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Una mesa en la tierra, una mesa en el cielo - El Reino de Dios está cerca

By 
Eddie Hipolite

¿Cómo determinamos a quién le permitimos entrar a nuestro círculo de amigos y a quién excluimos? ¿Tenemos acaso una prueba mental del “valor” al cual los sometemos? ¿Se basa, acaso en la religión, en la religiosidad, o en el estatus social al que pertenecen? ¿Tienen que ser Cristianos, en términos generales, o tienen que ser específicamente Adventistas del Séptimo Día? ¿Tienen que ser primero “amigos regulares activos en Facebook”, o hay un poco más de flexibilidad en cuanto a esto? 

Tomemos unos momentos y dividámonos en grupos. Contestemos la siguiente pregunta: ¿Cómo determinamos quién entra en círculo de amigos y quién no entra?

Si hubo una sola cosa acerca de Jesús que incomodaba más que a los demás a los dirigentes y gobernantes de su tiempo, y que confundía a sus discípulos, ésta era la manera en que Jesús trataba a ‘los parias’ de la sociedad. Todo el mundo creía que cuando viniera el Mesías, Él iba a restaurar a Israel a su estado de privilegio con Dios, pero nadie esperaba que en el reino se aceptara a todo el mundo, a cualquier persona de cualquier rango de la sociedad.

La inclusión de ‘los parias o la escoria de la sociedad’ en el reino y en el favor de Dios fue algo que nadie estaba esperando, y que tomó a todos de sorpresa. Sin embargo, esto es lo que hace que el ministerio de Jesús sea tan hermoso y atractivo al leer los evangelios.

En Marcos 2:13-17 se pinta un cuadro del reino que Jesús vino a establecer, no solo en la sociedad israelita, sino también en el corazón de sus discípulos.

Una mesa de separación

Leví, también conocido como Mateo, es un colector de rentas internas, o impuestos. Él es odiado tanto por los judíos como por los gentiles, porque él cobra impuestos para los romanos. 

Los impuestos o (las rentas internas) eran establecidos por los romanos, pero nadie sabía a ciencia cierta por qué estaba pagando sino solo los oficiales de las colecturías. Así que, era la práctica de los colectores cobrar un poco más de lo exigido, y quedarse con el sobrante para sí mismos. 

Leví era de los más odiados por la gente, porque él, siendo judío, cobraba impuestos de su propia gente, para los invasores romanos. Se lo consideraba peor que a los mismos gentiles. Según cualquier opinión que se pudiera tener, él no era material para el reino, y mucho menos para ser uno de los discípulos. 

Como judío, había sido criado en la iglesia, en el Club de Aventureros, en el Club de Conquistadores; pertenecía a la Sociedad de Jóvenes, a la Escuela Sabática; era Guía Mayor, y tenía las principales Especialidades de su tiempo. Pero en algún momento de su vida, fue fascinado por las luces de las grandes ciudades, y siendo arrastrado como el hijo pródigo, pensó que hacerse un billetito extra le conseguiría la felicidad. 

Es muy curioso lo que uno haría para tomar un atajo hacia la felicidad. Leví cruzó las líneas divisorias de la sociedad, y se fue a trabajar del lado de los enemigos, en contra de su propia gente.

Como sucede en el caso de muchos jóvenes que transitan por el camino de Leví, tarde o temprano se dan cuenta de que la búsqueda de la felicidad apartados de Dios es como pelar cebollas; al finalizar el día se dan cuenta que después de tantas lágrimas, no hay nada adentro. 

En verdad, Leví no sabía qué hacer para procesar su angustia. No podía ir a la sinagoga, porque sabía lo que seguramente le esperaba: el rechazo por parte de su propia gente. De modo que tragaba en seco, hasta que pasó Jesús, quien tiene una manera muy peculiar de llegar justo a tiempo.

El poder del amor

Los versículos 13 y 14 dicen que Jesús se acercó y pasó intencionalmente frente a la colecturía, o sea la oficina de Leví, quien estaba sentado trabajando, y lo increpó directamente con la palabra: “Sígueme.” Aquí hay algo que es sencillamente muy profundo acerca del reino, y no lo podemos dejar pasar.

Jesús no espera a que la gente lo descubra o lo encuentre a Él. Él va y los encuentra primero. Nosotros no podemos esperar hasta que la gente nos encuentre; el reino de Dios busca a los perdidos activamente, se mete a los tugurios donde ellos están. La invitación “Sígueme” es dada para confirmar el amor de Dios por Leví, aunque él es un paria de la sociedad judía de su tiempo.

Si la gente sabe que es amada y aceptada por Dios, aún cuando estén “en las colecturías de impuestos” de la vida que ellos mismos se han creado, y que les hacen ser odiados por la sociedad, hay un poder transformador de Dios que les capacita para levantarse de donde están e ir a donde Él está. 

¡Al mundo no le importa que nosotros sepamos hasta que sepa que nos importa!

Hay tres lecciones básicas que se nos presentan en los versículos 13-14.

1. ¡Las vidas dan poder a las vidas!

Las enseñanzas de Jesús que más van a afectar a la gente en la mayoría de nuestras sociedades son las que están escritas en nuestra existencia diaria. La vida, las acciones y las palabras de Jesús son una y la misma cosa. Él enseñaba lo que vivía, y lo que Él decía era un reflejo de quién Él verdaderamente era. ¡Esto es lo que hará que las personas dejen los lugares donde estén y nos sigan al nosotros seguir a Jesús!

2. ¡Es imposible ignorar el amor consistente!

La consistencia es el producto que permanece, lo que queda, una vez que entendemos el valor que Dios le da a las personas a las que Él nos envía. En sus acciones hacia los perdidos,-Jesús-se mantuvo consistente a través de todo su ministerio y a través de toda su vida. Jesús no amaba accidentalmente, así como nosotros tampoco debemos amar por accidente, sino consistentemente. El amor es, en la experiencia humana, lo que más intencionalmente podemos dar. El amor no puede darse accidentalmente. Ésta es la razón por la cual el amor tiene un efecto tan transformador. 

3. ¡Jesús se asocia con los parias, con los despreciados de la sociedad!

Se registra en Juan 3:17 que Jesús le dijo a Nicodemo que Dios no envió a su Hijo a condenar el mundo, sino a salvar al mundo. De tal manera, Jesús muestra su compromiso con ese ideal al pasar más tiempo con los rechazados y despreciados por la sociedad, trayéndolos a la verdad del reino de Dios. Y ¿cuál es esa verdad? 

Esa verdad consiste en que Dios asocia su amor y su vida con ellos sin dar ni siquiera asomo de excusa alguna.

Marcos nos recuerda que Leví se levantó y dejó su oficina. ¡Él dejó todo! 

Ya no puede volver allí a nada, ni tampoco él quiso volver. La nueva dirección que ha tomado su vida es de mucho mayor envergadura que su antigua realidad. 

¿Cuál es el resultado de esta nueva dirección? 

Él extiende su amor a Jesús y al reino hacia sus semejantes, como éste ha sido extendido hacia él. Él ha gastado su vida laboral haciendo una mesa en la que recogía los impuestos para los romanos, lo que lo ha convertido en enemigo de su propio pueblo, y rechazado; pero ahora él hace una mesa para Jesús en su propia casa.

Una mesa para Jesús

Encontramos que en Marcos 2:15 Leví hace un estón, un tremendo banquete, al cual Jesús es su invitado de honor. Pero veamos quiénes más están invitados a esta gran fiesta: a la mesa con Jesús están los otros colectores de rentas internas locales del imperio romano, los pecadores y los despreciados de la sociedad. No se hace distinción entre ellos y los discípulos del Maestro. El texto simplemente registra: “porque muchos lo habían seguido.”

El banquete de Mateo para sus amigos ‘pecadores y despreciados’ nos hace recordar el banquete de bodas al que se refiere Jesús en una de sus parábolas del reino acerca del tiempo del fin registrada en Mateo 22. 

El banquete estaba lleno de todas las clases de personas, “buenas y malas.” Lo extraño en cuanto a esta parábola es que aquellos que finalmente llegaron a la fiesta no fueron los que habían sido invitados originalmente. Los que habían sido invitados desde el principio nunca llegaron. Todo estaba listo: la mesa estaba servida, la banda estaba lista para tocar la marcha de bodas; el Rey estaba a la puerta, y el hijo estaba esperando la novia, la iglesia, pero no se apareció nadie. 

El Rey envió a sus siervos a recordarles a los invitados la invitación a la esta, pero estaban demasiado preocupados con sus negocios personales, y no tenían tiempo para el Rey ni para su Hijo; y algunos hasta se incomodaron con la insistencia de la invitación del Rey, de manera que maltrataron a los siervos inocentes, e inclusive asesinaron a algunos de ellos.

Yo me pregunto a quién se estaría refiriendo Jesús con esta parábola. Es muy fácil inmediatamente señalar con el dedo al pueblo judío que rechazó al Hijo del Rey. Pero ¿y qué de los religiosos de hoy? ¿Y qué de mí mismo? ¿Estoy yo tan preocupado con mis propios intereses personales que no escucho el más elevado llamado de mi vida, la invitación del Rey? ¿Me impaciento yo con aquellos enviados por el Rey para recordarme la invitación? ¡Quién sabe!

Así que el Rey concluye enviando a sus siervos a abrir la invitación a la gente de las calles, a quien pueda ser encontrado, a quien quiera escuchar y aceptar la invitación de venir, y muy pronto la sala del banquete estaba llena con lis invitados.

¡Qué hermosa cuadro del amor sin límites para la humanidad perdida!

Pero volvamos a Leví. La invitación que él hizo a sus amigos ‘pecadores y despreciados’ por la sociedad es un poderoso testimonio de una vida que ha sido cambiada por el amor y la aceptación de Jesús. Jesús llamó a Leví de un oficio, de una mesa que lo separaba de la humanidad y de la salvación; y Leví hace una mesa para Jesús que trae la Salvación y la Humanidad a un glorioso encuentro.

Como siempre, hay aquellos a quienes no les gusta la idea de que el reino pueda ser un lugar en el cual Jesús no tenga favoritos, en donde todos sean igualmente amados por Él. Como resultado de esto, el versículo 17 dice que algunos se quejaron, pero Jesús establece claramente que los enfermos necesitan ayuda, y que ésa es la razón por la cual Él les extiende su mano.

Lecciones desde la mesa de Jesús

El hecho de Leví abrir su hogar, no solamente a Jesús, sino también a todos los que se sentaban con él en el Departamento de Hacienda, a las mesas de los impuestos, nos abre cuatro cuadros importantes del Reino y de Jesús, que no podemos pasar por alto.

1. En la mesa de Jesús no siempre están sentados los más obvios.

Nunca podemos pensar que sabemos a quién Jesús quiere salvar y a quién no. Cuando Jesús afirma: “quien quiera” eso es exacta y literalmente lo que Él quiere decir. Jamás debemos presumir de juzgar quién puede y quien no puede salvarse. Seamos una iglesia que no abre sus puertas, su mesa de amor, solamente a los que pensamos que se lo ‘merecen’.

2. Una mesa para Jesús es una mesa abierta.

Aún hoy día a muchos les espanta la idea de abrir las puertas de la iglesia a cualquiera y a todos, las funciones diarias del reino son las de salvar a lo cualquieras’ de la vida, a todos los que quieran escuchar las buenas nuevas de la salvación. 

No nos toca a nosotros determinar en el corazón de quién el Espíritu Santo decide trabajar. Solo nos toca a nosotros ver los resultados, y entonces, darles la bienvenida a la familia del reino para que también puedan crecer en amor y en gracia. Hagamos siempre de nuestra mesa una mesa abierta, sabiendo que Jesús se sienta especialmente a estas mesas abiertas.

3. Una mesa para Jesús es un recordativo de quien allí se sentaba.

Leví nunca se olvidó de dónde había salido él, ni a quiénes sentaba él a su mesa antes de que Jesús lo llamara. 

Es demasiado fácil para nosotros, como cristianos, olvidarnos de dónde fue que Jesús nos encontró, y cuánto nos ha hecho avanzar por su gracia. Jesús quiere que recordemos a las personas que hemos dejado atrás cuando lo encontramos a Él y comenzamos a seguirlo. Él quiere que recordemos a quiénes hacíamos sentar a nuestras mesas, y que les hagamos espacio en nuestras nuevas mesas. 

Es necesario que seamos cuidadosos de no volvernos ‘demasiado salvos’. Las personas que se vuelven ‘demasiado salvas’ miran hacia atrás, a las personas con las que se asociaban antes, con escarnio, porque ahora ellas tienen una nueva vida que es tan diferente a su vida antigua. 

Pero como hizo Leví, al nosotros encontrar esta nueva vida en Jesús, tenemos que recordar a las personas que hemos dejado atrás, y hacerles espacio en nuestras nuevas mesas.

4. Una mesa para Jesús nunca pide excusas, sino que siempre defiende a quien se sienta allí.

Jesús nunca pidió excusas por las personas que se sentaron a su mesa. Él siempre defendió tanto su presencia allí como las razones por las que allí se sentaban. Él vino a demostrar, primero con sus acciones, y luego con sus palabras, que Dios estaba verdaderamente con nosotros. Él no se distanció a sí mismo de aquellos a quienes los gobernantes del Templo creían que estaban fuera del alcance de Dios, y que, por lo tanto, no era merecedores de ser ayudados y ni aún de la salvación misma.

Vivimos en una sociedad que ya no escucha nuestras palabras, pero que está atenta a nuestras acciones. El antiguo adagio sigue siendo tan cierto en nuestra sociedad moderna: “Las acciones hablan más alto que las palabras”, y su corolario: “Tus acciones hablan tan fuerte que no me permiten escuchar tus palabras.” 

La vida y el amor de Jesús en nosotros se conocerán siempre por cómo defendemos a los desposeídos y a los faltos de amor en nuestra sociedad. Jesús se esmeró precisamente en defender a los desposeídos y a los faltos de amor para darnos ejemplo de cómo vivir con los demás, y los unos con los otros. 

5. Finalmente, Jesús es el único Camino a la mesa.

Volvamos brevemente a la parábola del banquete de bodas. El Rey había hecho provisión para que cada invitado tuviera, a la puerta, su vestido de bodas listo. Pero algunos, sin embargo, rehusaron apropiarse el vestido de bodas que había sido hecho para ellos. En el tiempo del fin, nuestro único acceso al banquete de bodas del Reino eterno es el manto de justicia que Jesús nos provee gratuitamente a través de su preciosa sangre vertida en el Calvario. En este manto de justicia no hay ni un solo hilo de hechura o fabricación humana. Nuestra única parte en esto es aceptarlo como don del Cielo.

Pero estamos felices de que es Dios y solamente Dios, quien hace la decisión culminante acerca de nuestro acceso final al Reino eterno, porque nosotros no tenemos acceso al corazón de las personas. Nuestra función es ser generosos dando la invitación a toda la humanidad; dejando la separación de buenos y malos al Único que lee los motivos y las intenciones del corazón humano.

Cada uno de nosotros somos Mesas para Jesús: nuestros hogares, nuestras iglesias, nuestras aulas, nuestros automóviles. 

Aún Facebook, Instagram, los mensajes en Twitter y nuestras páginas pueden ser Mesas para Jesús, si escogemos usarlos de tal manera que, por su medio, le demos gloria a Él.

¿Podría ser, en una Iglesia que lucha para hacer que el Evangelio tenga un impacto real en nuestras sociedades seculares occidentales, que Jesús lo haya hecho tan simple como abrir nuestros hogares? ¿Podría ser que las verdaderas buenas nuevas del reino que Jesús nos está pidiendo que impartamos sean nuestras vidas transformadas y nuestras mesas abiertas? ¿Será posible que lo que Jesús está pidiéndonos que compartamos sean nuestras vidas cambiadas, porque ellas hablan más alto que lo que lo pueda hacer jamás cualquier sermón?

Mientras estamos ocupados buscando, tratando de dar con nuestra próxima gran idea, posiblemente la gran idea sea ¡conseguirle una Mesa a Jesús!

Tomemos tiempo para orar ahora mismo por tres cosas:

1. ¡Para que nos demos cuenta de nuestra necesidad de un Salvador ahora! 

2. Para que creemos espacios / mesas en los que puedan encontrarse Jesús y la sociedad que nos rodea.

3. Para que yo no nunca me avergüence de quien Jesús escoja para que se siente a mi mesa. 


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