Introducción
Robert Gilmour LeTourneau nació el 30 de noviembre de 1888, en Richford, Estados Unidos. Era hijo de padres piadosos y desde la infancia oía sobre el evangelio. Por un tiempo rechazó la verdad, pero gracias a las oraciones de sus padres, a los dieciséis años aceptó a Cristo como su Salvador personal. Era un joven notable en varios aspectos, especialmente por su capacidad de inventar cosas.
Cuando fue adulto inventó diversas máquinas de aplanamiento de tierra, y se hizo famoso y rico por los equipos que proyectó y construyó. Fue el responsable de 300 patentes. Sus invenciones hicieron que en 1938 tuviera la increíble cantidad de 1,5 billones de dólares. A los 30 años sufrió una pérdida devastadora con la muerte de su hijo mayor. Eso lo hizo repensar los objetivos y el propósito de su vida. Comenzó a preocuparse con la posibilidad de que su amor por las máquinas estuviera sustituyendo su amor y su compromiso con la causa de Dios. Por eso, junto con su esposa Evelyn Peterson decidió dedicarse a la causa de Dios y usar los recursos que poseía en la predicación del evangelio.
Su historia se hizo conocida porque decidió devolver el 90% de lo que poseía a Dios y vivir con el 10% restante. A partir de entonces, fue conocido como el “empresario de Dios”. Su versículo preferido era “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
Cierto día, alguien le preguntó: “Señor LeTourneau ¿es verdad que usted da el 90% de sus ganancias al Señor?” Él respondió: “No, yo no doy nada a Dios. Todo le pertenece. Soy yo quien tiene el 10% de lo que es de él”.
Esa historia nos presenta un grandioso ejemplo de generosidad. Pero seamos honestos: a pesar de ser una historia linda, está fuera del modelo de la mayoría de la gente. Muchos pueden leer, y decir con razón que también podrían vivir con el 10% de las entradas de un billonario.
Aquí brilla una vez más la belleza y la profundidad de la historia de la viuda. Imagino que usted está de acuerdo conmigo de que como mínimo lo curioso del hecho es que el mayor ejemplo humano de generosidad del Nuevo Testamento proviene de una persona que no tenía prácticamente nada para dar.
Con frecuencia pensamos que generoso es alguien que entrega grandes cantidades a la causa de Dios, pero Jesús decidió destacar la generosidad en la entrega de dos monedas. Ahí se encaja la mayoría de la gente. La viuda representa a la mayoría de nosotros, pues no poseemos una riqueza que pueda construir hospitales y escuelas o eliminar el hambre de una pequeñísima parte de la población mundial.
Jesús no destacó la ofrenda de los que continuaban siendo ricos, aun cuando entregaban grandes sumas de dinero como ofrenda. Él escogió a una mujer cuya ofrenda hizo solo un pequeño sonido al caer en el cofre del templo. Esta historia me enseña que lo poco que tengo es capaz de hacer un gran impacto cuando lo ponemos a disposición de Dios.
Lo que tenemos hace la diferencia
Muchas veces somos motivados más por lo que no poseemos que por lo que tenemos. Dios espera que usemos en su causa lo que está a nuestra disposición. Él nunca me preguntará por qué no terminé con el hambre en el continente africano, pero me preguntará por qué no terminé con el hambre de una familia en mi ciudad. Él nunca me preguntará por qué no llevé el evangelio a los países que no conocen la verdad, pero me preguntará por qué no ofrecí estudios bíblicos a la persona que me atiende en la panadería. No es nuestra falta de capacidad lo que le molesta a Dios, sino nuestra falta de disponibilidad.
Necesitamos mirar a la Biblia y ver lo que Dios es capaz de hacer con cosas aparentemente insignificantes como la honda de David, la vara de Moisés, los panes y los peces de una criatura, un poco de harina y aceite de una viuda, un cesto usado para hacer que Pablo escapara de la ciudad, etc.
Cierto día, la Madre Teresa de Calcuta inició una campaña para recaudar azúcar para sus instituciones de caridad. En la época faltaba el azúcar en la India, y el valor era muy elevado. Un muchachito se acercó con una taza llena de azúcar, y le dijo: “Yo pasé algunos días sin comer azúcar para traerle lo que logré economizar”. Con una amplia sonrisa ella respondió: “No podemos hacer ninguna cosa grande, solo pequeñas cosas con gran amor”.
Dádivas pequeñas y grandes
Dios espera que entreguemos dádivas pequeñas, así como espera que entreguemos las grandes. “Dios nos pide para los necesitados no sólo nuestros dones, sino un semblante alegre, palabras llenas de esperanza, un bondadoso apretón de manos” (PVGM, 343).
No tenemos idea del impacto que puede producir cuando ponemos las pequeñas cosas a disposición de nuestro grandioso Dios. Por ejemplo, cuando abrazamos a alguien, para nosotros puede ser solo un abrazo, pero para la persona abrazada puede ser el reencuentro con la alegría de vivir. Cuando entregamos una cesta básica, para nosotros puede ser solo comida, pero para quien la recibe puede ser la fuerza para continuar. Las ofrendas de una persona humilde pueden ser solo algunos centavos, pero colaboran para la compra de una Biblia y para llevar salvación a una familia del otro lado del mundo.
Cuando usamos lo poco que poseemos en la causa de Dios, deja de ser poco y se transforma en algo capaz de tocar la eternidad. Elena de White afirma: “En esta vida nuestro trabajo por Dios a menudo parece no producir frutos. Nuestros esfuerzos para hacer el bien pueden ser arduos y constantes, sin embargo, podría ser que no se nos permita ver sus resultados. El esfuerzo puede parecernos infructuoso. Pero, el Salvador nos asegura que nuestra obra es apreciada en el cielo y que la recompensa es segura. El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu, dice, “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segare- mos, si no desmayamos” Gálatas 6:9” (6TI, 308).
Ese era el secreto de los primeros seguidores de Cristo: ellos no poseían grandes riquezas, edificios, reconocimiento público. Por el contrario, eran considerados una secta (Hechos 24:14). A pesar de eso, crecieron e iluminaron el mundo con la verdad del Cristo resucitado.
Generosidad: La marca registrada del cristiano
La generosidad de los cristianos del siglo I era su marca registrada. Ejercía más influencia que cualquier cantidad de dinero o poder político. Con el pasar del tiempo, diversas plagas asolaron las ciudades de la región. Cada vez el pueblo huía al campo queriendo escapar de la muerte. Cuando lo hacían, abandonaban a los enfermos sin que nadie los cuidara. Sin embargo, los historiadores nos cuentan que los cristianos no se iban. En vez de hacerlo, arriesgaban su propia vida quedándose para satisfacer las necesidades de los que no podían salvarse. Muchos de esos cristianos murieron en el proceso. Pero no temieron la muerte, mientras trataban a los enfermos hasta que recuperaran la salud, la noticia de su generosidad se esparcía como reguero de pólvora.
Se nos desafía a seguir el estilo de vida de los cristianos del siglo I. Debemos ejercer la generosidad y permitir que nuestra historia ayude a otros a conocer a Cristo y a vivir en completa entrega. Entonces, abandone la idea de que usted no es capaz de hacer alguna diferencia con lo que posee. En las manos de Cristo, todo lo que tenemos y somos hace la diferencia.
Una de las historias más impresionantes sobre la generosidad de los primeros cristianos es la historia de Pacomio. Nació en el año 292 DC. en Tebas, Egipto. Era hijo de padres paganos. Fue alistado contra su voluntad en el ejército romano. Los romanos tenían la costumbre de invadir las comunidades y obligar a todos los hombres a servir en el ejército. Los generales sabían que esos soldados no tenían ningún apego o compromiso con el imperio; por eso vivían como prisioneros todo el tiempo cuando no estaban en combate.
Durante el período de prisión, el hambre devastó la región donde estaba Pacomio. Muchos prisioneros morían de hambre. Pero él y otros prisioneros comenzaron a recibir comida de noche por las rejas de la prisión. Cada noche esas personas regresaban con comida y libraron a los prisioneros de la inanición. Él descubrió que sus benefactores eran seguidores de un galileo llamado Jesucristo. Cuando fue puesto en libertad buscó a los cristianos y con ellos aprendió a amar a Jesús y conoció sus verdades. En seguida se hizo cristiano y fue bautizado en el 314 DC. y se transformó en un líder cristiano de influencia. La generosidad lo alcanzó y con ella, la salvación.
Es urgente la necesidad de decidir la forma de ser conocidos como cristianos. El mundo al vernos notará no solo una doctrina distintiva, un hábito saludable, también verá una generosidad y un altruismo contagioso.
¿Cuándo entramos en contacto con las personas, nuestras actitudes demuestran que andamos con un Dios generoso en gracia, misericordia y bondad? ¿O solo juzgamos, separamos y condenamos?
Debemos mirar todo lo que Dios puso en nuestras manos y captar el motivo por el cual él nos está bendiciendo. La generosidad debe ser nuestra marca distintiva, y eso es posible por el poder de Dios en nosotros. Cada acto de generosidad, cada acto de fidelidad es capaz de llevar a las personas de las tinieblas a la maravillosa luz.
El escritor norteamericano Edward Hale dijo: “Solo soy uno, solo soy uno más.No puedo hacer todo, pero puedo hacer algo. Lo que puedo hacer debo hacerlo. Y lo que debo hacer, por la gracia de Dios lo haré”.
Tenemos la opción de vivir una vida de riesgo por la causa de Dios o de comodidad sin responsabilidades o compromiso. Sin embargo, solo los que deciden por una vida de riesgo pueden ser llamados verdaderos cristianos. Únicamente la actitud de compromiso es capaz de desarrollar una fe genuina, notar el actuar de Dios y vivir milagros. Es a esa vida a la que Dios nos invita.
Conclusión
Cristo es presentado en las Escrituras como un don. Él es un don, pero únicamente para aquellos que se entregan a él sin reservas, en alma, cuerpo y espíritu. Hemos de entregarnos a Cristo para vivir una vida de voluntaria obediencia a todos sus requerimientos. Todo lo que somos, todos los talentos y facultades que poseemos son del Señor, para ser consagrados a su servicio. Cuando de esta suerte nos entregamos por completo a él, Cristo, con todos los tesoros del cielo, se da a sí mismo a nosotros. Obtenemos la perla de gran precio (PVGM, 88).
¿Vamos a hacer la diferencia? ¿Vamos a comprometernos de manera completa? Puedo garantizarle que usted nunca mirará hacia atrás y se arrepentirá por haberse involucrado profundamente con la causa de la salvación. También puedo garantizarle que muchos, en algún momento de la vida, notarán lo que hicieron el egoísmo y la codicia en la vida de los que pierden el sentido. Espero un día, aquí o en la eternidad, oír su historia y comprender lo poco o mucho que usted ha puesto a disposición de Dios. Anhelo oír cuánto pudo transformar Dios lo que usted poseía para la salvación de otras personas.
En este momento quiero invitarlo a tomar una de las decisiones más importantes de su experiencia cristiana. Diga en este momento al Señor que decidió experimentar la sensación de ver los milagros realizados por su intermedio y de lo que él puso en sus manos. Vamos a orar ahora y pedirle a Dios que nos use de manera poderosa y que ponga en nuestro camino a personas y causas nobles para que seamos generosos.
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