó una tercera vez y tampoco salió bien. Cualquier mujer habría dejado de casarse ahí. Y ella se casó por cuarta vez y no le fue bien. Era guerrera, corría detrás de sus sueños. Se casó por quinta vez y tampoco funcionó. En ese momento se entregó a una vida de abandono. Y ya no se casó más. Comenzó a vivir con uno, comenzó a vivir con otro. Si era casado, si era viudo, si era soltero, a ella no le importaba. Entonces la rotularon como prostituta, liviana, ladrona de maridos. Pero ella no había nacido así. La vida la llevó. ¿Por qué los cinco matrimonios no funcionaron? La Biblia no lo dice. Apenas dice que la vida la llevó a eso.

La samaritana era una mujer que todos los días se levantaba para buscar agua. El cántaro estaba vacío y siempre iba a traer agua. Ella pensaba: “Ahora ya tengo agua”. A la mañana siguiente, iba y el cántaro estaba vacío. Traía agua. Y así continuamente. Nada duraba.

El empleo tampoco duraba. La alegría no duraba, ni la felicidad. Y los maridos no duraban. El dinero no duraba. El agua no duraba. Nada duraba. ¿Le predicarías a alguien que nada le dura? Una persona que lucha por ser feliz, y tal vez tú seas esa persona.

¡Tú tienes muchos deseos de ser feliz! ¡Intentas encontrar el camino de la felicidad y solo te lastimas! Solo sangras, solo lloras y, a veces, te preguntas: “Mi Dios, ¿qué pasa con mi vida? Todo el mundo es feliz menos yo. ¿Qué pasa conmigo?”

La mujer llegó al final de su búsqueda. Aquel día, cuando se dirigía al pozo, ahí estaba Jesús esperándola. Recuerda que Jesús había tenido que ir a Samaria porque sentía la obligación del amor. Jesús sabía que una mujer desesperada lo necesitaba. Y cuando Jesús ve que una persona lo necesita, Jesús va.

Hace mucho tiempo que Jesús te está esperando.

EL GRAN ENCUENTRO

La mujer samaritana encontró a Jesús en el pozo. Tal vez tú encuentres a Jesús en la pantalla del televisor. No importa cuándo, dónde ni cómo, tú te encuentras con Jesús. Lo que realmente interesa, lo que realmente importa es que tú te encuentres con Jesús.
Esa mujer iba al mediodía al pozo a buscar agua. ¿Cuál era la razón? No quería ver a las personas. ¿Y por qué no quería? Porque las personas la habían etiquetado. Una etiqueta: “Liviana, prostituta”.

Entonces, en su corazón, la samaritana pensaba: “Esas personas son prejuiciadas. No quiero verlas. No quiero hablar con ellas”. Por eso ella buscaba agua al mediodía.

Pero no sabía que la campeona de los prejuicios era ella.

Su corazón estaba lleno de prejuicios. Solo que no entendería si alguien le dijera: “Tú eres prejuiciada”. Ella diría: “¡No! ¡No lo soy!” Porque nadie se conoce a sí mismo hasta que se encuentra con Jesús. Aquel día, Jesús estaba en el pozo y ella, que según su propia opinión todo el mundo era prejuiciado, descubrió que ella era la prejuiciada porque cuando Jesús le dijo: “Dame de beber”, ella respondió: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?” Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. “Tú eres hombre y yo soy mujer. El hombre y la mujer que no se conocen no se hablan. ¿Cómo vas a hablar conmigo?” Ahí estaba el problema.

El prejuicio. Tú eres bautista, yo soy católico. Tú eres presbiteriano y yo soy adventista. No podemos conversar. ¿Por qué no? Tú eres ateo y yo soy cristiano. Todos los seres humanos tienen puntos en común. Y aquí el punto en común era el agua. Jesús comenzó a hablar del agua, pero ella levanta el prejuicio y con eso podría haber arruinado toda su vida, pero Jesús es bueno. Jesús sabe cómo llegar al corazón de las personas.

Entonces Jesús le ofrece agua de vida, agua que no termina nunca. Agua que va a durar para siempre. Fíjate cómo es Jesús: Ella necesitaba agua. Buscaba agua todos los días. Cuando Jesús le dice que le iba a dar agua que nunca acabaría, eso le interesó. Todos los seres humanos tienen interés en satisfacer sus necesidades. A veces nosotros, cuando predicamos el evangelio, tenemos que mostrar el evangelio como la solución para las necesidades humanas. El evangelio tiene soluciones.

¿Tu hogar está destruido? El evangelio tiene la solución.

EL PROCESO DE CURACIÓN

¿Tienes problemas financieros? El evangelio tiene la solución. ¿No te relacionas bien con las personas? El evangelio tiene la solución. ¿No puedes dormir a la noche? El evangelio tiene la solución. Y cuando mostramos cómo el evangelio puede solucionar los problemas de los seres humanos, cualquier ser humano quiere conocerlo.

La mujer samaritana, a pesar de su prejuicio, dijo: “Señor, dame esa agua”. Y ahí se confronta la samaritana con Jesús. Ahora vamos a uno de los puntos principales de este mensaje.

Antes de darle el agua, Jesús dijo: “Ve, llama a tu marido, y ven acá”. A lo que la mujer respondió: “No tengo marido”. Jesús le respondió: “Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido”.

A esta mujer que estaba abriendo su corazón, Jesús aparentemente la coloca en una situación bochornosa. Porque si había algo que ella no quería recordar era su pasado. Y, no obstante, Jesús le dijo: “Ve, llama a tu marido”. Jesús sabía que ella no tenía marido. ¿Y por qué le dice entonces que lo llame? Porque Jesús quería curarla, curarla de verdad.

Aquí está la manera como Jesús cura y la manera como nosotros tratamos los problemas y las dificultades. ¿De qué manera cura Jesús?

Para curar, no coloca un remedio sobre la herida. Jesús limpia la herida por dentro. ¿Dolió? Claro que dolió, pero no puede haber cura permanente, cura realmente válida si no hay dolor, si no hay limpieza del pasado. Cuando cargas el pasado, la culpa, tú no llegas a ninguna parte.

¿Sabes por qué muchos matrimonios no funcionan? ¿Sabes por qué muchas familias no son felices? Porque las personas viven cargadas de culpa y, para esconder la culpa, agreden y muestran una imagen que no es la verdadera. Fabrican una personalidad que no existe y eso no funciona bien. El matrimonio no funciona de esa manera. Tiene que haber honestidad, claridad, transparencia. Jesús sabe que para curar de verdad a una persona, para restaurar de verdad un matrimonio es necesario curar de verdad. Y no se puede curar dejando el pasado como está.

Por eso, Jesús le dijo a la mujer: “Ve, llama a tu marido”. La mujer abre el corazón y dice: “Señor, no tengo marido”. Y Jesús le dice: “No te preocupes. Ahora tu drama está solucionado. Ahora que tú reconoces que tuviste cinco maridos, ahora que reconoces que eres pecadora, ahora que reconoces que necesitas el perdón, ahora tu vida está solucionada”.
Aquel encuentro fue extraordinario para aquella mujer. Ella salió de mañana triste, vacía, con el peso de la culpa, con un pasado triste del que quería escapar, con un presente que no valía nada, sin futuro. Aquella mañana se encontró con Jesús junto al pozo de Jacob. Su pasado fue limpiado. Su presente fue transformado. Y Jesús le dio la expectativa de un futuro maravilloso.

LA TRANSFORMACIÓN

¿Y qué hizo la mujer?

Salió corriendo porque sabes que cuando las buenas noticias del evangelio llegan a tu vida, tú sales corriendo. No puedes quedar en silencio. Tienes que contarlo a otros. Y ahora esa mujer prejuiciada, que no quería ver a los samaritanos, va a la ciudad y grita: “Encontré a alguien que conocía mi vida. Encontré a alguien que perdonó mi pasado. Encontré a alguien que limpió mi vida completamente”.

La alegría de la transformación es tan grande que esa mujer les cuenta a todos lo que Jesús hizo en su vida.

Todo matrimonio tiene restauración. Todo drama familiar tiene solución. Pero, para eso, es necesario encontrarse con Jesús. La mujer samaritana jamás habría sabido lo que era realmente. Ella jamás habría descubierto que su corazón era un pozo de prejuicios si no se hubiera encontrado con Jesús. Delante de él, ella entendió los dramas de su propia vida. Y esos dramas no estaban afuera. Estaban adentro, reconoció su pecado y fue transformada.

A veces converso con parejas. La mujer es miembro de iglesia, una cristiana que intenta andar en los caminos de Dios. El marido no quiere saber nada de la iglesia, pero ama a la esposa y quiere salvar el matrimonio. Y ve que el matrimonio no está funcionando bien. Entonces él acepta venir a hablar conmigo. Y yo le digo: “Tu única salida es Jesús. Ábrele tu corazón. Entrégale tu corazón”. Y él dice así: “Pero yo no vine aquí por causa de la religión. Yo necesito consejo. Mi esposa me dice que usted es un pastor consejero, que me podría ayudar”. “

¿En qué te voy a ayudar?” No en la religión. Jesús no es necesariamente religión. Jesús es una persona maravillosa con quien tú debes aprender a convivir. Con una persona tú convives, caminas por la calle, trabajas, conversas, escuchas.

CONCLUSIÓN

El otro día alguien me dijo: “Yo nunca escuché a Jesús”.

Abre la Palabra de Dios, pues es a través de ella que Jesús va a hablar contigo. Pero si Jesús es una persona, tú tienes que aprender a convivir con él. El problema es que las personas quieren tener un hogar feliz, pero no quieren saber nada de Jesús. Y ya lo dije varias veces: Para un matrimonio feliz no se necesitan dos personas. Se necesitan tres: un hombre, una mujer y Jesús.
En la medida en que ustedes amen a la tercera persona que es Jesús, la pareja será feliz.
Por eso la Biblia siempre dice: Hoy es el día de la buena nueva. Hoy es el día de la salvación. ¿Estaré hablando en este momento para un marido cuya esposa ya conoce a Jesús, ya aceptó a Jesús y tú, por esas cosas de la vida, hasta hoy endureciste tu corazón? Tú dijiste: “Sí, acepto” un día y no entregas tu corazón. Yo te digo, en el nombre de Jesús: Ve a Jesús. No tienes más tiempo. ¡Ve ahora! Entrega tu corazón a Jesús.

Mi padre conoció el evangelio el mismo día que mi madre. Mi madre aceptó a Jesús y entregó su vida a Cristo, mi padre no. Y a mi padre le llevó treinta y cuatro años decirle que sí a Jesús. En esos treinta y cuatro años, mi madre oró sin cesar por él y él no lo aceptaba.

Los hijos crecieron, yo ya era pastor. Un día hablé con él y él me evadió, desvió la conversación y no quería compromiso con Dios. Hasta que un cáncer comenzó a devorar su vida. Y en las horas de dolor, solo, acostado en la cama, un día dijo: “Hijo, tuve que caer en cama, porque acostado en la cama queriendo o sin querer, tuve que mirar para arriba y vi a Dios”.

Cuántas personas como mi padre demoran en entregar su corazón a Jesús.
Gracias a Dios, mi padre se entregó a Jesús y tuve la alegría de bautizarlo. Pero, ¿y tú?
¿Qué estás esperando para decirle sí a Jesús? ¿Qué estás esperando para rendirte? ¿Qué estás esperando para decir: “Señor, te acepto como mi Salvador”? El día que hagas eso podrás vivir la experiencia de la samaritana. La carga del pasado desaparecerá. Los prejuicios desaparecerán. Tu corazón será lleno de paz, y con paz en el corazón, podrás construir un hogar feliz o restaurar tu matrimonio destruido.

Podrás ser un mejor marido o mejor esposa. Podrás ser mejor padre, una madre mejor. Hoy es el día. Entrega tu corazón a Jesús.

APLICACIÓN DEL TEMA DE HOY ¿Será que cargo alguna culpa que me está impidiendo tener una buena relación con mi cónyuge o con mis hijos y familiares? ¿Cómo puedo cambiar la perspectiva negativa de las cosas y tener mejores relaciones?

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