“Jesús respondió: ‘Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?’ ” (Juan 11:25, 26). La Biblia deja en claro que Jesucristo es el Hijo eterno, uno con el Padre, no creado ni engendrado. Jesús es quien creó todo lo que existe (Juan 1:1-3). Por lo tanto, Jesús siempre ha existido; nunca hubo un momento en el que no haya existido. Aunque Jesús vino a este mundo y tomó sobre sí nuestra humanidad, siempre conservó su divinidad y, en momentos concretos, dijo e hizo cosas que la revelaron. Esta impresionante realidad está abundantemente corroborada en las Escrituras. Esta verdad era importante para Juan. Por eso, al relatar algunos de los milagros de Jesús, Juan los utilizó para señalar la divinidad de Cristo. Jesús no solo dijo cosas que revelaban su divinidad, sino también respaldó sus palabras con hechos que la corroboraron. Hoy estudiaremos tres de las mayores señales o evidencias de la divini
“Y cuando yo sea levantado de la tierra, a todos atraeré hacia mí” (Juan 12:32). Jesús no se limitó a decir cosas asombrosas acerca de sí mismo, de quién era, de quién lo envió o de su procedencia. También mostró quién era mediante los milagros y las señales que realizó. En las palabras de algunos que testificaron abiertamente en favor de Jesús: “Cuando venga el Cristo, ¿acaso hará más señales que este hombre?” (Juan 7:31). En efecto, él respaldó sus palabras con acciones que demostraron la veracidad de ellas. Pero, a medida que el drama continúa, comienza una división entre la gente. La curación del hombre junto al estanque de Betesda atrae la ira de algunos líderes. La discusión en Capernaum tras la alimentación de los cinco mil da lugar al rechazo de Jesús por parte de las multitudes. La resurrección de Lázaro suscita fe en algunos, pero desencadena en otros una hostilidad que conducirá al juicio y la ejecución de Jesús. La lección de esta semana examina a algunos que dieron testimo