"Y Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras del Señor y todas las leyes. Y el pueblo respondió a una voz: 'Haremos todo lo que el Señor ha dicho'" (Éxodo 24:3).
Como su Dios, Creador y Redentor, el Señor deseaba estar con su pueblo y habitar en medio de ellos. Nos creó para estar en estrecha comunión con él. Sin embargo, si las relaciones significativas con otras personas requieren tiempo y esfuerzo, lo mismo ocurre con nuestra relación con Dios. Puede ser una experiencia edificante y llena de crecimiento, pero solo si pasamos tiempo con él. En términos prácticos, esto significa estudiar su Palabra (Dios nos habla por medio de ella), orar (abrir nuestro corazón a Dios), y dar testimonio a otros acerca de la muerte, resurrección y retorno de Cristo (participación en la misión de Dios). A medida que Dios nos bendice, nos convertimos en canales de bendiciones para los demás.
La atención debe centrarse en Dios, no en nosotros (Hebreos 12:1, 2). Al conectarnos con él, Dios puede capacitarnos para prestar atención a sus enseñanzas, lo que significa obediencia a su Palabra. No es de extrañar que la generación de seguidores de Cristo de los últimos tiempos sea descrita como integrada por personas que «guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús» (Apocalipsis 14:12).
Es muy sencillo: amamos a Dios y le somos obedientes como evidencia de ese amor.
I. EL LIBRO Y LA SANGRE
"Dijo Jehová a Moisés: Sube ante Jehová, tú, y Aarón, Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y os inclinaréis desde lejos. 2 Pero Moisés solo se acercará a Jehová; y ellos no se acerquen, ni suba el pueblo con él. 3 Y Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras de Jehová, y todas las leyes; y todo el pueblo respondió a una voz, y dijo: Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho. 4 Y Moisés escribió todas las palabras de Jehová, y levantándose de mañana edificó un altar al pie del monte, y doce columnas, según las doce tribus de Israel. 5 Y envió jóvenes de los hijos de Israel, los cuales ofrecieron holocaustos y becerros como sacrificios de paz a Jehová. 6 Y Moisés tomó la mitad de la sangre, y la puso en tazones, y esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar. 7 Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos. 8 Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas". Éxodo 24:1-8.
¿Qué papel desempeñan la lectura de la Palabra de Dios y la aspersión de la sangre en la ratificación del pacto entre Dios y su pueblo?
El Dios vivo de la Biblia es el Dios de las relaciones. Lo importante para él no son las cosas ni los programas, sino las personas. En consecuencia, él presta mucha atención a los seres humanos, y el propósito primordial de sus actividades es construir una relación personal con ellos. No podría ser de otra manera, ya que un Dios que «es amor» debe estar interesado en las relaciones porque el amor no es posible sin ellas.
Jesús dijo: «Y cuando yo sea levantado de la tierra, a todos atraeré hacia mí» (Juan 12:32). Dios está interesado no solo en nuestro comportamiento ético, en una doctrina correcta o en un conjunto de acciones adecuadas, sino, sobre todo, en una relación personal e íntima con nosotros. Las dos instituciones traídas a la existencia en ocasión de la Creación (Génesis 1-2) tienen que ver con las relaciones: la primera de ellas, el sábado, con la relación vertical con Dios; la segunda, el matrimonio, con la relación horizontal entre los humanos.
La ratificación del pacto en el Sinaí debía reforzar la relación especial que Dios quería tener con su pueblo. En la ceremonia, el pueblo se comprometió dos veces a obedecer a Dios en todo lo que él exigiera. «Haremos todo lo que el Señor ha dicho», proclamaron (ver Éxodo 24:3, 7). Lo decían en serio, pero no eran conscientes de su fragilidad y su falta de poder. La sangre del pacto fue rociada sobre ellos, simbolizando que solo mediante los méritos de Cristo podían seguir las instrucciones de Dios.
No queremos aceptar que nuestra naturaleza humana es frágil, débil y completamente pecaminosa. Tenemos una tendencia inherente al mal. Para poder hacer el bien, necesitamos ayuda externa. Esta ayuda solo proviene de Arriba, del poder de la gracia de Dios, de su Palabra y del Espíritu Santo. E incluso con todo esto a nuestra disposición, ¡cuán fácil nos resulta ceder al mal!
De allí que una estrecha relación personal con Dios era tan esencial para el pueblo de entonces, en el Sinaí, como para nosotros hoy.
«Haremos todo lo que el Señor ha dicho» (Éxodo 24:3). ¿Cuántas veces has dicho lo mismo y has fracasado? ¿Cuál es la única solución para ese problema?
II. VER A DIOS
"Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; 10 y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. 11 Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron.
12 Entonces Jehová dijo a Moisés: Sube a mí al monte, y espera allá, y te daré tablas de piedra, y la ley, y mandamientos que he escrito para enseñarles. 13 Y se levantó Moisés con Josué su servidor, y Moisés subió al monte de Dios. 14 Y dijo a los ancianos: Esperadnos aquí hasta que volvamos a vosotros; y he aquí Aarón y Hur están con vosotros; el que tuviere asuntos, acuda a ellos.
15 Entonces Moisés subió al monte, y una nube cubrió el monte. 16 Y la gloria de Jehová reposó sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió por seis días; y al séptimo día llamó a Moisés de en medio de la nube. 17 Y la apariencia de la gloria de Jehová era como un fuego abrasador en la cumbre del monte, a los ojos de los hijos de Israel. 18 Y entró Moisés en medio de la nube, y subió al monte; y estuvo Moisés en el monte cuarenta días y cuarenta noches. Éxodo 24:9-18.
¿Qué experiencia asombrosa vivieron aquí los hijos de Israel?
Tras el firme restablecimiento del pacto con Dios, Moisés subió nuevamente al Sinaí. No estaba solo al comienzo de su ascenso, sino que tenía la excelente compañía de 73 líderes israelitas. Esa fue la experiencia cumbre para ellos, pues vieron a Dios (teofanía). El texto subraya dos veces el asombroso hecho. También fue único el momento en que los líderes sellaron el pacto con Dios al comer juntos. Era un banquete, y el Dios de Israel fue su anfitrión. Fue un gran honor concedido por Dios a esos líderes.
En el Cercano Oriente, participar de la comida con alguien era, en los tiempos bíblicos, y aún hoy en cierta medida, una experiencia significativa, un gran honor y un privilegio. Ofrecía perdón y formaba un vínculo de amistad. Implicaba estar disponible para la otra persona y permanecer juntos en tiempos de crisis y problemas. Al comer juntos, se prometían sin palabras que, si a uno le ocurría algo, el otro acudiría en su ayuda. Una invitación a comer era algo especial que no se dirigía a cualquier persona.
Por otra parte, rechazar una invitación era uno de los peores insultos. Esta idea nos ayuda a entender los relatos del Nuevo Testamento en los que Jesucristo fue duramente criticado por comer con pecadores (Lucas 5:30). Cuando los creyentes celebran la Cena del Señor, también establecen este estrecho vínculo con otros creyentes que son pecadores como ellos. Durante esta comida, celebramos el perdón y la salvación que tenemos en Jesús (ver Mateo 26:26-30; Marcos 14:22-25; 1 Corintios 11:23-29).
Lamentablemente, algunos de los que habían subido con Moisés cayeron más tarde en pecado y perdieron la vida (ver Levítico 10:1, 2, 9). Aunque tuvieron allí una experiencia tan profunda con Dios, no fueron transformados ni convertidos por ella. La poderosa lección que esto enseña es que la posesión de la verdad y de privilegios sagrados no implica necesariamente conversión. En vista de la privilegiada experiencia que tuvieron en el monte, estos hombres deberían haber sido los últimos en caer como lo hicieron.
Reflexiona detenidamente en la historia de estos hombres tan privilegiados, que eran incluso hijos de Aarón. ¿Qué advertencia representa esto para nosotros como adventistas, tan privilegiados por la luz que se nos ha confiado?
Al final de la permanencia de cuarenta días de Moisés con el Señor en el Monte Sinaí, Dios subrayó que los israelitas debían observar su sábado porque sería una señal entre él y ellos de que era el Señor quien los haría santos. ¿Qué papel desempeñan la santidad y la santificación en la observancia del sábado?
III. PODER PARA OBEDECER
"Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. 28 Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios". Ezequiel 36:26-28.
¿Cómo se produce la obediencia en nuestra vida?
Los israelitas declararon fervientemente en tres ocasiones que obedecerían a Dios (Éxodo 19:8; 24:3, 7). La obediencia es importante, aunque la Biblia enseñe que los seres humanos somos débiles, frágiles y pecadores. Esta triste verdad se hizo manifiesta no solo en la historia del antiguo Israel, sino también a lo largo de la historia del pueblo de Dios.
En vista de ello, ¿cómo podemos seguir fielmente a Dios?
La buena noticia es que el Señor siempre nos capacita para que podamos hacer lo que nos ordena. La ayuda que no está dentro de nosotros viene de nuestro exterior a fin de capacitarnos para hacer lo que Dios exige. Esto es obra suya. En el núcleo de su resumen teológico en Ezequiel 36:26 y 27, el profeta Ezequiel deja muy claro este punto. Solo Dios puede realizar un cambio de corazón, sustituyendo el nuestro de piedra por uno que sea sensible. En tal sentido, Josué recordó a su audiencia: «Ustedes son incapaces de servir al Señor» (Josué 24:19, NVI).
Nuestra parte es decidir seguir a Dios. Necesitamos tomar cada momento la decisión de rendirnos a él. Y eso es porque no somos siquiera capaces de poner por obra nuestra decisión de servirlo. Pero, cuando entregamos nuestra debilidad a Dios, él nos hace fuertes. Pablo dice: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios 12:10).
Observa el uso del pronombre «yo» por parte de Dios en Ezequiel 36:24 al 30: Dios reúne, limpia, quita, da, pone y moviliza para obedecer cuidadosamente su Ley. Él se identifica contigo, y si te asocias estrechamente con él, harás lo que él hace. La unidad entre tú y Dios será dinámica, poderosa y viva.
El énfasis en este pasaje está nuevamente en la actividad de Dios. La Biblia dice: «Pondré mi Espíritu dentro de ustedes, y haré que anden en mis mandamientos, que guarden mis normas, y las cumplan» (Ezequiel 36:27). Dios ordena a las personas que le sean obedientes y les da el poder para hacerlo. Dios siempre ayuda a su pueblo a hacer lo que exige. La obediencia (no solo nuestro desempeño o nuestros logros) es un don de Dios, al igual que la justificación y la salvación . "Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad". (Filipenses 2:13).
Si se nos ha prometido el poder para obedecer, ¿por qué nos resulta tan fácil pecar?
IV. EN MEDIO DE SU PUEBLO
Dios instruía a su pueblo por diversos medios, y uno de ellos era el Santuario. Todos sus servicios apuntaban a Jesús; eran lecciones objetivas del plan de salvación que se llevaría a cabo por medio de Jesús muchos siglos después.
"Jehová habló a Moisés, diciendo: 2 Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda; de todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda. 3 Esta es la ofrenda que tomaréis de ellos: oro, plata, cobre, 4 azul, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, 5 pieles de carneros teñidas de rojo, pieles de tejones, madera de acacia, 6 aceite para el alumbrado, especias para el aceite de la unción y para el incienso aromático, 7 piedras de ónice, y piedras de engaste para el efod y para el pectoral. 8 Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos. 9 Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis". Éxodo 25:1-9.
¿Qué verdades cruciales, prácticas y teológicas se desprenden de estos versículos?
Aunque Dios estaba guiando a los israelitas y ya estaba cerca de ellos, ordenó a Moisés que construyera un santuario: «Y me harán un santuario, para que yo habite entre ellos» (Éxodo 25:8). Dios quería mostrarles de forma tangible que él estaba realmente con ellos. Aunque se habían equivocado muchas veces, él no los había abandonado, y «después de que les fue devuelto el favor del Cielo» (PP, 313) recibieron la orden divina y comenzó el proceso de construcción del Santuario.
La Biblia asegura que Dios no vive en templos y edificios construidos por el hombre (Hechos 7:47-50) porque él es más grande que los cielos y el cielo no puede contenerlo. Pablo afirmó lo siguiente en el Areópago de Atenas:
«El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas» (Hechos 17:24). Asimismo, el rey Salomón dijo:
«¿Habitará ciertamente Dios en la tierra? Si los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener, ¡cuánto menos esta casa que yo edifiqué!» (1 Reyes 8:27).
El Santuario debía ser el lugar donde Dios manifestaría su presencia a su pueblo.
Los israelitas debían traer una ofrenda voluntaria para la construcción del Santuario. Debían dar regalos preciosos y costosos, como oro, plata, bronce, madera de acacia, diversos tipos de telas finas, aceite de oliva y especias.
Éxodo 25:10 al 27:21 registra muchos detalles acerca del Tabernáculo y sus servicios.
Dios proporcionó a Moisés un plano con instrucciones específicas para construir y amueblar el Tabernáculo, incluyendo el Arca del Pacto, la mesa de los panes de la proposición, el candelabro, los altares, las cortinas, los colores y las medidas.
Moisés tuvo que construir el Tabernáculo según el modelo que Dios le mostró (Éxodo 25:9, 40; 26:30), que era un reflejo del Santuario celestial.
"Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre". Hebreos 8:1, 2.
"Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación". Hebreos 9:11.
El Santuario terrenal había cumplido una función crucial hasta la muerte de Jesús y su ministerio en el Santuario celestial, lo que anuló el Santuario terrenal, una verdad simbolizada por el rasgamiento de la cortina ante el Lugar Santísimo en ocasión de la muerte de Cristo.
"Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron". Mateo 27:51.
"Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo". Marcos 15:38.
El Señor quería que los israelitas hicieran un santuario para habitar entre ellos. Cuán fascinante es el hecho de que ese lugar fuera el centro de la salvación para Israel. Fue allí, en ese santuario, donde Dios habitó en medio de su pueblo y donde el plan de salvación fue revelado mediante tipos y sombras. ¿Qué nos dice esto acerca de nuestra total dependencia de Dios para la salvación?
¿Qué significa el hecho de que todos los pecados del pueblo de Dios eran llevados al Santuario, a la casa de Dios, por medio de la sangre de los animales sacrificados? ¿Cómo refleja esta asombrosa verdad, aunque sea vagamente, lo que Jesús hizo en la cruz por nosotros y lo que está haciendo ahora en nuestro favor en el Santuario celestial?
V. LLENO DEL ESPÍRITU DE DIOS
Dios instruyó a Moisés en la preparación de cada detalle de los servicios del Tabernáculo. Los sacerdotes debían tener vestiduras sacerdotales, pero el sumo sacerdote llevaba un efod especial con los nombres de los hijos de Israel. También llevaba un pectoral que portaba el Urim y el Tumim, y debía estar sobre su corazón (Éxodo 28). Todos los sacerdotes debían ser consagrados (Éxodo 29). Otros elementos que debían ser cuidadosamente preparados eran el Altar del Incienso, la fuente para el lavamiento, el aceite de la unción y el incienso (Éxodo 30).
Éxodo 31:1 al 18. ¿Qué ayuda especial proveyó Dios para que todos los detalles del Tabernáculo y sus servicios fueran preparados de forma hermosa y adecuada?
Esta es la primera ocasión en que las Escrituras dicen que Dios llenaría a una persona con el Espíritu de Dios. ¿Qué significa esto? Bezaleel fue capacitado para trabajar artísticamente en el Tabernáculo.
Eso significa que fue equipado con nuevas habilidades, comprensión y conocimiento acerca de la artesanía necesaria. Además, Dios otorgó a Aholiab y a muchos otros artesanos el mismo Espíritu para ayudar en este trabajo.
En medio de toda esta creatividad, el sábado es presentado como una señal de que Dios santifica a su pueblo, lo cual significa que la observancia del cuarto Mandamiento está asociada a la santificación. Ezequiel observó más tarde: "Les di también mis sábados, para que fuesen una señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy el Señor que los santifico". Ezequiel 20:12.
El sábado nos recuerda que el Señor es nuestro Creador (Génesis 2:2, 3), Redentor y Dios (Deuteronomio 5:15; Marcos 2:27, 28), y que él es santo. Él transforma a las personas con su presencia a fin de que crezcan mediante su Espíritu y su Palabra para reflejar un carácter amoroso, bondadoso, generoso y perdonador.
El Decálogo fue el regalo culminante que Dios hizo a Moisés (Éxodo 31:18). Dios mismo escribió y entregó las dos tablas de piedra con los Diez Preceptos (Éxodo 31:18, Deuteronomio 9:9-11). Estas tablas debían ser colocadas en el Lugar Santísimo y dentro del Arca del Pacto, bajo el Propiciatorio (Éxodo 25:21).
La palabra «propiciatorio» proviene de un término hebreo que significa básicamente «expiar». ¿Por qué fue colocado el «propiciatorio» sobre la Ley de Dios? ¿Qué esperanza debemos ver en este hecho?
CONCLUSIÓN
El Tabernáculo era un lugar especial donde se realizaba la expiación por los pecados confesados por el pueblo de Dios. Era el lugar donde todo el plan de salvación había sido revelado con considerable detalle a los hijos de Israel mientras estaban en el desierto. Allí se enseñaban la justificación, la santificación y el juicio. Todos los sacrificios de animales apuntaban a la muerte de Jesús, al perdón de los pecados y, finalmente, a la eliminación de estos. La Ley de Dios, la norma de justicia, estaba además junto a los sacrificios.
«La ley de Dios, guardada como reliquia dentro del arca, era la gran regla de la rectitud y del juicio. Esa ley determinaba la muerte del transgresor; pero encima de la ley estaba el propiciatorio, donde se revelaba la presencia de Dios y desde el cual, en virtud de la expiación, se otorgaba perdón al pecador arrepentido. Así, en la obra de Cristo en favor de nuestra redención, simbolizada por el servicio del santuario, “la misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron” (Salmos 85:10)» (PP, 317).
¿Cuántas veces has dicho: «Haré todo lo que el Señor me diga»? ¿Hasta qué punto has tenido éxito?
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