Parece que a muchos, sólo les quedan unas pocas fichas para apostar por su propia ruina.
Despejemos primero lo que NO nos ayuda. Después veamos lo que SÍ podemos hacer para desbloquear este pernicioso atasco.
¿Qué nos queda, seguir viendo a gente morir?
Entrar al Facebook es ver a un grupo de personas pidiendo plasma y a otro dando el último adiós a sus seres queridos. Parece algo totalmente surreal y doloroso.
Y más doloroso se vuelve cuando ese que dio positivo es un amigo, amiga, familiar o pareja. Es más doloroso cuando ese nuevo fallecido reportado es alguien a quien se quiere mucho o es familiar de ese ser querido.
Ni siquiera se puede ir al velorio a acompañar a la familia o abrazarlos para transmitir cariño. Vemos de lejos el dolor de esa persona que queremos y no podemos evitar llorar por su tristeza.
¿Cuánto más falta?
Pero llegó un momento en que quedaron entregados a los caprichos del cielo, es decir, que sufrían y esperaban sin razón.
Hiper velocidad, Hiper efimeridad e hiper Futilidad. Antes de la pandemia, el poliamor estaba tocando la puerta; y, con todos en casa, en una olla de presión de todos contra todos, sin que nadie lo perciba, la orgía se desató.
En la pandemia, ilusionarse con una larga vida, era la receta segura del desengaño al descubrir cuán breve era. Así, cada uno tuvo que aceptar el vivir al día, solo bajo el cielo. Este abandono general que podía a la larga templar los caracteres, empezó, sin embargo, por volverlos fútiles.
A pesar de estos espectáculos desacostumbrados, a nuestros conciudadanos les costaba trabajo comprender lo que les pasaba. Había sentimientos generales como la separación o el miedo, pero se seguía también poniendo en primer lugar las preocupaciones personales.
Nadie había aceptado todavía la enfermedad. En su mayor parte eran sensibles sobre todo a lo que trastornaba sus costumbres o dañaba sus intereses. Estaban malhumorados o irritados y estos no son sentimientos que puedan oponerse a la peste. La primera reacción fue, por ejemplo, criticar la organización. La respuesta del prefecto ante las críticas, de las que la prensa se hacía eco ("¿No se podría tender a un atenuamiento de las medidas adoptadas?"), fue sumamente imprevista.
Seguíamos poniendo en primer término nuestros sentimientos personales.
Dígame, doctor, esta bendita peste, ¡eh!, parece que empieza a ponerse sería...Por ahora toda va estar patas arriba.
Podría hacerme usted un certificado donde se asegurase que no tengo esa maldita enfermedad. Yo creo que eso podría servirme.
Se decía, por ejemplo, que en el centro, una mañana, un hombre que empezaba a presentar los síntomas de la peste, en el delirio de la enfermedad se había echado a la calle, se había precipitado sobre la primera mujer que pasaba y la había abrazado gritando que tenía la peste.
- Bueno - añadía Cottard con un tono suave que no armonizaba con su afirmación-, nos vamos a volver locos todos: es seguro.
-Yo soy extraño a esta ciudad.
- Yo no he venido al mundo para...A lo mejor he venido sólo para vivir con una mujer. ¿Es que no está permitido? - Parecía razonable (YO NO HE NACIDO PARA SUFRIR, YO HE NACIDO PARA SER FELIZ)
- Si le diese ese certificado no le serviría de nada.
- Esta historia es estúpida, ya lo sé, pero nos concierne a todos. Hay que tomarla tal cual es.
- ¡Pero yo no soy de aquí!
- A partir de ahora, por desgracia, será usted de aquí como todo el mundo. Rambert se enardecía.
- ¿Esto significa que hace falta que yo me las arregle? Pues bueno -añadió con acento de desafío-, dejaré esta ciudad.
- El doctor dijo que eso también lo comprendía pero que no era asunto suyo.
- He venido a verle porque me habían dicho que usted había intervenido mucho en las decisiones que se habían tomado, y entonces pensé que por un caso al menos podría usted deshacer algo de lo que ha contribuido a que se haga.
- Pero esto no le interesa. Usted no ha pensado en nadie. Usted no ha tenido en cuenta a los que están separados. Rieux reconoció que en cierto sentido era verdad: no había querido tenerlo en cuenta.
Quizás hubiera valido la pena recordad que el bienestar público se hace con la felicidad de cada uno.
Diagnosticar la fiebre epidémica significaba hacer aislar rápidamente al enfermo. Entonces empezaba la abstracción y la dificultad, pues la familia del enfermo sabía que no volvería a verle más que curado o muerto.
- "¡Piedad, doctor!" - decía la madre de una camarera que trabajaba en el hotel de Tarrou.
- ¿Qué significa esta palabra? - Evidentemente, él tenía piedad pero con esto nadie ganaba nada. Había que telefonear. Al poco tiempo el timbre de la ambulancia sonaba en la calle. Al principio, los vecinos abrían las ventanas y miraban. Después, la cerraban con precipitación. Entonces empezaban las luchas, las lágrimas; la persuasión; la abstracción, en suma. En esos departamentos caldeados por la fiebre y la angustia se desarrollaban escenas de locura.
Pero los familiares habían cerrado la puerta prefiriendo quedarse cara a cara con la peste a una separación de la que no conocían el final. Gritos, órdenes, intervenciones de la policía y hasta de la fuerza armada. El enfermo era tomado por asalto.
Todas las tardes había brazos que se agarraban a los de Rieux, palabras inútiles, promesas, llantos, todas las tardes los timbres de la ambulancia desataban gritos tan vanos como todo dolor. Y al final de esta larga serie de tardes, todas semejantes, Rieux no podía esperar más que otra larga serie de escenas iguales, indefinidamente renovadas. Sí, la peste, como la abstracción, era monótona. Acaso una sola cosa cambiaba: el mismo Rieux.
Nuestros conciudadanos se encontraban en un estado de ánimo tan particular que, sin admitir en su fondo los acontecimientos sorprendentes que les herían, sentían con toda evidencia que algo había cambiado.
"Objetividad". "De todos modos eso no puede hacer daño."
En el momento de la desgracia es cuando se acostumbra uno a la verdad, es decir al silencio. Esperemos.
Aunque el precio de todo subía inconteniblemente, nunca se había malgastado tanto dinero, y aunque a la mayor parte le faltaba lo necesario, nunca se había despilfarrado más lo superfluo.
Indicaba más desgracia que triunfo
- ¿Es que yo podría decir: después de mi condena haré esto o lo otro? La condena es un principio no es un fin. Mientras que la peste... ¿Quiere usted saber mi opinión? Son desgraciados porque no se despreocupan. Yo sé lo que digo.'
Se está muy bien entre gentes que viven en la idea de que la peste, de la noche a la mañana, puede ponerles la mano en el hombro y de que acaso está ya preparándose a hacerlo en el momento mismo en que uno se vanagloria de estar sano y salvo. En la medida de lo posible él está a su gusto en medio del terror. Pero precisamente, porque él ha sentido todo esto antes que ellos, yo creo que no puede experimentar enteramente con ellos toda la crueldad de esta incertidumbre.
En suma, al mismo tiempo que nosotros, los que todavía no hemos muerto de la peste, él sabe que su libertad y su vida están tambien a dos pasos de ser destruidos. Pero puesto que él ha vivido en el terror, encuentra normal que los otros lo conozcan a su turno. Más exactamente, el terror le parece así menos pesado de llevar que si estuviese solo. En esto es en lo que está equivocado y porque es más difícil de comprender que otros.
- ¿Por qué hablarme con esa cólera? - dijo una voz detrás de él -. Para mí también era insoportable ese espectáculo. Rieux se volvió hacia Paneloux.
- Es verdad - dijo -, perdóneme. El cansancio es una especie de locura. Y hay horas en esta ciudad en las que no siento más que rebeldía.
- Lo comprendo - murmuró Paneloux -, esto subleva porque sobrepasa nuestra medida. Pero es posible que debamos amar lo que no podemos comprender.
Ha llegado el momento de creerlo todo o negarlo todo. Y ¿Quién de entre vosotros se atrevería a negarlo todo?
La religión del tiempo de la Peste no podía ser la religión de todos los días.
Dios da hoy a sus criaturas el don de ponerlas en una desgracia tal que les sea necesario encontrar y asumir la virtud más grande, la de decidir entre Todo o Nada.
El cristiano se abandonará a la voluntad divina aunque le sea incomprensible. No se puede decir: "Esto lo comprendo, pero esto otro es inaceptable." Hay que saltar al corazón de lo inaceptable que se nos ofrece, justamente para que podamos hacer nuestra elección. El sufrimiento de los niños es nuestro pan amargo, pero sin ese pan nuestras almas perecerían de hambre espiritual.
¡La respuesta es usted!
Cierta vez una mujer comenzó a quejarse acerca del sufrimiento humano.
- Si Dios existe ¿Por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? Yo no creo que Dios exista y si existe no le importa el sufrimiento de las personas. - Aquella noche en su sueño comenzó a ver andar en medio de una ciudad en llamas y destrucción. La gente corría de un lado a otro, los gritos de madres y su niños que desfallecían le llenaron el corazón de grande tristeza; con lágrimas y desde lo más profundo de su ser clamó al cielo diciendo: - ¿Por qué las autoridades no hacen algo al respecto de todo esto? Nadie se interesa. Es más, ni a Dios le importa lo que pasa!
Inmediatamente, el cielo se abrió y de aquella luz celestial se escuchó una voz bondadosa y profunda que decía:
- ¿Quieres qué haga algo? Pues ya lo hice. Te hice a ti.
Usted no vale sus 1000 Bs de diezmo; usted tiene un valor infinito; por eso Dios cuenta con usted. Usted es el mayor capital que el Reino de Dios tiene.
“Hombres son el método de Dios.” E.M. Bounds
"Mientras no contemos con hombres llenos del su Espíritu y dedicados a su plan, ninguno de nuestros métodos funcionará" Robert E. Coleman. Plano Mestre de Evangelismo. Mundo Cristão, 2006, p. 92.
"Ese es el nuevo evangelio que necesitamos. No hay necesidad de mejores métodos, y si, de mejores hombres" Robert E. Coleman. Plano Mestre de Evangelismo. Mundo Cristão, 2006, p. 92.
¿De qué sirve que se vaya? Si por eso deja de amar todo lo demás.
Había vivido en el desagarramiento y la contradicción y no había conocido la esperanza.
Un calor de vida y una imagen de muerte: esto era el conocimiento.
El doctor siguió callado. Después dijo a su madre que no lloraste, que él ya se lo esperaba, pero que, sin embargo, era difícil de soportar.
En su sufrimiento no había sorpresa. Desde hacía meses, era el dolor el que continuaba.
El día del encuentro. Un día dominado por la impaciencia y la misma confusión.
Mientras, en los medios salen fotos de los festejos alegres y masivos en piletas de Wuhan, el resto del mundo está sumido en la muerte y el descalabro económico.
La vida es un desafío. Afróntalo.
La vida es un don. Acéptalo.
La vida es una aventura. Ponla a prueba.
La vida es un deber. Cúmplelo.
La vida es una oportunidad. Aprovéchala.
La vida es una viaje. Efectúalo.
La vida es una promesa. Cúmplase.
La vida es una belleza. Alábala.
La vida es una lucha. Empréndela.
La vida es una meta. Alcánzala.
La vida es una canción. Interprétala con alegría.
"A pesar de todo... ¡ALÉGRESE TU CORAZÓN!"
(Enrique Chaij).
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