"En el día que temo, yo en ti confío". Salmos 56:3.
Muchas personas son valientes cuando están rodeadas de otras personas que les brindan confianza y seguridad o con las cuales tienen un sentido de pertenencia. Pero la Pandemia del Coronavirus sacudió profundamente el valor, hasta del más valiente.
TENGO MIEDO SEÑOR
En el origen de todo este mal en nuestro mundo, la Biblia nos muestra que a causa del pecado aparecieron la vergüenza, la culpa y el miedo. Luego de conocer el pecado, nuestro primer padre Adán respondió a Dios:
"Tuve miedo...y me escondí" Génesis 3:10.
Una pequeña reseña del miedo en la plenitud de la Pandemia ilustra un poco del sentimiento que envolvió a muchas personas.
Señor: Tengo miedo de dejar en la orfandad a mis hijos. Tengo miedo de estar ausente cuando me necesiten y tengo miedo de estar presente cuando ya deberían caminar solos. Tengo miedo de ser despedido del trabajo y no tener como solventar los gastos. Tengo miedo de haber vivido solo para mí y haber dicho siempre que vivía para ti. Tengo miedo de no ser quién tu querías que yo sea. Tengo miedo de no haber hecho nada de cuánto tú deseabas que haga. Tengo miedo de que no pueda amar a mis superiores, si me despiden.
Tengo miedo de infoxicarme y no poder ser un ejemplo de serenidad en esta tormenta. Tengo miedo y apenas puedo dormir. Me siento triste porque veo a otros sufrir. Veo por un lado un convaleciente, y por el otro, veo a otros ya desfalleciendo.
Veo el silencio y me duele más. Veo que lo mínimo es lo que siempre prevalecerá. Tengo un deseo desmedido por la vida. No quiero que nadie muera y no quiero morir. No quiero que nadie sufra y no quiero sufrir. No quiero que esto se tome a la ligera; no quiero expresarme porque nadie me entiende y porque cuando lo malo ocurre soy el primero que se entera.
¿Qué debo hacer Padre mío?
No me permitas hacer justicia por mi propia mano. No me permitas guardar odio en el corazón contra mí hermano. No permitas que haga planes donde tú no estés. No permitas que me apresure a poner el mundo al revés. No permitas que crea en la disrupción, ni que cometa la locura de la desconstrucción. Líbrame oh Padre de las decisiones drásticas.
Ayúdame Padre mío. Tu Espíritu sea sobre mí. Aunque no lo merezco, no apartes de mí tu Santo Espíritu porque en gran angustia estoy. No me falte tu fe bendita para serte leal y fiel en palabras, pensamientos y acciones. Ayúdame a entender que todas las personas necesitan más amor del que se merecen.
Te ruego Señor, sé tu el soberano de todas mis decisiones.
Sea yo obediente a ti. No procure yo inmiscuirme dónde tú no me has llamado. Enséñame a ser humilde para que así de mi te agrades y no sobrevivan mi injusticia ni mi autosuficiencia; sino que sea tu mano Poderosa que me guíe con tu santa providencia y sea mi vida desde hoy un testimonio de dependencia. (Oración anónima en la Pandemia)
El miedo te pone de rodillas y con lágrimas en los ojos dices: ¿Y si pasa esto?
La Fe te pone de rodillas y con lágrimas en los ojos dices: ¡Aunque pase eso!
Los que viven según la Fe ven victoria en todo, los que viven según el miedo ven derrotas en todo.
¿Vives en Fé o en miedo?
Creo que una de las cosas que más agradeceré a Dios, luego de este encapsulamiento y de esta cuarentena, será que, de la bandada innumerable de miedos que volaron por mi mente, la grande mayoría, a Dios gracias, no se hizo realidad.
PÁNICO: CUANDO LA PESTE TOCA A TU PUERTA
¿Por qué cuando el mal se acerca, me parece que Dios se aleja?
El miedo ciega nuestros ojos a la obra de Dios en nuestro favor. Ese enfriamiento paralizante, ese desánimo es irracional y pecaminoso. El miedo es la más grande discapacidad de todas.
Duele ver el dolor ajeno, pero… ¿qué pasa cuando el Covid-19 toca a tu puerta? Todo cambia, de pronto, y ese dolor genuino, aunque distante, pasa a convertirse en parte de tu propia vida en un santiamén.
Una vorágine incontrolable de acontecimientos se produce: deterioro de la salud; urgente consulta médica; test anticovid; pruebas de sangre y pulmones en laboratorio. Confirmado el pronóstico, hay que atenderse en casa pues el sistema de salud ha colapsado: compra de medicinas, jeringas, oxímetro para medir la respiración y la saturación de oxígeno en la sangre, termómetro, etc., con la enorme complicación de no poder movilizarse libremente, pero, además, por la falta de recursos.
La máxima prioridad a partir de ese momento es atender al familiar afectado por tal situación, como también enfrentar y sufrir en carne propia las consecuencias de que la Covid-19 haya tocado a tu puerta...
Dolores de cabeza, garganta y cuerpo; fiebre; pérdida del olfato y del gusto; dificultad para respirar se convierten en un drama verdaderamente duro. No se duerme, no se descansa más, hay que estar atentos a cada nuevo suceso, lo que resulta extenuante.
"Todo estaba bien, hasta que muchos casos empezaron a aparecer entre nuestros parientes, luego a nuestros vecinos; entonces, el pánico entró en mi casa"- Así se refería alguien que vivió de cerca la enfermedad del Covid19.
Muchos esperaban, además, que la epidemia fuera a detenerse y que quedasen ellos a salvo con toda su familia. En consecuencia, todavía no se sentían obligados a nada. La peste no era para ellos más que una visitante desagradable, que tenía que irse algún día puesto que un día había llegado. Asustados, pero no desesperados, todavía no había llegado el momento en que la peste se les apareciese como la forma misma de su vida y en que olvidasen la existencia que hasta su llegada habían llevado. En suma, estaban a la espera.
Los medios de comunicación, diariamente informaban acerca de nuevos cientos y miles de infectados y nuevos records de decesos a nivel local, nacional y mundial. El descontento social no cesaba de aumentar, que nuestras autoridades habían temido lo peor y encarado seriamente las medidas que habrían de tomar en el caso de que esta población, mantenida bajo el azote, llegara a sublevarse.
El sol incesante, esas horas con sabor a sueño y a vacaciones, no invitaban como antes a las celebraciones de cumpleaños. Por el contrario, sonaban a hueco en la ciudad cerrada y silenciosa. Habían perdido el reflejo dorado de las estaciones felices. El sol de la peste extinguía todo color y hacía huir toda dicha.
Aquel extraño silbido del viento que se escuchaba en el silencio de una ciudad paralizada, daba una impresión aún más profunda de un thriller o suspenso, como si lo peor aún estuviese por suceder. Como ya decía antes: Males otoñales o largos o mortales.
Al estilo de ciudad gótica, con un panorama aterrador, tétrico y desolador, amanecíamos cada día con el sonido de las sirenas, fuesen estas patrullas o ambulancias. Cuando la patrulla desaparecía, un pesado silencio receloso volvía a caer sobre la ciudad amenazada.
De cuando en cuando volaban las bandadas de aves que surcaban el cielo. Principalmente los loritos. Por causa de la quietud de la ciudad, y la falta de movimiento de autotransporte, se habían reproducido y habían anidado en los árboles más cercanos. Estos gritos que hacían eco en el inmenso espacio aéreo, contribuían a tener a la ciudad en una atmósfera de alerta y de esperanza, a la vez.
Sin embargo, los miedos comenzaban a dejar de ser imaginarios para convertirse en una triste realidad. Cuánto dolor está causando el coronavirus por el contagio y las muertes que aumentan cada día. El virus no respeta a nadie y provoca trágicos sucesos en la vida de amigos, vecinos, colegas de trabajo, etc. Un manto de luto cubre todo el país.
Mucha gente mendiga por las calles y avenidas, o va de casa en casa clamando por “una comidita o una monedita”, pues no puede generar recursos por sus propios medios a consecuencia de la cuarentena que dura más de tres meses ya. Frente a ello está la valorable solidaridad de las ollas comunes y el voluntariado ciudadano para tratar de mitigar en algo el impacto.
Como se puede notar, este escenario no es para nada alentador. Mas, cuando postrado en cama el hombre se da cuenta de su debilidad; cuando asustado como está por lo que vive; cuando en la soledad de sus pensamientos siente que todo se desmorona y que no puede más; entonces recurre al último recurso: alzar sus ojos al cielo e invocar a Dios su socorro, confiando que no se lo negará.
Como había dicho una vez el profeta Jeremías:
"En toda la historia nunca ha habido un tiempo de terror como este. Será un tiempo de angustia para mi pueblo Israel. ¡Pero al final será salvo!" Jeremías 30:7
Por doquier se oía rezar a las personas el Salmo 91:
"El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. El te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya.
Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará.
Ciertamente con tus ojos mirarás y verás la recompensa de los impíos.
Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada. Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra.
Sobre el león y el áspid pisarás; hollarás al cachorro del león y al dragón.
Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré. Lo saciaré de larga vida, y le mostraré mi salvación".
Del mismo modo, el Pentateuco, mencionaba que por causa de la desobediencia el pánico haría que las personas tiemblen. "...Pues allí te dará Jehová corazón temeroso, y desfallecimiento de ojos, y tristeza de alma; y tendrás tu vida como algo que pende (de un hilo) delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y no tendrás seguridad de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Quién diera que fuese la tarde! y a la tarde dirás: ¡Quién diera que fuese la mañana! Por el miedo de tu corazón con que estarás amedrentado y por lo que verán tus ojos" Deuteronomio 28:65-67.
TODOS SON SOSPECHOSOS
A raíz del virus, sobre todos caía una sombra de sospecha. Quién tosía, estornuda, hablaba de algún dolor en el cuerpo o presentaba algún otro sintomo, peor aún.
Ancianos, jóvenes su niños, todos eran considerados portadores del virus ya sea que fuesen sintomáticos o asintomáticos. Si antes de la Pandemia, ya se vivía una alienación voluntaria, hoy era obligatoria.
El contacto no era solo una prohibición del gobierno, sino un camino que todas las personas optaron por seguir.
Quizás, por ello, nadie quería contar que se enfermó, o si había un fallecido, era por cualquier cosa, menos por la peste.
Desde ese punto de vista todo el mundo era sospechoso. Mucha gente era categórica y tenía sus posiciones bien tomadas. El miedo hizo que el barrio amenzara a un vecino por Whatsapp solo por haber dado positivo. "Si sales de tu casa, te vamos a matar".
Vivíamos la MITIGACIÓN del miedo que condujo a una ansiedad colectiva.
El miedo de morir condujo a un consumo alto de bebidas alcohólicas. Quizás para paliar la angustia y no querer pensar en la situación.
El cuidado excesivo se apoderó de todas las casas. Todas las compras pasaban por un proceso de higienización poco ordinario, quién volvía de la calle, pasaba por una desinfección a la puerta de la casa. Si antes comer fuera casa, era una exigencia de recreación familiar, hoy era sinónimo de peligro.
Muchos adultos al verse, con los primeros síntomas y al pensar en el sufrimiento que podrían atravesar, prefirieron acabar con sus vidas. Principalmente, los hombres quienes eran más aquejados y sacudidos por el Coronavirus. Quedaron muchas viudas. Comenzaron a rondar muchas preguntas acerca de por qué las mujeres conseguían sobrellevar mejor este virus. Si, ningún marinero experto ha salido de aguas tranquilas; probablemente, la serenidad frente a la crisis, y el haber salido airosas de situaciones extremas de dolor (como el alumbramiento) o en algunos casos haber mirado a la muerte a los ojos, fueron pruebas que las prepararon para esta hora.
-¿Tienes miedo, madre? - decía un médico a su madre de edad avanzada.
-A mi edad ya no se temen mucho las cosas.
El mayor temor era el colapso de los hospitales, pero cuando esté se dio; los médicos rogaban que la personas se cuidasen, para no dejarles a ellos el derecho exclusivo de elegir entre dos enfermos, para elegir entre quién viviría y quién no.
El temor a tomar un tratamiento sin prescripción médica se agravó, cuando comenzaron a salir las noticias de que muchos pacientes se habían intoxicado al automedicarse. Tomar una tableta se había vuelto una ruleta rusa. No se sabía si haría efecto o no. Ponerse una tableta en la boca era como apostar todo a ganador, con el alto riesgo de perder toda la partida.
Era un tiempo cuando el valor revisaba todas sus anclas. Es un tiempo que demanda tener más razón, cordura y esperanza.
Precisamos educar para superar el miedo y actuar con eficacia en resolver los problemas prácticos sin ser pasto del pánico; ser propositivos en la incertidumbre y capaces de soluciones esperanzadoras cuando se desatan los conflictos.
Ya nos lo había dicho el profeta Isaías, cuando vivió la gran angustia de su tiempo.
Son palabras que hacen eco a través de las edades y que nos dicen que hay alguien mayor que cualquier miedo o temor:
"No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia". Isaías 41:10.
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