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Venciendo el engaño - Rumbo al hogar

“Al regresar, prepararon especias aromáticas y ungüentos; y des- cansaron el sábado, conforme al mandamiento” (Lucas 23:56).

INTRODUCCIÓN

Vivimos en una sociedad que cambia constantemente. No hace muchos años todavía leíamos las noticias en la prensa y usábamos el celular solo para hacer llamadas. Estos cambios continúan y continuarán ocurriendo. No hay duda de aquello. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de la ley de Dios. Ni menos podemos afirmar que Dios reemplazó el sábado por el domingo, como el nuevo día de reposo.

A pesar de que Jesús nunca afirmó haber cambiado la ley (Mateo 5:17, 18), algunos argumentan que el cambio del día de descanso ocurrió tácitamente al momento de su resurrección. El problema que con- lleva acreditar tal cosa es que nunca, ni Jesús ni los escritores del Nuevo Testamento, afirmaron aquello. Todo lo contrario, al examinar el relato de la resurrección, podemos decir que Jesús guardó el sábado y sus seguidores hicieron lo mismo. Si bien Mateo, Marcos y Juan describen el evento de la resurrección, nuestro estudio estará centrado mayormente en Lucas (Lucas 23:50-24:10).

EL DÍA DE LA PREPARACIÓN (Luc. 23:50-54)

Lucas informa que entre los testigos que contemplaron la muerte de Jesús estaban “todos sus conocidos, y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea” (Lucas 23:49). Es posible que uno de estos conocidos haya sido José de Arimatea, quien no solo era un hombre bueno y justo, sino que además no habría estado de acuerdo con la crucifixión de Jesús (Lucas 23:50-51). José era miembro del Concilio, es decir, del Sanedrín, y además era un discípulo de Jesús (Juan 19:38). Fue José quien pidió el cuerpo de Jesús a Pilato, y quien “lo puso en un sepulcro abierto en una peña, en el cual aún no se había puesto a nadie” (Lucas 23:53).

Lucas indica que era el “día de la preparación” y que el sábado estaba casi comenzando (Lucas 23:54). El “día de la preparación” es una referencia al viernes (Marcos 15:42), y el hecho de que José se haya apresurado en pedir el cuerpo de Jesús para luego depositarlo en la tumba, indica que él continuaba guardando el sábado como día de reposo. Esto es importante, porque si José era un discípulo de Jesús (Juan 19:38), es válido preguntarse por qué Jesús no le comunicó que el día de reposo había cambiado. Es decir, si Jesús realmente tenía la intención de cambiar el sábado por el domingo, él no solo habría predicho su muerte, algo que Jesús anunció en más de una oportunidad (Lucas 9:22, 43-44; 18:31-33), sino además habría proclamado que él respaldaría tal cambio. Y que mejor que contárselo a sus discípulos. El comportamiento de José, no obstante, demuestra lo contrario. Pues describe el actuar de un hombre preocupado de no quebrantar el sábado.

Esto nos enseña que para los discípulos de Jesús la ley era inmuta- ble, y respetaron su observancia incluso en ocasión de la muerte del Maestro. Ellos habrían aprendido esto de Jesús, quien, según Lucas, así como también lo leemos en otros evangelios, interpretó el sábado en términos de servicio, enfatizando la importancia de hacer el bien en este día (Lucas 6:6-11; 13:10-17; 14:1-6). Nunca, sin embargo, Jesús ataca el sábado. Lo que él critica, como Señor del sábado (Lucas 6:5), es el legalismo hipócrita que usurpó su sentido bíblico (Lucas 14:1-6).

LAS MUJERES, LOS UNGÜENTOS Y EL SÁBADO

(Lucas 23:55-56)

Las mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea y que, como vimos, anteriormente fueron testigos de su muerte (Lucas 23:49), siguieron a José y vieron el lugar en el que Jesús había sido crucificado (Lucas 23:55). Ellas, nos dice Lucas, compraron especias aromáticas y perfumes y luego descansaron en el día de reposo (Lucas 23:56). Vale la pena resaltar que Lucas añade que ellas realizaron esto conforme al mandamiento (Lucas 23:56), una expresión que nos remite a la observancia del decálogo.

En Lucas, el término mandamiento, además de la mención que lo vincula a estas mujeres (Lucas 23:56), ocurre tres veces (Lucas 1:6; 15:29; 18:20), y en dos apunta a la ley de Dios. Primero, Zacarías y Elizabet, los padres de Juan el bautista, “eran justos delante de Dios y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (Lucas 1:6, énfasis añadido). En segundo lugar, cuando cierto hombre prominente le preguntó a Jesús lo que debía hacer para heredar la vida eterna, Jesús le respondió enumerando cinco de los diez mandamientos (Lucas 18:18-20). Tanto en el ejemplo de los padres de Juan el bautista y la respuesta de Jesús al dirigente judío, el vocablo “mandamiento está relacionado con el decálogo, y en cómo los preceptos que él contiene son importantes y deben ser observados.

Lo anterior significa que cuando Lucas nos dice que las mujeres descansaron en el sábado, ellas estaban actuando de una manera justa e irreprensible, imitando el accionar de Zacarías y Elizabet. Sin embargo, el comportamiento justo que ellas tuvieron no estaba vinculado únicamente con el decálogo en general, sino en particular con el cuarto mandamiento. Esto es, el sábado (Éxodo 20:8-11; Deuteronomio 5:12-15).

Así como José de Arimatea se preocupó de no quebrantar el precepto bíblico del sábado, estas mujeres no fueron inmediatamente al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús (Marcos 16:1), sino que decidieron obedecer el mandamiento del sábado (Lucas 23:56-24:1). Esto nos indica que estas mujeres, así como notamos en el caso de José de Arimatea, nunca oyeron a Jesús enseñando que el sábado había sido abolido. Incluso, podemos afirmar que ellas tampoco escucharon que Jesús anularía la observancia sabática; o, que futuramente revocaría su validez al momento de su muerte o en ocasión de su resurrección. Si ese hubiera sido el caso, ellas, y José de Arimatea, no habrían esta- do preocupadas por cumplir el mandamiento del sábado.

Claramente Jesús observó el sábado, y en Lucas encontramos varios ejemplos ilustrando la opinión que Jesús tenía acerca de este día. Al comenzar su ministerio, por ejemplo, Jesús visita la ciudad donde había crecido, Nazaret; y, conforme a que lo él que acostumbraba a hacer, entró en una sinagoga en el sábado (Lucas 4:6). El hecho de que Lucas asocie lo que Jesús hacía en el sábado con el vocablo “costumbre”, nos indica que la observancia sabática era una cuestión habitual en la vida de Jesús. Esto queda en evidencia al notar cómo Lucas describe a Jesús enseñando y ministrando en las sinagogas en el sábado (Lucas 4:31; 6:6; 13:10). En Lucas, como en el resto del Nuevo Testamento, no encontramos evidencia de que Jesús haya instruido a sus discípulos, o a las audiencias que ministraba, que él pensaba abolir el sábado en algún momento futuro. Si bien, como notamos, Jesús censuró la observancia equivocada del sábado, sus críticas buscaban interpretar lo que el sábado significa bíblicamente, y no que este llegaría al fin con su muerte.

El sábado, observado desde la perspectiva correcta, es una bendición, y es un recuerdo de que la restauración de este mundo caído está a las puertas. Jesús no solo enseñaba en el sábado, sino que también procuraba el bien de las personas. Jesús curó a hombres y mu- jeres que sufrían, y fue en el sábado cuando fueron libertados (Lucas 6:6-11; 14:1-6). Esto nos enseña que para Jesús el sábado representa la renovación futura, y sirve como una reminiscencia constante que él es el Creador y Restaurador de este mundo, y que muy pronto descansaremos con él por los siglos de siglos. Al observar el sábado, por lo tanto, anunciamos que Dios es nuestro creador, y que él es nuestra única esperanza en un mundo que está a la deriva.

EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA (Lucas 24:1-10)

Fue en el primer día de la semana, es decir, el domingo, cuando las mujeres finalmente van al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús (Lucas 24:1). A diferencia del sábado, el domingo, así como el viernes, no tienen un nombre específico ni en Lucas, ni en la Biblia. Como vimos, el viernes es llamado el día de preparación (Lucas 23:54; Mateo 27:62), o víspera del sábado (Marcos 15:42); y el domingo, el primer día (Lucas 24:1). De este modo, el día alrededor del cual todos los demás días tienen sentido es el séptimo día, pues es el único al que Dios bendijo (Génesis 2:1-3).

Para sorpresa de las mujeres, la piedra que aseguraba la entrada al sepulcro había sido removida (Mateo 28:1-2; Marcos 16:1-4); por lo cual, al entrar no hallaron el cuerpo de Jesús (Lucas 24:2-3). La tumba vacía las dejó perplejas; y así espantadas notaron como dos hombres con ropas resplandecientes estaban parados en frente de ellas (Lucas 24:4). La presencia de estos hombres, quienes en el relato pueden ser identificados como ángeles (Mateo 28:5-6), causaron que estas mujeres en temor inclinaran sus rostros a tierra (Lucas 24:5). Los ángeles, sin embargo, las animaron con un mensaje que habría de cambiar completamente el mundo: Jesús ha resucitado (Lucas 24:5-6).

Las palabras de los ángeles, como ellos mismos afirman, son simplemente el cumplimiento de lo que Jesús anunció a sus discípulos en más de una oportunidad (Lucas 9:22, 43-44; 18:31-33): “Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día” (24:7). Note bien que el mensaje no dice en ninguna parte que el sábado está siendo abolido, o que la resurrección de Jesús es un símbolo de una nueva era en términos de cómo debemos entender el decálogo. El foco del encargo angélico está en que la promesa de la resurrección se ha concretado, y la buena nueva se ha cumplido en Jesús.

Es clave también notar que en la escena los ángeles les dicen a las mujeres: “Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea” (Lucas 24:6). Al decir “acordaos”, los ángeles declaran que estas mujeres, junto a los discípulos, eran también parte del cuerpo de seguidores de Jesús. Asimismo, el hecho de que los ángeles mencionen la región de Galilea, nos indica quien eran ellas. Es únicamente Lucas, por cierto, quien cuenta que los que acompañaban a Jesús no solo eran los doce, sino además “...algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes” (Lucas 8:2-3).

Esta información concuerda con lo que el mismo Lucas indica, quien, casi al final del relato de la crucifixión, revela el nombre de algunas de ellas: María Magdalena, Juana, y María, quien era la madre de Jacobo (Lucas 24:10). Es interesante notar que Lucas también dice que había otras junto a ellas, las cuales él omite citar por nombre (Lucas 24:10). Esto implica que no fueron solo tres personas las que informaron a los discípulos que la tumba estaba vacía y que Jesús había resucitado, sino un grupo mayor compuesto por aquellas mujeres que habían venido con él desde Galilea (Lucas 23:55-24:1).

Al escuchar el mensaje de los ángeles, Lucas dice que ellas se acordaron de las palabras de Jesús (Lucas 24:8). Es decir, ellas también fueron instruidas por él, quien, quebrantando los estereotipos de la época, permitió que mujeres lo siguieran y escucharan sus enseñanzas. Uno de estos casos es el de María, hermana de Marta, “la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra” (Lucas 10:39). Ella, al hacer esto, habría escogido la mejor parte, la cual no le sería quitada (Lucas 10:42).

Si asumimos que esta María es la misma María Magdalena, de la cual habían salido siete demonios (Lucas 8:2), ella habría escuchado de parte de Jesús no únicamente la predicción de su muerte, mas también otro tipo de enseñanzas. De esta manera, si Jesús hubiera tenido la intención de cambiar el sábado por el domingo, ella, junto al resto de las mujeres, tendrían esa instrucción en mente, y no ha- brían descansado de sus labores en sábado. Por otro lado, es posible que alguien argumente que quizás Jesús instruyó secretamente a sus discípulos acerca de la abolición del sábado. Este cuestionamiento, puede ser respondido desde dos ángulos.

Primero, en el evangelio de Juan es el propio Jesús quien afirma que él no ha dicho nada de manera oculta, para lo cual invita a sus interrogadores a que pregunten públicamente a los que han oído su mensaje lo que él les ha hablado (Juan 18:20-21). Si bien es cierto que existen instancias en las cuales Jesús instruye a sus discípulos privadamente, en ninguna de estas instancias Jesús invalida la ley, y más específicamente el sábado (Lucas 8:9-18; Mateo 13:10.17; Marcos 4:10-12). En segundo lugar, aun asumiendo hipotéticamente el caso de que Jesús le reveló a sus discípulos algún tipo de cambio en el decálogo, el comportamiento de José y las mujeres nos dice lo contrario. Tanto José como las discípulas de Jesús observaron el sábado conforme al mandamiento, lo cual claramente establece que Jesús nunca les enseñó acerca de la invalidez, o de algún tipo de cambio que ocurriría con el día de reposo.

CONCLUSIÓN

Aunque el mundo y sus costumbres cambien, la observancia del sá- bado sigue inmutable. Jesús no remplazó el sábado por el domingo. Si así hubiera sido, Lucas habría registrado algún discurso en el que Jesús habría dicho aquello. Al mismo tiempo, si Jesús les comunicó secretamente a sus discípulos que el sábado sería abolido en ocasión de su muerte, el comportamiento de José de Arimatea y las mujeres habría sido otro. De un modo contrario, ambos grupos demuestran en su accionar ser fieles en la observancia del día de reposo. Por lo tanto, al leer Lucas y el Nuevo Testamento, notamos que el sábado no ha sido abolido, y sigue siendo el recuerdo perpetuo de que somos sus criaturas.

INVITACIÓN

En un mundo cambiante, el sábado nos recuerda que la ley de Dios, el reflejo de su carácter, no cambia. Esto incluye el sábado, el cuarto mandamiento del decálogo. El sábado es una invitación que el Señor nos hace para recordar que fuimos creados por él, y que la restauración de todas las cosas está cerca. Lo invito a orar para que en el sábado proclamemos el poder de Dios, y al descansar reconozcamos que, como seres humanos, necesitamos de su gracia para seguir existiendo.

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