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Disfrutando del Rescate - El Rescate


By
Carlos Steger

Cuando Adán y Eva escucharon la promesa de que en el futuro uno de sus descendientes heriría a la serpiente en la cabeza (Génesis 3:15), venciéndola para siempre, se llenaron de gratitud a Dios. 

Esa promesa se hizo mucho más vívida ante sus ojos cuando Dios los vistió con “túnicas de pieles”, obtenidas al sacrificar animales inocentes (Génesis 3:21). 

Mediante la muerte de esos animales, el Señor les proveyó lo que necesitaban para cubrir su desnudez, resultado del pecado. 

Esa muerte simbolizaba la muerte del Hijo de Dios, que un día nacería como un ser humano, viviría sin cometer ningún pecado, y moriría en lugar de todos nosotros.

Al sacrificar un cordero cada mañana y cada tarde, Adán y Eva expresaban su fe en el futuro Redentor. Y comprendían que el Salvador vendría voluntariamente a morir por ellos, movido solamente por Su infinito amor hacia cada uno de nosotros.

A lo largo de toda la Biblia se enfatiza el amor de Cristo por nosotros. El apóstol Pablo nos exhorta a andar en amor, “como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:2). 

Y explica el maravilloso trueque de amor que hizo el Hijo de Dios: “Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9).

El 20 de agosto de 2008, a las 14:45 despegó del aeropuerto de Barajas, Madrid, el vuelo 5022 de Spanair. 

Apenas había despegado cuando giró bruscamente hacia la derecha y se estrelló al lado de la pista. Se partió en al menos dos pedazos que fueron destrozados por la posterior explosión. Fallecieron 154 de las 172 personas que iban a bordo.

Inmediatamente, acudieron al lugar varias dotaciones de bomberos para tratar de rescatar a los sobrevivientes de las llamas. 

Uno de los bomberos, Francisco Martínez, se acercó a una mujer para rescatarla de entre los restos del avión en llamas. “¡Se lo ruego! ¡Salve a mi hija primero!”, le suplicó la mujer.

No había tiempo para salvar a dos personas, sólo una. El bombero dejó que fuera el ruego de la madre el que tomara, por él, la decisión más difícil de su vida. 

Y así, María, la pequeña de 11 años, fue rescatada por el sacrificio abnegado de su madre, Amalia Filloy, que quedó entre los restos del avión ardiente que, según los peritos, alcanzó temperaturas superiores a los 500 grados.

Apenas horas después de que todo ocurriera, el bombero dedicó su descanso a recorrer hospitales, hasta que dio con la niña.

-“Es que una cosa así se te clava en el alma. Yo necesitaba saber que la pequeña estaba viva. Y quiero decirle, cuando pueda oírme, que su madre le salvó la vida”- dijo con la voz quebrada.

¡Admirable amor de madre! ¡Cuánta gratitud y amor guardará esa niña por su madre!

Esta historia refleja, pálidamente, el amor aun más grande de Cristo al dar su vida por cada uno de nosotros. 

Ante semejante demostración de amor, ¿cuál será nuestra respuesta? 

El apóstol Pablo, que conocía por experiencia propia lo que significa ser rescatado del pecado por Cristo, expresa en forma muy clara cuál es el resultado de comprender el enorme amor de Cristo. 

En 2 Corintios 5:14, el apóstol afirma que “el amor de Cristo nos constriñe”. 

Otras versiones traducen: el amor de Cristo “nos impulsa” (RVA-2015), “nos apremia” (BLA), “nos obliga” (NVI), “domina nuestras vidas” (TLA), “se ha apoderado de nosotros” (DHH), “nos controla” (NTV), “nos lleva a actuar así” (RVC).

¿De qué manera actúa el que es motivado por el amor de Cristo? 

¿Qué resultados se ven en la vida del que ha comprendido y aceptado el amor de Cristo?

EL AMOR DE CRISTO NOS IMPULSA A VIVIR PARA ÉL

Si conocemos y recibimos el infinito amor de Cristo, manifestado al dar su vida por nosotros, nuestra vida no será la misma que antes. 

Se verán los siguientes resultados:

a. Morimos a la vida de pecado. 

Lo primero que percibimos ante el amor de Cristo es que necesitamos morir a la antigua vida contraria a Dios. Eso es lo que Pablo dice inmediatamente después de afirmar que “el amor de Cristo nos constriñe.” 

El apóstol razona que:

“Si uno murió por todos, luego todos murieron” 2 Corintios 5:14.

Si Cristo murió por nosotros, simbólicamente todos hemos muerto porque 

"La paga del pecado es muerte." Romanos 6:23.

Pero también hemos muerto a nuestra naturaleza pecaminosa y resucitamos a una nueva vida. 

En el momento en que lo aceptamos como nuestro Salvador, “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” Romanos 6:6.

b. Vivimos para Cristo. 

Pablo continúa explicando que 

"Por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" 2 Corintios 5:15.

El amor de Cristo nos impulsa a un cambio de rumbo total. 

En lugar de centrarnos en el yo, ahora nos centramos en Cristo. 

En lugar de tratar de satisfacer nuestros gustos egoístas, tratamos de agradar a Cristo. Renunciamos a hacer nuestra voluntad e intentamos cumplir la voluntad del Señor. 

Al punto que “cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (Filipenses 3:7). 

Nos deleitamos en hacer su voluntad (Salmos 40:8).

El 8 de diciembre de 1934, unos bandoleros chinos asesinaron a los misioneros John y Betty Stam, e incendiaron su hogar. 

Días después de la tragedia, algunos amigos de la pareja encontraron entre las ruinas calcinadas la Biblia de la señora Stam. En la hoja que cubría la parte interior de la tapa, ella había escrito lo siguiente: 

“Señor, abandono mi propósito y mis planes, todos mis anhelos, esperanzas y ambiciones, y acepto tu voluntad para mi vida. Te entrego lo que soy y lo que tengo: mi vida, mi todo, completamente a ti, para que sea tuyo para siempre. Te entrego todas mis amistades y mi amor. A partir de ahora, todo lo que amo pasa a un segundo plano en mi corazón. Lléname y séllame con tu Espíritu Santo. Vive tu vida en mi vida a cualquier costo y para siempre. Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia”.

c. Vivimos con Cristo. 

El que acepta a Cristo como Salvador, “Está en Cristo” 2 Corintios 5:17. 

Otras versiones traducen “está unido a Cristo” (DHH, PDT). El amor de Cristo nos impulsa a buscar estar lo más cerca de él. ¡Queremos estar con él! 

El Señor mismo nos insta:

"Permaneced en mí, y yo en vosotros. [...] porque separados de mí nada podéis hacer" Juan 15:4, 5. 

Al comienzo de cada día renovamos nuestra entrega a Cristo para vivir unidos a él. 

Entonces, podemos decir junto con el apóstol: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” Gálatas 2:20.

d. Somos una nueva criatura. 

Todo aquel que “Está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” 2 Corintios 5:17. 

Por el poder de Dios, somos una nueva persona.

Durante su juventud, Agustín de Hipona vivió una vida disoluta. Luego, gracias a las oraciones de su madre, se convirtió al cristianismo y entregó su vida a Dios para servirlo. 

Años más tarde, un día iba caminando por la calle cuando vio que en sentido contrario venía caminando una mujer con la cual había pecado en su juventud. Él siguió caminando como si no la hubiera notado. Después de cruzarse, ella se dio vuelta y le dijo:

– ¡Agustín, soy yo!
– Sí -replicó él – , pero yo no soy el mismo.

EL AMOR DE CRISTO NOS IMPULSA A COMPARTIR EL EVANGELIO.

a. Dios toma la iniciativa para salvarnos. 

“Todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo” 2 Corintios 5:18. 

El amor de Cristo es tan grande que toma la iniciativa para redimirnos. No nos salvamos porque logramos convencer a Dios que nos salve, sino que él logra convencernos de que aceptemos a Cristo como nuestro Sustituto y Salvador. Si amamos a Dios, es “porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19).

b. Nosotros compartimos el evangelio

Dios “Nos dio el ministerio de la reconciliación; [...] y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” 2 Corintios 5:18, 19. 

El Señor podría haber comisionado a los ángeles para que predicaran el evangelio, pero eligió darnos ese privilegio a nosotros. 

En realidad, la felicidad y la paz que nos inundan cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador no se pueden ocultar.

El día que me puse de novio con la que es mi esposa, iba caminando de regreso a casa. Digo caminando, aunque más bien iba flotando sobre las nubes. 

En el camino me crucé con mi prima que me miró sorprendida y, sin que yo dijera nada, me preguntó: 

- “¿Qué te pasa?”.-

Es que yo no podía disimular la alegría que sentía. De la misma manera, el gozo de tener a Cristo como nuestro Salvador y amigo nos brota por los poros.

“El amor a Jesús se verá, se sentirá. No se puede ocultar. Ejerce un poder admirable. Hace osado al tímido, diligente al perezoso, sabio al ignorante. Hace elocuente la lengua tartamuda, y despierta a nueva vida y vigor al intelecto dormido. Da esperanza al desalentado, gozo al melancólico.

El amor a Cristo inducirá a su poseedor a aceptar responsabilidad a causa de Cristo y a llevarla con la fortaleza de Jesús. El amor a Cristo no desmayará ante las tribulaciones, ni se apartará del deber debido a los reproches”.

c. Somos embajadores de Cristo. 

“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” 2 Corintios 5:20. 

Es un gran honor y una gran responsabilidad ser un embajador. Un embajador debe conocer muy bien los planes y proyectos del país que representa. No debe presentar sus propias opiniones ni defender sus propios intereses personales, sino los de su país.

Como embajadores de Cristo, impulsados por su infinito amor, debemos actuar como Jesús actuó, vivir como Jesús vivió. Sobre todo, rogar a los pecadores que acepten el sacrificio de Cristo en su favor.

“El que está constreñido por el amor de Cristo avanza entre sus semejantes para ayudar a los desamparados y alentar a los abatidos, para señalar a los pecadores el ideal que Dios tiene para sus hijos y para dirigirlos hacia él."

CONCLUSIÓN

En la época de la esclavitud, estaban rematando a un esclavo fornido llamado José. Pero el hombre no quería saber nada con eso de obedecer a un amo. Entre el grupo de los presuntos compradores había un hombre con semblante de bueno que subía sistemáticamente las ofertas, y José lo notó. Cada vez que alguien ofrecía más, este caballero subía nuevamente la oferta. Entonces José comenzó a decirle:

– No malgaste su dinero, ¡porque yo no voy a trabajar!

Pero el caballero no hacía caso a los comentarios del esclavo José. Seguía subiendo la oferta, y José insistía:

– No vale la pena que me compre, ¡no voy a trabajar!

Finalmente, nadie se animó a pagar más. Y ese caballero recibió la documentación que atestiguaba que era el legítimo dueño de José.

Mientras iban en el carruaje, José, con los brazos despectivamente cruzados sobre su fornido pecho sin ropas, repetía:

– Aunque me mate, ¡yo no voy a trabajar!

Al llegar a la residencia del nuevo amo, entraron al escritorio y el esclavo rechazó el ofrecimiento bondadoso de tomar asiento. José vio que el patrón escribía en papel oficio y finalmente firmaba algo que parecía ser una especie de documento. Mientras decía vez tras vez, con acento despectivo:

– ¡Yo no voy a trabajar!
– José – preguntó el patrón – ¿sabes leer?
– Sí, pero no trabajaré, ¡aunque me mate!
– Bien -dijo el patrón – este documento es tuyo. Léelo.
De mala gana José estiró la mano y comenzó a leer. 

De pronto cambió de semblante. Comenzó a emocionarse y las lágrimas le corrían por el rostro. 

Finalmente, conmovido al ver que ese documento decía que se le concedía el derecho a ser un hombre libre, exclamó:

– Pero señor, ¿usted pagó todo eso por mí para darme la libertad?
– Efectivamente José, ahora eres un hombre libre.
Más conmovido todavía, José exclamó:
– Pues entonces, señor, seré un esclavo voluntario. ¡Mande que José obedece! 

Yo era enemigo de Dios. Pero a pesar de que era pecador y estaba enemistado con Dios, Cristo murió por mí (Romanos 5:8-10). 

Él “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). 

Ante semejante demostración de amor, no puedo quedar pasivo. 

Desde entonces vivo para él y trato de contarle a otros la buena noticia.

¿Has aceptado a Cristo como tu Salvador personal? 

¿Tienes la paz de su perdón? 

¿Te anima la esperanza de verlo pronto en su segunda venida? 

Si es así, te invito a decirle una vez más:

“Gracias, Señor, por dar tu vida en la cruz por mí. Te amo con todo mi ser. Quiero vivir contigo y para ti. Llena mi corazón y mi mente de tu presencia”.

Si todavía no tienes esta experiencia, te invito de todo corazón a decirle a Jesús:

“Me entrego a ti. Creo que tú moriste en la cruz en mi lugar, y pagaste por mis pecados. Por fe acepto tu perdón. Transforma mi vida para que ya no vaya tras el pecado, sino que viva para ti, de acuerdo con tu voluntad. 

¿Cuántos quieren decirle eso a Cristo? 

Los invito a ponerse de pie y disfrutar del rescate que nos ofrece Jesús.

PREGUNTAS PARA DIALOGAR

1. ¿Qué te motiva a ser cristiano? Sinceramente, ¿Sigues a Cristo porque quieres que te bendiga y te prospere materialmente? ¿O lo sigues porque él te amó tanto que dio su vida para que tengas vida eterna?

2. ¿Qué le dirías a una persona no creyente que te dice que seguir a Cristo requiere mucho sacrificio?

3. ¿Es fácil vivir para Cristo? Explica tu respuesta. 

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