Por Giulian Lopes Vasques
Texto base: San Mateo 7:1-5
Introducción
Todo comenzó en el Jardín del Edén, cuando desde el primer día, apareció la luz y todo se llenó de vida, concluyendo esta primera semana con la creación del hombre. Nuestros primeros padres tenían una actitud de adoración a Dios nata, y una capacidad de admiración inocente y pura hacia todo lo bello que contemplaban.
Como en cualquier contrato establecido entre dos partes, los derechos y deberes de aquella primera pareja, Adán y Eva, eran vividos como verdaderos privilegios, pues todo era realizado dentro del marco del amor a Dios. Esto significaba que la parte que venía afirmar una alianza con Dios, o sea, el hombre, sería beneficiado con la prosperidad en todas las cosas.
En aquel santo lugar, la atmósfera del amor de Dios envolvía su creación. En una proporción in nita de concesiones para apenas, una sola restricción, Dios establece que los frutos de solamente un árbol, no deberían ser tocados, ni mucho menos servirles como alimento; no porque esos frutos no fuesen sabrosos, sino por el hecho de que la pareja debía mostrar sumisión y obediencia a Aquel que les había dado la vida.
Un dictado popular asevera que“quien ama demuestra fidelidad”, y aquello debería ser señal de delidad y obediencia del hombre para con Dios.
No sabemos cuánto tiempo pasó desde el momento de la creación hasta la caída del hombre, pero sabemos con precisión que el hombre falló en los términos de la alianza. La presencia diaria con Dios que tanto les agradaba se tornó en algo temible. Parecía que el brillo del sol ya no era más intenso.
Los escalofríos hacían que sus músculos temblasen de ansiedad y de angustia al saber, concientemente, que habían hecho algo anormal contra el amor divino. Los ojos perfectos que solamente conseguían percibir belleza inexplicable, ahora sentían, por primera vez, lágrimas de conmoción cayendo por sus mejillas. ¡Era tan terrible ver animales feroces, flores caídas, marchitas en la grama que comenzaba a secarse!
Frente a la desobediencia, no sólo la naturaleza, sino también sus capacidades físicas, mentales y espirituales fueron disminuyendo gradualmente, y a través de sus generaciones hasta nuestros días daños irreversibles vienen arrasando a la raza humana.
El Edén parece algo irreal, pues nuestros ojos apenas consiguen ver lo que un corazón ennegrecido y petrificado consigue vivenciar.
En esta semana especial, a través de la comunión y reavivamiento espiritual, descubriremos que enfermedades espirituales han hecho que nuestros ojos no consigan descubrir el propósito de Dios para nuestra vida; éstos propósitos, que divisan una vida social digna, un espíritu fraterno y cristiano dentro de la iglesia, un sentimiento de amor al prójimo genuino y tantas otras cosas buenas que vienen del trono de Dios.
Cada uno de nosotros en esta semana, seremos advertidos, aconsejados, pero por encima de todo, seremos confortados al saber que existe cura para nuestra enfermedad espiritual, y que Dios realizará milagros en nuestras vidas.
“Hipermetropía” Clínica
(Llevar una tabla optométrica para mostrar los diferentes tamaños de letras y números. Mostrar también lentes).
La oftalmología es un área de la medicina que cuida del sentido de la visión del ser humano. Delante de problemas o dificultades visuales es común ver personas utilizando gafas o lentes de contacto.
Para este último grupo, muchos han aprovechado su anormalidad visual para poseer ojos de otro color, que en realidad no son los suyos.
De entre las muchas patologías visuales, una de las que más se destaca es la hipermetropía, común en un 55% de la población, es una alteración visual producida por un trastorno del enfoque, originando una percepción de imágenes borrosas, fundamentalmente en la visión de objetos próximos. Clínicamente hablando, es cuando el ojo tiene menor alcance que el normal. Esto se debe a que la imagen se forma detrás de la retina.
O sea, la hipermetropía se caracteriza por la dificultad para ver objetos cercanos con nitidez, mientras se pueden ver objetos con toda claridad, a largas distancias.
La hipermetropía es muy común en niños debido a que, el desarrollo físico está en proceso. Pero esta cuestión es resuelta naturalmente, la mayor parte de las veces, hasta los 8 ó 9 años de edad. Cuando el problema persiste, desde la juventud hasta la tercera edad, es recomendable el uso de lentes del tipo positivo, porque estos adicionan potencia al ojo para que la visión de los objetos a corta distancia pueda ser nítida.
La “hipermetropía” espiritual
Como ya hemos mencionado, son varios los problemas de visión. Éstos nos hacen pensar que también podemos tener problemas de “visión espiritual”.
Uno de los más comunes, es llamado también “hipermetropía espiritual”. La semejanza entre el cuadro clínico visual y el espiritual, es caracterizado principalmente por personas que poseen la capacidad de divisar bien desde muy lejos y muy mal, de cerca.
Para nuestra mejor comprensión, acompáñenme leyendo el texto bíblico de Mateo 7:1-5:
“No juzguen a otros, para que Dios no los juzguen a ustedes; Pues Dios los juzgará a ustedes de la misma manera que ustedes juzguen a otros; y con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les dará a ustedes. ¿Por qué te pones a mirar la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no te jas en el tronco que tú tienes en el tuyo? Y si tu tienes un tronco en tu propio ojo, ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘déjame sacarte la astilla que tienes en el ojo’? ¡Hipócrita!, saca primero el tronco de tu propio ojo, y así podrás ver bien para sacar la astilla que tiene tu hermano en el suyo”.
Estos textos bíblicos están ubicados en una porción de la Biblia, donde nos exhorta a cerca del tipo de relación que tenemos con nuestro prójimo. Lo que acabamos de leer tiene relación con lo que debemos hacer para con aquellos que necesitan de ayuda.
Después que Jesús mencionó en el “sermón del monte” las características que un cristiano debería tener, ahora Él nos habla de aquello que no debemos hacer ni por imaginación, juzgar mal a los que nos rodean, aunque ellos cometan faltas.
Analicemos que diariamente podemos encontrarnos con personas que necesitan nuestra ayuda y hasta esperan una orientación.
¿Cuál sería nuestra actitud?
Algo que nos distingue de los animales, es que como seres humanos, podemos evaluar. Muchas veces substituimos la palabra evaluar por el término juzgar.
Jesús introduce esta maravillosa enseñanza, cuando alude a la frase: “No juzguen a otros, para que no los juzguen a ustedes”.
¿Cómo entender esta prohibición que Jesús nos hace delante de la prerrogativa de apreciación de valores que poseemos desde la creación, ya que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios? Jesús no se refería a “no juzgar”, aboliendo los tribunales legales. Mucho menos prohibir la capacidad crítica que discierne el bien y el mal. Jesús, estaba condenando la censura destructiva, que no debe existir en el corazón de ningún cristiano. Jesús ve a las personas no tanto como son, sino como pueden llegar a ser.
(Se puede dramatizar) Se cuenta la historia de una pareja de recién casados, que se mudaron para un barrio muy tranquilo. La primera mañana que pasaron en la casa, mientras tomaban desayuno, la amante esposa, se dio cuenta que los vecinos colgaban sábanas blancas en los tendederos y comentó a su esposo:
- ¡Qué sábanas tan sucias están colgadas en los tendederos! Están necesitando de un detergente nuevo. ¡Si yo tuviese amistdad preguntaría si ella quiere que yo le enseñe a lavar las ropas!
El esposo observó callado. Tres días después, también durante el desayuno, la vecina colgaba sábanas en el tendedero y nuevamente la mujer comentó con el esposo:
- ¡Caramba, nuestra vecina continúa colgando sábanas sucias! ¡Si yo tuviese Amisdad preguntaría si ella quiere que yo le enseñe a lavar las ropas!
Y así, cada tres días la mujer repetía su discurso, cada vez que la vecina colgaba ropas en su tendedero.
Pasado un mes, la mujer se sorprendió al ver las sábanas muy blancas siendo extendidas, e impresionada dijo a su esposo:
- Mira, ella aprendió a lavar las ropas ¿Será que fue la otra vecina quien le dio detergente? Porque yo no he hecho nada.
Su esposo le respondió tranquilamente:
- Hoy me levante más temprano y lavé los vidrios de nuestra ventana.
Jesucristo, nuestro Salvador nos prohíbe sentarnos en un trono donde todas las atribuciones pertenecen solamente a Dios, pues juzgar corresponde sólo a Él.
Humanamente, censurar a una persona significa condenarla severamente; significa buscar equivocaciones para condenarla sin piedad alguna. Significa ser un “cazador de errores”, ver en los demás aquello, que en realidad nosotros somos.
El gran abismo que existe entre el juicio de Dios y del hombre caído, es que Dios consigue hacer distinción entre el pecado y el pecador, pero el ser humano no. No podemos leer el corazón y evaluar los motivos, pero Dios si puede.
Jesús nos advierte no juzgar (censurar), pues de la misma forma como juzgamos, así también seremos juzgados.
El apóstol Pablo amplía ese pensamiento en Romanos 2:1, al afirmar que el hombre que juzga no tiene disculpas, pues practica las mismas cosas.
No debemos ser ciegos a los errores, pero lo que Cristo quiere de nosotros es que seamos comprensivos con los que se equivocan. Todas las veces que nuestros ojos se desvían de contemplar a Jesús, éstos se transforman en “cazadores de faltas”, y así comenzamos a ser hipermétropes espirituales.
Sufrimos porque sólo conseguimos ver faltas, y todas son de los demás, nunca son las nuestras. No conseguimos distinguir la belleza de Dios en las otras personas. En realidad, en los errores de las otras personas encontramos nuestros propios errores, y al mismo tiempo que los condenamos, nos auto justificamos. Jesús nos exhorta a no actuar así.
Frente a este tipo de actitud, Jesús llama hipócrita a todos los que no consiguen ver y corregir sus propios errores y faltas pero sí la de los otros. Esa advertencia que Jesús hace es muy seria, pues la palabra hipócrita es utilizada en los evangelios, siempre en relación con los fariseos, los “santos” de su época.
“¡Hipócrita!, saca primero el tronco de tu propio ojo, y así podrás ver bien para sacar la astilla que tiene tu hermano en el suyo” (Versículo 5)
Es muy fácil descubrir los errores que las otras personas cometen. Es fácil dar un empujón a quien ya está cayendo a un pozo, pero no siempre estamos dispuestos a aliviar las cargas de los otros.
Jesús nos invita primeramente a tirar la viga de nuestros ojos, reconociendo que somos pecadores. Después de esto, estaremos aptos para ayudar a aquellos que necesitan de nosotros.
Necesitamos ser más críticos con nosotros mismos, y más bondadosos con otros, así como quisiéramos que fuesen con nosotros.
“Consagrad primero vuestra propia alma a Dios. Al contemplar a vuestro Intercesor en el cielo, permitid que se quebrante vuestro corazón. Entonces, enternecidos y subyugados, podréis dirigiros a los pecadores que se arrepienten como quienes han experimentado el poder del amor redentor.” Maranata, 103.
Crisóstomo, cierta vez afirmó que debemos “corregir”, refiriéndose a alguien que tenía pecado, “no como un enemigo, o como un adversario que exige el cumplimiento de una pena, sino como un médico que proporciona el remedio adecuado”.
Llamado
Tal vez hoy aquí, existan aún “cazadores de faltas”, verdaderos hipermétropes.
El gran deseo de Jesús es que siempre pongamos nuestros ojos en Él; entonces a partir de esto, transformados por la contemplación de su grandioso amor, podremos amar a nuestro prójimo con diligencia, auxiliándolo en sus necesidades.
¿Quieren ustedes, contemplar a Jesús, aprender de Él y ser restauradores de vidas?
¿Quieres fijar tus ojos en Jesús, ser curado, ver de lejos y de cerca, bajo el prisma de amor, bajo el prisma del perdón, bajo el prisma de la restauración?
¿Puedo ver las manos?
Dios nos bendiga, Amén.
Oremos.
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