Daniel Webster fue uno de los estadistas y oradores más conocidos de los Estados Unidos. Su carrera brillante en oratoria y su capacidad de cautivar audiencias en todo el país en la época colonial hicieron de él uno de los oradores más populares de su época.
En cierta ocasión, le preguntaron qué pensamiento consideraba él como el mayor que había ocupado su mente. Y respondió: “El sentido de mi responsabilidad individual hacia Dios”. Entonces les explicó mejor su respuesta con estas palabras: “Ese pensamiento no es agradable para los que viven en sus peca- dos y sin una relación con él, ya que, en consecuencia, no están preparados para enfrentar las tremendas preguntas involucradas. Pero sea que se enfrenten con esas preguntas o no, el hecho permanece: “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Rom. 14:12). Todos somos responsables de- lante de Dios, pues la Palabra de Dios lo declara así y no podemos escapar de nuestra responsabilidad”.
Las palabras de Daniel Webster nos llevan a considerar cuidadosamente nuestras elecciones diarias. Las elecciones son el material de lo que está hecha la vida, y nuestras elecciones determinarán nuestro destino eterno. Dios nos creó con libre albedrío, y somos responsables de las elecciones que hacemos. El juicio implica responsabilidad moral.
Como Pablo afirma en 2 Corintios 5:10: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”. Pero el juicio involucra mucho, mucho, mucho más que nosotros mismos.
El juicio es más acerca de las cuestiones antiguas en una controversia trabada entre los poderes de la justicia y las fuerzas del infierno. El juicio es más sobre la justicia y la misericordia de Dios, su ley y su amor que acerca de nosotros.
No hay duda de que somos responsables delante de Dios. No hay duda de que somos responsables por nuestras acciones. No cabe duda de que las decisiones que tomamos determinarán nuestro destino eterno. Pero en esta presentación quiero estudiar con usted una situación más grande y una comprensión más amplia del juicio y que tiene un impacto poderoso en nuestras vidas.
EL JUICIO FINAL EN APOCALIPSIS
El último libro de la Biblia, el Apocalipsis, se concentra en el fin de la larga controversia entre el bien y el mal. Lucifer, un ángel rebelde, desafió la justicia, la imparcialidad y la sabiduría de Dios. Él afirmó que Dios era injusto por la manera como administraba el universo. Bien en el centro de ese conflicto acerca del carácter de Dios está el juicio final del Apocalipsis.
Leamos Apocalipsis 14:6, 7. En nuestras presentaciones anteriores, observamos que Dios envió un mensaje de los últimos días a la humanidad retratado simbólicamente como tres ángeles volando en el cielo para llevar el mensaje final de Dios a los confines de la Tierra. El fundamento de ese mensaje es el “evangelio eterno” (Apoc. 14:6). Son las buenas nuevas de la gracia de Dios que nos cambia, nos transforma y nos libra de la condenación y esclavitud del pecado. Transformados por la gracia y regoci- jándonos en la salvación que Cristo nos ofrece gratuitamente, recibimos la motivación a cooperar con él al compartir el mensaje de su amor eterno. Observe que, especialmente en Apocalipsis 14:7, a la luz del evangelio eterno, está la expresión: “La hora de su juicio ha llegado”. ¿La hora del juicio de quién llegó? En el texto está claro. Es la hora del juicio de Dios. Esa es la hora de que todo el universo vea la bondad de nuestro Dios. De una vez por todas, los seres en los mundos no caídos verán, a la luz del juicio, que Dios hizo todo lo posible para salvar a cada ser humano. La vida y la muerte de Cristo revelaron su carácter de amor altruista. El juicio revelará a todo el universo como el amor infinito de Cristo siguió llamando a cada persona en la Tierra y revelará sus acciones de gracia para salvar a cada persona que respondió con fe.
Existen cuatro hechos sobre el juicio del tiempo del fin en Apocalipsis que quiero que usted vea clara- mente hoy.
EL JUICIO REVELA LA JUSTICIA Y LA MISERICORDIA DE DIOS
Él dice algo sobre su amor y su ley. Habla de su gracia para salvar y su poder para libertar. Revela a un mundo necesitado y al universo atento a sus provisiones para salvar a toda la humanidad. El juicio es parte de la solución final de Dios al problema del pecado. En el gran conflicto entre el bien y el mal en el universo, Dios responde a las acusaciones de Satanás de que él es injusto en el juicio final. Cuando nuestros nombres aparezcan en el juicio delante de Dios, Jesús preguntará en la presencia de todo el universo: “¿Podría yo haber hecho algo más para salvar a esa persona?”. Los registros infinitos minuciosos, exactos y detallados del Cielo se abrirán. Somos tan preciosos para Dios que todo el universo hace una pausa para considerar las elecciones que hacemos a la luz de la constante actuación del Espíritu Santo y de la redención gratuitamente provista por Cristo en la cruz del Calvario.
El universo entero y los mundos no caídos verán las incontables veces que Dios envió su Espíritu Santo a nuestro corazón. Ellos verán las innumerables veces que Jesús nos atrajo hacia él. Cómo envió los ángeles para derrotar las fuerzas de Satanás. Cómo organizó las providencias en nuestra vida. Cómo se reveló en el mundo natural. Cómo nos dio oportunidad tras oportunidad de responder a sus llamados amorosos.
Todo eso tenía un propósito: salvarnos. En el análisis final, cada ser en el universo verá que el Calvario es suficiente, que la cruz es suficiente. Jesús no podría haber hecho nada más. Él hizo todo lo que podía. El universo entero irrumpirá en canciones arrebatadoras: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos” (Apoc. 15:3).
El juicio en Apocalipsis revela el amor insondable de Dios, como también su justicia al tratar la controversia entre el bien y el mal. Revela de una vez por todas, ahora y para siempre, en el presente y por toda la eternidad, que el Cielo no podría haber hecho nada más para salvarnos.
LA INTERSECCIÓN DE LA JUSTICIA Y LA MISERICORDIA
Tanto la cruz como el juicio revelan que Dios es justo y misericordioso. La ley fue transgredida y exige la muerte del pecador. La justicia declara: “Porque la paga del pecado es la muerte”. La misericordia responde: “Más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Si la ley de Dios pudiera ser cambiada o abolida, sería totalmente innecesaria la muerte de Jesús. La muerte de Cristo establece la naturaleza eterna de la ley, y la ley es la base del juicio. Apocalipsis 20:12 aclara esa verdad eterna: “y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”. Nuestras obras revelan nuestras elecciones y nuestra lealtad”.
De acuerdo con Efesios 2:8, 9, “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; [...] no por obras, para que nadie se gloríe”. Pero cuando Cristo nos salva, nos cambia. “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efe. 2:10).
Nuestras buenas obras, capacitadas por el Espíritu Santo, no nos salvan, sino que testifican que nues- tra fe es genuina. El juicio final de Dios elimina toda pretensión, toda hipocresía, toda falsedad y penetra en las profundidades de nuestro ser. Cristo revela que hizo todo lo posible para salvarnos, y el juicio re- vela cómo hemos respondido a la gracia salvadora de Cristo.
Llegó el juicio. Es un juicio en el tiempo presente. La hora del juicio de Dios está aquí.
Juan declara en términos inequívocos en Apocalipsis 14:7 que “la hora del juicio ha llegado”. Ese es un mensaje urgente sobre la verdad presente para todo el mundo. Observe que nuestro texto no dice: “llegará la hora del juicio”. Anuncia enfáticamente: “La hora del juicio ha llegado” en tiempo presente.
Eso es lógico. Cuando Jesús venga, de acuerdo con Mateo 16:27, “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”.
Cuando el apóstol Juan estaba exiliado en la isla de Patmos, escribió el último capítulo del último libro de la Biblia, el Apocalipsis, donde declara: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para re- compensar a cada uno según sea su obra”.
Acompañe mi razonamiento. Si Cristo está por regresar para distribuir las recompensas, necesaria- mente debe haber un juicio antes que él venga, para determinar quién recibirá la recompensa cuando venga.
Esto nos lleva a preguntas lógicas. ¿Podríamos estar viviendo en la hora del juicio ahora? ¿Se está terminando el tiempo? ¿Estamos en el filo de la navaja de la eternidad? Si la hora del juicio de Dios llegó, ¿cuándo comenzó ese juicio? Los libros proféticos de Daniel y Apocalipsis son volúmenes hermanos que nos señalan los eventos que se desarrollan en los últimos días de la historia de la Tierra. El libro de Apocalipsis anuncia que llegó la hora del juicio de Dios. El libro de Daniel revela cuándo comenzó el juicio. A continuación, introduciremos la conexión entre las profecías de Daniel y Apocalipsis sobre el juicio. En la próxima presentación de esta serie sobre el mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14, estudiare- mos más profundamente el momento exacto del inicio del juicio.
UNA ESCENA MAGNÍFICA EN EL CIELO
Viajemos a lo largo de los siglos para tener una vislumbre con Daniel de esa magnífica escena celestial del juicio final. En Daniel capítulo 7, Dios reveló al profeta la historia del mundo. Las naciones se levantan y caen. Los poderes perseguidores oprimen al pueblo de Dios. Después de describir a Babilonia, Medo- Persia, Grecia, Roma, la disolución del Imperio Romano y la unión de la Iglesia y el Estado a lo largo de los siglos, Dios enfoca en la mente de Daniel un evento celestial glorioso que restaurará todo. Leamos sobre lo que Dios le mostró a Daniel en visión. Descubrimos esa escena de juicio notable en Daniel 7:9, 10: “Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millo- nes de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos”.
El destino de toda la humanidad se decide en el tribunal del Cielo. Los poderes opresores que persi- guieron al pueblo de Dios son juzgados. El derecho prevalece. La verdad triunfa. La justicia reina.
Pero esa escena celestial continúa en Daniel 7:13: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante del él”. Esa es una de las escenas más increíbles, más maravillosas y espectaculares de toda la Biblia.
Jesús se acerca a su Padre celestial en la presencia de todo el universo. Los seres celestiales se aglo- meran alrededor del trono de Dios. Todo el universo de seres no caídos queda pasmado con esa escena de juicio. El largo conflicto que duró milenios pronto terminará. La batalla por el trono del universo será total y completamente decidida. En un resplandor divino de gloria, Daniel declara en el versículo 14: “Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”. Jesús es digno de recibir el reino. El amor venció. La gracia es mayor que el pecado. La verdad triunfa sobre el mal. La justicia preva- lece. Estudiaremos ese punto con más profundidad aún.
EL JUICIO REVELA LA JUSTICIA SALVADORA DE JESÚS Y SU TRIUNFO SOBRE LOS PRINCIPADOS Y POTESTADES DEL INFIERNO
Abra su Biblia en Apocalipsis 4:1 “Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas”. Jesús nos invita a mirar por la puerta abierta en el Santuario celestial para ver escenas eternas en el gran conflicto entre el bien y el mal. Él nos da una vislumbre del plan de salvación eterno que se desarrolla en el Cielo.
¿Qué vemos cuando miramos por la puerta abierta en el Cielo? ¿Qué oímos al orientar nuestros oídos hacia el cielo? ¿Qué asuntos están siendo decididos en la corte celestial? ¿Qué pregunta básica, funda- mental e importante necesita una respuesta?
En Apocalipsis 4:4 notamos que hay 24 ancianos alrededor del trono de Dios. ¿Quiénes son? En el Israel antiguo había 24 clases de sacerdotes levíticos. Esos sacerdotes representaban al pueblo delante de Dios. En 1 Pedro 2:9, el apóstol declara que los creyentes del Nuevo Testamento son un “linaje escogido”, “real sacerdocio”. Esos 24 ancianos representan todos los redimidos que un día se alegrarán alrededor del trono de Dios. Esas son personas de todas las edades resucitadas en la época de la resurrección de Cristo y que ascendieron al cielo con él (Mateo 27:52; Efe. 4:7).
Es una buena noticia. Existen algunos de los redimidos de la Tierra alrededor del trono de Dios. Ellos enfrentaron tentaciones como nosotros las enfrentamos. Ellos experimentaron los mismos desafíos que nosotros enfrentamos y tuvieron que enfrentar problemas semejantes. En todas las generaciones hubo personas que por la gracia de Dios vencieron. Por la gracia de Cristo y el poder del Espíritu Santo, salieron victoriosos. Estarán vestidos con “vestiduras blancas”, que significa la justicia de Cristo que cubre y limpia sus pecados. Tienen una corona de oro puro en sus cabezas, lo que significa su victoria en la batalla contra el mal y forman parte del linaje real celestial de creyentes fieles.
¿Quiénes son los cuatro seres vivientes de los versículos 6 y 7? Israel marchó por el desierto bajo cuatro banderas: un león, un becerro, el rostro de un hombre y un águila volando. Esas banderas indicaban la protección continua de Dios y su orientación eterna. Jesús, el león de la tribu de Judá, dejó las glorias del Cielo, y al hacerse hombre, aceptó el papel representado por un animal de sacrificio, pero fue resucitado y ascendió al trono de su Padre, volando por el cielo como un águila.
Esos cuatro seres vivientes ofrecieron alabanza a Jesús por toda la eternidad por su amor sacrificial. Vemos un trono ubicado en el Cielo con Dios sentado en él. Los seres divinos están alrededor del trono, y después todo el Cielo comienza a cantar, y la alabanza aumenta cada vez más: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apoc. 4:11). Todo el Cielo alaba a Jesús, nuestro Creador Todopoderoso.
Pero, en Apocalipsis 5, la escena cambia dramáticamente. Al comienzo, la escena ya no es de alabanza. Observe en Apocalipsis 5:1 que el trono está allí nuevamente y se introduce un pergamino escrito en am- bos lados. Está sellado con el sello divino, y nadie en el Cielo o en la Tierra puede abrirlo. En el versículo 2 se hace una pregunta: “¿Quién es digno de abrir el libro?”. Los seres celestiales tiemblan. El problema es serio. Si nadie en el Cielo puede abrir el libro del juicio, toda la humanidad estará perdida. Ningún ser angelical puede representar a la humanidad en el juicio final de la Tierra.
Mientras ve la escena, el apóstol registra su reacción a lo que ve en Apocalipsis 5:3 “Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podría abrir el libro, ni aun mirarlo”. ¡Pero espere! Hay Uno que puede abrir el libro. Hay Uno que es digno de redimir a la humanidad. Hay Uno que soportó la condena- ción, la vergüenza, la culpa y la maldición del pecado.
Juan ve la respuesta final para el problema del pecado en Apocalipsis 5:5. Aquí el anciano profeta con- templa la única manera por la cual alguien puede pasar por el juicio final ante el trono de Dios. “Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. Y miré, y vi que en medio del trono [...] estaba en pie un Cordero como inmolado” (Apoc. 5:5, 6).
Jesús, el Cordero de Dios, que sacrificó su vida por la salvación de toda la humanidad, toma el libro del juicio y lo abre. Todo el Cielo irrumpe en alabanza arrebatadora. Su victoria sobre las tentaciones de Satanás, su muerte en la cruz del Calvario, su resurrección y su ministerio sumo sacerdotal proveen la salvación para todos los que eligen por la fe responder a su gracia.
La justicia exige que la pena por la violación de la ley sea pagada. La Biblia es clara. Romanos 3:23 afirma que “por cuanto todos pecaron, están destituidos de la gloria de Dios”, y Romanos 6:23 agrega, “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor Nues- tro”. Es imposible que nos salvemos a nosotros mismos. No hay manera de vencer en el juicio por cuenta propia. A la luz de los estándares de Dios, la deuda que tenemos es muy elevada para pagarla. Vea esta historia poderosa que ilustra ese punto.
EL JUEZ PAGA LA MULTA DE UN PRISIONERO
Dos hombres que habían sido amigos y compañeros en la juventud se encontraron en el tribunal de justicia, uno en el banco del magistrado, y el otro en el banco de los reos. El caso fue juzgado, y el pri- sionero fue considerado culpable. El juez, en consideración a la amistad entre ellos años antes, ¿dejaría de juzgar? No, debe cumplir su deber, la justicia debe dictarse, la ley del país debe obedecerse. Él dio la sentencia, catorce días de trabajos forzados o una multa de 500 dólares. El condenado no tenía dinero para pagar, entonces la celda de la prisión estaba ante de él. Pero, al pronunciar la sentencia, el juez se levantó del banco, dejó a un lado el manto de magistrado, y descendió al banco de los reos, quedó al lado del prisionero, pagó la multa por él, y dijo: “Ahora, John, vendrás a mi casa para cenar conmigo”.
Lo mismo ocurre con el pecador. Dios no puede ignorar el pecado. La justicia debe realizarse, y pro- nunciarse la sentencia, y Cristo mismo paga la deuda, y el pecador queda librado. En el juicio final, Jesús está ante todo el universo y declara que nuestra deuda fue pagada.
El juicio es una noticia increíblemente buena para el pueblo de Dios. Habla del fin del reinado del pecado y de la liberación del pueblo de Dios.
La escena del juicio en Daniel 7, que presentamos anteriormente, es complementaria a las escenas de juicio en Apocalipsis 5 y 14. En Daniel 7, Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma se levantan y caen. El cuerno pequeño surge de Roma como una potencia político-religiosa que falsifica la verdad de Dios y persigue al pueblo de Dios.
La atención de Daniel entonces es llevada de la Tierra al Cielo, donde se realiza el juicio de Dios. Como leímos anteriormente en Daniel 7:9, 10, todo el Cielo espera con gran expectativa el veredicto final en el juicio celestial. Los seres celestiales prorrumpen en canciones arrebatadoras y se regocijan cuando se da el reino a Jesús. Pero, entonces, maravilla de todas las maravillas, vea lo que sucede a continuación. Casi no se puede creer, pero lo enseña la Biblia. Entonces, realmente es verdad. Leemos acerca de esto en Daniel 7:22, 27 “hasta que vino el Anciano de días, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; [...] y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán”. Jesús recibe el reino y lo da a sus seguidores fieles. Con sincera alabanza caemos a sus pies y lo adoramos por los siglos sin fin de la eternidad.
¿Hay algo que pueda ser más alentador? Jesús nos representa en el juicio. Su vida justa y perfecta cubre nuestras imperfecciones. Su justicia trabaja dentro de nosotros para restaurarnos. Su gracia nos perdona, nos transforma y nos capacita para vivir una vida piadosa.
No necesitamos temer, Jesús nos representa en el juicio, y los poderes del infierno son derrotados. El juicio se hace en “favor” del pueblo de Dios. El propósito del juicio no es descubrir cuán malos somos, sino revelar cuán bueno es Dios. Por lo tanto, todo el cielo canta alabanzas, gloria y honra a Jesús, nuestro Señor y Redentor.
“Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Apoc. 5:9, 10).
A través de los siglos sin fin de la eternidad cantaremos alabanza y glorias a Jesús. Él nos redimió, derramó su sangre por nosotros, sacrificó su vida por nosotros. Es nuestro Salvador, nuestro Redentor, nuestro Cordero inmolado, nuestro Sumo Sacerdote intercesor, nuestro Cristo vivo y nuestro Rey veni- dero. Cristo es todo lo que necesitamos y todo lo que nuestro corazón desea.
Muchos años atrás, un viejo campesino visitó Londres por primera vez en su vida. Vagó por una de las grandes galerías de arte de la ciudad para conocerla. En una de las galerías llegó a una pintura maravillosa del Señor Jesucristo colgado en la cruz. Se detuvo ante ella, y mientras miraba la imagen, un gran amor por el que estaba colgado cambió su corazón. “¡Bendito sea!”, dijo en voz alta. “¡Yo te amo, te amo!”
Algunos en la galería oyeron las palabras del anciano, y al ver las lágrimas que corrían por sus mejillas arrugadas, mientras estaba al lado de la pintura, con el sombrero en la mano, olvidándose de todo lo que lo rodeaba, se sintieron atraídos y se detuvieron ante ella también. Entonces un extraño se acercó al viejo campesino y tomándolo de la mano, le dijo: “Yo también lo amo, hermano”.
Viendo lo que había sucedido, un tercero dio un paso al frente, diciendo: “Yo también”. Entonces, un cuarto se juntó a ellos, un quinto, hasta que delante de la pintura del Salvador quedó un pequeño grupo de hombres totalmente desconocidos unos de otros, pero unidos por el amor del Señor Jesús.
Sin Cristo, el juicio de Apocalipsis es un evento atemorizante; pero cuando realmente vemos, verdaderamente vemos una imagen clara de Jesús, colocándose en nuestro favor en el juicio, nosotros también, como ese hombre anciano en Londres, diremos: “Oh, ¡cuánto te amo!”. ¿Se dio cuenta de que, de acuerdo con los tres mensajes angélicos, estamos viviendo en la hora del juicio?
No es hora de jugar con la religión. Este no es momento para una fe superficial, solo de nombre. Este es el momento de comprometerse totalmente a Cristo, quien nos ama con un amor eterno y dio la vida para redimirnos. Si usted nunca asumió ese compromiso, ¿lo hará ahora mientras oramos? Y si usted ya hizo ese compromiso anteriormente, ¿renovará su compromiso con él ahora mismo? Oremos.
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