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Victoria en la tierra

La Segunda Guerra Mundial fue uno de los episodios más sangrientos y trágicos de la historia. El gran personaje que aterrorizó Europa fue Adolfo Hitler, cuyo ejército parecía invencible, y cuyo poder hegemónico y tiránico amenazaba con extenderse por todo el continente, y aun tenía aspiraciones mundiales.

Pero, uno de los momentos decisivos que marcó el inicio del fin del dominio alemán fue el famoso “Día D”, el desembarco de las tropas aliadas en las playas de Normandía, el 6 de junio de 1944.

Era fundamental lograr la victoria sobre Hitler. De allí en más, si bien tuvieron que librarse varias batallas dolorosas, empezó el declive de las fuerzas de ese cruel dictador que terminó en su total derrota y la liberación de los pueblos oprimidos.

De manera similar, los seres humanos estamos naturalmente sometidos a un tirano que el Apocalipsis denomina el “gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo” (Apocalipsis 12:9). También estamos en medio de una guerra, de dimensiones cósmicas, que es la causa última de todas nuestras desgracias. Pero, también hubo un “Día D” para la historia de la humanidad, y es cuando Jesús “desembarcó” en nuestro problemático y sufriente mundo, para librar la batalla más decisiva contra las fuerzas del mal. Así lo describe el Apocalipsis:

DESARROLLO

1. Se necesita alguien que venza los poderes del mal.

“A la derecha del que estaba sentado en el trono vi un libro, escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Vi también a un ángel poderoso que clamaba en voz alta: ‘¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?’ Y ninguno, ni en el cielo, ni en la tierra, ni más allá de la tierra, podía abrir el libro ni mirarlo. Y yo lloraba mucho, porque no se había hallado ninguno digno de abrir el libro ni de mirarlo. Entonces uno de los ancianos me dijo: ‘No llores. El León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos’” (Apocalipsis 5:1-5).

Como podemos ver a partir del capítulo 6 de Apocalipsis, el libro sellado con siete sellos es el libro de la historia en relación con el pueblo de Dios, y los siete sellos representan siete períodos de esta historia. Una historia dramática, que tiene que ver con la gran guerra entre el bien y el mal que se libra sobre nuestras almas y sobre nuestro planeta. Pero no había, ni en el Cielo ni en la Tierra, nadie digno de abrir el libro. Esto causó mucha angustia a Juan, hasta que se le informó que “el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos”. Había Alguien que debía “vencer”, lograr la victoria sobre las fuerzas del mal, para poder librarnos de su poder opresor. Y, gracias a Dios que hubo ese Alguien: “el León de la tribu de Judá, la raíz de David”. Se dice de él que “ha vencido para abrir el libro y desatar sus sellos”.

¿Quién es este Ser que ha vencido al Enemigo, al mal y al pecado?

2. El Cordero como inmolado ha logrado la victoria.

A continuación, el Apocalipsis nos aclara quién es este Vencedor, que ganó la guerra en favor de nosotros:

“Entonces, en medio del trono, de los cuatro seres vivientes y de los ancianos, vi de pie a un Cordero como si hubiera sido inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios enviados a toda la tierra. Y él vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono” (Apocalipsis 5:6, 7).

¿Quién es este Ser, que a la vez se lo trata como “León” y como “Cordero”?

Indudablemente, el mismo Juan que en Apocalipsis habla de este Cordero es el que en su Evangelio registró que Juan el Bautista llamaba a Jesús “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).

¿De dónde sale esta figura que se emplea para hablar de Jesús?

En el culto de los israelitas, existía un santuario, o templo provisorio y portátil, en el que se realizaban distintos tipos de sacrificios. Se llevaban diversos tipos de animales para ser sacrificados, pero el animal por excelencia era el cordero, como se muestra en el cordero pascual mencionado en el Éxodo (Éxodo 12).

Los israelitas sabían que Dios había estipulado que la sangre de ese cordero, con la cual se pintaba el frente de sus moradas, era lo que garantizaba su liberación de la muerte y de la esclavitud.

Ese animalito representaba a Jesús y su sacrificio en la Cruz, tal como lo entendió Juan el Bautista al llamarlo “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, y tal como anteriormente lo había descrito el profeta Isaías en una de las más significativas profecías mesiánicas, en el capítulo 53 de su libro.

3. Jesús venció en la Cruz al ser nuestro sustituto y expiar nuestros pecados.

Dice el profeta Isaías, hablando de Jesús:

“Sin embargo, él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores; y nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Pero él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. El castigo que nos trae paz lo cargó él, y por su llaga fuimos sanados. Todos nos descarriamos como ovejas, cada cual se desvió por su camino. Pero el Señor cargó sobre él el pecado de todos nosotros. Angustiado y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero, como oveja ante sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca” (Isaías 53:4-7).

¿Por qué tuvo Jesús que padecer esto? Y ¿en qué sentido esto es la victoria que nos asegura nuestra liberación de los poderes del mal?

Dice la Biblia: “La paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23). Debido a nuestros pecados, la consecuencia natural es la muerte. Nos hemos separado de la Fuente de la vida, que es Dios, y como consecuencia estamos naturalmente destinados a la decrepitud y finalmente la muerte. Pero, además, ante la vista de un Dios santo, el pecado es algo tan degradante, tan pervertidor, tan destructivo, que merece la muerte.

Pero Jesús asumió voluntariamente nuestras culpas y nuestra condenación en la Cruz. Él murió, no como una víctima impotente de las circunstancias, del odio de sus enemigos, sino como el “Cordero de Dios”, sobre quien Dios “cargó... el pecado de todos nosotros”. Él “llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores”, fue “herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados”. Pero, gracias a este increíble sacrifico de amor por nosotros, “por su llaga fuimos nosotros curados”. En la Cruz, él nos liberó de nuestras culpas y de la condenación que merecían nuestros pecados, y ahora podemos vivir libres y felices en la presencia de Dios.

4. Jesús venció a Satanás en la Cruz al demostrar el amor de Dios.

En el Edén, Satanás había acusado a Dios de ser egoísta, manipulador, tiránico, por haberles prohibido a Adán y a Eva que comieran del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal: “Entonces la serpiente replicó a la mujer: ‘No es cierto. No morirán; sino que Dios sabe que el día que ustedes coman de él se les abrirán los ojos, y serán como Dios, conocedores del bien y del mal’” (Génesis 3:4, 5).

Con ese argumento, inició la rebelión en el Cielo y la trasladó a la Tierra, como se retrata en Apocalipsis 12.

Jesús, al dejar el Cielo y hacerse hombre, vivir entre nosotros como un ser humilde y manso, y finalmente dar su vida en sacrificio por nuestra salvación, demuestra los alcances ilimitados del amor de Dios, su total generosidad, su total ausencia de egoísmo. Refuta para siempre las acusaciones de Satanás sobre el carácter y las intenciones de Dios:

“Dios demuestra su amor hacia nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).

Gracias a esta demostración absoluta del amor de Dios en la persona de Cristo, en la vida eterna nunca más se levantarán dudas sobre la bondad de Dios hacia sus criaturas. Jesús ganó una batalla moral contra Satanás y sus acusaciones, y ganó la lealtad de nuestros corazones.

5. Jesús, con su victoria como hombre, demostró que el ser humano puede ser vencedor en la lucha contra el mal.

¿Tenemos que vivir siempre esclavos de nuestro egoísmo, de nuestras maldades, de nuestros vicios, de la presión social para hacer el mal? ¿Venció Jesús porque era Dios, y entonces corría con ventajas sobre nosotros?

La Biblia nos dice que, “...por cuanto los hijos participan de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por su muerte al que tenía el dominio de la muerte, a saber, al diablo” (Hebreos 2:14); “Por eso debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser compasivo y fiel Sumo Sacerdote ante Dios, para expiar los pecados del pueblo. Y como él mismo padeció al ser tentado, es poderoso para socorrer a los que son probados” (Hebreos 2:17, 18). Y “...no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15).

Jesús, siendo Dios, se hizo un ser humano, y vivió como ser humano, como nosotros, pero recurriendo al mismo secreto de la victoria del que cada uno de nosotros puede disponer: el poder omnipotente de Dios. Y, como hombre, apoyado en ese poder, aun cuando fue tremendamente tentado a hacer el mal y separarse de Dios, fue totalmente victorioso: “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Y nos ofrece también a nosotros esa victoria: “...aquel (Dios)... es poderoso para guardarnos sin caída, y presentarlos sin falta ante su gloria con gran alegría” (Judas 24). Y, como dice Apocalipsis: “... ellos lo han vencido por la sangre del Cordero” (Apocalipsis 12:11).

Es esa sangre derramada por Jesús, es decir, su amor, lo que nos da tal fuerza de motivación para querer ser vencedores en la lucha contra el mal, el propio y el de fuera de nosotros.

CONCLUSIÓN

¿Te sientes derrotado por tus culpas, por tu complejo de inferioridad, por tu baja autoestima? ¿Te sientes esclavizado por tus defectos de carácter, por tus caídas en el pecado, por tus limitaciones morales? ¿Crees que jamás podrías tener derecho al Cielo por causa de tu pecaminosidad?

Hoy, el mensaje de Apocalipsis te dice que el Cordero venció por ti en la Cruz, para librarte de tus culpas y tu condenación. También te dice que el Cordero, que sabe el secreto de la victoria, porque también fue un ser humano como tú, y sin embargo fue vencedor sobre los poderes del mal, puede darte suficiente poder para vencer y para emprender un camino de superación, hasta que llegues al Reino de los cielos.

Te invito a orar conmigo e invitar a este bendito Cordero inmolado a entrar en tu vida:

“Señor, hoy me reconozco pecador: un ser con limitaciones, defectos y caídas. Te pido perdón por todo esto. Te acepto como mi Salvador. Acepto tu sacrificio de amor en la Cruz por mí. Gracias por haber cargado con mis pecados, con mis culpas, con mi condenación. Gracias porque por tu sacrificio soy libre. Y ahora quiero rogarte que entres en mi corazón y me ayudes a vivir contigo y para ti, y me ayudes a superar todas mis miserias humanas, y a vivir a la luz de tu rostro. Y, cuando vengas a buscarme, que pueda ir contigo al hogar celestial junto con mis seres amados, para estar para siempre contigo. Amén”.

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