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Mas testimonios acerca de Jesús - Juan

“Y cuando yo sea levantado de la tierra, a todos atraeré hacia mí” (Juan 12:32).

Jesús no se limitó a decir cosas asombrosas acerca de sí mismo, de quién era, de quién lo envió o de su procedencia. También mostró quién era mediante los milagros y las señales que realizó. En las palabras de algunos que testificaron abiertamente en favor de Jesús: “Cuando venga el Cristo, ¿acaso hará más señales que este hombre?” (Juan 7:31). En efecto, él respaldó sus palabras con acciones que demostraron la veracidad de ellas.

Pero, a medida que el drama continúa, comienza una división entre la gente. La curación del hombre junto al estanque de Betesda atrae la ira de algunos líderes. La discusión en Capernaum tras la alimentación de los cinco mil da lugar al rechazo de Jesús por parte de las multitudes. La resurrección de Lázaro suscita fe en algunos, pero desencadena en otros una hostilidad que conducirá al juicio y la ejecución de Jesús.

La lección de esta semana examina a algunos que dieron testimonio en favor de Jesús. En cada uno de estos incidentes se revelan algunos aspectos de quién es realmente Jesús, y juntos crean una visión más profunda de Jesús como el Mesías.

I. HUMILDAD: JUAN EL BAUTISTA VUELVE A DAR TESTIMONIO

La lección 2 describió cómo el testimonio de Juan el Bautista llevó a los primeros discípulos (Andrés y Juan, Pedro, Felipe y Natanael) a Jesús. Cabría esperar que el Bautista desapareciera de escena tras dar su testimonio. Pero reaparece varias veces en el Evangelio de Juan.

"Entonces hubo discusión entre los discípulos de Juan y los judíos acerca de la purificación. 26 Y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él. 27 Respondió Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. 28 Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. 29 El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. 30 Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe.
31 El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos. 32 Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio. 33 El que recibe su testimonio, este atestigua que Dios es veraz. 34 Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida. 35 El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano.
36 El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él". Juan 3:25-36. 

¿De qué manera Juan el Bautista es comparado con Jesús?

Surgió una disputa entre los discípulos de Juan el Bautista y un judío anónimo acerca de la purificación, probablemente, sobre la eficacia del bautismo (comparar con Marcos 1:4, 5). Curiosamente, cuando los discípulos de Juan acuden a él para dirimir la cuestión, mencionan a Jesús: “Está bautizando, y todos van a él” (Juan 3:26). No es difícil leer entre líneas que están celosos de Jesús y preocupados por la reputación tanto de su maestro como de ellos mismos.

Habría sido muy fácil que Juan cediera a los celos, pero no lo hizo pues sabía cuál era su misión. A diferencia de ello, recordó a sus discípulos que nunca pretendió ser el Cristo. Vino, en cambio, a señalar hacia él, a prepararle el camino, a ser su testigo (Juan 1:6-8).

"Mirando con fe al Redentor, Juan se había elevado a la altura de la abnegación. Él no trataba de atraer a los hombres a sí mismo, sino de elevar sus pensamientos siempre más alto, hasta que reposasen en el Cordero de Dios. Él no había sido más que una voz, un clamor en el desierto. Ahora aceptaba con gozo el silencio y la oscuridad, a fin de que los ojos de todos pudiesen dirigirse hacia la Luz de la vida (OE, 57, 58).

Utilizando la ilustración de una boda, se compara a sí mismo con el amigo del novio, y a Jesús con el novio. La novia sería el pueblo de Dios (comparar con Oseas 2:16-23; Isaías 62:1-5). Luego, en palabras que muestran la verdadera grandeza de Juan, dice: “Él tiene que crecer y yo menguar” (Juan 3:30).

"El profeta [Juan el Bautista] señala al Salvador como el Sol de Justicia que se eleva con esplendor y pronto eclipsará su propia luz, para luego palidecer y oscurecerse en la gloria de una luz mayor. Juan, por su alegría desinteresada en el ministerio exitoso de Jesús, presenta al mundo el tipo más verdadero de nobleza jamás exhibido por un hombre mortal. Lleva consigo una lección de sumisión y abnegación para aquellos a quienes Dios ha colocado en puestos de responsabilidad. Les enseña a no apropiarse nunca de honores indebidos, ni dejar que el espíritu de rivalidad deshonre la causa de Dios...
Las noticias que habían sido llevadas a Juan acerca del éxito de Jesús fueron llevadas también a Jerusalén, y allí crearon contra él celos, envidia y odio. Jesús conocía los corazones endurecidos y las mentes ensombrecidas de los fariseos, y que no escatimarían esfuerzos para crear una división entre sus propios discípulos y los de Juan que perjudicaría grandemente la obra, por lo que calladamente dejó de bautizar y se retiró a Galilea. Sabía que se avecinaba la tormenta que pronto barrería al profeta más noble que Dios había dado al mundo. Quiso evitar toda división de sentimientos en la gran obra que tenía ante sí y, por el momento, se retiró de aquella región con el propósito de calmar toda conmoción perjudicial para la causa de Dios (The Spirit of Prophecy, t. 2, pp. 138, 139).

"Cuando, en lugar de confiar en la comprensión humana, o conformarnos a las máximas del mundo, nos sentemos a los pies de Jesús, bebiendo ansiosamente sus palabras, aprendiendo de él, y diciendo: “Señor, ¿qué quieres que haga?”, nuestra independencia natural, nuestra confianza propia, nuestra obcecada fuerza de voluntad, serán cambiadas por un espíritu infantil, sumiso y educable...
Nuestros afectos se centrarán en Jesús, nuestros pensamientos serán poderosamente arrastrados hacia el cielo. Cristo crecerá, yo decreceré… Cultivaremos las virtudes que moran en Jesús, para que podamos reflejar ante los demás una representación de su carácter (NEV, 101).

Juan 3:31 al 36 continúa la comparación entre Jesús y Juan para destacar así la superioridad del Mesías respecto de su precursor. Al dirigir así la atención hacia Jesús, Juan subraya nuevamente la idea del testimonio. Quienes reciben ese testimonio y creen en Jesús tienen vida eterna. Quienes no lo reciben quedan bajo la ira de Dios. Eso dice el texto. Dios ama al mundo y envió a su Hijo para salvarlo (Juan 3:16, 17), pero quienes rechazan el regalo que se les ofrece enfrentarán la consecuencia de sus propios pecados: la muerte eterna.

¿Cómo podemos aprender la lección de la humildad en relación con Dios y con los demás? 
¿Qué podemos aprender del ejemplo de Juan acerca de la humildad?

II. UNA NUEVA CONCEPCIÓN DEL MESÍAS

"También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. 33 Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquel me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo. 34 Y yo le vi, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios.
35 El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. 36 Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios".  Juan 1:32-36. 

¿Qué dice Juan el Bautista de Jesús que la gente no esperaba oír acerca del tan anhelado Mesías?

Los judíos esperaban la venida de un Mesías que los liberara del dominio de Roma. Sometidos a una larga opresión, creían que el Mesías no solo derrocaría a Roma, sino además los convertiría en una nación grande y poderosa. Sin embargo, las palabras de Juan, que llamaba a Jesús “el Cordero de Dios”, aunque apuntaban directamente a su sacrificio expiatorio, probablemente fueron malinterpretadas por la mayoría de los oyentes. Es posible que no supieran de qué estaba hablando.

"Cuando el Salvador principió su ministerio, el concepto que el pueblo tenía acerca del Mesías y de su obra era tal que inhabilitaba completamente al pueblo para recibirlo. El espíritu de verdadera devoción se había perdido en las tradiciones y el ritualismo, y las profecías eran interpretadas al antojo de corazones orgullosos y amantes del mundo. Los judíos no esperaban como Salvador del pecado a Aquel que iba a venir, sino como a un príncipe poderoso que sometería a todas las naciones a la supremacía del León de la tribu de Judá. En vano les había pedido Juan el Bautista, con la fuerza conmovedora de los profetas antiguos, que se arrepintiesen. En vano, a orillas del Jordán, había señalado a Jesús como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dios trataba de dirigir su atención a la profecía de Isaías con respecto al Salvador doliente, pero no quisieron oírlo". (DMJ, 7).

Por eso, Juan quiso con su Evangelio cambiar la idea que tenían del Mesías, para que reconocieran en Jesús el cumplimiento de las profecías acerca del Rey que vendría y de su misión. Jesús no venía como líder político y militar, sino para ofrecerse como sacrificio por los pecados del mundo. Ese era su propósito. Solo después de eso, y cuando todo hubiese terminado, vendría el reino final (ver Daniel 7:18).

"A la luz de la revelación divina, por medio del sacrificio expiatorio, podemos ver el glorioso plan de redención por el cual nuestros pecados son perdonados, y nosotros somos atraídos al corazón del amor infinito. Vemos cómo Dios puede conservar toda su justicia y, sin embargo, perdonar al transgresor de su ley. Y no somos simplemente perdonados, sino que somos aceptados por Dios a través del Amado. El plan de redención no es solo una forma de escapar del castigo de la transgresión, sino que el pecador recibe el perdón de sus pecados por medio de ese plan, y finalmente será recibido en el cielo; pero no como un delincuente que es perdonado y dejado en libertad y que sin embargo es objeto de desconfianza y no se le brinda amistad ni se le tiene fe, sino que se le da la bienvenida como a un hijo y se le da de nuevo la más plena confianza.
El sacrificio de nuestro Salvador ha hecho amplia provisión para cada alma arrepentida y creyente. Somos salvos porque Dios ama lo que ha sido comprado con la sangre de Cristo, y no solo perdonará al pecador arrepentido, no solo le permitirá entrar en el cielo, sino que él, el Padre de misericordia, aguardará en los mismos portales del cielo para darnos la bienvenida, para darnos una amplia entrada en las mansiones de los bienaventurados. ¡Oh, qué amor, que maravilloso amor ha mostrado el Padre en la dádiva de su amado Hijo por esta raza caída! Y este Sacrificio es un canal para que fluya su amor infinito, para que todo el que cree en Jesucristo pueda recibir, como el hijo pródigo, plena y gratuita reintegración al favor del cielo (The Review and Herald, 21 de septiembre, 1886, párrafo 12; parcialmente en 7CBA, 962).

“Cuando, en ocasión del bautismo de Jesús, Juan lo señaló como el Cordero de Dios, una nueva luz resplandeció sobre la obra del Mesías. La mente del profeta fue dirigida a las palabras de Isaías: ‘Como cordero fue llevado al matadero’ (Isaías 53:7)” (DTG, 115).

Juan el Bautista dice, en Juan 1:31: “Yo no lo conocía”. ¿Cómo pudo entonces reconocer a Jesús como el Mesías? La respuesta es que el Señor que envió a Juan le había dicho antes: “‘Aquel sobre quien veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautizará con Espíritu Santo’. Yo lo vi, y he dado testimonio que este es el Hijo de Dios” (Juan 1:33, 34). En otras palabras, fue Dios quien reveló a Juan que Jesús era el Mesías.

“Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:24). El conocimiento de que Jesús es el Cristo proviene de Dios mismo mediante el poder de convicción que produce su Espíritu. Este tema aparece con frecuencia en Juan. La salvación no proviene de la filosofía mundana, la ciencia o la educación superior. Solo llega de parte de Dios a los corazones que responden con fe y obedecen a Jesús.

¿Cómo podríamos conocer la verdad acerca de Jesús como nuestro sacrificio expiatorio si no nos fuera revelada? ¿Por qué, entonces, es tan crucial conocer la Biblia y lo que enseña acerca Jesús?

¿Por qué algunas personas, cuando se les dan pruebas de que Jesús es el Mesías y de la verdad del cristianismo, las aceptan de buen grado, y por qué otras, cuando se les dan esas mismas pruebas, las rechazan?

III. ACEPTACIÓN Y RECHAZO

La lección 2 describió la alimentación de los cinco mil en Juan 6, pero no cubrió la sección final de esa historia, que se estudia aquí.

"Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.
52 Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? 53 Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. 55 Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. 57 Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. 58 Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente. 59 Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaum.
60 Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? 61 Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os ofende? 62 ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero? 63 El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. 64 Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar. 65 Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre.
66 Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. 67 Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? 68 Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. 69 Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. 70 Jesús les respondió: ¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo? 71 Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón; porque este era el que le iba a entregar, y era uno de los doce". Juan 6:51-71. 

¿Qué dijo Jesús que resultó difícil de aceptar para la gente?

Después de ser alimentada milagrosamente por Jesús, la gente estaba dispuesta a coronarlo rey (Juan 6:1-15). Luego, Jesús explicó en la sinagoga de Capernaum el significado espiritual del milagro: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:35). Explica con más detalle que este pan es su carne, que da para la vida del mundo (Juan 6:51).

"Cristo había pronunciado una verdad sagrada y eterna acerca de la relación entre él y sus seguidores. Él conocía el carácter de los que aseveraban ser discípulos suyos, y sus palabras probaron su fe. Declaró que habían de creer y obrar según su enseñanza. Todos los que le recibían debían participar de su naturaleza y ser conformados según su carácter. Esto entrañaba renunciar a sus ambiciones más caras. Requería la completa entrega de sí mismos a Jesús. Eran llamados a ser abnegados, mansos y humildes de corazón. Debían andar en la senda estrecha recorrida por el Hombre del Calvario, si querían participar en el don de la vida y la gloria del cielo.
La prueba era demasiado grande. El entusiasmo de aquellos que habían procurado tomarle por fuerza y hacerle rey se enfrió. Este discurso pronunciado en la sinagoga —declararon— les había abierto los ojos. Ahora estaban desengañados. Para ellos, las palabras de él eran una confesión directa de que no era el Mesías, y de que no se habían de obtener recompensas terrenales por estar en relación con él. Habían dado la bienvenida a su poder de obrar milagros; estaban ávidos de verse libres de la enfermedad y el sufrimiento; pero no podían simpatizar con su vida de sacrificio propio. No les interesaba el misterioso reino espiritual del cual les hablaba. Los que no eran sinceros, los egoístas, que le habían buscado, no le deseaban más. Si no quería consagrar su poder e influencia a obtener su libertad de los romanos, no querían tener nada que ver con él". (DTG, 355, 356). 

Esto abrió los ojos de la multitud al hecho de que Jesús no sería su rey terrenal. Él no encajaba en el molde del pensamiento terrenal. Rechazaron la conversión, que transformaría su forma de pensar para que pudieran reconocer y aceptar a Jesús como el Mesías. Muchos de sus discípulos lo abandonaron desde ese momento (Juan 6:66).

Desde un punto de vista humano, esto debió ser difícil para Jesús. La aprobación de la multitud es agradable. ¿Quién no quiere ser aceptado? Pero, cuando alguien ve que muchos retroceden y cuestionan sus principios, eso resulta naturalmente desalentador. Al ver a la multitud marcharse, Jesús pregunta a su círculo íntimo, los Doce, si quieren irse también.

Entonces, Pedro hace su sorprendente confesión, otro testimonio tanto de lo que Jesús tiene como de quién es: “Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros creemos y conocemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6:68, 69).

Los discípulos llevaban bastante tiempo viajando con Jesús, viendo sus milagros y escuchando sus sermones. Sabían por experiencia que no había nadie como él. Se apoderó de ellos la convicción de que, por insólitas que fueran algunas situaciones y por mucho que todavía no comprendieran acerca del propósito de su venida, este hombre era el Mesías. Solo después de su muerte y su resurrección comenzaron a entender por qué había venido al mundo.

¿Qué podemos aprender de esta historia sobre el hecho de que la mayoría suele estar equivocada? 
¿Por qué debemos recordar esto, especialmente en los aspectos de nuestra fe que son impopulares para la mayoría, incluso para la mayoría de los cristianos?
¿Qué verdad más importante puede haber que el hecho de que Jesucristo haya muerto por nuestros pecados? Sin embargo, ¿cómo hemos llegado a conocer esta verdad crucial? ¿Por la ciencia, la ley natural, la teología natural, la lógica, la razón? Ciertamente, estas cosas podrían, de hecho, llevarnos a creer en un Dios creador, una primera Causa, un Motor inmóvil, lo que sea. Ninguna de estas disciplinas, ya sea solas o incluso juntas, podrían enseñarnos la verdad más importante que necesitamos saber: Cristo murió por nuestros pecados. ¿Qué debería enseñarnos este hecho (que todas estas disciplinas, incluso en principio, no podrían llevarnos a lo único que realmente necesitamos saber) sobre lo crucial que es hacer de la Biblia nuestra autoridad final y última en cuestiones de fe?

IV. EL TESTIMONIO DEL PADRE

El Evangelio de Juan comienza hablando de la Palabra (logos) como de Alguien que está con Dios el Padre (Juan 1:1). Cuando el Verbo se hizo carne, el Espíritu dio testimonio de Jesús al descender sobre él en ocasión de su bautismo (Juan 1:32-34). Pero el Padre también dio testimonio de Jesús durante su ministerio terrenal.

"Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado. 37 También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto, 38 ni tenéis su palabra morando en vosotros; porque a quien él envió, vosotros no creéis".  Juan 5:36-38. 

"Si esta voz no conmovió a los impenitentes, si el poder que Cristo manifestó en sus poderosos milagros no hizo que los judíos creyeran, no debiera sorprendemos demasiado descubrir que los hombres y mujeres de ahora están en peligro... de manifestar la misma incredulidad que demostraron los judíos, y de cultivar el mismo entendimiento pervertido". (8TI, 214, 215).

¿Qué dice Jesús aquí acerca del Padre?

Jesús vincula al Padre con las obras y los milagros que había realizado. Tiene muy claro el hecho de que el Padre lo envió y también de que había dado testimonio acerca de él.

"Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". Mateo 3:17; 

"Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd". Mateo 17:5

"Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia". Marcos 1:11

"Y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia". Lucas 3:22 

¿Qué dice el Padre acerca de Jesús?

En el bautismo de Jesús, el Padre y el Espíritu se unieron al Hijo para destacar esta importante ocasión: el comienzo del ministerio de Jesús. El Padre afirma que Jesús es su Hijo amado, en quien se complace. Pero, en un momento crucial del ministerio de Cristo, el Padre vuelve a hablar, esta vez según consta en el Evangelio de Juan.

Las cosas estaban llegando a un punto culminante en los últimos días de ese ministerio. Los líderes religiosos, incapaces de detenerlo (ver Juan 12:19), querían verlo muerto, ahora más que nunca. Las multitudes estaban muy entusiasmadas por él, sobre todo porque cada vez más gente lo seguía al oír el testimonio de quienes lo vieron resucitar a Lázaro (Juan 12:17, 18). Incluso los griegos que estaban allí para la fiesta querían ver a Jesús.

En respuesta a las palabras de Jesús en Juan 12:28: “Padre, glorifica tu nombre”, el Padre vuelve a hablar desde el Cielo: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez”.

Como ya hemos visto, la hora de gloria de Jesús es la Cruz. Por lo tanto, el testimonio del Padre en favor de Jesús apunta al gran sacrificio del Cordero de Dios por los pecados del mundo. La Cruz es la culminación de su ministerio terrenal. Su muerte en nuestro favor pagó la deuda completa por nuestros pecados. Gracias a él, por la fe, ya no tenemos que afrontar esa deuda.

V. EL TESTIMONIO DE LA MULTITUD

El último gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y exclamó: “ ‘¡Si alguno tiene sed, venga a mí y beba! Como dice la Escritura, del que cree en mí, ríos de agua viva brotarán de su corazón’ ” (Juan 7:37, 38).

Juan había registrado en numerosas ocasiones las audaces declaraciones de Jesús acerca de sí mismo, de quién era y qué había venido a hacer.

Las líneas citadas anteriormente de Juan 7:37 y 38 son otro ejemplo de lo que Jesús afirmó acerca de sí mismo y de lo que haría en favor de todos aquellos que acudieran a él. Eran afirmaciones sorprendentes.

Cuando Jesús habló a los judíos que asistían a la Fiesta de los Tabernáculos, ¿cuál fue la respuesta de muchos de ellos? Juan 7:37-53.

Algunos dijeron que él era el profeta anunciado por Moisés (ver Deuteronomio 18:15-19). Otros pensaban que Jesús era el Cristo, el Mesías. Pero esto suscitó el argumento de que el Mesías no vendría de Galilea, que debía ser descendiente de David y que tenía que nacer en Belén, todo lo cual era cierto acerca de Jesús (comparar con Mateo 1; 2), ¡aunque muchos parecían no saberlo!

Incluso los oficiales que lo arrestaron quedaron perplejos ante él y su elocuencia. Los fariseos respondieron a los oficiales con una pregunta. “¿Ha creído en él alguno de los gobernantes o de los fariseos?” (Juan 7:48). Esta pregunta de los fariseos dio a Juan la oportunidad de convocar nuevamente al testigo Nicodemo, quien tras su encuentro con Jesús procuraba protegerlo de las maquinaciones de sus pares: “¿Juzga nuestra ley a un hombre sin oírlo primero y sin entender lo que ha hecho?” (Juan 7:51).

¿Aceptó Nicodemo a Jesús como el Mesías? Aunque su intervención en favor de Jesús ante el Sanedrín no es suficiente para afirmarlo, tal acción sumada a lo que hizo después de la muerte de Jesús (ver Juan 19:39, 40) es evidencia sólida de que llegó a creer en él. Y así, la respuesta a la pregunta de los fariseos en Juan 7:48 fue: Sí, uno de los fariseos creyó en él.

"Aquel en quien mora Cristo tiene dentro de sí una fuente eterna de gracia y fortaleza. Jesús alegra la vida y alumbra el sendero de todos aquellos que le buscan de todo corazón. Su amor, recibido en el corazón, se manifestará en buenas obras para la vida eterna. Y no solo bendice al alma de la cual brota, sino que la corriente viva fluirá en palabras y acciones justas, para refrescar a los sedientos que la rodean". (PP, 437, 438).

Lee Juan 7:49. ¿Qué decían los líderes que mostraba su desdén por las masas que seguían a Jesús? ¿Qué lección podemos extraer de ello?

¿Por qué es tan importante para nuestra fe contar lo que Dios ha hecho en y por nosotros?

CONCLUSIÓN

Lee en El Deseado de todas las gentes, de Elena de White, los capítulos “La crisis en Galilea” (pp. 353-364) y “En el atrio exterior” (pp. 589-596).

“Los maestros de Israel eran esclavos del formalismo. Los fariseos y los saduceos estaban en constante contienda. Dejar a Jesús era caer entre los que se aferraban a ritos y ceremonias, y entre hombres ambiciosos que buscaban su propia gloria. Los discípulos habían encontrado más paz y gozo desde que habían aceptado a Cristo que en toda su vida anterior. ¿Cómo podrían volver a aquellos que habían despreciado y perseguido al Amigo de los pecadores? Habían estado buscando durante mucho tiempo al Mesías; ahora había venido, y no podían apartarse de su presencia, para ir a aquellos que buscaban su vida y que los habían perseguido por haberse hecho discípulos de él.

“‘¿A quién iremos?’ No podían dejar la enseñanza de Cristo, sus lecciones de amor y misericordia, por las tinieblas de la incredulidad, la iniquidad del mundo. Mientras que abandonaban al Salvador muchos de los que habían presenciado sus obras admirables, Pedro expresó la fe de los discípulos: ‘Tú eres el Cristo’. El mismo pensamiento de perder esta ancla de sus almas los llenaba de temor y dolor. Verse privados de un Salvador era quedar a la deriva en un mar sombrío y tormentoso” (DTG, 363).

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