"Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos." Hechos 2:42-47.
INTRODUCCIÓN
El libro de Hechos nos presenta un retrato de uno de los momentos más impresionantes de la historia de la iglesia cristiana en esta Tierra. Los invito a abrir sus Biblias en el texto de Hechos 2:42-47. Cuando leemos este pasaje, nos vienen a la mente algunas preguntas como ¿Dónde está esa iglesia? ¿Qué sucedió con la unidad, las señales y maravillas? Tal vez la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿Qué había en la iglesia de Hechos 2 que hacía que el amor y el poder de Dios fueran claramente notados por todos?
“Y bajo la influencia del Espíritu, las palabras de arrepentimiento y confesión se mezclaban con cantos de alabanza por el perdón de los pecados. [...] Miles se convirtieron en un día. [...] El Espíritu Santo [...] los habilitaba para hablar con facilidad idiomas antes desconocidos para ellos. [...] El Espíritu Santo hizo por ellos lo que los discípulos no hubieran podido llevar a cabo en todo el curso de su vida” (HAp, 31-32).
¡Aquí encontramos la respuesta! ¡Esa iglesia tenía la plenitud del Espíritu Santo!
1. EL PODER ESTÁ A NUESTRO ALCANCE
Leamos lo que se encuentra en Lucas 11:9-13. Usted que es padre o madre, ¿le negaría algo que le haría bien a su hijo si tuviese el poder de hacerlo? ¿Qué diremos entonces de Dios, que es perfecto y no retuvo a su propio hijo por amor a nosotros? Él está ansioso por concedernos el Espíritu Santo a cada uno. Dios siempre está dispuesto a atender la oración sincera de todo el que desea y pide el derramamiento especial de Espíritu Santo.
Usted puede estar pensando: “Yo ya tengo el Espíritu Santo en mi vida. En realidad, todos nosotros cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador recibimos el Espíritu Santo en nuestra vida. Pero yo lo invito a reflexionar en lo que dice Elena de White.
“Podemos haber recibido cierta medida del Espíritu de Dios, pero mediante la oración y la fe debemos tratar de obtener una porción más abundante. No debemos cesar nunca en nuestros esfuerzos. Si no progresamos, si no asumimos la actitud necesaria para recibir tanto la lluvia temprana como la tardía, perderemos nuestras almas, y la responsabilidad será solamente nuestra” (TM, 507).
Aquí podemos notar claramente que no existen límites para la actuación del Espíritu Santo en la vida de quien desea y ora a Dios en busca de esa maravillosa dádiva. Es un gran error conformarnos con la experiencia con el Espíritu que tenemos hoy. El creyente debe estar continuamente creciendo en la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Ante Dios, somos perfectos cuando estamos continuamente creciendo en el amor y la santidad, mediante la obra de su Santo Espíritu. La obra de santificación no debe detenerse y debe continuar hasta la ocasión del regreso de Cristo, cuando él mismo nos glorificará y quitará de nosotros, definitivamente, cualquier resquicio de pecado. Así, nuestra mayor necesidad hoy es la búsqueda del poder del Espíritu, pues es por su intermedio que “Dios es el que produce en vosotros así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
“Debemos orar por el derramamiento del Espíritu con tanto ahínco como lo hicieron los discípulos en el día del Pentecostés. Si ellos lo necesitaban en aquel tiempo, nosotros lo necesitamos más hoy día” (La Oración, 121).
Esa no es una necesidad futura, necesitamos clamar hoy por el derramamiento del Espíritu Santo. En cuanto estemos viviendo una vida cristiana basada en nuestro poder humano, no testificaremos verdadera transformación en nuestro carácter, ni ejerceremos ninguna influencia en la salvación de los que no conocen a Cristo.
2. LA OBRA DEL ESPÍRITU
Estamos viviendo en los últimos días de la historia de esta Tierra. Son días difíciles, como está predicho en Mateo 24: guerras, rumores de guerra, nación contra nación, hambres, terremotos, falsos profetas, aumento de la maldad. Todo eso es solo el principio de dolores, imaginemos entonces, cómo será cuando el Espíritu Santo se retire de esta Tierra y no esté actuando más en los corazones de la gente. Por eso, hoy es el momento de clamar por ese poder y el derramamiento de ese Espíritu.
La obra del Espíritu Santo se la compara a la lluvia. La lluvia temprana es la que cae en el tiempo de la siembra y es necesaria para que la semilla germine. La lluvia tardía, cae cerca del fin de la estación y madura el grano para la cosecha. De acuerdo con Elena de White “Como la ‘lluvia temprana’ fue dada en tiempo de la efusión del Espíritu Santo al principio del ministerio evangélico, para hacer crecer la preciosa semilla, así la “lluvia tardía” será dada al final de dicho ministerio para hacer madurar la cosecha” (CS, 596).
¡Qué gran privilegio y al mismo tiempo, qué gran responsabilidad recae sobre nosotros hoy! Todos los que aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, fuimos y todavía estamos siendo bendecidos por la primera lluvia, que cayó en ocasión del pentecostés y que hizo y todavía hace germinar la semilla del reino de Dios en nuestros corazones. Ahora nos corresponde a cada uno de nosotros, los que vivimos en este tiempo tan solemne de la historia de esta tierra, buscar el derramamiento de la segunda lluvia, que preparará un pueblo para la gran cosecha, a saber, la venida de nuestro Señor Jesucristo. La lluvia tardía tiene que ver con la obra de transformación del carácter.
3. MANTENER EL VASO LIMPIO
Si ya vimos que el poder del Espíritu Santo está a nuestro alcance, ¿por qué no vemos la manifestación de ese poder hoy en nuestras vidas? Como dice el conocido himno “Lluvias pedimos, Señor; mándanos lluvias copiosas”. Vean lo que dice Elena de White sobre eso: “No necesitamos preocuparnos por la lluvia tar- día. Todo lo que debemos hacer es mantener limpio el recipiente y ponerlo hacia arriba, listo para recibir la lluvia celestial, y perseverar en oración” (EUD, 198).
El vaso representa su corazón y el mío, que necesita estar limpio de toda impureza y debemos clamar para que llegue a rebosar del Espíritu. Eso quiere decir que cuanto más esté lleno el corazón de cosas que no agradan a Dios, menos espacio habrá para la actuación del Espíritu Santo. En el corazón no puede haber espacio para el egoísmo. El espíritu de contienda y el deseo de supremacía deben ser eliminados del cuerpo de Cristo aquí en la tierra, en su iglesia. Para eso es necesario proteger las ventanas del alma de las diversas trampas creadas por Satanás para impedir que recibamos más del Espíritu Santo en nuestra vida.
4. LIMPIOS DE EGOÍSMO
El egoísmo hace que el ser humano se considere solo a sí mismo y únicamente su voluntad. Sus deseos no son santificados y sus inclinaciones están al servicio de la satisfacción del yo. El egoísmo nos lleva a hacer solo lo que nos agrada sin considerar el bien del prójimo y menos todavía la voluntad de Dios.
El egoísmo hace que el individuo se entregue a las pasiones del apetito. El yo ocupa el trono de la vida. Sus elecciones están basadas únicamente en lo que le agrada, pues ama más su propia vida que al Dador de la vida.
5. INTEMPERANCIA
Reflexionemos un poco sobre ese aspecto. ¿Será que la manera como estoy cuidando mi cuerpo está de acuerdo con la voluntad y las orientaciones de Dios para mi vida?
“Lo perjudicial para la salud, no sólo reduce el vigor físico, sino que tiende a debilitar las facultades intelectuales y morales. Al ceder a cualquier práctica antihigiénica dificultamos la tarea de discernir entre el bien y el mal, y nos inhabilitamos para resistir al mal. Esto aumenta el peligro del fracaso y de la derrota”. MC, 90.
6. NEGLIGENCIA/INDOLENCIA
La manera en la que usamos nuestro tiempo y talentos que Dios nos dio revela la prioridad de nuestra vida. ¿Cuánto de ese tiempo y talentos que Dios nos concedió hemos usado para aliviar las cargas de nuestro prójimo? ¿Estamos demasiado absortos en nuestra propia rutina, cuidando únicamente de nuestros intereses que no tenemos tiempo para ser instrumentos de bendición para nuestro prójimo?
“Cristo encomienda a sus discípulos una obra individual, que no se puede delegar. La atención a los enfermos y a los pobres y la predicación del Evangelio a los perdidos, no deben dejarse al cuidado de juntas u organizaciones de caridad. El Evangelio exige responsabilidad y esfuerzo individuales, sacrificio personal” (MC, 106).
7. AVARICIA
¿Y los recursos que el Señor tan bondadosamente nos ha concedido? ¿Cómo hemos administrado esos recursos? ¿Reconoce usted que todo lo que tiene viene de Dios? ¿Ha sido usted fiel en los diezmos y en las ofrendas, como reconocimiento de la soberanía y bondad de Dios en su vida? Cuando Dios instituyó los diezmos y las ofrendas, él no lo hizo solo para garantizar el sostén de su obra aquí en la Tierra, pues él es el dueño de la plata y el oro. Él instituyó los diezmos y las ofrendas para que fuese un remedio y al mismo tiempo una barrera de protección contra el egoísmo.
8. LIMPIO DEL ESPÍRITU DE CONTIENDA Y EL DESEO DE SUPREMACÍA
Ese es uno de los aspectos más importantes para recibir la promesa de la lluvia del Espíritu Santo. Antes de subir al cielo, Jesús ordenó que los discípulos no se ausentaran de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del derramamiento del Espíritu Santo. Obedeciendo la orden de Cristo, los discípulos hicieron lo que está escrito en Hechos 1:12-14, abramos nuestras Biblias. La unidad de la iglesia es un requisito previo para recibir la promesa.
“Notemos que el Espíritu fue derramado después que los discípulos hubieron llegado a la unidad perfecta, cuando ya no contendían por el puesto más elevado” (3JT, 210).
Ese mismo espíritu de unidad debe estar presente entre el pueblo de Dios hoy. Esa unidad no se alcanzará por medio de una espera pasiva, sino por medio de la comunión, la adoración y del trabajo activo en busca de los perdidos. Ese es el camino para que la iglesia de Dios esté preparada para recibir el derramamiento de la lluvia tardía.
CONCLUSIÓN
La iglesia de Hechos 2, es un ejemplo de lo que Dios puede hacer por medio de su pueblo. Esa experiencia también puede ser su experiencia y la mía, en los días de hoy. Melody Mason, en su libro Atrévete a pedir más, cuenta la historia de Jeremías*. Él era un pastor distrital en África. Por su función, estaba sumamente ocupado. Trabajaba duro, y aunque era en una región difícil, comenzó a experimentar un crecimiento extraordinario en las iglesias. Los milagros acompañaban su trabajo y el poder caracterizaba su predicación. Muchas almas se entregaban al Señor.
Su éxito dejó al diablo muy incómodo, y el enemigo comenzó a crear problemas. Lo que sucedía en su vida y su ministerio era tan poco común que algunas personas dentro de la iglesia comenzaron a cuestionar si no se trataba de un poder falsificado, un tipo de magia. En cierta ocasión, una joven estaba poseída por los demonios, y la gente que la rodeaba no sabía qué hacer. Entonces dijeron: “Llamemos al pastor Jeremías para pedirle que ore”. Ante ese pedido, los demonios comenzaron a hablar: “¡No, no, no!”. ¡No llamen al pastor Jeremías! Nos vamos ahora mismo”. Y la joven se sanó en ese mismo momento, sin que el pastor haya orado.
Cuando se acercó el momento de su ordenación al ministerio, la iglesia decidió no ordenarlo. Él no había hecho nada equivocado, pero sintieron que él no actuaba de la misma manera de un pastor normal. Los pastores ministeriales decidieron hacer una investigación especial en su casa, cuando el pastor Jeremías no estaba. Pero no encontraron nada fuera de lo común; no había señales de magia negra, ni ocultismo. Entonces le preguntaron a su esposa: ¿Qué hace su marido cuando está en casa? ¿Ha notado algún comportamiento extraño? ¿Cuáles son sus hábitos?
“Es un buen marido, respondió ella. Es bondadoso con la familia. No hace nada extraño. Pero hay algo que hace todos los días que probablemente la mayoría de las personas no hace. Se despierta a las tres de la mañana diariamente para orar y estudiar la Biblia. Y dos veces por semana me pide que no le prepare comida, porque ayuna y ora.
Sin palabras, no había más para preguntar. Finalmente se convencieron de que el poder en la vida del pastor Jeremías en realidad provenía de Dios, y decidieron ordenarlo al ministerio.
LLAMADO
¿Cree usted que el poder manifestado en la vida de los apóstoles y en la vida del pastor Jeremías, también puede verse en su vida? ¿Es su deseo crecer cada día en la gracia de Cristo por medio de la búsqueda diaria del bautismo del Espíritu Santo? ¿Está dispuesto a orar para pedirle a Dios que ponga en su corazón la necesidad de la unción del Espíritu Santo en su vida? Si ese es el deseo de su corazón, póngase en pie y decida iniciar una nueva etapa en su caminar cristiano, creyendo que Dios obrará en usted tanto el querer como el hacer. Oremos.
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