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Esperanza Viva - Mil años de Paz y una Tierra Nueva

MIL AÑOS DE PAZ:CIELO NUEVO Y TIERRA NUEVA

Introducción 

Texto base: Apocalipsis 20:6.
"Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años."
¿Pasó alguna vez por un año de mucho trabajo en el que anhelaba un período de vacaciones, un lugar especial para descansar y cargar las energías? La Biblia dice que Dios le dará a su pueblo un período especial de vacaciones en un lugar magnífico: el Cielo.
Después de la segunda venida gloriosa de Cristo a esta Tierra, el pueblo de Dios será llevado al Cielo (1 Tesalonicenses 4:16 y 17), y permanecerá allí con Jesús por un período de mil años (o milenio) (Apocalipsis 20:6). ¿Qué sucederá en la Tierra durante ese período? ¿Dónde y en qué circunstancias estará Satanás? ¿Y qué sucederá después de los mil años.
Hoy buscaremos respuestas a estas preguntas en la Palabra de Dios.

I. LA TIERRA DURANTE EL MILENIO

En la Biblia encontramos una alusión a dos resurrecciones: la de los justos (para vida eterna) y la de los impíos (para muerte eterna) (Juan 5:28 y 29). Sin embargo, esas dos resurrecciones no ocurrirán al mismo tiempo. La resurrección de los justos ocurrirá en ocasión de la segunda venida de Cristo y la de los impíos al final del milenio (Apocalipsis 20:5 y 6).
Los impíos que estén muertos en la segunda venida de Jesús no resucitarán y los que estén vivos morirán. Todos permanecerán muertos hasta el final de los mil años. En la Tierra no habrá personas vivas. Por esa razón, no hay oportunidad de salvación después del regreso de Jesús. Eso tiene que suceder antes. 

Por lo tanto, la Tierra en este período estará totalmente desierta, desolada (Jeremías 4:23-27). En Isaías 24:1 el profeta dice que Dios dejará la Tierra totalmente devastada. Pero ¿será que la Tierra quedará completamente sin habitantes?

II – SATANÁS Y SUS ÁNGELES EN EL MILENIO
El enemigo de Dios y sus ángeles no serán destruidos en la segunda venida de Jesús como los impíos. Él y sus ángeles permanecerán en la Tierra desolada sin nadie a quien tentar, encadenado circunstancialmente (Apocalipsis 20:1-3). Los ángeles de Dios le impedirán a Satanás que salga de la Tierra, por eso libro de Apocalipsis describe un ángel que ata al enemigo y lo lanza a un abismo: la Tierra desolada y vacía. 

El término “llave del abismo” viene de la palabra griega “abüsos”, que significa oscuro, desierto, región desolada, un estado de caos.

III. LOS JUSTOS Y EL MILENIO

Mientras la Tierra esté totalmente desolada, y Satanás encadenado, nosotros, los justos que fuimos arrebatados al Cielo, cuando lleguemos a la morada de Dios, nos sentaremos en tronos y se abrirán libros para que podamos confirmar el juicio Dios. Entonces tendremos la seguridad de que los que están allí fueron juzgados de manera justa y que nuestro Redentor hizo todos los esfuerzos para salvarlos pero ellos no lo aceptaron (Apocalipsis 20:4).

Imagine que llega al cielo y, para su sorpresa, una persona conocida que tenía una vida aparentemente cristiana no está allí. Quizás un pariente muy querido. Dios nos dará la oportunidad de aclarar todas las dudas que tengamos en relación a su gran amor y justicia.

IV. EL FINAL DE LOS MIL AÑOS

Jesús y los salvos volverán a la Tierra después del milenio (Apocalipsis 21:2). Los impíos muertos resucitarán, Satanás y sus ángeles serán soltados de su prisión porque finalmente no tendrán a quién tentar (Apocalipsis 21:5-7). La ciudad santa, la Nueva Jerusalén, descenderá a la Tierra y dentro de la ciudad de oro estarán los salvos con Jesús y sus ángeles. Afuera de la ciudad estarán los perdidos junto a Satanás y sus ángeles (Apocalipsis 21:2 y 10; 20:5 y 7). A medida que la Ciudad Santa se acerca a la Tierra, Satanás y sus ángeles seducirán a los impíos y los convencerán de que es posible tomar la Ciudad. Formará allí un ejército y marcharán contra la ciudad de Dios para intentar tomarla. Ese será el último intento desesperado del enemigo para usurpar el trono de Dios y los impíos serán parte de su plan creyendo que aún tienen oportunidad para ser salvos sin Dios. 

Entonces, descenderá fuego del Cielo sobre Satanás, sus ángeles y los que rechazaron la salvación de Dios. En realidad, el lago de fuego fue preparado para el enemigo de Dios y sus ángeles, pero aquellos que no se pusieron del lado de Cristo, que no atendieron sus llamados de amor, recibirán la misma sentencia. 

El deseo de Dios es salvar. Cristo dio su vida para eso. La destrucción es un acto extraño para Dios. Pero, después de todas las oportunidades, tendrá que destruir el mal para devolverles la perfección original a sus hijos.

CONCLUSIÓN 

Después de la segunda venida de Cristo, comienzan los mil años. Durante ese período, los salvos estarán en el Cielo juzgando a los impíos que quedarán muertos en la Tierra. La Tierra quedará sin forma y vacía, totalmente desolada. No habrá personas vivas, excepto Satanás y sus ángeles. Al final de ese período, la Nueva Jerusalén descenderá a la Tierra con Jesús y sus salvos. Satanás formará un gran ejército, pero todos serán destruidos en un lago de fuego y azufre.
Jesús anhela con misericordia que usted y yo estemos a su lado dentro de la Ciudad Santa.
Nunca fue el deseo de Dios destruir a nadie. Él nos creó para que fuéramos sus hijos y viviéramos eternamente con él. Desgraciadamente, el pecado exige la justicia de Dios. 

CIELO NUEVO Y TIERRA NUEVA

Si pudiéramos mirar al futuro y contemplar el lindo país del mañana, ¡vibraríamos de emoción! Y si somos fieles al Señor, veremos esa Ciudad algún día. Las Escrituras dicen mucho sobre esa Patria mejor, especialmente de la ciudad que está en el Cielo y que vendrá, la capital del maravilloso nuevo mundo de Dios. Nosotros podemos creer en eso porque Dios mismo nos dio la garantía de que así será. Veamos lo que revela la Biblia acerca de la Nueva Jerusalén, ese lugar tan maravilloso que Jesús fue a prepararnos. 

I. La ciudad
En una de sus visiones, el apóstol Juan contempló la Ciudad que vendrá. Escribió: “Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:2-4).
Nuestro planeta, que fue el teatro de la caída del hombre, se convertirá en el escenario de la Ciudad de Dios. Esta Tierra, que fue regada con la sangre de Cristo, disfrutará de la Presencia de Dios. Será habitada por él y, de esa manera, se convertirá en el centro del Universo. 

 II. SU TAMAÑO
Con respecto al tamaño de la ciudad, ¿será lo suficientemente grande para albergar a los millones de salvos? La Biblia nos dice: “El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales; y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel. El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio” (Apocalipsis 21:15-18).
Doce mil estadios. Si cada estadio equivale a 185 metros, 12.000 estadios son 2200 kilómetros. Si esta medida representa la medida entera de la ciudad, como creen algunos, la Nueva Jerusalén tendrá 555 kilómetros de cada lado, o sea, una superficie un poco más grande que la del Estado de San Pablo. Por lo tanto, sí hay espacio para incontables millones.

III. LAS PUERTAS DE LA CIUDAD
En la ciudad hay 12 grandes puertas, de perla, que sirven de adorno, porque nunca se cierran. Así como la gracia y la misericordia de Dios, estas puertas se abren en todas las direcciones y están abiertas para siempre (Apocalipsis 21:25). Sin embargo, nadie jamás entrará por aquellas puertas de perla sin antes haber pasado por la puerta estrecha del arrepentimiento. Solo los obedientes, mediante la abundante gracia de Cristo entrarán allí. 
Realmente podemos decir como Juan, al ver a los redimidos entrar al Cielo: “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad” (Apocalipsis 22:14). 
Es imposible para nosotros, ahora, tener más que una vislumbre de la gloria de esa ciudad. Tenemos que esperar para verla. Pero la escena se describe en las Escrituras y podemos leerlo allí.

IV – LA VIDA EN LA NUEVA JERUSALÉN
No hay necesidad de luz del sol en la ciudad. “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche” (Apocalipsis 21:23-25). 
También, allí está el árbol de la vida, junto al río: “Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Apocalipsis 22:1 y 2).
Desde Génesis hasta Apocalipsis leemos sobre solo un árbol de la vida. Los hombres nuevamente tendrán acceso a él, y se cumplirán las palabras del profeta: “porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo” (Isaías 65:22). Fluyendo del trono de Dios, corre a través de la ciudad el río de la vida. ¡Qué obra majestuosa es el recorrido de las aguas de un gran río! ¡Qué emoción será para los salvos ver por primera vez el gran río fluyendo hacia el horizonte: el río de la vida.
En la Tierra Nueva, no habrá más pecado: 
  • Jesús enjugará toda lágrima (Apocalipsis 21:4);
  • No habrá muerte, ni llanto, ni dolor (Apocalipsis 21:4);
  • No existirá el desempleo, el odio, la separación ni las desigualdades (Isaías 65:21 y 22);
  • El león y el cordero pastarán juntos (Isaías 65:25);
  • El sábado será un día especial de adoración (Isaías 66:22 y 23);
  • Tendremos una linda casa y trabajo útil (Juan 14:1-3; Isaías 65:21 y 22);
  • Conviviremos personalmente con Cristo (Apocalipsis 21:3).

  • CONCLUSIÓN

    Esta ciudad ahora está en el Cielo, donde Jesús fue a prepararnos un lugar. Allí se llevará a los salvos cuando Jesús vuelva. El Salvador oró para que todos los que lo aman puedan estar con él donde él está (Juan 17:24). Y esa oración será respondida.



    La Nueva Jerusalén descenderá a la Tierra, para ser la capital del nuevo mundo. Esta es la ciudad con la que han soñado los hombres, la Ciudad que ha de venir. No es un espejismo; existe ahora y un día estará aquí.

    Usted y yo, podemos tener una casa en esa ciudad. Solo debemos anhelarlo. La invitación es para todos:“Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).

    LLAMADO FINAL

    Y, a medida que los años de la eternidad transcurran, traerán nuevas y más gloriosas revel- aciones de Dios y de Cristo. cuanto más conozcan los hombres acerca de Dios, mayor será su admiración por su carácter.aprenden sobre Dios, más admiran su carácter.
    Todo será especial. Ya no existen ni pecado ni pecadores. El Universo entero está limpio. Una sola pulsasión de alegría y armonía late en la vasta creación. De aquel que lo creó todo fluyen vida y luz y alegría que recorren los espacios ilimitados. Desde el átomo más insignificante hasta el mayor de los mundos, todas las cosas, animadas e inanimadas, con su beleza sin mácula y gozo perfecto, declaran que Dios es amor.

    Prepárese para vivir eternamente en este nuevo Cielo y nueva Tierra. Quiero fijar un encuentro con usted en el primer culto que se realizará en el Cielo. Si acepta, levántese y venga adelante. Haremos una oración de entrega y decisión.
 
 


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