Cierto día en la iglesia, Tom y Jean estaban tratando de persuadir a su hijita Amanda, de cuatro años de edad, para que colocara una moneda en el platillo de las ofrendas. Pero Amanda apretaba la mano firmemente y no quería soltarla. Avergonzados por la actitud de su hijita y por las risas que se escuchaban a su alrededor, finalmente tuvieron que retirar cuidadosamente cada uno de los dedos de la moneda, hasta que ésta cayó en el platillo. Esa misma tarde, Jean oyó que Amanda jugaba en el columpio del patio trasero de la casa, y cada vez que Amanda se elevaba lo más alto posible, en el columpio, gritaba con todas sus fuerzas: “¡Señor, quiero que me devuelvas mi moneda! ¡Señor, quiero que me devuelvas mi moneda!”. ¿Alguna vez hemos sentido como Amanda? ¿Alguna vez hemos tenido dificultades para ofrendar a Dios? Nosotros también podemos llegar a ser dadores alegres, sin que nadie tenga que forzar nuestros dedos para soltar lo que estamos sosteniendo con fuerza. “Porque
Un espacio con sermones que procuran fortalecer la fe y la esperanza en Jesús.