Cristo maldijo una higuera y purificó el templo. Esta historia nos enseña a no vivir por meras apariencias y a no confiar en nada que no sea Jesús.
Introducción
Alguna vez ¿se puso a pensar que algunas cosas no son lo que parecen ser? Las apariencias pueden engañar. ¿Cuántos de ustedes han visto “Britain’s Got Talent”?
■ Este programa tiene un palco de personas que llegan desde todos los rincones de las Islas Británicas para competir en una especie de “show de talentos”.
■ Existen tres jueces que votan para decidir qué presentaciones pasarán a la siguiente fase.
■ Y uno de esos jueces es Simon Cowell, universalmente detestado, que tiene como objetivo de vida criticar y humillar cualquier presentación que no alcance sus altos estándares.
Varios meses atrás, una mujer escocesa de 47 años compitió en su show. Simón sonrió visiblemente cuando esa cantante desaliñada y sin belleza subió al escenario. Su cabello era grisáceo, fino y sin estilo. Ella tenía sobrepeso. Su historia era triste; era la menor de nueve hermanos, siempre considerada como “lenta” por sus profesores y compañeros. Ella pasó la mayor parte de su vida adulta cuidando a sus padres ancianos y enfermos. Al explicar que su sueño era ser una cantante profesional, el público del estudio se rio de su ingenua aspiración.
Todos parecían estar listos para dejar que ella se avergonzara y saliera del escenario, y que alguien con talento real pudiera ocuparlo. Pero lo que ellos vieron ese día fue esto: (sugerencia de video en YouTube – Susan Boyle).
Las apariencias engañan, principalmente cuando el asunto es la vida espiritual.
Hay personas que no exhiben su espiritualidad y que en realidad poseen una íntima relación con Dios. Por otro lado, hay personas que aparentan ser muy espirituales, pero en realidad están vacías, son superficiales. Las apariencias pueden engañar.
Hoy vamos a analizar dos actos aparentemente incomprensibles de Jesús. Vamos a analizar lo que estaba por detrás de la actitud de Jesús y cómo esas dos historias están relacionadas. Ambas tratan con el poder engañoso de las apariencias.
La primera es la maldición que Jesús le dio a una higuera y la segunda es la limpieza del templo, cuando Jesús expulsó a los cambistas del templo y los llamó ladrones.
La manera en la que Marcos cuenta estas dos historias, una seguida de la otra, nos indica que una ayuda a explicar a la otra.
Vean que, a lo largo de su biografía de Jesús, Marcos usa una técnica de sándwich, donde comienza a contar una historia, salta a otra y después vuelve a la primera.
Marcos comienza contando la historia de cuando Jesús maldice la higuera, después interrumpe la historia para describir a Jesús cuando expulsa a los cambistas del templo, y solo entonces vuelve a la historia de la higuera. Esta es la manera en la que Marcos nos dice que estos dos eventos están relacionados y que, si perdemos el significado de la higuera, también perdemos el verdadero significado de la limpieza del templo.
I. La higuera infructífera (Marcos 11:12-14, 20-21)
La historia comienza con Jesús maldiciendo una higuera, como uno de los panes del sándwich, en los versículos 12-14, y después el otro pan, en los versículos 20-21.
Muchas personas se han roto la cabeza con el motivo por el que Jesús maldijo a esta higuera. Este es el último milagro de Jesús registrado en el libro de Marcos y parece extraño que este sea un milagro de destrucción.
Además, la expectativa de Jesús de encontrar los higos parece ser irracional, ya que Marcos nos dice que no era la época de higos.
El famoso escritor ateo Bertrand Russel enumeró este milagro como una de las razones por las que él no era cristiano. ¡Eso es tan diferente del carácter de Jesús, maldecir un árbol aparentemente inocente!
• Lucas 9:56 – La obra de Jesús no es destruir, sino salvar.• Miqueas 7:18 – Dios se deleita en la misericordia.
• Ezequiel 33:11 – Dios dice “no quiero la muerte”.
Entonces, ¿por qué maldeciría un árbol aparentemente inocente?
No debemos contentarnos con una interpretación superficial. Vamos a analizar la historia de cerca.
Jesús encuentra esta higuera en su caminata desde la ciudad de Belén hacia Jerusalén, durante el feriado de la Pascua judía. Él ve a la distancia una linda higuera, llena de hojas. Las higueras eran extremamente comunes en el antiguo Israel, como aún lo son hoy. Y las higueras son únicas entre muchos otros árboles, pues producen frutos antes de producir hojas. Por lo tanto, el hecho de que este árbol tuviera hojas sugería que todavía había frutos, o sobras de higos de la última cosecha o higos aún verdes, que también eran comestibles.
Por eso, aunque la época normal de producción hubiera pasado, no era irracional el intento de encontrar fruta en ese árbol. Pero Jesús no encuentra nada además de hojas, lo que nos dice que esta era una higuera estéril, una higuera que no producía higos.
• Aquí encontramos un principio importante para la vida cristiana. Seguimos a Jesús cuando nos rehusamos a vivir por meras apariencias. No confunda hojas con frutos, porque por más impresionantes que sean las hojas a la distancia, estas no significan nada si no hay frutos.
El templo judío, como veremos en unos minutos, era impresionante. Su apariencia era increíble, con sus paredes enormes y su arquitectura ornamentada. Solamente el patio del templo equivalía a cinco estadios de fútbol.
Durante la celebración de la Pascua, más de 200.000 carneros eran sacrificados en el altar de este templo increíble. Pero el templo no estaba produciendo el fruto esperado: adoración sincera, un pueblo compasivo y justo.
El templo se había vuelto un hermoso árbol, lleno de hojas, pero sin frutos. Y esta es la situación de la vida espiritual de muchos. Asisten fielmente a los cultos en las iglesias, pero no logran realmente dar adoración y honor a Dios. Muchos leen la Biblia todos los días, pero fallan en realmente oír y obedecer el mensaje. Colocan el símbolo del pez cristiano en su tarjeta de presentación, pero no logran llevar a cabo sus asuntos con valores cristianos.
• Usted canta “Dulce oración”, pero se contenta con 5 minutos de oraciones.
• Usted canta “Vamos a dar el mensaje al mundo”, y nunca invita a su vecino.
• Usted canta “Sublime gracia”, pero tiene dudas sobre la salvación.
• Vean bien, las hojas incluso pueden impresionar a las personas a la distancia, pero, a menos que esas hojas estén produciendo frutos divinos en nuestras vidas, solo son una máscara para esconder la verdadera situación.
II. El templo estéril (Marcos 11:15-19)
Ahora, en medio de la historia de la maldición de la higuera, se encuentra la escena de Jesús en el templo. Tradicionalmente, este evento es llamado “la purificación del templo”.
La interpretación más usada para esta historia es la siguiente: Jesús estaba intentando reformar el templo judío por causa de la deshonestidad de las personas que vendían animales para los sacrificios allí. Esta explicación ve a los cambistas como comerciantes que venden baratijas en la tierra santa hoy, y Jesús está enojado porque el servicio de adoración había sido comercializado. Así, en su ira, Jesús llama al templo “cueva de ladrones”, por estos cambistas que vendían sus mercancías para obtener ganancias.
Esta es la explicación tradicional de este evento, pero recuerde que las apariencias engañan. La clave para entender la actitud de Jesús aquí son los dos pasajes del Antiguo Testamento que él cita en el v. 17.
El primer pasaje es el de Isaías 56:7. El capítulo 56 de Isaías habla sobre un tiempo en el futuro cuando las personas anteriormente excluidas de la adoración en el templo serían bienvenidas. “El extranjero que por su propia voluntad se ha unido al Señor no debe decir: «El Señor me excluirá de su pueblo». […] Y a los extranjeros que se han unido al Señor para servirle, para amar el nombre del Señor y adorarlo, […] los llevaré a mi monte santo; ¡los llenaré de alegría en mi casa de oración! Aceptaré los holocaustos y sacrificios que ofrezcan sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos»” (Isaías 56:3, 6-7, NVI).
Otro texto que Jesús cita aquí viene del capítulo 7 del libro de Jeremías. Vamos a leer el contexto: “No confíen en esas palabras engañosas que repiten: ‘¡Este es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor!’. […] Roban, matan, cometena adulterio juran en falso, queman incienso a Baal, siguen a otros dioses que jamás conocieron, ¡y vienen y se presentan ante mí en esta casa que lleva mi nombre, y dicen: ‘Estamos a salvo’” (Jeremías 7:4, 9-11).
Esta generación no adoraba más al Dios del templo y sí al propio templo. El templo tenía el mismo problema que la higuera: frondoso a la distancia, pero sin frutos por dentro.
La intención de Jesús no era reformar o limpiar el templo, pero sí juzgarlo, mostrando posteriormente que sus días estaban contados. Su propósito era declarar que ahora existía un nuevo templo. El propio Jesús es este nuevo templo, el lugar donde judíos y no judíos podían encontrar la presencia de Dios. Solamente en él las personas pueden encontrar perdón y purificación de sus pecados. La destrucción del templo en el 70 d.C., a manos del general romano Tito, durante las guerras judías fue el cumplimiento del juicio simbólico que Jesús decretó aquí.
• Aquí encontramos otro principio importante. Seguimos a Jesús cuando no permitimos que las cosas buenas tengan prioridad sobre nuestra devoción a Jesús.
El templo era algo bueno. Dios le ordenó al pueblo de Israel que construyera este templo. No fue idea de ellos; fue idea de Dios. Dios ordenó a Israel que lo adoraran en el templo, que ofrecieran sacrificios e invirtieran en él. Pero el propósito del templo siempre fue ser una herramienta, nada más.
Era una herramienta para encontrar al Dios del templo, una herramienta para la adoración, una herramienta para la alabanza, una herramienta para la celebración, una herramienta para el arrepentimiento.
Cuando hacemos que las cosas buenas de la vida sean más importantes que nuestra devoción a Jesucristo, cometemos el mismo error.
Amo a mi familia, a mi esposa, a mis hijos, pero mi devoción por Jesús debe tener prioridad sobre mi familia. De lo contrario, transformo a mi familia en un ídolo, y ellos se transforman en objeto de mi adoración. Una persona que adora a su familia no puede ser el marido, la esposa o el padre o la madre que su familia necesita que sean. ¿Qué está tentado a amar más que a Jesucristo en su vida? ¿Su país? ¿Sus amigos? ¿Su estilo de vida?
No cometa el mismo error que cometió esta generación de líderes en el templo. Si usted pone estas cosas o personas en primer lugar, Dios puede tener que derrumbarlas para mostrar lo que es realmente importante.
III. Enseñanzas sobre la fe (Marcos 11:22-25)
La historia termina con Jesús instruyendo a sus discípulos a tener fe, en los versículos 22-25.
Es interesante que esta instrucción llegue después de que Pedro llamara la atención a la higuera marchita. Jesús llama a las personas a confiar en Dios, no en el templo. Cuando él dice: “Les aseguro que, si alguno le dice a este monte: ‘Quítate de ahí y tírate al mar’”, Jesús hace alusión al templo. El templo había sido construido en una montaña, el monte Sion. Es por eso que él dice “este monte”, porque la única montaña que había a su alrededor en ese momento era el monte del templo.
El argumento de Jesús no era solo que la fe mueve montañas, sino que la fe en Dios es más poderosa que la fe en el templo que reposaba sobre la montaña.
Por lo tanto, Jesús no estaba dándonos una fórmula para usar la fe y obrar milagros, sino una sobre cuán importante es tener fe en Dios. La fe tiene más valor que el templo. Para un judío, orar dentro del templo era el equivalente a orar en nombre de Jesús para los cristianos.
Jesús quería enseñarles que la oración no depende del templo, sino de la fe en el Dios a quien orándose le ora. Nuevamente, esta no es una fórmula para conseguir lo que queremos. Existen muchos otros pasajes sobre la oración en el Nuevo Testamento que comprueban este argumento. La oración debe ser hecha de acuerdo con la voluntad de Dios para que este pedido de oración sea realizado. Por lo tanto, no podemos sacar este versículo de su contexto y, luego, construir toda una doctrina de oración basados solo en ese texto.
Conclusión
Jesús nos llama a seguirlo, no para seguir un templo, una religión, una iglesia o una filosofía. Seguir a Jesucristo significa vivir una vida fructífera, una vida de fe en él. Significa no contentarse con meras apariencias, sino dedicarse a una vida útil, productiva y espiritualmente fértil. Significa rehusarse a confiar en algo más que en Jesús, incluso en las cosas buenas de la vida. Y por sobre todo, significa vivir una vida de fe, confiando en él para todo.
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