By
Ivan Saraiva
Corría el año 1929.
Lugar: Estadio Rose Bowl.
Ese había sido el año más equilibrado de la historia del fútbol americano.
Los Estados Unidos se detuvieron; el país entero quería saber el resultado. ¿Quién sería el gran campeón del año? El mejor ataque contra la mejor defensa, todo muy equilibrado.
Cuando esos dos equipos llegaron a la final, en cuestión de horas se vendieron todas las entradas.
El día de la final, miles de personas esperaron por horas antes de que se abrieran los portones de alrededor del estadio.
Cuando por fin se abrieron, en 30 minutos se llenaron todos los lugares. Había filas espesas de policías que separaban a las hinchadas.
Los colores diferentes, los gritos constantes y cada vez más altos mostraban la pasión de aquellos hinchas. Esos gritos se podían escuchar a diez cuadras de distancia.
Por primera vez en la historia, los dos equipos entraron al mismo tiempo al campo de juego. Se lanzaron fuegos artificiales al cielo que se llenó de colores. Toda aquella nación quería saber quién sería el gran campeón del año.
En el primer tiro del partido lanzaron el balón y esta cayó en los brazos de un jugador: Roy Ringo. Él no tuvo dudas. Corrió todo lo que pudo con una velocidad y agilidad que impresionaron a todo en el estadio.
Y lo imposible sucedió: en el primer tiro del partido, Roy Ringo logró hacer un Touchdown (el gol en el fútbol norteamericano).
¡La hinchada deliró! Él se sacó el casco, tiró el balón al piso y comenzó a golpearse el pecho para celebrar el punto. Pero grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta de que quienes festejaban eran de la hinchada contraria. Sus colegas estaban todos con la cabeza baja y ahí él entendió. En la gran final de todos los tiempos del futbol americano, él había hecho un punto en contra.
Terminó la primera parte del juego y ambos equipos bajaron a los vestuarios. Un silencio sepulcral, nadie decía nada. Todos estaban tristes y desanimados.
En un momento, el entrenador rompió el silencio y dijo: “El mismo equipo que terminó el primer empo vuelve al campo para el segundo”. En ese momento, Roy Ringo levantó la cabeza y dijo: “De ninguna manera. ¿Usted no entendió que arruiné a mi equipo? ¡Destruí los sueños de todos aquí! Pueden pasar 100 años y siempre van a recordar lo que hice. No tengo valor para subir. ¡Mi carrera se terminó aquí!”.
La historia dice que, con el clima denso, el entrenador se acercó al jugador y le dijo: “Hijo, el juego todavía no terminó. Vuelve al campo de juego y juega el mejor partido de tu vida”.
Los periódicos de la época se encargaron de contar el final de la historia. Roy Ringo confió en su entrenador, volvió al campo de juego, hizo tres touchdowns para su equipo, y se consagraron campeones.
PUNTO CORRECTO
En la vida muchas veces hacemos puntos en contra.
Corremos para el lado equivocado y nos avergonzamos de nosotros mismos. Algunos, hoy, pueden estar pensando que todo terminó, que el matrimonio no tiene solución, que es imposible cambiar, que es un acumulador de fracasos.
Tal vez, al mirar el pasado encuentre vergüenza y no logre levantar la cabeza para seguir adelante.
Pero la respuesta de “nuestro entrenador” es siempre la misma: “Hijo, el juego todavía no terminó. Vuelve al campo de juego y juega el mejor partido de tu vida”.
Todavía hay tiempo, el juego no terminó. El “mayor entrenador” nos mira y nos dice: “Yo creo en incluso aunque nadie crea, incluso aunque ni tú mismo creas en mismo. Yo creo”.
¿Sabe por qué él cree en mí?
Porque Dios no nos trata por lo que somos, sino por aquello que podemos ser en sus manos.
Dios no llamó a David por lo que era, sino por aquello que sería.
No llamó a Saulo por su inteligencia, sino por lo que podría ser si se entregaba de corazón.
No llamó a Pedro por su temperamento, sino a pesar de él.
El salmo 103 dice que: “...No nos trata conforme a nuestros pecados ni nos paga según nuestras maldades”.
Él nos trata como santos aunque seamos pecadores por una única razón: ¡Nos ama!
Piénselo bien:
¿Por qué cambiar el cielo por una carpintería?
¿Por qué no destruir a Adán si pecó
¿Por qué sacar a Lot de aquella ciudad?
¿Por qué buscar a Pedro después de resucitar?
¿Por qué abrir el mar?
¿Por qué entregarse?
¿Por qué morir?
¿Por qué sangrar?
La respuesta es solo una: amor.
Jesús dijo, en Mateo 24, que en el final de los tiempos, o sea, en nuestros días, el amor de casi todos se enfriaría.
Pero eso no incluye al amor de Dios porque Dios es amor. ¿Sabe por qué el amor jamás se termina?
Porque Dios es amor y Dios no se termina. De hecho, el cristianismo es la única religión del mundo que define a su Dios con una palabra única: amor.
Cuando la Biblia dice que el perfecto amor lanza fuera el temor está diciendo que Dios lanza fuera el miedo.
En la Biblia, es fácil darse cuenta de que las palabras “Dios” y “amor” son intercambiables.
Todas las veces que encontramos la palabra “Dios” en la Biblia podemos cambiar esa palabra por “amor” y veremos que el sentido continúa siendo el mismo.
La Biblia está llena de orientaciones con respecto al amor porque es el libro del amor. La mayor declaración de amor del mundo está en Juan 3:16.
"Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna."
Mire la razón:
Porque: la mayor respuesta.
Dios: el mayor ser.
Amó: el mayor sentimiento.
Al mundo: el mayor espacio fisico.
De tal manera: el mayor modo.
Que dio: el mayor acto.
Su único hijo: el mayor regalo.
Para que todo aquel: el mayor alcance. Que en él crea: la mayor confianza.
No perezca: el mayor castigo.
Sino que tenga: la mayor posesión.
La vida eterna: la mayor recompensa.
¿Se da cuenta de que el tema central de la Biblia es el amor?
¿Que el versículo más importante de toda la Biblia es ese que acabamos de leer?
La Biblia nada más es la narración de un “Entrenador” que nos mira y nos dice incansablemente “el juego aún no terminó”.
¿Sabe por qué aún el juego no terminó en nuestra vida, a veces llena de pecado, heridas y pérdidas? Porque el “Entrenador” ama mucho.
Él nos amó tanto que nos creó incluso sabiendo que pecaríamos y que por culpa de nuestro pecado tendría que morir en nuestro lugar.
Mientras Jesús formaba a Adán con barro, sabía que lo escupirían en el rostro, que lo azotarían, que sería golpeado, humillado, satirizado, traicionado.
Cuando creó este mundo él ya sabía dónde estaría el Getsemaní.
Cuando creó los arboles sabía que de uno de ellos se haría el madero de la vergüenza y la separación del Padre.
Cuando creó la vida humana, sabía que perdería la suya.
Entonces, seguimos con la misma pregunta: ¿Por qué nos creó? ¿Por qué nos hizo? La respuesta es AMOR.
El amor que él tiene por nosotros fue mayor que el que tenía por su propia existencia como Dios.
Este amor es incomparable, incondicional e incomprensible. No lo merecemos, pero lo aceptamos por su gracia.
Deténgase a pensar si esta no es la historia más absurda que haya escuchado.
La historia de un Dios que se humilla y muere por criaturas inferiores a él. Puede ser absurdo, pero es real. Hubo un período en la historia de la humanidad donde, si alguien le preguntara dónde está Dios usted podría señalar el vientre de una campesina y decir: “Dios está allí adentro”. Ese es el milagro del amor, va mucho más allá de nuestra comprensión.
Yo tengo dos hijos. No cambiaría la vida de ellos por ninguna persona en el mundo, es más, no cambiaría la vida de ellos ni por todas las personas del mundo juntas. Pero Dios hizo exactamente eso: entregó el objeto supremo de su amor: su Hijo, su Único hijo.
¿Ya se dio cuenta de que el amor sobrepasa a la justicia?
Vea: no existe ninguna sociedad en el mundo que permita la muerte sustitutiva.
Por ejemplo: si yo viviera en un país donde haya pena de muerte y cometo un error tan grande que la sociedad entienda que no debo vivir más, no puedo presentarme delante de la corte y pedir que mi madre o mi hermano mueran en mi lugar.
En ninguna sociedad del mundo se permite eso. ¿Y sabe por qué no se permite? Porque no sería justo. Cuando yo cometo un error, yo tengo que pagarlo.
Lo lindo de la historia es que en el cielo el amor sobrepasó a la justicia y sucedió lo imposible: Jesús murió en mi lugar y en su lugar. Muerte sustitutiva, vicaria.
Muerte para Uno, salvación para millones de millones.
¿Un sacrificio gigante para Cristo? Sí, pero el mayor dolor fue el del corazón del Padre. Él es Dios, y podría haber terminado con la agonía del hijo, podría haber destruido los demonios y los verdugos de Jesús.
Pero, por amor a nosotros dejó a su hijo solo en la cruz. Jesús debía morir la muerte eterna para librarnos de ella para siempre.
PUNTO FINAL
Hace algunos días tuve que viajar y pasar 10 días fuera de casa. Esos, tal vez, fueron los días más tristes para mí. Separarme de mi esposa y mis hijos era necesario, pero también muy doloroso.
Mi hijo mayor siempre fue muy pegado a mí. Y cuando tengo que viajar, le da fiebre y a veces se comporta de manera extraña.
Sé cuánto nos amamos y cuán difícil es separarnos, entonces siempre le digo: “Hijo, tengo que viajar. Vamos a estar a miles de kilómetros separados, pero nada puede separarnos de verdad. ¿Sabes por qué? Porque yo te amo y voy a regresar. Porque siempre querré estar donde tú estás”.
¿No es exactamente eso lo que usted y yo encontramos en la Biblia? Jesús en su amor que nos dice: “[...] para que donde yo esté, vosotros también estéis [...]”.
Así, como la distancia de un viaje no me puede separar de mi hijo, nada nos puede separar del amor del Padre que es en Jesucristo Señor nuestro.
El amor de Dios es realmente el centro de todo en la Biblia. Recuerde estos versículos:
La palabra de Dios dice:
“No tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros” Romanos 13:8.
“Háganlo todo sin quejas ni contiendas" Filipenses 2:14.
Jesús nos da un nuevo mandamiento: “Que se amen los unos a los otros, como yo los he amado” Juan 15:12.
El mayor mandamiento es: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón” Marcos 12:30, 31.
“...él nos amó primero” 1 Juan 4:19.
“Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” Romanos 8: 38,39.
Por eso el objetivo del cristianismo no es transformar personas en personas que creen, sino en personas que aman. ¿Por qué? ¡Porque Dios es amor!
Un amor que recorre las mayores distancias, que supera las mayores barreras, multiplica lo poco, va al lodo y trae el lirio.
Quiero recordarle que el Cielo entregó lo mejor que tenía por nosotros.
Nada, absolutamente nada en todo el universo infinito tenía más valor que la vida del propio Creador.
No puede y nunca podrá existir una expresión mayor de amor. Esta Tierra surgió como resultado del amor y terminará en amor.
El primer libro de la colección El conflicto de los siglos, Patriarcas y profetas, comienza así:
“Dios es amor. Su naturaleza y su ley son amor. Lo han sido siempre, y lo serán para siempre [...] Cada manifestación del poder creador es una expresión del amor infinito”. Y el último libro de esa colección, El conflicto de los siglos, leemos:
“El gran conflicto ha terminado. Ya no hay más pecado ni pecadores. Todo el universo está purificado. La misma pulsación de armonía y de gozo late en toda la creación. De Aquel que todo lo creó manan vida, luz y contentamiento por toda la extensión del espacio infinito. Desde el átomo más imperceptible hasta el mundo más vasto, todas las cosas animadas e inanimadas, declaran en su belleza sin mácula y en júbilo perfecto, que Dios es amor”
Así comenzó y así terminará. El amor lo resolvió.
En el Edén, hicimos nuestro primer punto en contra. Allí avergonzamos a nuestro “entrenador”. Corrimos hacia el lugar incorrecto y fuimos humillados delante de todo el universo que nos observaba.
La diferencia es que quien volvió al campo fue otro Jugador. Jesús regresó al campo de juego en nuestro lugar y venció por nosotros.
Venció al adversario y fue perfecto en cada jugada. Aceptó nuestra vergüenza y nos dio el trofeo de campeones.
Hoy, usted y yo, podemos caminar con la frente en alto, con la seguridad de que “somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”.
Cuando amamos, nos entregamos sin reservas. Eso fue lo que Jesús hizo. Se entregó a sí mismo; fue eso lo que hizo el cielo, entregó a Jesús.
En la práctica cristiana debemos entregar todo. En realidad, el que no entregó todo, no entregó nada.
Delante de tanto amor, de tanta entrega, es momento de dedicar nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestros recursos para predicar ese amor. El amor mayor debe ser el único motivo para amarnos y entregarnos a quienes nos necesitan.
Este es el momento. Dejemos de enfocar nuestra vida en nosotros mismos. Es hora de centrarla en nuestros semejantes, haciendo la voluntad de Dios. Si el mismo Creador usa todo lo que tiene para bendecirnos, debemos seguir su ejemplo y en amor ser una bendición para nuestros hermanos.
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