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Dios y la Violencia - Basta de Silencio

INTRODUCCIÓN

“Dijo, pues, Dios a Noé: ‘He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y yo los destruiré con la tierra’” (Génesis 6:13).
La violencia ha estado presente en diferentes contextos socioculturales a lo largo de la historia de la humanidad. Y en nuestro mundo posmoderno, vivimos momentos turbulentos, o a lo mejor, en un estado de violencia latente.
En todo el mundo, más de 50 mil mujeres son asesinadas cada año por sus compañeros actuales o pasados, por padres, hermanos, otras mujeres, e incluso hermanas y otros parientes, simplemente a causa del papel que ejerce en su condición de mujer.
En el Código Penal brasileño, el feminicidio, crimen considerado atroz, es el asesinato de una mujer cometido a razón de la condición de ser una persona del sexo femenino. Este tipo de crimen tiene como origen la violencia doméstica y familiar y/o el menosprecio o discriminación a la condición de mujer.
En Brasil, el feminicidio ocupa el quinto lugar en el ranking mundial de muertes contra mujeres y violencia doméstica. 
La investigación también señala que el aprendizaje de la violencia está en el corazón del comportamiento masculino violento: el 70% de los hombres que practican acciones violentas presenciaron violencia durante su infancia. Y este tipo de convivencia hace que incorporen un patrón de violencia en sus relaciones afectivas.
Otros estudios muestran que la mayoría de las veces el perfil del agresor es de personas ‘normales’, ‘ciudadanos de bien’; esto es, son blancos, negros, jóvenes, adultos, ancianos, ricos, pobres, desempleados, asalariados, padres de familia.
A pesar de que no hay un único perfil que caracterice al agresor, algunas de las características más descritas en la literatura sobre estas personas son la inflexibilidad cognitiva, la presencia de pensamientos distorsionados, la impulsividad y el hecho de no asumir la responsabilidad por sus acciones.

Con respecto a la edad de los agresores, los datos señalan que desde la adolescencia hasta la vejez se puede ser agresor. La edad no es algo determinante. 
La mayoría no tiene antecedentes criminales, y muy pocos tienen un registro de enfermedad mental.
Acerca de la escolaridad, el 47,6% de los hombres que agreden no terminaron la enseñanza primaria. Aunque según el análisis, el hecho de que el compañero esté desempleado, jubilado o tenga un trabajo informal aumenta en casi dos veces el riesgo de que este cometa violencia. De esta forma, podemos constatar que los agresores de mujeres no son monstruos, no son locos. Son hombres comunes.

Existe un dato nuevo y desconcertante en relación al feminicidio: Los estudios actuales muestran que en un 45% de los casos, los hombres que asesinaron a su pareja no tenían ningún antecedente violento conocido; entrarían en un amplio grupo que puede ser clasificado como agresores “eventuales”, y, por lo tanto, imprevisibles.
La gran mayoría de los agresores y asesinos de mujeres lleva una vida socialmente normal. Y, de esta forma, se percibe que no hay un único patrón; la violencia de género no puede ser tratada como un fenómeno homogéneo porque es heterogéneo y por múltiples causas.

El feminicidio es un crimen de odio. Este tipo de odio se esparce por el mundo moderno, se encuentra en São Paulo, en Georgia, en Berlín, en Siria, en Rusia, en Irak, en Los Ángeles, y en muchas otras partes del mundo. Este odio alcanza al ciudadano común y corriente, en la mayoría de los casos, en el contexto de una relación de pareja.
La agresividad puede ser considerada una cualidad natural humana, hasta vista como necesaria para impulsarnos, para comenzar, para las diversas oportunidades de la vida. Es posible afirmar que parte de esta energía se junta a nuestra intuición a la defensa contra predadores, o sea, es una porción del instinto de supervivencia.
Sin embargo, el desequilibrio de esta agresividad puede transformar a muchos de nosotros en verdaderos y peligrosos predadores, en una sociedad ya saturada de presiones psicológicas y exigencias morales que desafían nuestro equilibrio mental. 
El resultado de la suma de estos desequilibrios con nuestra herencia genética y el ambiente al cual estamos expuestos desde la infancia, crea condiciones favorables para el surgimiento de acciones de odio y de daño a nosotros mismos y a la sociedad.

I. ¿DE DÓNDE VIENE LA VIOLENCIA, SEGÚN LA ESCRITURA?

1° - LA VIOLENCIA NO VIENE DE DIOS
La creación es un acto de amor y poder, no de violencia. 
Nosotros debemos tener una comprensión más profunda de las raíces de la violencia.
En el mensaje de Dios a Noé, él deja claro que no es cómplice de la violencia humana: “Dijo, pues, Dios a Noé: ‘He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y yo los destruiré con la tierra’” (Génesis 6:13).

Después de ser expulsados del jardín del Edén, Adán y Eva tuvieron a sus dos primeros hijos, Caín y Abel. “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: “‘Por voluntad de Jehová he adquirido un varón’. Después dio a luz a su hermano Abel. Fue Abel pastor de ovejas y Caín, labrador de la tierra” (Génesis 4:1, 2).

Según Elena White, los dos hermanos “Conocían el medio provisto para salvar al hombre, y entendían el sistema de ofrendas que Dios había ordenado. Sabían que mediante esas ofrendas podían expresar su fe en el Salvador, a quien estas representaban, y al mismo tiempo reconocer su completa dependencia de él para obtener perdón; y sabían que sometiéndose así al plan divino para su redención, demostraban su obediencia a la voluntad de Dios” (PP, 58).

2° - LA VIOLENCIA PROVIENE DEL ODIO, LOS CELOS Y LA ENVIDIA QUE CULTIVAMOS EN NUESTRO CORAZÓN
Es razonable suponer que Caín imaginaba que, como primogénito, sería el elegido por su padre para recibir la bendición y un papel de liderazgo en la familia. Pero fue pasado por alto. De esta forma, Caín, sintiéndose inferior con respecto a su hermano menor, se cierra y se deja invadir por la envidia que crea odio contra quien tiene lo que él desea.

Ese sentimiento cultivado en el corazón está en la raíz de nuestras acciones violentas. Y según el relato bíblico, ese odio contra quien tiene lo que uno desea, es el verdadero responsable por la primera acción homicida de la humanidad. (Génesis 4:1-16).

Caín mata a Abel por una razón que viene de dentro del corazón: su egoísmo generó celos y envidia al punto de transformar su amor en odio. Este desequilibrio que involucra los celos y la envidia se vuelve claro cuando Caín lo expresa de forma violenta y asesina, llegando a negar el valor y la importancia del otro para afirmar la existencia de su propio valor.
Esto ocurre porque los celos llevan consigo varios sentimientos como el enojo, la envidia, el odio, la posesión y la baja autoestima, generando inseguridad y desarrollando un desequilibrio entre el deseo y la posesión.

“¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?", dijo el ángel: "Sí, eres guardián de tu hermano. Debes cuidar constantemente a tu hermano, interesarte en su bienestar, y manifestar un espíritu bondadoso y amante hacia él.” 1TI, 126.

3° - LA INDEPENDENCIA DE DIOS TAMBIÉN PROVOCA ACCIONES VIOLENTAS
Según Elena White, Caín “Prefirió depender de sí mismo. Se presentó confiando en sus propios méritos. No traería el cordero para mezclar su sangre con su ofrenda, sino que presentaría sus frutos, el producto de su trabajo. Presentó su ofrenda como un favor que hacía a Dios, para conseguir la aprobación divina” (PP, 59).

Caín se volvió idólatra, y esa idolatría provoca una división interna y una separación de Dios, lo que genera angustia e infelicidad y lo hace tener sentimientos hostiles y violentos en relación al otro.
Culpa al otro por su estado actual de infelicidad, y por eso debe ser eliminado o castigado de alguna forma. Y para tener éxito en esa experiencia de venganza, Caín se hace inhumano, actúa como un animal indomable, su racionalidad se transforma en violencia y despotismo.
Existe una impresionante falta de Dios. Pero Dios insiste en estar presente en la vida de Caín, y le hace una advertencia al preguntarle: “¿Por qué te has enojado y por qué ha decaído tu semblante? Si hicieras lo bueno, ¿no serías enaltecido?; pero si no lo haces, el pecado está a la puerta, achando. Con todo, tú lo dominarás” (Génesis 4:6, 7).

Esa orientación divina busca hacer que Caín reflexione sobre sí mismo, llevándolo a hacerse responsable por la frustración que experimentaba, dejando así de echarle la culpa al otro y ver la causa real de sus sufrimientos, pues negar esa realidad no es el camino para resolverlos.

Dios estaba promoviendo esa reflexión como una oportunidad para que Caín pudiese verse a sí mismo, estar quieto, a solas, para conocerse, autoanalizarse y así buscar de lo alto la fuerza para tener dominio propio.
La decisión de Caín fue de no hacer caso a esa reflexión propuesta por Dios. En su arrogancia, él comienza a escuchar sus propios deseos contaminados por el pecado. Caín no acepta la soberanía de Dios, se rehúsa a obedecerlo, y hace de sí mismo un dios.
Con una acción egoísta en su forma más perversa, convertido en envidia, en resentimiento, y finalmente en odio, concreta lo que siente con actos de violencia.
El pecado es predador y traicionero y queda escondido detrás de la puerta, a la espera para alimentar ese deseo de violencia asesina.

II – ¿QUÉ PODEMOS HACER PARA CONTROLAR ESA VIOLENCIA?

1º – ES NECESARIO NACER DE NUEVO
Si quiere verse realmente libre del dominio del pecado, es necesario nacer de nuevo para obtener un nuevo corazón y un nuevo espíritu (Salmo 51:10; Ezequiel 36:25-27; Isaías 57:15). 
Solamente el sacrificio de Jesús puede purificar al ser humano de su inmundicia, y hacerlo capaz de ofrecer un sacrificio que exprese la voluntad de Dios, puro y del agrado del Señor.
“Sólo por los méritos de Jesús son perdonadas nuestras transgresiones. Los que creen que no necesitan la sangre de Cristo, y que pueden obtener el favor de Dios por sus propias obras sin que medie la divina gracia, están cometiendo el mismo error que Caín. Si no aceptan la sangre purificadora, están bajo condenación. No hay otro medio por el cual puedan ser librados del dominio del pecado” (PP, 60).

2º –ES NECESARIO MÁS DE CRISTO EN MI VIDA
Existen muchos que creen que la especie humana no necesita redención sino “desarrollo”, que la especie humana puede perfeccionarse, elevarse y regenerarse.
Sin embargo, la humanidad no logra hacer eso por sí sola; necesita de Cristo. 
“La humanidad no tiene poder para regenerarse a sí misma. No tiende a subir hacia lo divino, sino a descender hacia lo satánico. Cristo es nuestra única esperanza” (PP, 60, 61). 
El fin de la violencia se resume en acercarse cada vez más a Dios y buscar tener un carácter semejante al de él.Génesis 4:9 dice: 
“Entonces Jehová preguntó a Caín: 
—¿Dónde está Abel, tu hermano? Y él respondió: —No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”. 

Caín se apartó de la presencia del Señor y dejó que la violencia lo dominara. Avanzó tanto en el pecado que perdió la intuición de la continua presencia de Dios y de su grandeza y omnisciencia. 
Así, recurrió a la falsedad para esconder su culpa. Por no permitir que Dios cuidara de sus emociones, el deseo homicida dominó, y Caín pasó a ser fugitivo y errante sobre la faz de la tierra.
Y así, la violencia que tuvo lugar en el caso de Caín y Abel sucede hoy con muchas mujeres que claman por justicia.

CONCLUSIÓN

Todos tenemos un enorme potencial para producir violencia. La fábrica productora de la violencia está dentro del ser humano, y no fuera de él.
El apóstol Santiago va en la misma dirección al hacer la pregunta: 
“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis y ardéis de envidia y nada podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Santiago 4:1, 2).

La respuesta de Santiago es directa: la violencia es fruto de lo que está dentro, de las pasiones que luchan dentro de cada uno. La violencia no debe ser aceptada, bajo ninguna forma y bajo ninguna hipótesis. Dios no creó la violencia, ni la quiere entre sus hijos.
Dios dio el siguiente testimonio de su Hijo Jesús y su misión: “Este es mi siervo, a quien he escogido; mi amado, en quien se agrada mi alma. Pondré mi Espíritu sobre él, y a los gentiles anunciará juicio. No contenderá, ni voceará, ni nadie oirá en las calles su voz. La caña cascada no quebrará y el pábilo que humea no apagará, hasta que haga triunfar el juicio. En su nombre esperarán los gentiles” (Mateo 12:18-21).

La iglesia debe ser una comunidad de paz, y esa paz debe ser llevada a todos aquellos que actúan con violencia en su hogar. 
¿Será que vamos a notar a esas personas? 
¿Será que vamos a ayudar a esas personas a no acercarse al borde del peñasco?
La policía no puede ni logrará supervisar la vida de todos. Nuestras leyes definen el comportamiento civil, pero no pueden domar la naturaleza pecaminosa del ser humano. 
Disparar siempre es peor que detener el disparo antes de que comience.
¡Trabajar para impedir la violencia es mucho mejor que reparar sus estragos! 
Jesús nos llama a aliviar y curar las heridas donde las personas son rechazadas y abusadas por otros; a conectarnos con los lastimados antes que ataquen y hieran a más personas en el vano intento de reducir el nivel de tensión y violencia a su alrededor, cuando la misma está instalada dentro de cada corazón y mente.

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