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El Alfolí _ Marcas de Fidelidad

Un niño recibió 10 reales de su padre en monedas y colocó una en el bolsillo izquierdo y las otras en el bolsillo derecho. El padre preguntó por qué y el niño respondió: “es el diezmo papá, yo separé para no olvidar”.

Abraham fue el primer diezmante de la Biblia. Él era rico (Génesis 15:18-20). Entregó su diezmo por la fe y la gratitud a Dios que ya lo había bendecido con muchos bienes. El importe del diezmo de Abraham fue enorme, pues entregó el diez por ciento de todo lo que tenía. Abraham podría pensar que Dios no necesitaría todo aquello, pero entregó libremente su diezmo sin cuestionar basado tan sólo en su fe. 
Jacob fue el segundo diezmante. Él era pobre (Génesis 28: 20-22). Jacob era nieto de Abraham y debía saber que su abuelo era diezmante. Su realidad era muy diferente, porque no tenía nada. Aun así Jacob hizo el voto de ser fiel entregando el diezmo de todo lo que recibiría. Él podría pensar que no tenía condiciones de donar nada y Dios no le pidió que fuese diezmante. 
Este deseo surgió en el corazón de Jacob basado tan sólo por su fe. Siendo rico o pobre la meta del cristiano es ser fiel.

ADMINISTRAR EL DIEZMO
El diezmo es sagrado por decreto divino. Dios estableció que pertenece exclusivamente a Él. Para facilitar la recolección del diezmo, los miembros lo traen a la iglesia local, pero el diezmo pertenece a la iglesia del mundo entero, no es de aquella congregación. 
Su centralización contribuye a la unidad de la iglesia. 
El factor determinante en el diezmo no es gratitud o generosidad, sino algo mucho más significativo. 
“Traed los diezmos al alfolí”. Malaquías 3:10 es la orden de Dios. No se extiende ninguna invitación a la gratitud o generosidad. Es una cuestión de simple honradez. El diezmo pertenece al Señor, y él nos ordena que le devolvamos lo que le pertenece” Ed, 115.

El sistema de diezmo fue instituido por Dios como “una educación adaptada para acabar con todo egoísmo, y cultivar la grandeza y la nobleza de carácter” Ed, 36.

A veces recibimos preguntas o escuchamos comentarios sobre la práctica de devolver los diezmos y las ofrendas. Creemos que la práctica actual de nuestra iglesia teniendo la Asociación como la casa del tesoro por la cual los pastores son pagados, es el plan más cercano a los principios de la Biblia. 
Una breve revisión de la práctica del diezmo en los “tiempos bíblicos” muestra que la presentación de diezmos y ofrendas a Dios era mucho más que un intercambio de dinero. 
Fue de hecho un punto alto de los servicios religiosos anuales y una ocasión para la reunión de todos los hijos de Israel.

HISTORIA ANTIGUA
Poco antes de morir, Moisés reunió a todo Israel e hizo 3 Sermones. Ellos están registrados para nosotros en la Biblia como el libro de Deuteronomio. 
Él afirmó que aunque estaban poblados y esparcidos por toda Canaán, tres veces al año ellos debían reunirse en la casa del Señor para alabanza, adoración y entrega de sus diezmos y ofrendas. 
“Más pasaréis el Jordán, y habitaréis en la tierra que Jehová vuestro Dios os hace heredar; y él os dará reposo de todos vuestros enemigos alrededor, y habitaréis seguros. Y al lugar que Jehová vuestro Dios escogiere para poner en él su nombre, allí llevaréis todas las cosas que yo os mando: vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, las ofrendas elevadas de vuestras manos, y todo lo escogido de los votos que hubiereis prometido a Jehová” Deuteronomio 12:10,11.

TRES VECES AL AÑO
Tres veces al año todos los hombres de Israel deberían comparecer ante el Señor: 
- En la Pascua, 
- En Pentecostés y 
- En la Fiesta de los Tabernáculos. “Tres veces cada año aparecerá todo varón tuyo delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere: en la fiesta solemne de las semanas, y en la fiesta solemne de los tabernáculos. Y ninguno se presentará delante de Jehová con las manos vacías; cada uno con la ofrenda de su mano, conforme a la bendición que Jehová tu Dios te hubiere dado” Deuteronomio 16:16,17.

Moisés estaba aquí haciendo referencia al mandamiento del Señor registrado en el momento de la entrega de los Diez Mandamientos (Ver Éxodo 23:14-19). Esta orden inicial concluyó afirmando: 
“Las primicias de los primeros frutos de tu tierra traerás a la casa del Señor tu Dios” (v. 19). 
Al escribir sobre estas grandes celebraciones de la fiesta Elena de White observó: 
“Antiguamente el Señor ordenó a su pueblo que se reuniera tres veces al año para rendirle culto. Los hijos de Israel acudían a aquellas santas convocaciones, trayendo a la casa de Dios sus diezmos, así como las ofrendas por el pecado y las de gratitud. Se reunían para relatar las misericordias de Dios, para conocer sus obras admirables, tributarle agradecimiento y alabar su nombre. Debían participar en el servicio de sacrificios que señalaba a Cristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Así habían de preservarse del poder corruptor de la mundanalidad y la idolatría. 
La fe, el amor y la gratitud debían mantenerse vivos en su corazón, y al congregarse en ese servicio sagrado se vinculaban más estrechamente con Dios y unos con otros”, 6 TI, 42.

En una declaración similar escrita en la Review, ella declaró: “Antiguamente, Dios ordenó que su pueblo se reuniera tres veces al año, y de todas las ciudades, de Dan a Berseba, el pueblo venía a esas fiestas anuales. Al reunir y traer sus diezmos al tesoro, ellos reconocían que el Señor es el donante de todas sus bendiciones. Los hijos de Israel son nuestros ejemplos”, R&H 11, 13.

PROTECCIÓN
Todos sabemos por la lectura de la Biblia que los israelitas estaban rodeados por tribus feroces y guerreras que estaban ansiosas por apoderarse de sus tierras y, sin embargo, tres veces al año todos los hombres físicamente aptos y todas las personas que podrían hacer la jornada dejaban sus casas para ir a Jerusalén para la adoración. Ellos se aferraron a la promesa de Dios en Éxodo 34:24 que dice: 
“Porque yo arrojaré a las naciones de tu presencia, y ensancharé tu territorio; y ninguno codiciará tu tierra, cuando subas para presentarte delante de Jehová tu Dios tres veces al año”.

Los israelitas donaron al menos un cuarto de su renta a Dios en forma de diezmos, gracias a las ofrendas, el apoyo al templo y los regalos a los pobres. Además, la mayoría de estas donaciones fueron entregadas personalmente por cada familia en especies o en dinero, al alfolí central (primero a Silo y luego a Jerusalén). Este sistema personal de entrega exigía que estuvieran lejos de casa y trabajar por lo menos un mes al año fuera de ella. Sin embargo, el 25% que daría cada mes fuera de casa eran realmente la base para su prosperidad y bendición, y ellos lo sabían.

1. La medida del hombre: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa”. 
Esta es la medida que Dios pidió, sólo 10%, aun siendo el Señor y dueño de todo. Nuestra medida hacia Dios es muy pequeña si se compara con todo lo que Dios hace por nosotros.

2. La medida de Dios: “Abriré las ventanas de los cielo y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” No podemos medir todo lo que Dios tiene para nosotros (1Corintios 2:9), porque Dios hace infinitamente más de lo que pedimos o pensamos (Efesios 3:20). Dios suplirá todas nuestras necesidades (Filipenses 4:19). 
La Biblia es explícitamente clara en decir que una vez que el diezmo era llevado a Jerusalén, los encargados del alfolí, los tesoreros, destinaban el diezmo de vuelta a los hombres de la tribu de Leví por toda la tierra. Ver Nehemías 13:12-13 y 2 Crónicas 31:4-19. 
Los levitas en el depósito central distribuían el diezmo a cada trabajador de acuerdo con la edad y la responsabilidad. Aparentemente el sistema que Dios estableció era probado, equilibrado, y un sistema de rendición de cuentas.

En armonía con el principio del almacén central, es decir, casa del tesoro bíblico, la Iglesia Adventista del Séptimo Día designó a las Asociaciones locales y Uniones de iglesias como almacenes, en nombre de la iglesia mundial a los que el diezmo recogido en las iglesias locales debe ser reenviado. De esta manera el diezmo de Dios cuya distribución Él confió a la iglesia mundial, es recogido de todas partes del mundo y está disponible para atender las necesidades del ministerio evangelístico. 
Como parte de la experiencia de adoración de los miembros de la iglesia, el diezmo es devuelto a Dios a través de la iglesia local. El tesorero de la iglesia local, entonces, envía todo el diezmo a la Asociación en la que se pagan los trabajadores religiosos. Este sistema delineado por Dios permitió que su iglesia tuviera un impacto mundial y creciente. David prometió: “A Jehová devolveré ahora mis votos delante de todo su pueblo, en los atrios de la casa de Jehová, en medio de ti, oh Jerusalén. Aleluya.” Salmos 116:18,19.

Vamos a unirnos con aquellos que antes de nosotros fueron generosamente fieles a Dios. El pueblo de Israel tuvo la marca de la fidelidad. 

¿Usted desea tenerla también?


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