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Persecusión Celestial

INTRODUCCIÓN

Miriam, la hija de 20 años de Bin Laden, subió la escalera corriendo hasta la pieza del líder de Al-Qaeda y le preguntó qué estaba sucediendo. “Baja y vuelve a tu cama”, le dijo Bin Laden.

Hace más de cinco años que se escondía en ese complejo de cuatro pisos que, en algunos aspectos, se parecía más a una cárcel de máxima seguridad. El lugar tenía cerca de 4.000 m2, donde había un rebaño de vacas, un gran gallinero y un rebaño de ovejas que la familia criaba dentro de la propiedad, además de una huerta donde cultivaban todo lo que comían aquellos que vivían al lado del hombre más buscado del mundo.

Estados Unidos había perseguido a Bin Laden durante diez años, y a inicio del 2011, fuentes de espionaje militar informaron que el líder de Al-Qaeda vivía en Abbottabad, en Paquistán, desde hacía algunos años.

En un estante de uno de los cuartos, estaban algunas de las armas que habían acompañado a Bin Laden en aquellos diez años de fuga, pero misteriosamente en aquella noche, él no las usó. En vez de eso, se dio vuelta hacia su esposa Ama, y le dijo: “no prendas la luz”.

Ese era un pedido sin sentido. Alguien, no se sabe quién, cortó la energía del vecindario. Esa acción silenciosa dio ventaja a los soldados norteamericanos de la tropa de elite SEAL en aquella noche sin luna. En realidad, esas palabras fueron las últimas que Bin Laden dijo.

Más tarde, el complejo fue tomado por los soldados norteamericanos que consiguieron neutralizar a los guardias responsables por la seguridad y llegar al lugar donde el líder de Al-Qaeda estuvo recluso por más de cinco años.

En su pieza, Bin Laden fue víctima de su propio sistema de seguridad. Las pocas ventanas que impedían que cualquier persona lo viera dentro, también impidieron ver lo que estaba sucediendo fuera. El líder de Al-Qaeda simplemente esperó en la oscuridad que los soldados invadieran su último refugio.

Según los guardias que participaron de la operación, parecía que el hombre más buscado del mundo, de alguna manera se sentía aliviado por haber sido encontrado. “Él podía, pero simplemente no reaccionó” (Revista Selecciones en portugués, febrero del 2013, p. 102-114).

Por más que una persona intente, e incluso consiga escapar de alguien o de alguna situación, la sensación de que en cualquier momento será descubierto es capaz de hacer de la vida de una persona un verdadero infierno.

La paz desaparece, y en su lugar, una sensación de inseguridad continúa.

LA IMPOSIBILIDAD DE HUÍR DE DIOS

La Biblia revela que sobre todos, Dios es el más grande “perseguidor” de todos los tiempos. Nadie puede esconderse de su vista.

David describió en el Salmo 139:7-12 la lucha del hombre en el intento de escapar de la persecución divina:

“¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz”.

Según el salmista, puedes intentar huir de Dios buscando lugares lejanos, profundos, altos u oscuros, y aún así el Señor te encontrará.

No podemos escapar del Espíritu Santo del Señor. Aunque uses todo tu potencial creativo para buscar una manera inusual de escapar de su presencia, tarde o temprano te encontrará.

La Biblia habla de algunas personas que hicieron lo impensable: intentaron escapar de Dios, pero terminaron descubriendo que el salmista tenía razón en relación a la total incapacidad del ser humano de escapar de Dios, y, al final, se dieron cuenta que la mejor cosa del mundo es que Dios te encuentre.

De manera especial, hoy analizaremos cómo sucedió eso en la vida de Elías.

Conocemos a Elías, como Elías tisbita (1 Reyes 17:1). El término tisbita es el gentilicio de la ciudad llamada Tisbé, que no se sabe dónde estaba ubicada. Lo que se sabe es que la polvorosa villa quedaba en la región de Gilead, pero este es uno de esos lugares que las arenas del tiempo consiguieron esconder completamente.

Aunque Elías haya vivido en un lugar tan insignificante, en términos históricos, como lo era Tisbé, o sea, en medio de la nada, hizo una tremenda contribución para el reino de Dios que se volvió en una verdadera leyenda en Israel, un verdadero héroe de la fe. Demos pasos hacia atrás y respiremos un poco de aire histórico para que podamos valorar lo que significó Elías para ese lugar olvidado y abandonado en el tiempo.

UN POCO DE HISTORIA

Durante casi cien años, los israelitas habían tenido solo tres reyes: Saúl, David y Salomón. Aunque esos gobernantes eran diferentes entre sí, su fama fue conocida por su valentía y las muchas conquistas, a pesar de no haber escapado del pecado ni del fracaso en algunos aspectos de su gobierno. Por eso, el reino comenzó a sufrir y se dividió, hasta que, bajo una fuerte guerra civil, se formó el reino del norte, con sede en Samaria; y el reino del sur, cuya capital era Jerusalén. Esa división permaneció hasta que los reinos cayeron bajo el poder de los gobiernos extranjeros, y los judíos fueron llevados al cautiverio.

De la división del reino hasta el cautiverio de Israel, un periodo de aproximadamente 200 años, el reino del norte pasó por las manos de diecinueve monarcas que fueron completamente infieles al Señor. Imagínate, diecinueve líderes nacionales, uno tras el otro hicieron lo malo ante el Señor. Este ambiente permaneció hasta la invasión de los asirios en el años 722 a.C.

Entre todos los reyes que dominaron el reino del norte, uno de ellos se destacó más que los otros.

En 1 Reyes 16:29-33 leemos los detalles:

“Comenzó a reinar Acab hijo de Omri sobre Israel el año treinta y ocho de Asa rey de Judá. Y reinó Acab hijo de Omri sobre Israel en Samaria veintidós años. Y Acab hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él. Porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel, hija de Et-baal rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal, y lo adoró. E hizo altar a Baal, en el templo de Baal que él edificó en Samaria. Hizo también Acab una imagen de Asera, haciendo así Acab más que todos los reyes de Israel que reinaron antes que él, para provocar la ira de Jehová Dios de Israel”.

En este punto de la narrativa del primero libro de Reyes, el texto introduce a una mujer. Siguiendo la progresión del libro, el texto venía presentando solo los hechos de los diecinueve reyes que lideraron el reino del Norte, pero cuando el autor comienza la historia de Acab, él se detiene para contar la historia y hablar de la mujer con la que se casó: Jezabel.

Me parece que ella fue introducida en la narrativa por dos razones:

Quien realmente mandaba en el reino era Jezabel. En realidad, el autor quería mostrar que, en un sentido más real, la administración de Acab era un “gobierno de faldas”. Jezabel mandaba en el marido, el rey, y por lo tanto, ella gobernaba el país.


Ella fue la responsable por la introducción de la adoración pagana a Baal en el reino. La adoración a Baal era muy fuerte en esa área del Medio Oriente. No había encontrado apoyo en el pueblo de Israel hasta que Jezabel la introdujo como herencia por su casamiento con Acab,

Baal era adorado como el dios de la lluvia y de la fertilidad, aquel que controlaba las estaciones del año, la lluvia, las cosechas y la tierra. Cuando la adoración a Baal entró con sus sacrificios bárbaros y prácticas paganas, la impiedad creció de manera asombrosa en el país.

LA NECESIDAD DE ELÍAS

Nadie podría manejar mejor la situación con un matrimonio como el de Acab y Jezabel, que el tosco profeta de Tisbé.

Él apareció en la hora más oscura del país, como si fuera un meteorito que ilumina la noche oscura de depravación pagana.

El relato menciona la manera audaz como apareció en la historia: “Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1Reyes 17:1).

Podemos darnos cuenta que él entra en escena sin demora ni miedo. Sabía bien cuál era la situación del país, un país en completa apostasía por culpa de Acab y Jezabel, y sabía por qué había sido llamado, para entregar el mensaje de Dios: una sequía causada por la apostasía nacional.

Seguro que todos concordamos que sería muy difícil que un “miedoso” diera un mensaje de esta naturaleza a un monarca, sin titubear. Por esta razón, el hombre desconocido de Tisbé era perfecto para el trabajo.

A partir de aquel momento, mientras Dios enviaba un juicio sobre la Tierra, Elías era buscado por todo el reino. Se ofreció una recompensa por la cabeza de Elías, pero cuanto más Acab lo buscaba, la sequía se intensificaba en Israel.

EL FIN DE LA SEQUÍA

Al final de tres años y medio, vino a él la palabra del Señor con una orden clara: “Pasados muchos días, vino palabra de Jehová a Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra. Fue, pues, Elías a mostrarse a Acab. Y el hambre era grave en Samaria” (1 Reyes 8:1, 2).

Imagine la escena, después de tres años y medio el rey recibió un recado de Elías para que fuera a encontrarse con él al campo. El monarca, más que rápido, reunió a su ejército y partió en la dirección del profeta, que descansaba bajo un árbol. Al reconocer que era el hombre de Tisbé, el rey, desde lo alto de su caballo le gritó: “¿Eres tú el que turbas a Israel? Y él respondió: Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales. Envía, pues, ahora y congrégame a todo Israel en el monte Carmelo, y los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, y los cuatrocientos profetas de Asera, que comen de la mesa de Jezabel. Entonces Acab convocó a todos los hijos de Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo” (1 Reyes 18:17-20).

¿Se dan cuenta de lo que está pasando aquí? El rey intenta intimidar al hombre más buscado del mundo, pero éste invierte completamente la situación.

Frente a la acusación del rey de que él era el culpable de todo lo que estaba sucediendo en la nación, Elías inmediatamente puso las cosas en su lugar, mostrando que en realidad, todo aquello era el resultado del pecado que el mismo Acab había traído sobre la nación.

El rey, que había venido a arrestar al profeta, recibió de él una orden directa para reunir inmediatamente a todo el país, así como a los profetas de Baal, en el monte Carmelo para un “cara a cara” final, para probar, de una vez por todas, quién es Dios. En realidad, Acab no había nacido para gobernar. Él era muy obediente, tanto que después de la orden recibida directamente de Elías, se retiró rápidamente e hizo lo que el profeta le había ordenado.

EL “CARA A CARA” EN EL CARMELO

Hoy, en la cima del monte Carmelo hay una estatua que retrata a un hombre con una barba larga y una espada en las manos, mientras parece dirigirse de manera feroz en dirección a alguien. Es una estatua de Elías Tisbita mientras enfrentaba solo al grupo de falsos profetas. Con seguridad, aquella fue la batalla más interesante de toda la historia del reino del Norte.

Miles de personas se reunieron en la cima del Carmelo, para ver lo que sucedería allí. La mayoría había sido atraída al lugar por la curiosidad de ver aquel que había mandado la sequía sobre el país.

Literalmente, desde el primer momento, Elías tomó el liderazgo de la situación al dirigirse al pueblo con voz fuerte: “acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra. Y Elías volvió a decir al pueblo: Sólo yo he quedado profeta de Jehová; mas de los profetas de Baal hay cuatrocientos cincuenta hombres. Dénsenos, pues, dos bueyes, y escojan ellos uno, y córtenlo en pedazos, y pónganlo sobre leña, pero no pongan fuego debajo; y yo prepararé el otro buey, y lo pondré sobre leña, y ningún fuego pondré debajo. Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová; y el Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios. Y todo el pueblo respondió, diciendo: Bien dicho” (1 Reyes 18:21-24).

La confrontación se inició cuando los 450 profetas de Baal comenzaron a invocar a su dios. Hicieron todo lo que estaba a su alcance, pero no consiguieron nada. Gritaron, rasgaron sus ropas en gran histeria, llegaron al punto de mutilar sus propios cuerpos mientras oraban a su falso dios, pero no sucedió nada.

Al acabarse sus fuerzas, Elías se levantó y silenciosamente reconstruyó el altar a Dios que estaba derribado. Puso leña y el cordero que debería ser sacrificado sobre la leña. Hizo una zanja alrededor del altar y puso mucha agua sobre el cordero, la leña y las piedras. Había tanta agua que la zanja se llenó. Elías solo hizo una corta oración y el fuego bajó y consumió todo el sacrificio, la leña y las piedras del altar, y aún así quedó agua en la zanja. Todo el pueblo se arrodilló y reconoció al Dios de Israel como único y verdadero.

A esta altura, Elías hizo lo impensable: “Entonces Elías les dijo: Prended a los profetas de Baal, para que no escape ninguno. Y ellos los prendieron; y los llevó Elías al arroyo de Cisón, y allí los degolló” (1Reyes 18:40)

¿Se dieron cuenta de la dinámica?

Un hombre contra cuatrocientos y cincuenta, y al final, Elías se levantó victorioso. ¡Qué hombre! ¡Qué valentía! ¡Qué fe!

DE VICTORIOSO A FUGITIVO

Una cosa que necesitamos entender es que el enemigo odia verdaderamente a los héroes de Dios, y, conociendo los puntos débiles de cada uno de ellos, prepara la emboscada a fin de hacerles desistir de los caminos del Señor.

Fue eso lo que hizo con Elías: “Acab dio a Jezabel la nueva de todo lo que Elías había hecho, y de cómo había matado a espada a todos los profetas. Entonces envió Jezabel a Elías un mensajero, diciendo: Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos. Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida, y vino a Beerseba, que está en Judá, y dejó allí a su criado” (1 Reyes 19:1-3).

Parece que no estamos hablando de la misma persona. El valiente profeta de Tisbé, que enfrentó solo al rey, el ejército nacional, a los profetas de Baal, huyó con miedo de una mujer.

Elías caminó 40 días y se fue al desierto, donde pidió la muerte, pero incluso allí no pudo huir de Dios, que lo encontró y le dio comida y agua para que recuperara las fuerzas y volviera a la “acción”, porque todavía había mucho que hacer. Elías comió y bebió, pero en vez de volver a Samaria, a fin de terminar la obra que había iniciado, siguió hacia el lugar más profundo y oscuro que consiguió encontrar para intentar esconderse de Dios: “Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? El respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Reyes 19:9, 10).

¿Se imaginan la escena?

Elías agachado, en el fondo de una cueva oscura. Casi no respiraba para no hacer ruido, cuando la voz de Dios se escuchó: “¿Qué haces aquí, Elías?”.

Me imagino el tremendo susto que tuvo. El hecho es que él tenía buenas razones para no volver al camino que Dios le pidió que siguiera. Usó todos sus argumentos para probarle a Dios que era una locura volver. Humanamente hablando, Elías tenía toda la razón del mundo. Jezabel había conseguido asesinar a todos los seguidores de Dios. Elías ya había huido tres años y medio, y ahora que estaba de regreso, se había ordenado su persecución para matarlo. Tenía muchos problemas. Se había rendido y ahora prefería morir en el fondo de esa cueva que seguir el camino de Dios.

Lo que más nos llama la atención es que Dios no lo trató de convencer. El Señor no le prometió nada. No le recordó lo que había hecho para protegerlo. Mucho menos lo apuntó con un dedo para retarlo como el profeta débil y miedoso, ni lo condenó por su falta de fe. Simplemente el Señor le hizo una invitación: “El le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1Reyes 19:11-13).

Al percibir la situación del profeta, Dios le preguntó qué estaba haciendo allí. La pregunta no buscaba una respuesta, porque Dios lo sabe todo.

Lo que el Señor quería era que el profeta se diera cuenta de la locura que estaba intentado hacer al escaparse de Dios.

En seguida, el Señor lo invitó a salir de aquella situación. Lo invitó a salir de la cueva, a volver a trabajar como siervo de Dios. Todavía había mucho por hacer, y Dios continuaba creyendo en él. Es interesante que Dios nunca deja de creer en el hombre, por más que este se “escape”.

Al salir de la cueva, Elías tuvo un encuentro con Dios.

Cuando huimos de Dios, el gran miedo que tenemos es no lograr ser lo que Dios quiere que seamos, de no alcanzar el ideal del Señor. Dios desea tener un encuentro con el hombre, porque sabe que cuando esto sucede, el corazón se ablanda, y el deseo de volver a Dios aparece. Aquel encuentro cambió la vida de Elías, y él, que había pedido la muerte al salir de la cueva, hizo grandes cosas en nombre del Señor y en el momento adecuado fue llevado al cielo en un carro de fuego, sin ver la muerte. El plan de Dios era mucho mejor que el suyo.

CONCLUSIÓN

Luciano nació en un hogar adventista en los alrededores de Sao Paulo. Durante el tiempo que estuvo en la iglesia, participó del Club de Conquistadores. Dotado de un talento enorme para la música, mientras asistía a la iglesia, alegraba el corazón de aquellos que lo escuchaban alabar al Señor.

Cuando Luciano tenía 14 años, una tragedia tocó la puerta de su casa. Su mamá, María, sin previo aviso, se escapó de casa con otro hombre, dejando a su hijo y a su esposo, sin saber dónde había ido. Después de cuatro años, supieron su paradero. Durante ese tiempo, Luciano se enojó mucho. Se preguntaba por qué Dios no había impedido esta situación.

A partir de ese momento la vida de este joven se transformó en una vida llena de odio y rencor. Se alejó de la iglesia y comenzó a usar drogas, y para mantener su vicio, realizaba pequeños delitos que se transformaron en delitos más grandes, hasta que se transformó en un ladrón y en un asesino.

Una noche, cuando se realizaba una Semana de Oración en la antigua iglesia de Luciano, y por insistencia del padre, Luciano fue a la iglesia para encontrarse con los amigos después de nueve años. Esa noche, el Espíritu Santo tocó su corazón y sintió la necesidad de dejar de huir del Señor, y decidió entregar su vida a Jesús.

Durante aquella semana, Dios fue modelando el corazón de aquel joven perdido. Logró vencer los vicios, y algunos meses después, decidió bautizarse.

El viernes antes de la ceremonia de bautismo, Luciano, por primera vez en nueve años, entró en contacto con su mamá, que al responder el teléfono y darse cuenta que era su hijo, quiso pedirle perdón, pero mientras ella intentaba hablar, Luciano le dijo firmemente:

“Mamá, Jesús me encontró y me perdonó. Estoy comenzando mi historia con él, y si él me perdonó, yo también quiero perdonarte. Mañana me bautizaré, y no podría hacerlo sin antes perdonarte. Todavía no estoy listo para hablar contigo. Dame algún tiempo, y creo que todo pasará, pero hoy puedes dormir tranquila, porque te he perdonado”.

Después de haber dicho esto, colgó el teléfono y se fue a dormir.

Al día siguiente, cuando Luciano y el pastor estaban dentro del bautisterio, María entró a la iglesia. Estaba muy emocionada. Se acercó y entró en el bautisterio, y abrazó a su hijo. Ella explicó que después de la llamada de la noche anterior, hizo su maleta y viajó hasta Sao Paulo. Había viajado toda la noche para llegar al momento del bautismo.

En medio de las lágrimas, confesó que desde que había huido de su casa su vida había sido un verdadero caos. Sin familia y sin Dios, en aquel momento no encontraba razones para continuar viviendo. El viernes de noche, antes de la llamada, había orado a Dios pidiéndole que le mostrara qué hacer. Estaba orando cuando el teléfono sonó. Al final de la llamada, ya sabía qué hacer. Si Dios pudo cambiar el corazón de su hijo, también cambiaría el suyo.

Mirando firmemente al pastor, le dijo que había terminado su relación con el hombre con quien había huido de casa, y que no había ningún impedimento legal o espiritual para que volviera a Jesús.

Con lágrimas en los ojos le pidió al pastor: “Pastor, ¿me puede bautizar hoy junto con mi hijo?”

Esto no es el tipo de cosas que se ven todos los días. Con el apoyo de la iglesia para realizar la ceremonia, madre e hijo fueron bautizados.

Al salir del agua, Antonio, el padre de Luciano, esperaba a su esposa e hijo. No es de admirarse que después de algún tiempo, la familia estaba completa nuevamente, porque Jesús no solo había encontrado a la madre y al hijo, sino que había reconstruido un hogar.

LLAMADO

No es posible huir de Dios. Tal vez hoy, aquí, en este lugar, haya alguien que ya fue parte de esta iglesia, que ha hecho grandes cosas en la obra del Señor, que participó con los jóvenes en la iglesia.

Si vas a buscar una razón para no volver, así como Elías, encontrarás más razones para escapar que para estar en el camino de Dios.

Pero, así como Dios llamó a Elías, Dios te invita hoy: “Sal de la cueva”. Él quiere ser parte de tu vida, quiere darte fuerzas para que vuelvas y seas parte de la gran obra de salvación que está realizando en nuestro mundo.

Puedes decir lo que quieras, pero tú sabes que él te encontró hoy.

El encuentro que tienes con Jesús te dará vida, y vida en abundancia. Él te quiere preparar para que hagas algo por él en estos días previos a su regreso a esta Tierra. Si aceptas la invitación, así como Elías lo hizo, Dios te llevará a vivir con él en el cielo.

Deja de huir, sal de la cueva y regresa a Jesús.

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