INTRODUCCIÓN
Existe un proverbio chino que dice: “antes de comenzar el trabajo de cambiar el mundo, de tres vueltas dentro de su casa”.
Una joven japonesa fue a pasar las fiestas de Navidad y Año Nuevo en la casa de una señora cristiana. Al final de esos días, al despedirse de la joven, la señora le preguntó si había apreciado la manera en la que ellos vivían en el mundo occidental.
La joven respondió: “Me gustó mucho. Su casa es muy linda, pero hay algo que faltó y eso hizo que su casa me pareciera un poco extraña. Fui con usted a su iglesia y la vi adorar a su Dios, pero no vi a ese Dios en su casa”.
Y la joven continuó diciendo: “Como usted sabe, en oriente tenemos un nicho para nuestros dioses en cada casa, y los dioses están siempre con nosotros. Usted, ¿no tiene la costumbre de adorar a su Dios en su hogar con su familia?”.
En el mundo en que vivimos, los desafíos que enfrentamos en nuestras relaciones familiares y afectivas son grandes.
La lucha diaria por la supervivencia y las demandas cada vez mayores para satisfacer los deseos, han provocado un fuerte impacto en las emociones y el comportamiento de las personas.
Por eso el hogar debe ser un lugar donde Dios esté un lugar de refugio para la familia y no un campo de batalla.
Alguien definió el hogar de la siguiente manera:
“El hogar es un mundo de dificultades por afuera y de amor por dentro. El hogar es un lugar donde los pequeños son grandes y donde los grandes son pequeños. El hogar es el lugar donde nuestro estómago recibe tres comidas diarias y nuestro corazón mil”.
Sería maravilloso si eso fuera una realidad en todos los hogares.
Al establecer el vínculo familiar, Dios lo hizo con objetivos bien definidos, procrear, recibir, nutrir, cuidar y formar hombres y mujeres para la vida, dándoles identidad y destino.
Por eso, más que simplemente un grupo cultural, la familia es la expresión del cuidado de Dios en propiciar al ser humano un lugar de refugio para su desarrollo físico, emocional, mental y espiritual.
Una pregunta que necesitamos responder todos los días es la siguiente:
¿Qué puedo y debo hacer para mantener mi hogar como un lugar de refugio?
El apóstol Pablo nos da la respuesta.
“Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:14).
¡Ese texto es fantástico!
Miramos al apóstol Pablo como el gran teólogo, pero en algunos momentos demuestra ser alguien muy sensible al amor y a las relaciones, pues pone el amor como la más importante de las virtudes para los seres humanos, como si fuera una amalgama para solidificar las relaciones.
El amor es una lente que nos permite ver a las personas mucho más allá de sus valores físicos, materiales o hasta profesionales.
Cuando esa lente está fuera de foco y la adoptamos como la base y de sostén de nuestras adquisiciones, lo físico, lo material y hasta lo profesional, adoptamos un camino peligroso y desastroso.
Es necesario entender que:
- Hoy puedo tener bienes y mañana puedo perderlos.
- Hoy puedo tener belleza física, pero ¿quién garantiza que será eterna?
- Hoy puedo ser una persona profesionalmente exitosa, pero ¿quién me garantiza que mañana lo seré?
Las relaciones que ponen esas cosas en primer lugar difícilmente perduran.
Ann Landers escribió: “Si hay amor en su vida, este podrá compensar muchas cosas que le hacen falta. De lo contrario, no importa cuánto tenga, nunca será suficiente”.
Por eso el apóstol Pablo escribe: “Pero el mayor de ellos es el amor”. Existen muchas razones por las cuales Pablo dijo esto, pero vamos a considerar solo tres razones importantes:
1. QUIEN AMA CUIDA, NO MALTRATA
“Son muchos los que consideran la manifestación del amor como una debilidad, y permanecen en tal retraimiento que repelen a los demás. Este espíritu paraliza las corrientes de simpatía. Al ser reprimidos, los impulsos de sociabilidad y generosidad se marchitan y el corazón se vuelve desolado y frío. Debemos guardarnos de este error. El amor no durará mucho si no se lo expresa. No permitáis que el corazón de quienes os acompañen se agoste por falta de bondad y simpatía de parte vuestra” (MC, 278).
No podemos olvidarnos que la salud emocional, física y espiritual de los que están a mi alrededor está íntimamente relacionada al cuidado que tengo hacia ellos. Quien ama cuida y trata de suplir las necesidades del otro.
“El amor es una planta tierna, y debe ser cultivada y apreciada” (NEV, 175).
Ese cuidado es personal, intransferible. Quien ama cuida y no maltrata.
Las relaciones felices están formadas por personas capaces de comunicar sus sentimientos a través de palabra y actos.
El amor nunca muere de muerte súbita. Muere lentamente, asesinado diariamente por acumular falta de atención, por las groserías, por tonterías.
Dios espera que tengamos relaciones saludables, donde cada uno busque el bien de todos, y todos busquen el bien de cada uno.
Demostramos cuidado hacia quienes están a nuestro alrededor cuando cumplimos con responsabilidad la parte que nos corresponde dentro del plan de Dios para la conservación de nuestras relaciones.
“En su familia, el padre representa al Legislador divino. Colabora con Dios cumpliendo los misericordiosos designios de él, afirmando a sus hijos en los principios justos […] El padre es en un sentido el sacerdote de la familia, que dispone sobre el altar de Dios el sacrificio matutino y vespertino. […] debe confesar a Dios los pecados cometidos durante el día por él mismo y por sus hijos” (HC, 189).
“La madre es la reina del hogar, y los niños son sus súbditos. Ella debe gobernar sabiamente su casa, en la dignidad de su maternidad. Su influencia en el hogar ha de ser suprema; su palabra, ley. […] Se debe enseñar a los niños a considerar a su madre, no como una esclava cuyo trabajo consiste en servirlos, sino como una reina que ha de guiarlos y dirigirlos enseñándoles renglón tras renglón, precepto tras precepto” (HC, 207).
“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4).
La disciplina es fundamental en el desarrollo moral, social y espiritual del niño. Pero, disciplina es muy diferente a violencia, ya sea esta verbal o física.
2. QUIÉN AMA RESPETA, NO AGREDE
El respeto hacia las personas es una señal de respeto hacia sí mismo. Cuando yo respeto al otro, demuestro que soy digno de ser respetado. El respeto me lleva a tratar a la otra persona con honor y dignidad.
“Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey” (1 Pedro 2:17).
El respeto es una consecuencia del amor. Quien ama, valora a las personas y las trata con dignidad. El respeto elimina agresiones verbales, emocionales y físicas.
Demuestro respeto a las personas cuando:
- Presto atención a lo que dicen.
- Promuevo el diálogo sin necesidad de alterar la voz para ser oído (evite querer ser el único que habla en una relación familiar).
- Cumplo las promesas hechas.
- Acepto las diferencias que existen entre nosotros.
- Respeto la individualidad del otro. No puedo olvidarme de que individualidad no significa independencia.
- Reconozco las cualidades y las refuerzo y minimizo sus debilidades.
Respeto no significa:
- Estar siempre de acuerdo con la otra persona.
- Aceptar todo lo que ella hace.
- Someterse a las cosas equivocadas que practica.
Nuestras relaciones serían mucho mejores y más duraderas si simplemente aplicáramos en ellas la regla de oro. No le haré a mi prójimo lo que no me gustaría que hiciera conmigo.
Las palabras impacientes hieren el respeto propio
“Los que emplean un lenguaje tal experimentarán vergüenza, pérdida del respeto propio y de la confianza en sí mismos, y tendrá amargo remordimiento y pena por haber perdido el dominio propio y hablado de ese modo. ¡Cuánto mejor sería no pronunciar jamás palabras semejantes! ¡Cuánto mejor sería tener el aceite de la gracia en el corazón, ser capaces de resistir toda provocación y soportar todas las cosas con mansedumbre y tolerancia cristianas!” (MCP, 263).
Los padres no deben usar palabras sin pensar
“No salga de vuestros labios una palabra de enojo, dureza o mal genio. La gracia de Cristo espera que la demandéis. Su Espíritu dominará vuestro corazón y conciencia, presidiendo vuestras palabras y actos. No renunciéis nunca a vuestro respeto propio mediante palabras apresuradas y no pensadas. Procurad que vuestras palabras sean puras, vuestra conversación santa. Dad a vuestros hijos un ejemplo de lo que deseáis que sean ellos...” (MCP, 263).
Quien ama respeta, no agrede, ni de manera verbal ni física.
3. QUIÉN AMA PERDONA, ¡NO CASTIGA!
“Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:13).
La convivencia siempre trae desgastes. Parece increíble, pero las personas que muchas veces más maltratamos, son las que decimos que amamos.
Perdonar es una elección que debemos hacer todos los días, porque siempre habrá decepciones, malentendidos y pesares.
Pero la falta de perdón es asesina. Mata nuestras relaciones, mata la salud, mata la alegría, y además nos impide caminar cerca de Dios.
Dos personas incapaces de perdonar no pueden soportar la vida juntas. Muchos matrimonios se destruyen porque uno de los cónyuges es incapaz de perdonar. Una persona que vuelve a presentar algo ofensivo que el cónyuge dijo o hizo en el pasado continúa castigándolo, y construye una barrera de indiferencia y frialdad en la vida conyugal. El perdón es un don de Dios para nuestra vida.
“Mas si no perdonareis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. Nada puede justificar un espíritu no perdonador. El que no es misericordioso hacia otros, muestra que él mismo no es participante de la gracia perdonadora de Dios. En el perdón de Dios el corazón del que yerra se acerca al gran Corazón de amor infinito. La corriente de compasión divina fluye al alma del pecador, y de él hacia las almas de los demás. La ternura y la misericordia que Cristo ha revelado en su propia vida preciosa se verán en los que llegan a ser participantes de su gracia. Pero “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es
de él”. Está alejado de Dios, listo solamente para la separación eterna de él” (PVGM, 196).
Cuatro puntos importantes sobre el perdón:
1. Dios siempre nos ofrece perdón.
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).
2. El perdón es libertador
“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado” (Salmo 32:1).
3. El perdón genera más perdón
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial (Mateo 6:14).
4. El perdón no tiene límites
“Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí?
¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18:21, 22).
Cuando no amamos, y no tenemos el amor de Cristo en nuestro corazón, sancionamos a las personas que están a nuestro alrededor y se equivocan y esas sanciones pueden ser físicas, verbales o sicológicas.
Ese tipo de sanciones perjudican la autoestima, provocan tristeza, malos tratos, falta de respeto y humillación. El que ama perdona no castiga.
Quien ama no es duro, no se aburre, no huye, no deja, no engaña. Es para quien no le gusta esconderse detrás de excusas artificiales, falsas y frágiles.
CONCLUSIÓN
"Dios permita que cada hombre pueda reconocer su impotencia e incapacidad para guiar su propio barco sano y salvo al puerto" AA, 110.
“Hombres y mujeres pueden alcanzar el ideal que Dios les señala si aceptan la ayuda de Cristo. Lo que la humana sabiduría no puede lograr, la gracia de Dios lo hará en quienes se entregan a él con amor y confianza. Su providencia puede unir los corazones con lazos de origen celestial. El amor no será tan sólo un intercambio de palabras dulces y aduladoras. El telar del cielo teje con urdimbre y trama más finas, pero más firmes, que las de los telares de esta tierra. Su producto no es una tela endeble, sino un tejido capaz de resistir cualquiera prueba, por dura que sea. El corazón quedará unido al corazón con los áureos lazos de un amor perdurable” (MC, 280).
Cuando permitimos que Dios dirija nuestras relaciones afectivas y sociales, encontraremos el sentido real para nuestra vida, que es ser feliz y promover felicidad para las personas.
Si falta amor en su vida, Dios puede restaurarlo.
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