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Los Hijos de la Promesa - El Pacto eterno

“He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).
“Un padre y su hija de diez años pasaban sus vacaciones a la orilla del mar. Un día salieron a disfrutar de un baño en el mar y, aunque ambos eran buenos nadadores, a cierta distancia de la orilla se separaron. El padre, al darse cuenta de que la marea los estaba adentrando al mar, le gritó a su hija: ‘¡María, voy a la playa a buscar ayuda. Si te cansas, ponte de espalda. Puedes flotar todo el día de esa manera. Volveré por ti!’
“En poco tiempo, había muchos buscadores y botes que recorrían la superficie del agua en busca de la niñita. Pasaron cuatro horas antes de que la encontraran, lejos de la costa, pero flotaba tranquilamente sobre su espalda y no estaba para nada asustada. Con aplausos y lágrimas de alegría y alivio, recibieron a los rescatistas cuando regresaron a tierra con su preciosa carga, pero la niña se tomó todo con calma. Ella dijo: ‘Papá dijo que podía flotar todo el día sobre mi espalda y que él vendría por mí; así que, nadé y floté, porque sabía que él vendría’ ” (H. M. S. Richards, “When Jesus Comes Back”, Voice of Prophecy News, marzo de 1949, p. 5).
Reseña de la semana: ¿Por qué el Señor dijo que era el escudo de Abram? 
¿Cómo iban a ser bendecidas por medio de Abraham “todas las familias de la Tierra”? ¿Cuál es la más grande de todas las promesas del Pacto?

I. TU ESCUDO

“Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande. Y respondió Abram:  Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mí casa es ese damasceno Eliézer? Dijo también a Abram: Mira no me has dado prole, y he aquí que será mí heredero un esclavo nacido en mí casa. (Génesis 15:1-3)

¿Por qué lo primero que el Señor le dice a Abram es “No temas”? ¿Por qué habría de temer Abram?
Lo especialmente interesante aquí es que el Señor le dice a Abram “Yo soy tu escudo”. El uso del adjetivo posesivo “tu” muestra la naturaleza personal de la relación. Dios se relacionará con él en forma individual, como con todos nosotros.

La designación de Dios como “escudo” aparece aquí por primera vez en la Biblia y es la única vez que Dios la utiliza para darse a conocer, aunque otros escritores bíblicos usan el término para hablar acerca de Dios (Deuteronomio 33:29; Salmos 18:30; 84:11; 144:2).

Cuando Dios se designa a sí mismo como escudo de alguien, ¿qué significa eso? ¿Significó algo para Abram que quizá no signifique nada para nosotros hoy? ¿Podemos reclamar esa promesa para nosotros? ¿Significa que no nos sobrevendrá ningún daño físico? ¿En qué sentido Dios es un escudo? ¿Cómo entiendes esa imagen?

“Cristo no manifiesta un interés casual en nosotros; el suyo es más fuerte que el de una madre por su hijo [...]. Nuestro Salvador nos ha comprado con sufrimiento y dolor, con insultos, reproches, abusos, burlas, rechazos y la muerte. Él vela por ti, tembloroso hijo de Dios. Él te dará seguridad bajo su. protección. [...] La debilidad de nuestra naturaleza humana no nos impedirá acceder al Padre celestial, porque él [Cristo] murió para interceder por nosotros” (SD, 77).

En apariencia, Rolando había sido un fiel seguidor del Señor. Luego, de pronto murió en forma inesperada. 
¿Qué pasó con Dios como su escudo? ¿O debemos entender la idea de Dios como nuestro escudo de una manera diferente? ¿De qué nos promete Dios protegernos siempre? 
"No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no permitirá que seais tentados más de lo que podéis resistir, sino que proveerá también juntamente con la tentación la vía de escape para que podáis soportar" (1 Corintios10:13.)
¿Qué efecto debería tener la promesa de Dios de una Tierra Nueva en nuestra experiencia cristiana personal? (Comparar con Mateo 5:5; 2 Corintios 4:17, 18; Apocalipsis 21:9, 10; 22:17.)

II. LA PROMESA DEL MESÍAS: PRIMERA PARTE

“Todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente” (Génesis 28:14).
“Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29).

Más de una vez el Señor dijo a Abraham que en su simiente –su descendencia– todas las naciones de la Tierra serían bendecidas (ver además Génesis 12:3; 18:18; 22:18). 
Esta maravillosa promesa del Pacto se repite porque, de todas las promesas, esta es la más importante, la más duradera, la que hace que todas las demás valgan la pena. En cierto sentido, esta fue la promesa del surgimiento de la nación judía, a través de la cual el Señor quería que “todas las familias de la tierra” conocieran al Dios verdadero y su plan de salvación. Sin embargo, la promesa alcanza su cumplimiento completo solo en Jesucristo –quien provino de la simiente de Abraham–, aquel que en la Cruz pagó por los pecados de “todas las familias de la tierra”.

Piensa en la promesa del Pacto hecha después del Diluvio (en la que el Señor prometió no volver a destruir el mundo mediante agua). 
¿Qué bien supremo implicaría esto sin la promesa de redención que se encuentra en Jesús? ¿Qué bien supremo sería cualquiera de las promesas de Dios sin la promesa de la vida eterna que se encuentra en Cristo?

¿Cómo entiendes la noción de que en Abraham, a través de Jesús, “todas las familias de la tierra” serían bendecidas? ¿Qué significa eso?
Indudablemente, la promesa del Pacto del Salvador del mundo es la más grande de todas las promesas de Dios. El Redentor mismo se convierte en el medio por el que se cumplen los compromisos del Pacto y todas sus demás promesas. A todos (tanto judíos como gentiles) los que se unen a él se considera la verdadera familia de Abraham y herederos de la promesa (Gálatas 3:8, 9, 27-29); es decir, la promesa de vida eterna en un entorno sin pecado, en el cual el mal, el dolor y el sufrimiento nunca volverán a surgir. ¿Te puedes imaginar una promesa mejor que esa?

La promesa de la vida eterna en un mundo sin pecado ni sufrimiento ¿qué tiene, que nos atrae tanto? ¿Podría ser que la anhelemos porque para eso fuimos creados originalmente, y que estemos deseando algo que es esencial a nuestra 
naturaleza?

III. LA PROMESA DEL MESÍAS: SEGUNDA PARTE

“Para disfrutar de la verdadera felicidad, debemos viajar a un país muy lejano, e incluso fuera de nosotros mismos” (Thomas Browne).
Analiza la cita anterior, escrita en el siglo XVII. ¿Estás de acuerdo con ella o no? Léela en el contexto de 1 Tesalonicenses 4:16 al 18 y de Apocalipsis 3:12.
Agustín escribió sobre la condición humana: 
“Esta misma vida, si tal se puede llamar, llena como está de tantos y tamaños males, nos atestigua que todo el linaje humano fue condenado. ¿Qué otra cosa nos indica la espantosa profundidad de la ignorancia, de donde proceden todos los errores que abarcan en su tenebroso seno a todos los hijos de Adán, de los que no puede librarse el hombre sin esfuerzo, dolor y temor? ¿Qué otra cosa indica el amor de tantas cosas inútiles y nocivas, del cual proceden las punzantes preocupaciones, las inquietudes, tristezas, temores, gozos insensatos, discordias, 
altercados, guerras, asechanzas, enojos, enemistades, engaños; la adulación, el fraude, el hurto, rapiña, perfidia, soberbia, ambición, envidia, homicidios, parricidios, crueldad, maldad, lujuria, petulancia, desvergüenza, fornicaciones, adulterios, incestos y toda serie de estupros de ambos sexos contra la naturaleza, que sería torpe citar; los sacrilegios, las herejías, blasfemias, perjurios, opresiones de inocentes, calumnias, asechanzas, prevaricaciones, falsos testimonios, juicios injustos, violencias, latrocinios y todo el cúmulo de males semejantes que no vienen ahora a la mente” (Agustín de Hipona, Ciudad de Dios, libro 22, cap. 22, párr. 1).
La cita de Agustín podría aplicarse a la mayoría de las ciudades de la actualidad. Sin embargo, lo escribió hace más de mil quinientos años. Poco ha cambiado la humanidad; por eso, la gente quiere evadirse.
Afortunadamente, por más difícil que sea nuestra situación ahora, el futuro es brillante, pero solo por lo que Dios hizo por nosotros a través de la vida, la muerte, la resurrección y el ministerio sumo sacerdotal de Jesucristo: el cumplimiento definitivo de la promesa del pacto que hizo a Abraham de que, en su simiente, todas las familias de la Tierra serán bendecidas.
Al mismo tiempo, busca algún pasaje bíblico que encuentres que hable de lo que Dios nos ha prometido en Jesucristo (p. ej., Isaías 25:8; 1 Corintios 2:9; Apocalipsis 22:2-5). Medita sobre esas promesas. Hazlas tuyas. Solo entonces podrás comprender verdaderamente de qué se trata el Pacto.

IV. UNA NACIÓN GRANDE Y FUERTE...

Dios no solo prometió a Abraham que en él serían benditas todas las familias de la Tierra; el Señor aseguró que haría de él “una nación grande y fuerte” (Génesiß 18:18; ver además 12:2; 46:3); tremenda promesa para un hombre anciano, casado con una mujer que ya no estaba en edad de procrear. Por lo tanto, cuando Abraham no tenía descendencia ni aun un hijo, Dios le prometió ambas cosas.
No obstante, esta promesa no se cumplió por completo mientras Abraham vivió. Ni Isaac ni Jacob la vieron cumplirse. Dios se la repitió a Jacob, con la información adicional de que la promesa se cumpliría en Egipto (Génesis 46:3); aunque Jacob tampoco la vio. Finalmente, por supuesto, esa promesa se cumplió.
¿Por qué el Señor quiso hacer de la simiente de Abraham una nación especial? El Señor ¿solo quería otro país de determinado origen étnico? 
¿Qué propósitos iba a cumplir esta nación? Lee Éxodo 19:5 y 6; Isaías 60:1 
al 3; y Deuteronomio 4:6 al 8; y en las líneas siguientes, escribe la respuesta:
Resulta evidente, en las Escrituras, que Dios se propuso atraer a sí a las naciones del mundo a través del testimonio de Israel, que sería, bajo su bendición, un pueblo feliz, sano y santo. Una nación tal demostraría la bendición resultante de la obediencia a la voluntad del Creador. Las multitudes de la Tierra se sentirían atraídas a adorar al Dios verdadero (Isa. 56:7). Por lo tanto, la atención de la humanidad se dirigiría hacia Israel, hacia su Dios y al Mesías, que se manifestaría en medio de ellos, el Salvador del mundo.

“Los hijos de Israel debían ocupar todo el territorio que Dios les había señalado. Las naciones que habían rechazado el culto y el servicio al Dios verdadero debían ser desposeídas. Pero el propósito de Dios era que, por medio de la revelación de su carácter a través de Israel, los hombres fueran atraídos a él. La invitación del evangelio debía darse a todo el mundo. Por medio de la enseñanza del sistema de sacrificios, Cristo debía ser levantado ante las naciones, y todos los que lo miraran vivirían” (PVGM, 236, 237).
¿Puedes ver algún paralelismo entre lo que el Señor quería hacer a través de Israel y lo que quiere hacer a través de nuestra iglesia? Si es así, ¿cuáles son esos paralelismos? 
"Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable". 1 Pedro 2:9.
Somos el medio por el cual Dios va a transformar el medio donde vivimos.

V. “ENGRANDECERÉ TU NOMBRE”

“Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición” (Génesis 12:2).
En Génesis 12:2, Dios promete engrandecer el nombre de Abram; es decir, hacerlo famoso. ¿Por qué querría el Señor hacer eso por un pecador, sin importar cuán obediente y fiel fuera? ¿Quién merece ser “engrandecido”? (Ver Romanos 4:1-5; Sant. 2:21-24.) 
¿Lo engrandeció Dios para beneficio personal de Abram o esto representaba algo más?
Compara Génesis 11:4 con 12:2. ¿Cuál es la gran diferencia entre los dos? 
¿En qué sentido un pasaje representa la “salvación por obras”; y el otro, la “salvación por fe”?

Por más que el plan de salvación se base solo en la obra de Cristo en nuestro favor, nosotros también formamos parte como destinatarios de la gracia de Dios. Tenemos un papel que desempeñar; nuestro libre albedrío adquiere protagonismo. El Gran Conflicto, la batalla entre Cristo y Satanás, todavía se manifiesta en nosotros y a través de nosotros. La humanidad y los ángeles observan lo que sucede con nosotros en el Conflicto (1 Corintios 4:9). 
Por ende, quiénes somos, qué decimos, qué hacemos, tiene mucha importancia más allá de nuestra esfera inmediata; de hecho, tiene implicaciones que en cierta medida pueden repercutir en todo el Universo. Con nuestras palabras, nuestras acciones, incluso nuestras actitudes, podemos ayudar a glorificar al Señor, quien hizo tanto por nosotros, o podemos acarrear vergüenza sobre él y su nombre. Por lo tanto, cuando el Señor dijo a Abraham que engrandecería su nombre, seguramente no lo dijo en el mismo sentido que el mundo emplea para hablar de alguien que tiene un gran nombre. 
Lo que engrandece un nombre a la vista de Dios es el carácter, la fe, la obediencia, la humildad y el amor por los demás; rasgos que, si bien a menudo el mundo los respeta, no suelen ser los factores que consideraría esenciales para engrandecer el nombre de alguien.
Fíjate en algunos hombres y mujeres que tienen “grandes” nombres en el mundo actual, ya sean actores, políticos, artistas, ricos, lo que sea. ¿Qué tiene esta gente que la ha hecho famosa? Compara eso con la grandeza de Abraham. 
¿Qué nos dice eso acerca de lo distorsionado que es el concepto de grandeza del mundo? ¿Cuánto de esa actitud mundana también impacta en nuestra visión de la grandeza?

CONCLUSIÓN

“No fue una prueba ligera la que soportó Abraham, ni tampoco era pequeño el sacrificio que se requirió de él. [...] Pero no vaciló en obedecer el llamado. Nada preguntó en cuanto a la Tierra Prometida [...]. Dios había hablado, y su siervo debía obedecer; para él, el lugar más feliz de la Tierra era dónde Dios quería que estuviese” (PP, 104, 105).
 “La verdadera grandeza debía resultar del acatamiento a las órdenes de Dios y de la cooperación con su propósito divino” (1CBA, 306). 
Cuando Abram entró en Canaán, el Señor se le apareció y le dejó en claro que si bien él iba a residir temporalmente en la tierra, esta les sería entregada a sus descendientes (Génesis 12:7). Dios repitió esta promesa varias veces (ver Génesis 13:14, 15, 17; 15:13, 16, 18; 17:8; 28:13, 15; 35:12). 
Unos cuatrocientos años después, en cumplimiento de la promesa (Génesis 15:13, 16), el Señor anunció a Moisés que sacaría a Israel de Egipto a una tierra que fluía leche y miel (Éxodo 3:8, 17; 6:8). Dios le repitió la promesa a Josué (Josué 1:3), y en los días de David se cumplió en gran parte, pero no totalmente (Génesis 15:18-21; 2 Samuel8:1-14; 1 Reyes 4:21; 1 Crónicas 19:1-19).
Ahora lee Hebreos 11:9, 10, y 13 al 16. Estos versículos dejan en claro que Abraham y los demás patriarcas fieles veían a Canaán como un símbolo, o un auspicio, del hogar definitivo del pueblo redimido de Dios. En el contexto de pecado, no es posible ningún hogar permanente. La vida es pasajera, como “neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14). 
Como descendientes espirituales de Abraham, nosotros también debemos darnos cuenta de que “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir” (Hebreos 13:14). La certeza de la vida futura con Cristo nos mantiene firmes en este mundo presente de cambio y decadencia.

¡Promesas! ¡Cuán preciosas son para el creyente! ¿Se cumplirán? La fe responde que sí.

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