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Amar es agradecer - Amor es acción

Lucas 7:36-50 

¿Qué es para ti la gratitud y cómo debe fluir?

Imagina que te caes por la borda de un transatlántico sin saber nadar y empiezas a ahogarte. Alguien en la cubierta te ve agitándote en el agua y de inmediato te lanza un salvavidas. Justo antes de perder el conocimiento, te aferras a él para salvarte. Te suben a cubierta y toses para expulsar el agua de tus pulmones. La gente se reúne a tu alrededor, feliz de que estés a salvo y esperando expectante a que te recuperes. Cuando por fin recuperas el aliento, tan pronto abres la boca dices: “¿Vieron cómo me aferré al salvavidas, la fuerza con la que me agarré de él? ¿Se fijaron en la definición de mis bíceps y la destreza de mis muñecas?”.

Sin lugar a duda, esta sería una situación desconcertante y que estaría al borde de la locura al llamar la atención sobre la forma en que cooperaste en las labores de rescate, desestimando todo el sentido de lo sucedido: ¡qué te salvaron! Sería más razonable que busques inmediatamente a la persona que te lanzó el salvavidas y le des las gracias Y no solo por obligación... Lo abrazarías, le preguntarías su nombre, le invitarías a cenar, ¡quizás hasta le darías tu camarote!

Queridos jóvenes, la gratitud es una respuesta natural a la salvación; no requiere coacción ni estímulo. En la medida en que la persona comprenda lo que ha sucedido, la gratitud fluirá natural y abundantemente de su corazón.

DESARROLLO

En el presente sermón, deseo que meditemos en una historia de amor y gratitud que quedó registrada en el evangelio de Lucas 7:36-50. Debido al espacio, no podremos presentar todos los detalles de este maravilloso relato, por lo tanto, solo nos enfocaremos en las personas principales envueltas en la trama.

De acuerdo con la historia, un hombre llamado Simón invitó a Jesús a su casa con el fin de agasajarlo con una fiesta en su honor. Pero ¿quién era Simón y porque quería agradar a Jesús? Simón era fariseo y, como bien es sabido por todos ustedes, los fariseos eran parte de una élite religiosa muy famosa en los tiempos de Jesús. De acuerdo con los estudiosos de la Biblia, los fariseos se consideraban mejores que el resto del pueblo, incluso se hacían llamar a sí mismos como los “separados”. Los fariseos eran estrictos observadores de la ley y las tradiciones judías. Ellos no se conformaban con obedecer los mandamientos mostrados por Dios, sino que le “agregaban” sus propias normas y costumbres a lo que Dios había ordenado. Por ejemplo, el Señor había dejado el cuarto mandamiento que demanda la observancia del sábado como día de reposo (Éxodo 20:8-11); dicho mandamiento debía ser una “delicia santa” (Isaías 58:13), sin embargo, los fariseos lo hicieron una carga insoportable.

Simón era fariseo, pero ¿por qué invitó a Jesús a su casa? El Señor lo había sanado de la terrible enfermedad de la lepra (Mateo 26:6). Ahora, Simón había invitado a Jesús a una gran celebración, pero ¿qué movió a este fariseo a hacer esta fiesta? Al analizar en detalle el desarrollo de la historia, podemos decir que a Simón no lo movió la gratitud, sino la “responsabilidad” de pagar un favor.

A diferencia de Simón, encontramos a una mujer que no había sido invitada a la fiesta, quien al saber que Jesús estaba en la casa del fariseo decidió asistir para entregarle un presente al Señor. ¿Quién era esta mujer? Apreciados jóvenes, existen muchas discusiones en cuanto a su identidad, pero habitualmente se le identifica como una mujer “pecadora” (Lucas 7:36-39).

Algunos creen que esta mujer es nada más y nada menos que María Magdalena, la hermana de Lázaro y Marta.8 Ella se acercó a Jesús con un costoso perfume y “estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume” (Lucas 7:38).

Al mirar esto, Simón el fariseo dijo para sí: “Este, si fuera profeta, conocería quien, y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (Lucas 7:39).

Nuestro Señor leyó los pensamientos del fariseo y le dijo: “Simón, una cosa tengo que decirte... Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado” (Lucas 40-43).

La mujer pecadora tan solo había recibido lujuria o juicio de parte de los hombres. Lo más probable es que todos los hombres de su vida la hubieran explotado o condenado, pero Jesús no. Él la vio como algo más que “esa mujer pecadora”. Vio a un ser humano, a una persona que necesitaba amor, aceptación y perdón, como todos los demás.

El amor movió a esta mujer hacia la gratitud. Elena de White, refiriéndose a esta fascinante historia, escribió: “En su misericordia, Jesús había perdonado sus pecados, había llamado de la tumba a su amado hermano, y el corazón de María estaba lleno de gratitud”.

Sí, queridos jóvenes, el amor movió a María Magdalena hacia la gratitud, pues la gratitud es una respuesta natural de la salvación. Un corazón lleno del amor y del perdón de Dios vivirá agradecido. ¡Amar es agradecer!

CONCLUSIÓN

¿Qué movió a María Magdalena hacia la gratitud? ¿Cómo la vio Jesús y qué pasó con ella después de que le fueran perdonados todos sus pecados?
¿Y qué creen que pasó después con María Magdalena? Pues, por medio de la gracia de Jesús, llegó a ser participante de la naturaleza divina

La que había caído y cuya mente había sido habitación de demonios, fue puesta en estrecho compañerismo y ministerio con el Salvador. Era María quien se sentaba a sus pies y aprendía de él, la que estuvo junto a la cruz y siguió al Señor hasta el sepulcro. María fue la primera en ir a la tumba después de su resurrección; de hecho, fue la primera que proclamó al Salvador resucitado.

María comprendió que Jesús podía eliminar su culpa y su vergüenza, concederle un nuevo corazón y darle un futuro. Cuanto más recordaba ella su pecado, más grande parecía Jesús. Cuanto más lloraba por su pecado, más se deleitaba en el Salvador. Su vida fue un testimonio de constante gratitud porque su corazón estaba lleno del amor de Jesús. Queridos jóvenes, el amor debe movernos hacia la gratitud. ¡La historia de María nos enseña que amar es agradecer!

Hoy te invito a que agradezcas a Dios por su perdón y amor. Expresa junto con David las palabras que dicen:

“Alaba, alma mía, al Señor; alabe todo mi ser su santo nombre. Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias; él rescata tu vida del sepulcro y te cubre de amor y compasión; él colma de bienes tu vida y te rejuvenece como a las águilas”.

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