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Venciendo día a día - Rumbo al hogar

“Entonces vi el cielo abierto, y había un caballo blanco. El que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea” (Apoc. 19:11).

INTRODUCCIÓN

El libro de Daniel nos enseña que en el tiempo del fin los hijos e hijas de Dios vivirán un tiempo de angustia “como no lo ha habido jamás desde que las naciones existen” (Dan. 12:1, Nueva Versión Interna- cional). Pero no debemos temer, pues será el propio Jesús, a quien Daniel llama Miguel, el que se levantará para luchar por su pueblo (Dan. 12:1).

La buena noticia es que Jesús nos defiende y nos librará de aquel tiempo de angustia. La victoria está asegurada. Jesús venció a Sata- nás en la cruz, y estamos expectantes esperando el regreso de nues- tro libertador (Luc. 10:18; Juan 12:31; 16:11). El libro de Apocalipsis, en particular el capítulo 19, expone en términos generales cómo se llevará a cabo esa liberación (Apoc. 1:7; 14:14-20; 19:11-21). En el día de hoy estudiaremos parte del capítulo 19 del Apocalipsis (Apoc. 19:11-21), haciendo una breve mención del contexto que lo rodea.

EL FIEL Y VERDADERO (Apoc. 19:11-12)

La escena que estudiaremos describe los eventos que se llevarán a cabo en la segunda venida de Jesús (Apoc. 19:11-21). La primera vez que Juan menciona la segunda venida es en Apocalipsis 1:7, en don- de declara: “He aquí que viene con las nubes: Todo ojo lo verá, y los que lo traspasaron; y todos los linajes de la tierra se lamentarán por causa de él”. El uso que Juan hace de las nubes y la afirmación de que aquellos que lo mataron o fueron culpables de ello resucitarán para presenciar su regreso, se encuentra expuesto en los evangelios sinópticos (Mat. 24:30, 26:64; Mar. 13:26, 14:62). Este vínculo expone la relación y acuerdo que existe entre los libros de la Biblia, así como también destaca que la segunda venida de Jesús es parte integral de la esperanza cristiana (1 Tes. 4:13-5:11).

Lo primero que Juan ve es un cielo abierto, y desde este aproxi- mándose un jinete sobre un caballo blanco (Apoc. 19:11). El enfoque inicial de la descripción está puesto sobre Jesús, a quien Juan llama de Fiel y Verdadero (Apoc. 19:11). La expresión 'Fiel y Verdadero' ocurre previamente en la sección de las siete iglesias, específicamen- te en la misiva enviada a la iglesia de Laodicea (Apoc. 3:14). Laodi- cea comprende la última fase de la historia del pueblo de Dios, y es acertado decir que el Fiel y Verdadero vendrá cuando los días de esta comunidad lleguen a su fin.

Es importante destacar que Jesús es fiel y verdadero, debido a que su actuación es recta, auténtica y leal (Apoc. 1:5; 2:10, 13; 16:7; 19:2). Es por esta razón, efectivamente, que él “con justicia juzga y pelea” (Apoc. 18:11). No está de más recordar que los juicios y caminos del Señor son verdaderos y justos (Apoc. 6:10; 15:3; 19:2). Por causa de esto, podemos descansar en la promesa de que él no olvida, ni olvidará a su pueblo (Apoc. 6:10), y que lo librará en el momento oportuno (Dan. 12:1).

La descripción que hace Juan de Jesús incluye además algunos de- talles de su apariencia física. Lo primero que notamos es que Jesús tiene ojos como llama de fuego, una imagen que ocurre, junto con otros detalles, en la revelación que él hace de sí mismo al comienzo del libro (Apoc. 1:14). Esta representación tiene como objetivo enfa- tizar la omnisciencia del Señor, evidenciando la capacidad que Jesús posee de conocer y juzgar rectamente. Nada puede quedar oculto delante del Señor, ni nadie puede escapar de la mirada de Jesús.

La cabeza de Jesús estaba coronada de diademas. El término 'dia- dema', en la literatura griega, es un símbolo de realeza y autoridad, y estos dos conceptos son los que la imagen de Jesús en Apocalipsis 19 busca subrayar (Apoc. 19:12). Es clave observar que el dragón es- carlata del capítulo 12 es descrito con siete diademas (Apoc. 12:3). Lo mismo puede decirse acerca de la bestia que sube del mar, la cual te- nía las diademas sobre los cuernos (Apoc. 13:1). Es vital acentuar que el dragón, una representación de Satanás en el Apocalipsis (Apoc. 12:9), y la bestia marítima, un símbolo del poder papal (Dan. 7:8, 20- 21; Apoc. 13:1-8), personifica el intento de Satanás de usurpar la au- toridad divina. Bajo esta perspectiva, las diademas sobre la cabeza de Jesús resaltan la superioridad de Jesús sobre todos los poderes de la Tierra, incluyendo los espirituales, lo cual remarca que aquel que viene es el “Rey de reyes y Señor de señores” (Apoc. 17:14; 19:16).

Otro aspecto notado por Juan es que Jesús “tenía escrito un nom- bre que ninguno conocía sino él mismo” (Apoc. 19:12). Juan, no obs- tante, revelará el nombre y calificativos de Jesús en el verso siguiente (Apoc. 19:13). Los nombres y credenciales expuestos posteriormen- te, sin embargo, establecen las funciones del Señor, y realzan los atributos divinos de Cristo. De esta manera, al posicionar el nombre de Jesús después, Juan probablemente tiene el objetivo de mostrar que la identidad de Jesús será revelada plenamente en ocasión de su venida, y será ahí, y solo ahí, que los justos conocerán el nombre y los títulos de Jesús en su totalidad (Apoc. 19:13, 16).

EL VERBO DE DIOS (Apoc. 19:13-15)

La ropa de Jesús, dice Juan, estaba empapada en sangre (Apoc. 19:13). Si bien la batalla en la cual Cristo participará ocurrirá en la segunda parte de la narrativa, el hecho de que la ropa de Jesús aparezca teñida en sangre antes de que esta tenga lugar, nos indica que Jesús ya ha triunfado. La victoria de Jesús sobre el enemigo es un hecho concreto, y es la esperanza de todo cristiano (Juan 12:31; 16:11). Esta conquista alcanza a todos los habitantes del planeta en el cual vivimos, por quienes Jesús vino a morir para darles y darnos vida eterna (Juan 3:15-21; Rom. 5:6-11).

Adicionalmente, es importante notar que Jesús “pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso” (Apoc. 19:15). La referencia bíblica que vincula esta escena con la anterior proviene de Isaías, el cual retrata al Señor como un guerrero cuya vestimenta está manchada en sangre debido a que él ha aplastado a los impíos en el día de la venganza (Isa. 63:1-6). Juan, de todos modos, ya había anticipado ese cuadro escénico algunos capítulos atrás, en donde se observa cómo la mies es segada y las uvas arrojadas “en el gran lagar de la ira de Dios” (Apoc. 14:19).

Lo dramático y sangriento de esta descripción ocurre al finalizar la escena, lugar en el que aprendemos que una vez que el lagar es piso- teado, “salió sangre que llegó hasta los frenos de los caballos en una extensión de mil seiscientos estadios” (Apoc. 14:20). La metáfora, no hay duda, evoca un acto judicial, y de castigo, y nos permite conectar las ropas de Jesús con el lagar divino. En consecuencia, Jesús irrum- pe en la batalla con las credenciales de ganador. Agradezcamos a Jesús por eso, quien se encarnó, tomó nuestro lugar, y venció.

Un detalle vital es notar que la espada, como nos informa Juan, no está en las manos de Jesús, sino que surge de su boca. Es con ella, aprendemos, con la cual Jesús herirá a las naciones (Apoc. 19:15). Ya en el primer capítulo del libro, Juan nos había dicho que de la boca de Jesús “salía una espada aguda de dos filos” (Apoc. 1:16). El efecto figurado de esta imagen repetida nos invita a reflexionar que es Jesús, no nosotros, el que pelea en este gran conflicto y triunfa. Él, Jesús, es el Dios todopoderoso que defiende a su pueblo (Éxo. 15:3; Isa. 42:13), y aquel que nos librará en el tiempo de angustia que se aproxima (Dan. 12:1).

El nombre de Jesús, nos revela Juan, es “La Palabra de Dios” (Apoc. 19:13). El calificativo verbo, o Palabra, ocurre tanto en el evangelio de Juan (Juan 1:1) como en la primera carta que Juan mismo escribió (1 Juan 1:1). En ambos casos, el nombre se refiere a Jesús, el cual destaca su encarnación y existencia eterna (Juan 1:1, 14; 1 Juan 1:1; 5:20). Visto así, el guerrero que conduce las huestes angelicales es Jesús, esto es, “el unigénito Dios, que está en el seno del Padre” (Juan 1:18, La Biblia de las Américas). Es decir, aquel que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14).

Los ejércitos celestiales que lo acompañan lo siguen en caballos blancos y están “vestidos de lino finísimo, blanco y limpio” (Apoc. 19:14). Es notable cómo Juan establece una diferencia entre el color de la ropa de Jesús y las ropas de los jinetes que cabalgan junto a él. En tanto que Jesús viste ropas teñidas en sangre, los ejércitos lucen unas teñidas de blanco. Esta distinción busca enfatizar que la victo- ria ha sido ganada por Jesús, y no por los que lo escoltan.

Es vital estar prevenidos en contra del falso evangelio que procla- ma una salvación centrada en el ser humano y despojada de la gracia divina. Resulta oportuno recordar que la salvación es un regalo (Efe. 2:8), y que cada uno de nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia (Isa. 64:6). Pues, como está escrito: “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Rom. 3:10-11).

REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (Apoc. 19:16-21)

Juan nos indica que Jesús recibe adicionalmente otro nombre: “Rey de reyes y Señor de señores” (Apoc. 19:16). Lo lleva escrito en la ropa y en el muslo, lo cual deja en evidencia la identidad divina de quien lo porta. En el libro de Deuteronomio, el calificativo es aplicado al Dios eterno, Jehová, quien es “Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible” (Deut. 10:17; ver también 1 Tim. 6:15). Esta es la identidad revelada del guerrero, y cuyo nombre será hecho conocido cuando Jesús, el Rey de reyes, regrese en gloria y majestad.

Al retratar la segunda venida de Jesús, el Apocalipsis utiliza un len- guaje metafórico para describir el enfrentamiento y destino de los enemigos de Dios. En primera instancia, la derrota de los impíos re- cibe el nombre de “la gran cena de Dios” (Apoc. 19:17). Los convida- dos a esta cena son las aves que vuelan en medio del cielo, a quienes un ángel convoca para que desciendan para comer “carnes de reyes y capitanes y carnes de fuertes; carnes de caballos y de sus jinetes; carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes” (Apoc.19:18).

La escena mencionada tiene como objetivo advertir a hombres y mujeres que viven apartados de Dios, e invitarlos a imaginar de ma- nera vívida lo que les sucederá si no se arrepienten. Asimismo, la des- cripción muestra como en el juicio divino no existe acepción de clase política o social. Esto implica que la única distinción que será hecha en el tiempo final tendrá que ver con si hemos estado del lado de Jesús, o si hemos seguido los dictámenes de la bestia (Apoc. 7:9-17; 14:10-11).

Es debido a esto que antes de revelar esta representación sangrien- ta, Juan registra las palabras de un ángel que nos invita a participar de la cena de las bodas del Cordero (Apoc. 19:9). Es posible, inclusi- ve, oír la voz de los alaban a Dios en el cielo, quien claman en grande voz: “Gocémonos, alegrémonos y démosle gloria, porque han llega- do las bodas del Cordero y su esposa se ha preparado” (Apoc. 19:7). Ustedes y yo hemos sido invitados a participar de esta cena, y no a ser parte del refrigerio de las aves de rapiña (Apoc.19:17-18).

Los enemigos de Dios son identificados por Juan como la bes- tia y los reyes de la tierra, quienes luchan junto a sus ejércitos (Apoc.19:19). Todos estos se reúnen “para guerrear contra el que montaba el caballo y contra su ejército” (Apoc.19:19). No obstante, como fue anticipado previamente por Juan, aunque los enemigos del Señor se levanten para pelear contra el Cordero, “el Cordero los ven- cerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados, elegidos y fieles” (Apoc. 17:14).

Y, por cierto, eso es lo que finalmente ocurre. Mientras la bestia, junto al falso profeta, son apresados, y son lanzados a un lago de fuego que arde con azufre; los reyes y sus ejércitos son muertos “con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos” (Apoc. 19:21). Es clave desta- car que la bestia y el falso profeta son las mismas figuras que persi- guen y angustian al pueblo de Dios en el tiempo del fin (Apoc. 13:1-8, 11-18). La unión babilónica, de la cual estas dos bestias son parte, ataca la libertad de conciencia de los hijos e hijas de Dios, forzándo- los a recibir una marca (Apoc. 13:15-17; 14:10-11; 19:20). Dentro de este contexto es donde sucede la venida de Jesús, lo que nos muestra que será el Señor quien cuida y librará a su pueblo.

CONCLUSIÓN

En el fin del tiempo, el pueblo de Dios será expuesto a un tiempo an- gustia, “como no lo ha habido jamás desde que las naciones existen” (Dan. 12:1, Nueva Versión Internacional). Será Jesús, el Verbo y Rey de reyes, quien liberará al pueblo de Dios de aquella tribulación. Es importante destacar que Jesús ya venció y que los hijos e hijas de Dios recibirán el regalo de salvación debido al sacrificio de Cristo.

INVITACIÓN

El regreso de Jesús es la única esperanza que, nosotros los creyen- tes, poseemos y que nos invita a anhelar aquel día. La venida de Jesús, por cierto, es el único evento que tendrá el poder de terminar con la aflicción que hoy y que, luego en el futuro aún más vivamen- te, experimentaremos cada día. Oremos, no solo para estar prepa- rados para aquel día, sino también para que Jesús venga pronto (Mat. 6:10; Luc. 11:2).

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