"Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas". (Mateo 6:33).
Hoy analizaremos algunas ocasiones cruciales en las que Israel, ya dentro de la Tierra Prometida, volvió a consagrarse al Señor, a veces ante un peligro inminente. Josué tomó la decisión aparentemente irracional de circuncidar a los israelitas en territorio enemigo (Josué 5:1-9), de celebrar la Pascua ante un peligro inminente (Josué 5:10-12), de construir un altar y adorar al Señor mientras la conquista estaba en pleno apogeo (Josué 8:30-35) y de erigir el Tabernáculo del Señor cuando siete tribus de Israel aún no habían recibido su herencia (Josué 18:1, 2).
En nuestras ajetreadas vidas, tendemos a enfocarnos en lo urgente y a menudo descuidamos dedicar tiempo de calidad a renovar nuestro compromiso con Dios y a agradecerle por lo que él ha hecho y sigue haciendo diariamente por nosotros. A veces olvidamos el culto matutino y vespertino en nuestra vida sobrecargada, impulsada por la comodidad y orientada a los logros. Sin embargo, en el fondo todos sabemos que los momentos dedicados a Dios y a nuestros seres queridos constituyen la mejor manera de aprovechar nuestro limitado tiempo.
¿Qué significa para ti buscar primero el Reino de Dios? ¿Cómo configura ese principio tu vida cotidiana?
I. EL PACTO EN PRIMER LUGAR
Lee Josué 5:1-7. ¿Por qué ordenó el Señor a Josué que circuncidara a la segunda generación de israelitas en este momento concreto de la conquista?
Tras la exploración del país, el alentador informe de los espías y el milagroso cruce del Jordán cabría esperar un enfrentamiento inmediato con el enemigo. Sin embargo, había algo más importante que la conquista militar: el pacto de Israel con Dios.
Antes de que la nueva generación pudiera comprometerse con la posesión de la región, necesitaba ser plenamente consciente de su relación especial con el Dueño de la tierra. La renovación de la señal del pacto se produjo como respuesta al acto misericordioso y milagroso de Dios de llevar a Israel sano y salvo al otro lado del Jordán.
Nuestro pacto con Dios debe ser siempre una respuesta de gratitud por lo que él ya ha hecho en nuestro favor, nunca un acto para tratar de obtener algún beneficio mediante la conformidad legalista con sus requerimientos. Este mismo concepto fue, sin duda, crucial en las luchas de Pablo con quienes insistían en que los varones gentiles conversos al cristianismo fueran circuncidados, como se ve más claramente en su carta a los Gálatas.
Israel estaba a las puertas de la mayor campaña militar de su historia, y cabría esperar que todo el campamento estuviera ocupado con los preparativos bélicos. Así era, pero no en el sentido convencional. En lugar de enjaezar los caballos y afilar las espadas, se dedicaron a un ritual que dejó vulnerable a la mayor parte de la fuerza de combate durante al menos tres días.
Lo hicieron para celebrar su relación con su Dios, quien los había liberado de Egipto.
¿Por qué?
Porque reconocían que la batalla pertenecía al Señor. Él era quien les concedía la victoria y el éxito. Jesús formuló el mismo principio con palabras ligeramente diferentes: «Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas» (Mateo 6:33). La vida cotidiana parece presionarnos a menudo con la urgencia de tantas cosas importantes que olvidamos priorizar lo más importante: la renovación diaria de nuestro compromiso con Cristo.
Piensa en las ocasiones en que descuidaste tu comunión con Dios pues tenías que atender asuntos más «importantes». ¿Por qué es tan fácil caer en este error y cómo podemos evitarlo?
II. LA PASCUA
¿Por qué es significativo que Josué eligiera celebrar la Pascua a pesar de la apremiante e inmensa tarea de tomar posesión de la Tierra Prometida? Lee Josué 5:10; Éxodo 12:6; Levítico 23:5; Números 28:16 y Deuteronomio 16:4, 6.
La segunda actividad importante que precedió a la conquista fue la celebración de la Pascua. Esta tuvo lugar en la tarde del decimocuarto día del mes, en cumplimiento fiel de las instrucciones dadas por Dios. En tal ocasión, se hizo especial hincapié en el significado simbólico de la celebración de la Pascua. Los acontecimientos dirigidos por Josué reflejaban los del Éxodo. La Pascua evocaba la noche en que tuvo lugar la décima plaga (Éxodo 12), cuando el ángel del Señor dio muerte a todos los primogénitos de Egipto y perdonó a los israelitas. Luego se produjo la salida de Egipto, el cruce del Mar Rojo y la travesía por el desierto.
A diferencia de ello, la historia de la segunda generación comenzó en el desierto, continuó con el cruce del Jordán, incluyó la circuncisión y la celebración de la Pascua, y condujo al momento crucial en que cabía esperar otra intervención milagrosa del Señor contra los enemigos de Israel, los habitantes de Canaán. Junto con todos los eventos previos, la celebración de la Pascua señaló el inicio de una nueva era en la historia de Israel.
Además, mediante el símbolo del cordero sacrificado, la Pascua no solo recordaba la redención de los israelitas de la esclavitud egipcia, sino también señalaba su cumplimiento antitípico en ocasión de la muerte del Cordero de Dios (Juan 1:29, 36; 1 Corintios 5:7; 1 Pedro 1:18, 19), quien nos rescató de la esclavitud del pecado. En la Cena del Señor, antes de ofrecerse a sí mismo como sacrificio supremo, Jesús transformó la Pascua en un memorial de su muerte expiatoria (Mateo 26:26-29; 1 Corintios 11:23-26).
Sin embargo, la Pascua y la Cena del Señor señalan una realidad aún más gloriosa: el ingreso de la multitud redimida en la Canaán Celestial. En Apocalipsis, Juan describe esta «travesía» antitípica de los redimidos sobre el mar de cristal –el correlato tipológico del Mar Rojo y del Jordán–, ante el Trono de Dios (Apocalipsis 4:6; 7:9, 10) y su participación en la cena de bodas del Cordero, prefigurada tipológicamente por la Pascua y la Cena del Señor (Mateo 26:29; Apocalipsis 19:9).
¿De qué manera podemos tener siempre presente la realidad de la Cruz aunque no estemos celebrando la Cena del Señor?
III. ALTARES DE RENOVACIÓN
¿Cuál fue la motivación de Josué cuando construyó un altar para el Señor? Lee Josué 8:30, 31; comparar con Deuteronomio 11:26-30; 27:2-10.
En la época de los patriarcas, los altares que construían eran hitos que señalaban el camino que recorrían y se convertían en representaciones tangibles de su derecho a la tierra que Dios les había prometido. Ahora, al erigir un altar, los israelitas daban testimonio del cumplimiento de las promesas hechas a sus antepasados. En este caso, la construcción del altar fue el cumplimiento directo de las instrucciones dadas por Moisés (Deuteronomio 11:26-30; 27:2-10).
Josué 8:30-35 desempeña un papel importante en la configuración de todo el mensaje teológico del libro. Al vincular uno de los relatos más truculentos y violentos (la guerra) con algo totalmente distinto, una escena de reafirmación del pacto (la adoración), Josué nos remite a uno de los temas teológicos más importantes del libro, y que aparece en su mismo comienzo: Josué recibió el mandato divino de conducir a Israel a una vida de obediencia en armonía con el pacto (Josué 1:7). El libro termina destacando ese rol de Josué (Josué 24)
A pesar de la importancia de la guerra y la conquista, hay algo aún más vital: la lealtad a los requerimientos de la Ley de Dios. La conquista era solo un paso en el cumplimiento del plan de Dios para Israel y la restauración de toda la humanidad. La fidelidad a los preceptos de la Torá constituye la cuestión última en el destino de la humanidad. Josué escribió la copia de la ley sobre grandes piedras encaladas, distintas de las del altar (comparar con Deuteronomio 27:2-8). Así, las piedras, que probablemente contenían los Diez Mandamientos, constituían un monumento aparte en las proximidades del altar y recordaban constantemente a los israelitas los privilegios y deberes implícitos en el pacto.
Josué prefigura al Jehoshua (Jesús) del Nuevo Testamento, cuya misión consistía, entre otras cosas, en conducir nuevamente a la humanidad a la obediencia a Dios. Para lograr este objetivo, tuvo que entrar en conflicto con los poderes del mal. Su objetivo final era cumplir los requerimientos del pacto como nuestro representante: «Porque todas las promesas de Dios son “sí” en él. Por eso decimos “amén” en él, para gloria de Dios» (2 Corintios 1:20).
¿Qué prácticas espirituales equivalen hoy a la construcción de un altar en la antigüedad?
IV. ESCRITO EN ROCAS
Lee Josué 8:32-35. ¿Qué significa el acto descrito en estos versículos y qué debería decirnos?
El monte Ebal solo es mencionado en Deuteronomio (Deuteronomio 11:29; 27:4, 13) y en el libro de Josué (Josué 8:30, 33). Junto con el monte Gerizim, era el lugar donde debían pronunciarse las bendiciones y maldiciones propias del pacto. Más concretamente, debía ser el lugar de las maldiciones (Deuteronomio 11:29; 27:4, 13). Allí los israelitas debían situarse a ambos lados del arca, en presencia de los sacerdotes (Josué 8:33). Un grupo se situó frente al monte Ebal y el otro frente al monte Gerizim como representación simbólica de las dos formas posibles de relacionarse con el pacto. Los sacrificios que se llevaban allí señalaban a Jesús, quien puso sobre sí todas las consecuencias resultantes de la deslealtad al pacto, para que quienes creyeran en él pudieran disfrutar de sus bendiciones (Gálatas 3:13; 2 Corintios 5:21).
¿Por qué era necesario escribir una copia del pacto en un monumento visible para todos? (Ver Deuteronomio 4:31; 6:12; 8:11, 14; 2 Reyes 17:38; Salmos 78:7).
Los seres humanos tendemos a olvidar. Agrupamos las exigencias cada vez más desconcertantes de la vida cotidiana en segmentos de tiempo cada vez más breves. Inevitablemente, olvidamos cosas que no se repiten con la misma frecuencia o intensidad. En cada celebración de la Santa Cena tenemos una ocasión especial para volver a dedicarnos al Señor y renovar nuestro compromiso de pacto con él. Sería bueno percibir estas oportunidades no solo como ocasiones para consagrarnos nuevamente a nivel individual, sino también como oportunidades de renovación corporativa de nuestra lealtad a Dios. En una sociedad cada vez más individualista, debemos redescubrir el poder de pertenecer a una comunidad que comparte la misma cosmovisión o interpretación de la realidad, los mismos valores y creencias, y la misma misión.
¿Cuán fácil resulta olvidar al Señor y tratar de hacer las cosas con nuestras propias fuerzas y capacidad en medio del ajetreo de la vida? ¿Por qué es tan fácil hacerlo, sobre todo cuando todo va bien?
¿Por qué es tan fácil hacerlo? ¿Qué soluciones existen para ese problema?
V. ANHELANDO SU PRESENCIA
Lee Josué 18:1, 2. ¿Cuál fue la actividad por la que Josué interrumpió el proceso de repartición de la tierra?
Después de la descripción de los territorios asignados a las dos tribus más grandes, al oeste del Jordán, y a la media tribu de Manasés, este pasaje describe una asamblea de la congregación en Silo, donde se reparte la tierra a las siete tribus más pequeñas.
El establecimiento del Santuario, la «morada» de Dios, representaba el cumplimiento de la promesa del Señor de vivir entre su pueblo (Éxodo 25:8; Levítico 26:11, 12) y revelaba el tema central del libro: la presencia de Dios en medio de Israel hizo posible la posesión de la tierra y habría de ser una fuente continua de bendición para Israel y para todo el mundo por medio de ellos (Génesis 12:3). El culto a Dios ocupa un lugar central y preeminente, incluso por encima de la conquista y la repartición de la tierra. El Santuario, y más tarde el Templo, debería haber ayudado siempre al pueblo a percibir la presencia de Dios entre ellos y a recordar su obligación de mantenerse fieles al pacto.
Lee Hebreos 6:19, 20; 9:11, 12; 10:19-23. ¿Qué podemos aprender de Josué los cristianos, quienes no tenemos un Santuario terrenal que nos recuerde la presencia de Dios entre nosotros?
Como adventistas, creemos que Jesús está ministrando en nuestro favor en el Santuario Celestial. ¿Cómo puede esta convicción ser una fuente constante de esperanza y fortaleza? ¿Por qué el hecho de saber que Jesús es quien está «intercediendo» (Hebreos 7:25) por nosotros debería ayudarnos a percibir cuán buena es su obra en el Santuario Celestial, especialmente ahora, en el día antitípico de la expiación?
CONCLUSIÓN
«De acuerdo con las indicaciones dadas a Moisés, se construyó un monumento de enormes piedras sobre el Monte Ebal. Sobre estas piedras, revocadas previamente con argamasa, se escribió la ley, no solamente los diez preceptos pronunciados desde el Sinaí y esculpidos en las tablas de piedra, sino también las leyes que fueron comunicadas a Moisés y escritas por él en un libro. A un lado de este monumento se construyó un altar de piedra sin labrar, sobre el cual se ofrecieron sacrificios al Señor. El hecho de que se haya construido el altar en Ebal, el monte sobre el cual recayó la maldición, resulta muy significativo, pues daba a entender que por haber violado la ley de Dios, Israel había provocado su ira, y que esta lo alcanzaría de inmediato si no fuera por la expiación de Cristo, representada por el altar del sacrificio» (PP, 476).
«Pero el servicio de la comunión no había de ser una ocasión de tristeza. Tal no era su propósito. Mientras los discípulos del Señor se reúnen alrededor de su mesa, no han de recordar y lamentar sus faltas. No han de espaciarse en su experiencia religiosa pasada, haya sido esta elevadora o deprimente. No han de recordar las divergencias existentes entre ellos y sus hermanos. El rito preparatorio ha abarcado todo esto. El examen propio, la confesión del pecado, la reconciliación de las divergencias, todo esto se ha hecho. Ahora han venido para encontrarse con Cristo. No han de permanecer en la sombra de la cruz, sino en su luz salvadora. Han de abrir el alma a los brillantes rayos del Sol de justicia» (DTG, 628-629).
La súbita aparición del tema del Santuario en el libro no debería sorprendernos, ya que este había estado presente en la narración de Josué a través del Arca del Pacto, que era el elemento central del mobiliario del Lugar Santísimo y marcó las dos primeras secciones del libro: la travesía y la conquista. Ahora, al situar la colocación del Tabernáculo en el eje del reparto de tierras, Josué muestra que toda la vida de Israel giraba en torno al Santuario, sede terrenal de Dios.
Es aún más importante para nosotros como cristianos, que vivimos en el día antitípico de la expiación, enfocar nuestra atención en el Santuario Celestial mientras continuamos nuestra lucha contra los gigantes modernos (o posmodernos) que desafían nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra herencia espiritual. Al confiar constantemente en la obra de Cristo realizada en la Cruz y en el Santuario Celestial, podemos esperar con fe el momento en que Dios vuelva a morar entre su pueblo, esta vez para siempre (comparar con Apocalipsis 21:3).
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