"Vuelvan a la fortaleza, ustedes, presos de esperanza. Hoy les anuncio que les restauraré todo al doble". (Zacarías 9:12).
Josué 13 al 21 contiene largas listas de referencias geográficas que delimitan las porciones de tierra asignadas a las tribus de Israel. Esas listas pueden parecer irrelevantes para el lector moderno, pero se basan en una comprensión teológica de la Tierra Prometida que es significativa para nosotros hoy. Mediante estas listas de lugares concretos, Dios quería enseñar a los israelitas que la tierra no era un sueño. Les había prometido esa tierra de forma tangible y mensurable. Pero tenían que hacer realidad esa promesa actuando en consecuencia.
Dios iba a darles la tierra como un regalo, cumpliendo así la promesa que había hecho a sus padres: «Miren, yo les entrego el país. Entren y posean la tierra que el Señor juró dar a sus padres Abraham, Isaac y Jacob, y a sus descendientes después de ellos» (Deuteronomio 1:8). Sin embargo, ellos debían hacer algo al respecto.
Hoy examinaremos algunos conceptos teológicos relacionados con la Tierra Prometida y sus implicaciones espirituales para quienes reclaman las promesas que encontramos en Jesús.
I. EDÉN Y CANAÁN
Lee Génesis 2: 15; 3: 17-24. ¿Cuáles fueron las consecuencias de la Caída en relación con el espacio vital de la primera pareja humana?
En ocasión de la Creación, Dios colocó a Adán y a Eva en un entorno perfecto, caracterizado por la abundancia y la belleza. La primera pareja humana se encontraba con su Creador en el marco de un espacio vital encantador que podía satisfacer todas sus necesidades físicas. Además de la palabra divina hablada, el Jardín del Edén sirvió como centro de aprendizaje donde Adán y Eva podían comprender mejor el carácter de Dios y la vida que él quería para ellos. Por lo tanto, cuando rompieron la relación de confianza con su Creador, su relación con el Jardín del Edén también cambió y, como señal de esa relación rota, tuvieron que abandonar ese ámbito perfecto. Perdieron el territorio que Dios les había dado. En consecuencia, el Jardín del Edén se convirtió en el símbolo de la vida abundante, como observaremos al tratar el tema de la Tierra Prometida.
¿Cómo percibieron los patriarcas la promesa de la tierra? (Ver Génesis 13:14, 15; 26:3, 24; 28:13). ¿Qué significa para nosotros, como adventistas, vivir como herederos de las promesas (Hebreos 6:11-15)?
Cuando Abraham entró en la tierra que Dios le había mostrado, esta se convirtió, por la fe, en la Tierra Prometida para él y sus descendientes; y así continuó siendo durante 400 años. Los patriarcas no eran realmente dueños de la tierra, ya que no podían legarla a sus hijos como herencia. En realidad, ella pertenecía a Dios, así como le había pertenecido el Jardín del Edén. De la misma manera en que Adán y Eva no hicieron nada que les diera derecho al Jardín del Edén, Israel tampoco había aportado nada para merecer la tierra. La Tierra Prometida fue un regalo de Dios basado en su propia iniciativa. Israel no tenía ningún derecho inherente a poseerla (Deuteronomio 9: 4-6); solo podía poseerla por la gracia de Dios.
Los patriarcas fueron herederos de las promesas hasta que estas se cumplieron. Nosotros, como seguidores de Cristo, hemos heredado promesas aún mejores (Hebreos 8:6), que se cumplirán si llegamos a ser «imitadores de los que por la fe y la paciencia heredan las promesas» (Hebreos 6: 12).
II. LA TIERRA COMO UN DON
Lee Éxodo 3: 8; Levítico 20: 22; 25: 23; Números 13: 27; Deuteronomio 4: 1, 25, 26; 6: 3; Salmo 24: 1. ¿Qué relación especial existía entre Dios, Israel y la Tierra Prometida?
En un nivel muy básico, la tierra ofrece identidad física a una nación. Al ubicar la nación, también determina su ocupación y estilo de vida. Los esclavos no tenían raíces ni lugar propio.
Eran otros los que disfrutaban de los resultados de su trabajo. Tener tierra era sinónimo de libertad. La identidad del pueblo elegido estaba íntimamente relacionada con su permanencia en la tierra.
Había una relación especial entre Dios, Israel y la tierra. Israel recibió de Dios la tierra como un don, no como un derecho inalienable. El pueblo elegido podía poseer la tierra siempre que mantuviera una relación de pacto con el Señor y respetara los preceptos de ese acuerdo. En otras palabras, no podían tener la tierra y sus bendiciones sin la bendición de Dios.
Al mismo tiempo, la tierra proporcionaba una lente a través de la cual Israel podía entender mejor a Dios. Vivir en la tierra les recordaría siempre a un Dios fiel que cumple sus promesas y es digno de confianza. Ni la tierra ni Israel habrían existido sin la iniciativa de Dios como fuente y fundamento de su existencia. Mientras los israelitas estuvieron en Egipto, el Nilo y el sistema de irrigación, unidos al intenso trabajo, les proporcionaron las cosechas que necesitaban para subsistir. Canaán era diferente. Dependían de la lluvia para la abundancia de sus cosechas, y solo Dios podía controlar el clima. En consecuencia, la tierra recordaba a Israel su constante dependencia de Dios.
Aunque Israel recibiera la tierra como un regalo de Dios, él seguía siendo el propietario de ella en última instancia. Como verdadero dueño de toda la tierra (Sal. 24: 1), él tenía el derecho de asignarla a Israel o de quitársela. Si el Señor es el dueño de la tierra, los israelitas y, por extensión, todos los seres humanos, son extranjeros o huéspedes de Dios en la tierra que le pertenece.A la luz de 1 Pedro 2: 11 y Hebreos 11: 9-13, ¿qué significa para ti vivir como extranjero y peregrino a la espera de la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios?
III. EL DESAFÍO DE LA TIERRA
Lee Josué 13: 1-7. Aunque la tierra de Canaán fue un regalo de Dios, ¿cuáles fueron algunos de los desafíos que supuso poseerla?
Dado que durante siglos los israelitas habían vivido como esclavos, carecían de habilidades militares para conquistar la tierra. Ni siquiera sus amos, los egipcios, con sus ejércitos hábiles y bien equipados, fueron capaces de ocuparla permanentemente. Los egipcios nunca conquistaron Canaán por completo debido a lo inexpugnable de sus ciudades amuralladas. Ahora se le decía a una nación de antiguos esclavos que conquistara una tierra que sus antiguos amos habían sido incapaces de someter. Eso solo sería posible por la gracia de Dios, no por su propio esfuerzo.
Los capítulos 13 a 21 de Josué se refieren a la distribución de la tierra entre las distintas tribus de Israel. Tal distribución incluye no solo lo que había sido asignado a Israel, sino también lo que este debía aún ocupar dentro de ese territorio. Los israelitas podían vivir con seguridad en la tierra que Dios les había concedido como herencia. Eran, por así decirlo, los legítimos inquilinos de la tierra que pertenece a Dios. Sin embargo, la iniciativa de Dios debía estar acompañada de una respuesta humana. La primera mitad del libro muestra cómo Dios otorgó la tierra a su pueblo, desposeyendo a los cananeos. La segunda mitad relata cómo Israel tomó la tierra y se asentó en ella. Esta complejidad de la conquista ilustra la dinámica de nuestra salvación. Al igual que Israel, no podemos hacer nada para obtener la salvación (Efe. 2: 8, 9), ya que esta es un regalo, así como la tierra fue un regalo de Dios a Israel basado en la relación de pacto entre ambos. Ciertamente, no se basó en los méritos del pueblo (ver Deut. 9: 5).
Sin embargo, para que los israelitas pudieran disfrutar del regalo de Dios, tuvieron que asumir todas las responsabilidades que conllevaba vivir en la tierra. De manera semejante, nosotros debemos pasar por el proceso de la santificación, la obediencia amorosa a los requerimientos divinos, para ser ciudadanos del Reino de Dios. A pesar de las diferencias entre esas dos realidades, el paralelismo entre la recepción de la tierra por gracia y el acceso a la salvación por gracia se asemejan considerablemente. Hemos recibido un don maravilloso, pero podemos perderlo si no somos cuidadosos.
¿Cómo se enfrentan hoy los cristianos a desafíos similares a los relacionados con la ocupación de la Tierra Prometida? Ver Filipenses 2: 12 y Hebreos 12: 28.
IV. EL JUBILEO
La tierra era tan fundamental para la existencia de Israel como pueblo de Dios que debía distribuirse entre las tribus y las familias (Núm. 34: 13-18) para evitar que se convirtiera en posesión de unas pocas élites dirigentes.
Lee Levítico 25: 1-5, 8-13. ¿Cuál era la finalidad del año sabático y del jubileo?
En contraste con Egipto, donde los ciudadanos perdían regularmente sus tierras y se convertían en siervos del faraón, el propósito de Dios para los israelitas era que nunca quedaran indefinidamente privados de su propiedad y sus derechos. Nadie fuera de las familias a las que la tierra había sido asignada originalmente podría poseerla. De hecho, según el plan de Dios, la tierra nunca podría ser vendida, sino solo arrendada según su valor establecido, y solo durante el número de años que restaban hasta el siguiente Jubileo. Por lo tanto, los parientes de una persona que se había visto obligada por las circunstancias a «vender» su tierra ancestral tenían el deber de rescatarla incluso antes de que llegara el Jubileo (Lev. 25: 25).
La repartición de la tierra se convirtió, por así decirlo, en una ventana que permitía contemplar el corazón de Dios. Como nuestro Padre Celestial, él quería que sus hijos fueran generosos con los menos afortunados y permitieran que sus tierras los alimentaran cada séptimo año. El año sabático aplicaba el principio del mandamiento del sábado a mayor escala. Además de valorar y fomentar el trabajo, la propiedad de la tierra también exigía respeto y amabilidad hacia quienes enfrentaban dificultades económicas.
La legislación acerca de la propiedad de la tierra proporcionaba a cada israelita la oportunidad de liberarse de circunstancias opresivas heredadas o propias y de tener un nuevo comienzo en la vida.
En esencia, este es el principal propósito del evangelio: borrar la distinción entre ricos y pobres, empresarios y empleados, privilegiados y desfavorecidos, poniéndonos a todos en pie de igualdad al reconocer nuestra total necesidad de la gracia de Dios.
Desgraciadamente, Israel no cumplió la norma establecida por Dios y, al cabo de los siglos, se hicieron realidad las advertencias de desposesión (2 Crón. 36: 20, 21).
¿Cómo pueden los principios de la asignación de tierras a Israel y el sábado recordarnos que, a los ojos de Dios, todos somos iguales? ¿Cómo puede el sábado ayudarnos a decir «no» a la explotación y el consumismo que arruinan a muchas sociedades?
V. LA TIERRA RESTAURADA
Lee Jeremías 24: 6; 31: 16; Ezequiel 11: 17; 28: 25; 37: 14, 25. ¿Cuál fue la promesa de Dios acerca del regreso de Israel a la Tierra Prometida y cómo se cumplió?
Durante el exilio babilónico, los israelitas experimentaron la triste realidad de vivir como forasteros en tierra ajena, pero también la promesa de que su relación con Dios no estaba condicionada ni limitada a la posesión de la tierra. Cuando los israelitas confesaron sus pecados, se arrepintieron y buscaron al Señor de todo corazón, Dios cumplió de nuevo su promesa y los llevó nuevamente a su tierra como señal de su restauración. Eso significaba que él era su Dios aun cuando no estuvieran en la tierra.
Sin embargo, así como la promesa de que Israel poseería la tierra para siempre era condicional (Deut. 28: 63, 64; Jos. 23: 13, 15; 1 Rey. 9: 7; 2 Rey. 17: 23; Jer. 12: 10-12), también lo era la promesa de reasentar y hacer prosperar a Israel en la tierra después del exilio. Al mismo tiempo, los profetas del Antiguo Testamento apuntaban a una restauración que sería obra de un futuro rey davídico (Isa. 9: 6, 7; Zac. 9: 9, 16). Esta promesa se cumplió en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, en quien se harían realidad todas las promesas hechas al antiguo Israel.
En el Nuevo Testamento no se menciona directamente la Tierra Prometida, pero se nos dice que las promesas de Dios se han cumplido en Jesucristo y por medio de él (Rom. 15: 8; 2 Cor. 1: 20). En consecuencia, la tierra es reinterpretada a la luz de Cristo y se convierte en el símbolo de las bendiciones espirituales que Dios planea dar a su pueblo fiel aquí y ahora (Efe. 2: 6), y en el futuro.
El cumplimiento definitivo de la promesa divina del reposo, la abundancia y el bienestar en la tierra tendrá lugar en la Tierra Nueva, liberada del pecado y sus consecuencias. En ese sentido, nuestra esperanza como cristianos se basa en la promesa del regreso de Cristo, quien establecerá su Reino eterno en la Tierra hecha nueva tras un período de mil años en el Cielo. Este será el cumplimiento final de todas las promesas acerca de la Tierra.
Lee Juan 14: 1-3; Tito 2: 13 y Apocalipsis 21: 1-3. ¿Qué esperanza final encontramos en estos versículos y por qué la muerte de Jesús nos garantiza su cumplimiento?
CONCLUSIÓN
Lee las páginas 652-657 del capítulo «El fin del conflicto» en el libro El conflicto de los siglos, de Elena G. de White.
«Estaremos eternamente salvados cuando entremos por las puertas en la ciudad. Entonces podremos alegrarnos de que estamos salvados, eternamente salvados. Hasta entonces, debemos prestar atención al mandato del apóstol: “Siendo que la promesa de entrar en su reposo permanece aún, cuiden que ninguno de ustedes parezca rezagado” [Heb. 4: 1]. El conocimiento acerca de Canaán, la entonación de sus cánticos y el regocijo ante la perspectiva de entrar en ella no llevaron a los hijos de Israel a los viñedos y olivares de la Tierra Prometida. Solo podían hacerla suya ocupándola, cumpliendo las condiciones para ello, ejerciendo una fe viva en Dios y apropiándose de sus promesas» (Elena G. de White, «Christlike religion», The Youth’s Instructor, 17 de febrero de 1898).
«En la Biblia se llama a la herencia de los bienaventurados una patria (Hebreos 11: 14-16). Allí conduce el divino Pastor a su rebaño a los manantiales de aguas vivas. El árbol de vida da su fruto cada mes, y las hojas del árbol son para el servicio de las naciones. Allí hay corrientes que manan eternamente, claras como el cristal, al lado de las cuales se mecen árboles que echan su sombra sobre los senderos preparados para los redimidos del Señor. Allí las vastas llanuras se convierten en bellísimas colinas y las montañas de Dios elevan sus majestuosas cumbres. En aquellas pacíficas llanuras, al borde de aquellas corrientes vivas, es donde el pueblo de Dios, que por tanto tiempo anduvo peregrino y errante, encontrará un hogar» (Elena G. de White, El conflicto de los siglos, p. 654).
Preguntas para dialogar:
Piensa en la Tierra Prometida como un símbolo de la vida abundante que Cristo ofrece a sus seguidores en Juan 10: 10. ¿De qué manera los beneficios de vivir en una tierra de abundancia ilustran las bendiciones de la salvación?
¿Qué relación existe entre ser ciudadanos de una tierra en particular y tener un determinado estilo de vida? ¿Cómo afecta una cosa a la otra? ¿Qué implica ser ciudadano del Reino de Dios?
Como seres humanos nos vemos constantemente decepcionados por las promesas que otros nos hacen y, a veces, por las que nos hacemos a nosotros mismos. ¿Por qué puedes confiar en las promesas de Dios?
¿Cómo podemos hacer que la promesa de la tierra nueva forme parte de nuestro futuro de manera real y concreta, incluso ahora?
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