En uno de sus sermones, Billy Graham cuenta una historia fascinante sobre el brillante científico Albert Einstein. Einstein estaba viajando en un tren por Europa cuando el fiscal se le acercó y le pidió el pasaje. Einstein revisó sus pertenencias, buscó en los bolsillos y en su billetera, pero todos sus intentos fueron inútiles, simplemente no lograba encontrar su boleto.
El fiscal del tren le dijo simplemente: “Yo sé quién es usted, no se preocupe, sé que usted tiene su pasaje en algún lugar”, y siguió por el corredor. Cuando miró atrás, vio a Einstein arrodillado buscando frenéticamente el boleto debajo de su asiento. El renombrado científico parecía tremendamente angustiado por no poder encontrarlo.
Intentando aliviar su ansiedad, el fiscal dijo: “Señor Einstein, yo sé quién es usted. No se preocupe por eso”. Einstein respondió: “Yo también sé quién soy, pero no sé a dónde estoy yendo”.
Esa única frase refleja el pensamiento de millones de personas en el mundo. Tienen poca idea adónde van en este mundo. En la mejor de las hipótesis, tienen alguna idea vaga y sombría sobre el futuro. Esperan una esperanza, un futuro desconocido. La gran esperanza del regreso de nuestro Señor da sentido a nuestras vidas hoy. Podemos vivir una vida llena de alegría y esperanza porque sabemos el fin de la historia.
Alguien dijo con propiedad: “La vida no tiene valor a menos que nos encontremos con algo valioso”. No hay nada más valioso que conocer a Cristo y tener la esperanza de su pronto regreso en su corazón.
LA ANGUSTIA DEL NO CREYENTE
Siempre quedé fascinado por las inscripciones de angustia en las tumbas a lo largo de la Vía Apia, en los alrededores de Roma. Usted recordará que el apóstol Pablo pasó por la Vía Apia cuando fue llevado prisionero por las autoridades romanas a Roma. Debe haber sentido la desesperación de la población no creyente de Roma al perder la esperanza en el futuro.
Vea solo algunas de las inscripciones: “Yo no era, yo me hice, yo no soy, no me importa”. “Coma, beba, diviértase y júntese a mí”.
Al describir la vida, el escéptico Bertrand Russel lo mencionó de esta forma: “Estamos en la costa de un océano, clamando a la noche y el vacío; a veces una voz responde desde la oscuridad, pero es la voz de un hombre ahogándose, después otra voz, y aun otra más...”.
Qué desesperanza, que desesperación, qué falta de sentido... Nuevamente, si usted no tiene algo va- lioso por el cual vivir, algo más allá de usted, alguna esperanza para el mañana, algún propósito primor- dial, la vida no tiene valor.
Ante las burlas, el escarnio y el escepticismo, el apóstol Pedro presenta el propósito de vida que abarca todo.
El apóstol Pedro nos recuerda que hay esperanza para hoy, mañana y siempre. En 2 Pedro 3:1, 2, él afirma: “Amados, esta es la segunda carta que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento, para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles”.
Hay algo de significativo aquí. Algunas personas están siempre buscando una nueva comprensión de la Biblia. No buscan alguna verdad nueva para descubrir el misterio del por qué Jesús todavía no volvió. Están intentando descubrir algún gráfico nuevo de tiempo profético que les dará una visión divina del futuro. Están intentando descubrir siempre alguna verdad nueva que piensan ser la clave para entender la profecía. Ellas tienen ese deseo insaciable de algo nuevo, algún descubrimiento nuevo, una verdad nueva que según creen, si todos pudieran entender de alguna forma, milagrosamente llevaría a la venida de Jesús.
Aquí, Pedro dice que en realidad lo que necesitamos no es tanto verdades nuevas, sino una repetición de las verdades eternas que tantas veces olvidamos. Existen ciertas verdades bíblicas que necesitan ser repetidas y nunca puestas en segundo plano por otras novedades.
Los griegos hablaron del “tiempo que borra las cosas” como si la mente fuera una pizarra y el tiempo una esponja que pasa por ella como un tipo de “borrador”. A lo largo de las Escrituras se repiten las grandes verdades. No necesitamos algo nuevo sino necesitamos recordar las verdades antiguas de las Escrituras que dan significado y propósito a nuestra vida como un todo.
Pedro continúa en 2 Pedro 3:3, 4: “sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burla- dores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su adveni- miento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen como desde el principio de la creación”.
La idea de la segunda venida de Cristo en los últimos días parecerá ridícula para muchas personas. Será un asunto de ridiculización, de escepticismo y burla. Preguntarán cínicamente: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento? En 2 Pedro 3 se usa la palabra promesas tres veces. En el versículo 4 y en el versículo 9: “El Señor no retarda su promesa”; y nuevamente en el versículo 13: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”.
Pedro usa tres veces la palabra promesa para describir la seguridad del regreso de nuestro Señor a los creyentes esparcidos por Asia.
EL REGRESO DE CRISTO ESTÁ BASADO EN SU PROMESA
La segunda venida de Cristo no tiene como base especulaciones vanas. No está basada en un deseo vano o una filosofía humana. Está basada en las promesas seguras e inmutables de la Palabra de Dios. La segunda venida de Cristo revela la tremenda verdad de que toda la historia se está dirigiendo a un clímax glorioso. Un destino “final”. La vida va hacia algún lugar, y debemos encontrar a alguien que tenga la respuesta definitiva para todos los problemas de la vida. Sin esa convicción tenemos pocas razones para vivir.
Una promesa es una declaración, una garantía de que una persona hará algo específico o de que su- cederá una cosa específica. Es una promesa, un vínculo, un juramento, un contrato, un compromiso o un pacto. Una promesa es tan buena como el que la hace, no puede haber una seguridad mayor que esta: Jesús mismo hizo la promesa.
La segunda venida de Cristo se menciona 1.500 veces en la Biblia. Una vez cada 25 versículos del Nuevo Testamento y para cada profecía sobre la primera venida de Cristo en el Antiguo Testamento, hay ocho sobre la segunda venida de Cristo. Estas son solo algunas de las promesas del regreso de Jesús presenta- das en la Biblia:
Judas 14 “De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: ‘He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares”.
Salmo 50:3: David declara: “Vendrá nuestro Dios, y no callará”.
Isaías 35:4: “Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará”.
Sofonías 1:14: “Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo”.
Mateo 16:27: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”.
1 Tesalonicenses 4:16, 17: “Porque el Señor mismo [...] descenderá del cielo”. En pie encima de todos está Jesús, que da su Palabra de que volverá.
Juan 14:1-3: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”.
El regreso de nuestro Señor no es una vana especulación, es una realidad. Es tan segura como las pro- mesas de la Palabra de Dios. Cristo dio su palabra de que él volverá.
Pedro continua su discusión sobre el regreso de nuestro Señor en 2 Pedro 3:5-7, describiendo tres cosas que todos los burladores olvidan.
Observe lo que dicen los burladores, preguntan con incredulidad: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen como desde el principio de la creación” (2 Pedro 3:4).
En otras palabras, no hubo cambios significativos en la historia del mundo desde el principio. Las cosas continuaron de manera uniforme. Entonces Pedro hace esa observación impresionante: “Estos ignoran voluntariamente [...]”
Una cosa es ser ignorante, pero otra cosa es ignorar voluntariamente. Esas personas tenían los hechos delante de sí, pero se burlaban de los hechos y negaban la veracidad de la Palabra de Dios. Estaban aprisionadas en sus opiniones y no cambiaron. Sus mentes estaban decididas, y ante los hechos evidentes de la revelación no cambiaron sus opiniones o hábitos hacía tiempo acariciados.
Dios hizo esta declaración sobre la comprensión de la verdad: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Comprender la voluntad de Dios es una cuestión tanto del corazón como de la mente. Como usted sabe si está completamente rendido a Dios. Es muy fácil cantar el himno “Yo me rindo a ti”, pero qué significa rendirse. Si hay algo en mi vida que no estoy dispuesto a abandonar cuando él me lo revela, entonces puedo tener la seguridad de que no estoy completamente rendido a él.
Entonces Pedro describe tres acciones de Dios que prueban que los escarnecedores están equivocados cuando afirman enfáticamente que “todas las cosas permanecen como desde el principio de la creación”.
Dios creó el mundo por su Palabra (v.5).
Dios destruyó el mundo por su Palabra (v.6). Dios preserva este mundo por su Palabra (v.7).
En seguida, Pedro continúa con la razón de la demora del regreso de Cristo: “Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:8, 9).
El apóstol presenta ese punto clave: la visión de Dios del tiempo y la nuestra son dramáticamente diferentes. Para Dios, el tiempo está presente siempre y eternamente. El pasado y el futuro son tan vívidamente reales para él como el momento presente lo es para nosotros. Lo que parece largo para nosotros es solo un segundo para Dios (v.8). En seguida, él agrega la garantía gloriosa: “El día del Señor vendrá como ladrón en la noche.
¿Qué clase de personas debemos ser? Debéis andar en santa y piadosa manera de vivir. Esa es una expresión fascinante: significa literalmente “de qué padres procede usted”. Pedro dice: “si usted es un cristiano, es un ciudadano del cielo. Es un peregrino y extraño en la tierra, es un hijo del Rey. Usted es un embajador de Cristo, y debe actuar como un ciudadano del Cielo”. En seguida, el apóstol agrega esa percepción significativa del versículo 12: “esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios”. ¿Realmente podemos apresurar la venida de Jesús? ¿Cómo? Es verdad que “Como estrellas en la vasta órbita de su derrotero señalado, los propósitos de Dios no conocen premura ni demora” (DTG, 23). Pero también es verdad que: “Mediante la proclamación del evangelio al mundo, está a nuestro alcance apresurar la venida de nuestro Señor. No solo hemos de esperar la venida del día de Dios, sino apresurarla. (2 Pedro 3:12). Si la iglesia de Cristo hubiese hecho su obra como el Señor le ordenaba, todo el mundo habría sido ya amonestado, y el Señor Jesús habría venido a nuestra tierra con poder y grande gloria” (Maranata, 20).
Hay tres factores involucrados en la demora del advenimiento. Cuando cada uno de esos factores se junten, Cristo vendrá. S. N. Haskell, uno de los pioneros adventistas solía decir: “Bien, hermanos y her- manas, son necesarias tres cuerdas que tiren en direcciones opuestas para mantener el mástil de la carpa en pie”. Él obviamente se estaba refiriendo a los días en que los adventistas solían tener reuniones en varias carpas que levantaban. Las cuerdas deberían mantenerse en equilibrio, de lo contrario la carpa se inclinaba torcida hacia un lado. La declaración de Haskell es verdadera para la comprensión del asunto de la segunda venida de Cristo. Es muy fácil perder el equilibrio. Si eso sucede, nos desviaremos de la verdad para ideas fantasiosas. Y esas son las tres verdades eternas con relación a la demora en el regreso de nuestro Señor.
Dios desea que toda la humanidad se salve, es su mayor anhelo. Espera pacientemente que el evangelio sea proclamado hasta los confines de la tierra (Mateo 24:14).
“Todo cristiano tiene la oportunidad no solo de esperar, sino de apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo. Si todos los que profesan el nombre de Cristo llevaran fruto para su gloria, cuán pronto se sembraría en todo el mundo la semilla del Evangelio. Rápidamente maduraría la gran cosecha final y Cristo vendría para recoger el precioso grano” (PVGM, 47).
Dios espera que nos arrepintamos, crezcamos en la gracia y reflejemos su imagen a un mundo en es- pera y un universo vigilante (Hechos 3:19-21).
La justicia de Dios exige que el pecado no continúe para siempre y, cuando el mal llegue a un cierto punto, Jesús dirá “basta”. Cuando el número acumulado del pecado alcance un cierto valor conocido solo por Dios, él dirá: “Señoras y señores es hora de terminar”.
Cuando Billy Graham escribió su libro World Aflame, le dio el primer capítulo a su esposa Ruth para que lo leyera. Ella se sentó con calma, leyó esa poderosa descripción de las condiciones del mundo, y entonces miró a su esposo, y le dijo: “Billy, si Cristo no viene pronto, él tendrá que restaurar a Sodoma y Gomorra y pedirles disculpas porque esta generación es realmente más pecadora que la generación de ellos”.
En el tiempo de Sodoma y Gomorra, el pecado alcanzó su límite y los juicios de Dios cayeron sobre ellos. En el tiempo de Noé, el pecado alcanzó su límite y vinieron las aguas del diluvio. En el tiempo de Ba- bilonia, el pecado alcanzó su límite y el dedo misterioso de Dios escribió el juicio en la pared del palacio. En los últimos días, el pecado llegará a su límite y Jesús vendrá.
Cuando Pedro llega al final de su segunda epístola, hace su llamado final: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. [...] Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:13, 14, 18).
¿Cómo podemos “ser hallados por Dios sin mancha e irreprensibles”?
¿Quién es suficientemente justo para presentarse delante de un Dios justo? ¿Quién es suficientemente santo para aparecer ante un Dios santo?
¿Quién está solo y puro para estar delante de un Dios sin pecado, justo y santo? El apóstol Pedro comparte esa verdad eterna:
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo re- nacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia in- corruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 Pedro 1:3-5).
Nos presentamos delante de Dios por medio de Cristo. Él es nuestra justicia. Todo lo que somos es por él.
Todo lo que necesitamos lo encontramos en él. Cristo nos justifica, en él estamos ante Dios como si nunca hubiésemos pecado. Cristo nos santifica, si se lo permitimos, él nos hará como desea que seamos.
Él trabaja en nuestro corazón para cambiarlo, para hacerlo de nuevo. Por medio de Cristo somos aceptados como sus hijos e hijas, crecemos diariamente en la gracia para ser cada vez más semejantes a aquel que admiramos. En Cristo estamos seguros, llenos de una esperanza que no decepciona, hasta el día cuando regrese y lo veamos cara a cara. Esa es una buena noticia, una maravillosa noticia, y no hay noticia mejor que esa.
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