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Dinero: Ni sabio, ni seguro

“¿De qué le sirve al necio poseer dinero? ¿Podrá adquirir sabiduría si le faltan sesos?” (Proverbios 17:16).

Introducción Baltazar Gracián fue un célebre escritor español que en uno de sus pensamientos hace un agudo contraste entre la sabiduría y la necedad.
Escribió: “El hombre sensato obtiene más de sus enemigos que el necio de sus amigos”.

En el caso de la parábola del rico insensato registrada en Lucas 12, en lugar de un contraste lo que hallamos es una relación entre la riqueza y la necedad del protagonista de la historia. Aquí la sabiduría está ausente. El hombre era rico, pero necio. Era rico en dinero y necedad, pero miserable en sabiduría.

Por lo tanto, mucho dinero no equivale a mucha sabiduría; ni siquiera poca.
En la Biblia la verdadera inteligencia va de la mano con la sabiduría. Si no hay sesos, no hay sabiduría.
Proverbios 3:13 y 14 hace una buena relación de esto: “¡Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría y obtiene la inteligencia, porque su ganancia es más que la ganancia de la plata, sus beneficios más que los del oro fino!”.

La inteligencia es orientada en busca de la sabiduría, resultando en ganancias más provechosas que la plata y beneficios mayores que los del oro fino. Esto significa que la sabiduría es más valiosa que el dinero, que cualquier suma de dinero.

Proverbios 17:16 plantea preguntas que debemos responder:
“¿De qué le sirve al necio poseer dinero? ¿Podrá adquirir sabiduría si le faltan sesos?”.
Por otra parte, ¿Cuánta confianza podemos poner en el dinero? ¿Puede garantizar mi seguridad personal, la seguridad de una nación? ¿De cuánto sirve el dinero en las manos de un necio?

Con el dinero se adquieren cosas, no virtudes. No es inteligente ni sabio basar la seguridad en la propiedad de dinero, ya sea que tengamos mucho o poco. Si esto es así, ¿cuál es la actitud más sabia hacia el dinero? Y si no garantiza mi seguridad, ¿qué puede garantizarla?

Rico, pero necio Si Proverbios 17:16 pregunta: “¿De qué le sirve al necio poseer dinero?”, significa que un necio puede llegar a poseer dinero. ¿Cómo es posible que un necio logre acumular riquezas?

Bueno, pudo haberlas heredado, o es dinero mal habido, o pudo haber usado su astuta inteligencia para los negocios, pero la riqueza adquirida no lo hace sabio.

Lo ideal es que la inteligencia vaya de la mano con la sabiduría. Esto quiere decir que no significan lo mismo. En efecto, una persona es definida como inteligente debido a su capacidad intelectual, la cual usa para conocer, analizar y comprender; en cambio una persona sabia, aunque también posee un conocimiento profundo, adquirido ya sea por el estudio o la experiencia, usa ese conocimiento para ser prudente y cuidadoso en su comportamiento y en su manera de conducirse en la vida.

Todos los seres humanos son inteligentes; pero no todos viven sabiamente. ¿Por qué?
Porque inteligencia no es sinónimo de sabiduría. Por no tener sabiduría, aunque el individuo sea inteligente, es tenido por necio, lo cual significa ser presuntuoso e ignorante, imprudente, terco y obstinado. La necedad de la persona termina despojándola de sus dotes de inteligencia. ¡Le faltan sesos! Puede poseer dinero, pero no le sirve para “adquirir sabiduría”, pues ésta no se vende en el mercado. El dinero le sirve para comprar productos y servicios, no para tomar decisiones trascendentales sobre la vida. Para la toma de estas decisiones, solo la sabiduría salva.

Entonces, ¿qué es más importante? ¿El dinero o la sabiduría?

El reconocido periodista y político español, Nicolás Sartorius, escribió un extraordinario artículo titulado: “La utopía de los necios”, en el cual eleva la necedad a nivel de estado. En ese artículo, Sartorius muestra cómo la opulencia de los gobernantes a veces anubla su razón y sabio juicio haciéndolos comportarse como necios.
Ilustra su tesis con el reinado de Luis XVI, cuyas necedades precipitaron la Revolución francesa y el fin casi milenario de la dinastía de los Borbones en Francia. Luego analiza las necedades cometidas por otros gobernantes, por ejemplo, nos hace notar como a inicios del siglo XX el Imperio Otomano, los zares de la gran Rusia, los imperios de Europa con sus emperadores y káiseres, quienes viviendo en la más grande opulencia, actuaban como si la historia estuviera de su parte, y como si Europa fuera su patrimonio, permitiéndose toda clase de excesos y necedades.
Por estas conductas necias, faltas de sabiduría, estos hombres crearon las condiciones que los precipitaron a la catástrofe de la Primera Guerra Mundial y la caída de todos ellos como gobernantes.

Sartorius concluye su análisis con estas palabras: “En el pecado de la autocomplacencia, tuvieron los gobernantes su penitencia”.

Estamos de acuerdo con Sartorius, el dinero conduce a la complacencia, y tal condición no es la mejor consejera para tomar sabias decisiones.

William Blake, el poeta inglés dijo: “Si otros no hubiesen sido necios, nosotros lo seríamos”.
Es decir, podemos aprender de las necedades de otros evitando cometer sus necias acciones; podemos aprender de la necedad de otros decidiendo no imitarlos en su conducta hacia el dinero. Esa sí que es una decisión sabia. ¿Le gustaría tomarla?

Proverbios 17:16 queda demostrado: “¿De qué le sirve al necio poseer dinero? ¿Podrá adquirir sabiduría si le faltan sesos?”. Rico, pero inseguro El dinero crea en las personas una confortable sensación de seguridad. ¡Cuidado! ¡Es falsa!

Veamos cómo Proverbios 18:11 nos advierte contra esta falsa sensación: “Ciudad amurallada es la riqueza para el rico, y éste cree que sus muros son inexpugnables”.

¿Qué significa esto?

Significa que no es sabio ni inteligente confiar en el dinero al punto de creer que puede defendernos contra cualquier asalto; significa que el dinero no es una muralla defensiva inexpugnable. No lo es, y vamos a demostrarlo.

En un editorial aparecido en el Washington Post hace algunos años, se hacía notar, que mientras miles de personas habían muerto en la empobrecida América Central a causa del huracán Mitch en 1998, en los Estados Unidos había transcurrido un cuarto de siglo desde que un huracán matara a más de cien personas. El autor explicaba que esta diferencia se debe a que Estados Unidos es un país más rico y próspero, lo cual le permite una mejor habilidad para predecir los huracanes, construir edificios más fuertes, organizar evacuaciones masivas y brindar más y mejor atención médica. En resumen, el editorial concluía en que la riqueza es un factor importante para mejorar la seguridad.
Es cierto, con su reserva federal estimada en unos 10,950 billones de dólares, Estados Unidos es el país más rico del planeta.
Con esa enorme riqueza ha construido murallas defensivas de todo tipo para garantizar la seguridad de su territorio y su población. Sin embargo, tristemente esas defensas no funcionaron frente a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra el Pentágono y las torres gemelas del Centro Mundial de Comercio. Ese fatídico día murieron más de tres mil personas, y desde entonces, un estimado de entre 4 y 6 billones de dólares se ha gastado en las guerras de Afganistán e Irak, en el rediseño de los sistemas de seguridad nacional, a fin de fortalecer los muros defensivos contra la amenaza terrorista.
Toda la riqueza del país más poderoso de la tierra no fue suficiente para detener los atentados, y tampoco lo es para garantizarle seguridad al pueblo estadounidense para alejar de ellos el temor. Queda demostrado: ni la riqueza de una nación, ni la riqueza de una persona, puede garantizar que las murallas de seguridad levantadas alrededor de sus vidas sean inexpugnables.

Sabemos que el hombre tiende a confiar en el dinero, ya sea que tenga mucho o poco, pero esta confianza no es inexpugnable, pues al venir las crisis propias de la existencia se derrumba, y los muros de papel moneda son consumidos fácilmente por las llamas de la aflicción.

Conclusión

Ningún cristiano serio y responsable podría decir que el dinero no sirve para nada. Claro que es útil y necesario, pero su utilidad tiene límites, y muy estrechos. Por ejemplo, para adquirir sabiduría el dinero no sirve para nada: “¿De qué le sirve al necio poseer dinero? ¿Podrá adquirir sabiduría si le faltan sesos?”. Para las cosas trascendentales de la vida, el dinero pierde todo valor.

Proverbios 11:4 declara que “en el día de la ira de nada sirve ser rico, pero la justicia libra de la muerte”. El dinero tampoco sirve para garantizar la seguridad de nuestras existencias. Lo demuestra lo ocurrido al rico insensato de la parábola. Después de haber acumulado aquella riqueza sobre la que fundó la seguridad de su vida, en Lucas 12:20 leemos que “Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma, y lo que has guardado, ¿de quién será?”.
Proverbios 18:11 lo confirma: “Ciudad amurallada es la riqueza para el rico, y éste cree que sus muros son inexpugnables”. ¡Y no lo son! Puesto que ni la riqueza ni ninguna otra provisión humana pueden darle seguridad absoluta a mi vida, ¿dónde buscar refugio? Solo hay un lugar adonde ir, y Proverbios 18:10 lo registra: “Torre inexpugnable es el nombre del Señor; a ella corren los justos y se ponen a salvo”.

Cristo es la fuente de nuestra sabiduría, no el dinero. Cristo es la fuente de nuestra total seguridad, no el dinero. Hay que correr hacia Cristo para ponernos a salvo, no correr desbocados en frenética búsqueda de dinero. “Torre inexpugnable es el nombre del Señor”. Solo la confianza en Dios es inexpugnable. Cuando el hombre decide poner su fe en el Señor, nada lo puede derribar. ¡Es invencible! Pueden venirse las crisis propias de esta vida en este mundo de pecado, pero cuando la tempestad arrecia, la casa construida sobre la Roca no cae: ¡Permanece!

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