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Fidelidad Aprobada

¿Quiénes serán aprobados por su fidelidad? 

Serán los que definitivamente eligieron ser fieles a Dios a cualquier costo, inclusive de su vida.

Como cristianos, ¿cómo definimos lo que es una vida “exitosa”? ¿Cuál podría ser la diferencia entre lo que el mundo define como éxito y cómo deberíamos definirlo nosotros (idealmente)? Tomemos, por ejemplo, a Juan el Bautista. ¿Cómo definirías su vida, que terminó ignominiosamente en una prisión y en la muerte, todo, por el capricho de una mujer malvada? ¿Lo llamarías exitoso? ¿Qué razones puedes dar para tu respuesta?

Meditaremos sobre Juan el Bautista, su familia y sus dilemas en el camino de ser aprobados por la fidelidad.

Textos: “Bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí” (Lucas 7:23).

“Os digo que, entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él” (Lucas 7:28).

Parte 1

Lucas 1 cuenta que Zacarías y Elizabet ya eran ancianos y no tenían hijos. Vivían en Judea y se los describe como fieles y justos que esperaban la venida del Mesías, como luces en medio de las tinieblas, en aquellos días malos.

Zacarías era sacerdote y dos veces por año pasaba una semana en Jerusalén, ministrando en el templo. Cierto día, mientras ofrecía incienso ante el altar de oro, en el lugar santo, con las oraciones del pueblo, de repente apareció Gabriel, el ángel enviado del trono de Dios, en pie a la derecha del altar. Zacarías tuvo miedo y se sintió indigno. No se dio cuenta de que la presencia del ángel a la derecha del altar indicaba el favor de Dios.

Gabriel lo tranquilizó. Le trajo buenas nuevas. ¿No había deseado y orado porque quería ser padre? Dios estaba respondiendo sus oraciones con un hijo que le daría mucha alegría y placer.

Zacarías dudó porque vio las misericordias de Dios demasiado grandes para ser reales. Conocía la historia de Abraham, pero miró la perspectiva de la debilidad humana en vez de creer que Dios es fiel a lo que promete.

Por su incredulidad quedaría mudo hasta que Juan naciera.

Cuando salió del templo tuvo que comunicarse con el pueblo solo por señas.

Después que Juan, nació Zacarías volvió a hablar.

Aplicación 1: En nuestro caminar rumbo a la fidelidad a Dios, hay momentos de incredulidad. Y cuando es necesario, Dios nos reprende.

Somos lentos en aprender y rápidos para olvidar.
Como padre de un mensajero de Dios, Zacarías debería recibir la aprobación de Dios. Por ejemplo, debía transmitirle a su hijo una impresión profunda y solemne de cuán sagrada sería su vida. Y esta impresión lo acompañaría durante su ministerio. Por haber dudado, el padre fue reprobado y quedó mudo.

¿Qué ejemplos espirituales de fidelidad nosotros, los padres, estamos dejándoles a nuestros hijos? ¿Con qué cuestiones rebajamos la norma divina a la nuestra? ¿Manifestamos incredulidad de que la sangre de Cristo puede purificarnos de todo y cualquier pecado? ¿Tenemos la falsa creencia de que Dios hacía milagros solo en el pasado?

Si estamos fallando, ¿será que Dios nos reprueba y per- mite que pasemos por algunas pruebas para que com- prendamos la necesidad de someternos a su Palabra?

Parte 2

Cuando el ángel se le apareció a Zacarías, le dio las recomendaciones necesarias para que el hijo recibiera la preparación adecuada para cumplir su misión. Él nunca debería tomar vino o bebida fermentada y sería lleno del Espíritu Santo.

La misión de Juan, la mayor confiada a los hombres, exigía disciplina. Debería llevar luz a los hombres, imprimiéndoles dirección a sus pensamientos, impresionándolos en cuanto a la santidad de las exigencias divinas, de obediencia y defensa de la justicia divina.

Por eso, debería ser un templo donde pudiera habitar el Espíritu Santo. “A fin de cumplir su misión, debía tener una constitución física sana, y fuerza mental y espiritual. Por lo tanto, le sería necesario dominar sus apetitos y pasiones. Debía poder dominar todas sus facultades, para poder permanecer entre los hombres tan inconmovible frente a las circunstancias que le rodeasen como las rocas y montañas del desierto” (DTG, 75).

La codicia de las riquezas, el amor al lujo, la ostentación, los placeres sensuales y la glotonería que rodeaban a Juan conducían a las personas a la degeneración física y la desensibilización espiritual. Juan debía ser el reformador. Su vida de abstinencia y simplicidad serían una reprensión para los que seguían ese estilo de vida libertino. Fue de mucha importancia que el ángel asistente de Dios le diera instrucciones claras sobre temperancia.

Lección 2: Seamos padres o hijos, también tenemos una misión sagrada. Nuestro deber es cuidar nuestro cuerpo para estar sensibles a la voz de Dios.

Si Dios se presentara ahora en busca de alguien para una misión como la de Juan, ¿estarían listos usted y sus hijos?

Dios busca hoy niños, adolescentes, jóvenes y ancianos para preparar el camino para la venida del Señor. “En la niñez y la juventud es cuando el carácter es más impresionable. Entonces es cuando debe adquirirse la facultad del dominio propio. En el hogar y la familia, se ejercen influencias cuyos resultados son tan duraderos como la eternidad. [...] La juventud es el tiempo de la siembra” (DTG, 75).

En el cerebro humano está lo que se llama el sistema límbico. Entre otras funciones, es el responsable de las emociones y de la memoria. Los seres irracionales también lo poseen, pero, nosotros recibimos una estructura superior.

Para percibir la voz de Dios, debemos tener nuestro córtex frontal, sede de la razón, de la espiritualidad y el freno del comportamiento bien irrigado con sangre saludable proveniente de lo que comemos y bebemos. Pero también debemos cuidar lo que vemos, tocamos, oímos, olemos y pensamos. Todo eso impacta el funcionamiento del cerebro y lo modela. Dios nos concedió individualidad, autonomía y libertad moral, pero solo haremos un buen uso de ellas si somos temperantes. De lo contrario seremos llevados de un lado a otro por creencias, vicios, hábitos nocivos que la mayoría tiene y no ve en ellos ningún mal.

El enemigo sabe cómo nuestro carácter y nuestra fidelidad a Dios pueden ser afectados por los hábitos nocivos. Por eso, nos tienta con la intemperancia, ya sea en el comer y beber, en las horas de sueño, en los entretenimientos, o por la sensualidad, la ostentación o la búsqueda de placeres que ofuscan la voz de Dios.

¿Cómo nos comprometeremos con las cosas del cielo y cultivaremos la fidelidad que Dios aprueba, si por los malos hábitos, el templo del Espíritu Santo no está apto para recibirlo? Las instrucciones divinas dadas a los padres de Juan sirven para quienes desean ser aprobados como fieles delante de Dios.

Parte 3

Aunque tuvo una vida sencilla en la soledad del desierto, Juan el Bautista no permanecía ocioso antes de su ministerio. Rodeado del silencio de la naturaleza, oraba, estudiaba las promesas y profecías y reflexionaba sobre cómo alcanzar los corazones tan embrutecidos por el engaño, la opresión y adormecidos en sus pecados.

Lucas 3 detalla el contexto político de la época de su ministerio, cerca de los treinta años. Era el décimo quinto año del reinado de Tiberio César, Poncio Pilato gobernaba Judea; Herodes, Galilea; su hermano Felipe, Iturea y Traconite; Anás y Caifás ejercían el sumo sacerdocio.

Bajo el dominio de Roma, Judea estaba a las puertas de una rebelión. Un odio creciente y un deseo intenso de liberarse de la imposición a la idolatría, de la tiranía y de la extorsión romana marcaba ese período.

Entonces surgió un hombre vestido de una túnica de pelo de camello con un cinto de cuero, exclamando con voz severa y al mismo tiempo llena de esperanza. “¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced pues, frutos dignos de arrepentimiento. Y ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles”. Sin eufemismos o condescendencia con quien quiera que fuera, Juan era intrépido, convincente, claro e incisivo. Eran necesarios arrepentimiento, fe y frutos.

Juan causó conmoción nacional. Muchos creían que fuera el Maestro. Pero él siempre orientaba los honores que le dirigían hacia el Maestro que vendría.

Jesús se acercó y fue bautizado.

Juan había cumplido su misión. Con la llegada del Mesías, su popularidad se desvanecía. Las multitudes que venían para escucharlo ahora rodeaban al Salvador. Los discípulos de Juan manifestaron celos y descontento. Satanás usaba a sus mejores amigos para que en el tiempo final de su ministerio estorbara la obra del Mesías.

Herodes Antipas, hijo de Herodes el grande, fue uno de sus oyentes y había sentido el llamado al arrepentimiento. Había reconocido su situación de pecado con su cuñada Herodías. Hasta había intentado deshacerse de las cadenas diabólicas que lo ataban. Herodías, enojada, lo ató más firmemente a sus trampas, y por venganza lo instigó a que pusiera preso a Juan.

En Lucas 7, está la continuidad del ministerio de Jesús, iniciado cuando su primo Juan lo bautizó. A partir del versículo 18, vemos a un Juan diferente, estaba separado de su trabajo activo, semana tras semana dentro de una prisión, triste y lleno de dudas.

Sus discípulos lo visitaban con noticias de la popularidad de Jesús y le preguntaban por qué el Mesías para el cual había abierto el camino no lo sacaba de allí. Esas preguntas fueron planeadas por Satanás para conducir al fiel Juan a un sentimiento de víctima.

Lección 3: En el seno de nuestra familia y entre nuestros mejores amigos surgirán los que serán usados por el enemigo y amenazarán nuestra fidelidad. Ellos nos instigarán a la desconfianza, a la duda y a la auto conmiseración.

Juan nunca hubiera sido seducido por las dudas si hubieran venido de otras fuentes.

“¡Oh, con cuánta frecuencia los que se creen amigos de un hombre bueno y desean mostrarle su fidelidad, resultan ser sus más peligrosos enemigos! ¡Con cuánta frecuencia, en vez de fortalecer su fe, sus palabras le deprimen y desalientan!” (DTG, 185).

Satanás también usará personas cercanas a nosotros para hacernos sentir auto compasión y dejar de ser fieles, en vez de mirar a Cristo y confiar en su soberanía.

Parte 4

Aunque había trabajado fielmente de la misma forma que sus discípulos, “Juan el Bautista no comprendía la naturaleza del reino de Cristo” (DTG, 186). Cuando sus discípulos reclamaron que el Prometido no tomaba el trono de David ni exigía autoridad real, Juan quedó confundido y preocupado. Le había repetido al pueblo que la profecía de Isaías se cumpliría pronto, había predicado que el Mesías terminaría con el orgullo de los opresores y parecía que Jesús no cumplía lo que había prometido.

Abatido y torturado por demonios, Juan pidió que los discípulos fueran a Jesús. Después de una afirmación llena de convicción en ocasión del bautismo de Jesús “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, Juan ahora quería saber si Cristo era realmente el Mesías “¿Eres tú el que había de venir o esperaremos a otro?” (Mateo 11:3).

Cuando Cristo recibió a los hombres, no respondió de inmediato. Todo el día lo acompañaron, intrigados por su silencio, observaron cómo los enfermos, afligidos, ciegos, sordos, mudos, paralíticos y poseídos de demo- nio fueron curados, el pueblo recibía sus enseñanzas y un nuevo vigor con las buenas nuevas de vida eterna. Al final del día, Jesús les dijo: “Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído” (v. 22).

Al oír el relato, Juan finalmente comprendió que las obras no solo comprobaban que Jesús era el Mesías, sino que también mostraban la forma como sería establecido su reino, “No con el fragor de las armas y el derrocamiento de tronos y reinos, sino hablando a los corazones de los hombres por una vida de misericordia y sacrificio” (DTG, 188).

Juan también comprendió que la misión del Salvador cumplida con amor abnegado despertaría odio y condenación. Como precursor, él estaba solo bebiendo parte de la copa que Cristo bebería completa. También comprendió que “las palabras del Salvador: ‘Bienaventurado es el que no fuere escandalizado en mí’, eran una suave reprensión para Juan. Y no dejó de percibirla. Comprendiendo más claramente ahora la naturaleza de la misión de Cristo, se entregó a Dios para la vida o la muerte, según sirviese mejor a los intereses de la causa que amaba” (DTG, 189).

Después que los mensajeros de Juan partieron, Jesús le habló al pueblo sobre Juan. Lleno de simpatía por aquel siervo fiel en la prisión, Jesús dejó claro que su fidelidad había sido aprobada. No, definitivamente, Juan no era como los rabinos, como las cañas sacudidas por el viento, que los rodeaban y que se agitaban ante cualquier brisa de aprobación o prejuicio popular. Juan no tuvo temor, había demostrado su fidelidad a Dios y a sus principios. Hablaba a todos con franqueza, fue firme como una roca. “Os digo que, entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista” (Lucas 7:28).

Lección 4: ¿Será que seremos aprobados por nuestra fidelidad? ¿Comprendemos la naturaleza del reino de Dios al enfrentar aflicciones por amor a él? ¿Comprendemos los propósitos de Dios al permitir que pasemos por dolor para perfeccionarnos para el cielo? ¿Comprendemos que nuestro hogar no es aquí? ¿Comprendemos la recompensa que nos espera?

Los valdenses vivían en el Valle de Pragelas, en Italia. Sus ciudadanos, fieles a Dios, eran llamados amigos de Dios por la bondad, simplicidad, buenas costumbres y conversaciones sabias. Tenían hábitos sencillos y saludables, no acumulaban riquezas y comían de lo que plantaban.

Sus maestros trabajaban como tejedores o zapateros, pero también estudiaban y enseñaban a los otros. Algunos viajaban entre las iglesias ayudando a enfermos, enseñando y alentando a los miembros con poco acceso a la escuela y los libros.

Por su lealtad y fidelidad a Dios, y desobedecer las leyes romanas, eran perseguidos por los papas antiguos. Muchos fueron castigados con instrumentos de tortura; otros murieron por la espada o la hoguera. Pero no temían el sufrimiento y la muerte, y aumentaban en número.

Por el año 1400, la persecución a los valdenses se intensificó. Hacía poco tiempo que los soldados habían invadido el Valle de Pragelas y matado adultos y niños.

Era la víspera de Navidad y la nieve bloqueaba los pasos entre las montañas que rodeaban el valle. Pero los valdenses vieron una tropa armada que venía hacia ellos. Rápidamente, los padres tomaban a sus hijos, los jóvenes cargaron a los ancianos y enfermos y escaparon a las montañas.

Los soldados siguieron las huellas en la nieve y los alcanzaron, mataron a los más débiles. Al oscurecer, los soldados volvieron a la ciudad, pasaron la noche en las casas vacías. Mientras tanto, los fieles continuaron caminando en la nevada, por el valle de San Martino, donde acamparon en la cumbre, lo que posteriormente se llamó albergue, o refugio, en memoria del evento.
Hambrientos y cansados, rodeados de nieve, los sufrimientos eran insoportables.

Cuando amaneció, el espectáculo era conmovedor. Algunos habían perdido manos y pies congelados, otros yacían en la nieve sin vida. Más de 50 niños habían muerto de frío; algunos acostados en el hielo descalzos, otros envueltos en los brazos congelados de las madres muertas.

Que el Señor nos ayude a permanecer firmes como las montañas y rocas, como fueron Juan, los valdenses y tantos otros mártires. Que estemos listos para morir, si fuera necesario, para finalmente escuchar decir al Señor: “Ven, siervo fiel, has sido aprobado por tu fidelidad”.

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